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DE AYER A HOY

Víctor Volpe, el hombre del piano: “Respiro música y es lo que me da vida”

Notable artista que brilló en la escena nacional y llevó el tango a recorrer mundo. La influencia de su papá. La química con Nora Roca. Y sus ganas de seguir creando: “Aún tengo mucho para dar”.

Por Leandro Grecco
[email protected] – Instagram: @leandro.grecco – Twitter: @leandrogrecco

La trascendencia aparece en la vida de quienes la buscan, pero no alcanza solamente con tener un don especial que los destaque por sobre otros seres humanos que se hayan planteado el mismo objetivo. Uno puede ser el mejor en lo suyo, pero si no cuenta con ese carisma capaz de penetrar en las fibras más íntimas de aquellos que lo admiran, el trayecto hacia dicho propósito resulta estéril.

Obviamente que hay factores externos y, hasta una pizca de suerte, que se hermanan y conjugan para lograr comprender la aparición de diferentes fenómenos. Sin embargo, el denominador común en cada caso es la pericia para llevar adelante una actividad. Y más aún si se trata de un artista con condiciones que no suelen observarse.

Víctor Volpe “juega en las grandes ligas”, supo aquerenciar sus logros para inmortalizar una carrera a la que aún le quedan varias páginas por llenar, incluso desde la docencia musical. Pianista, enamorado del tango, ejecuta cada una de las obras, dándole vida a un instrumento con la armonía de los que saben de verdad. En esta oportunidad, repasó en La Brújula 24 toda su vida, ponderando los buenos momentos por sobre los otros.

Trío Volpe Tango Contemporáneo: Víctor al piano junto a su padre Antonio Volpe (bandoneón) y Marcelo Esrich (bajo).

“Nací en Punta Alta, un 25 de diciembre de 1953. Como tantas historias de amor de aquella época, mis abuelos paternos se conocieron arriba del buque que los trajo desde Sicilia a Argentina. Y mi abuela materna era descendiente de español y pueblo originario, como se dice en la actualidad”, arremetió con decisión Volpe, haciendo gala de una voz tan imponente como agradable, mientras encendía un cigarrillo.

Los recuerdos de su niñez se apoderaron del relato: “Mi infancia fue muy feliz, me crié en el centro de la ciudad cabecera del partido de Coronel Rosales, mi papá era operario de la Base Naval y mi mamá ama de casa, cosía muy bien, se la rebuscaba para hacer las comidas que a mi me gustaban. En el seno del hogar siempre se respiró música, es lo que al día de hoy me da vida”.

“Si bien sentía que me complacían con muchos de mis gustos, también debo aclarar que si hubiese sido criado en el absoluto capricho habría tenido la posibilidad de irme a estudiar a Buenos Aires. Tengo una hermana tres años menor que es médica pediatra, canta muy bien como mi vieja, pero se casó y se fue a vivir a Cochabamba (Bolivia). No obstante, nos hablamos telefónicamente todos los días, un vínculo inquebrantable”, resaltó, con la mirada fija en un punto, añorando etapas de antaño.

Grupo Volpe Tango Contemporáneo: G. Fernández (batería), P. Fernández (bajo), A. Volpe (bandoneón) y V. Volpe (piano).

Inmediatamente se adentró en su educación: “La primaria la hice en la Escuela Nº 99 que luego se transformó en la Nº 23, pasando de la órbita nacional a la provincial. Estaba ubicada en la esquina de Paso y Luiggi, a dos cuadras de mi casa. El secundario lo cursé en el viejo Colegio Nacional de calles Urquiza y Roca, hasta que en cuarto año pasé al Magisterio, que en ese momento era bachillerato de orientación pedagógica que se daba, con la idea de irme a estudiar al Conservatorio Nacional de Buenos Aires”.

“Como alumno nunca me destaqué, solía llevarme promedio cuatro materias por año, porque le dedicaba más tiempo a mi hobby que al estudio. A los 11 años ya viajaba tres veces por semana a Bahía con los libros de música bajo el brazo, iba a las clases de piano que me dictaba Aurora Pérez y antes de ella tuve de profesora a ‘Chela’ Torrontegui que falleció hace poco tiempo y de la cual tengo el mejor de los recuerdos”, valoró, mientras se disponía a beber su café.

Víctor tenía muy en claro lo que quería para su destino: “Mi papá me quiso poner un bandoneón en las rodillas, mientras su orquesta ensayaba en la cocina de mi casa, la cual tenía solo un dormitorio. A él le dejé en claro desde el primer momento que quería tocar el piano, tenía tal fascinación por el instrumento que le colocaba las servilletas arriba de las teclas para que no se ensucien”.

Nora Roca, Horacio Ferrer y Víctor Volpe.

“Si hubiese estudiado para ser bandoneonísta hubiese estado más loco todavía, porque su estructura es la de un instrumento más complejo que no tiene un teclado consecutivo con las siete notas musicales. A los 7 años comencé a tocar con una orquesta compuesta por alumnos de mi papá con los que siempre tocábamos en eventos escolares”, detalló, trayendo al presente un momento crucial en su devenir.

No obstante, puso un mojón en uno de los episodios que más lo marcaron: “La máxima fue presentarnos en el auditorio de la cadena de LU7, que a nivel nacional correspondía a Radio El Mundo, en un concurso que se llamaba ‘Radiolandia Busca Una Estrella’. Allí fuimos, pese a mi corta edad y junto a la orquesta compuesta por mi piano, un contrabajo, seis bandoneones, otros tantos violines, un acordeón para reforzar ciertos sonidos y realizábamos arreglos que hacían los profesionales”.

“Pese a que con el correr de la adolescencia se fueron sumando compromisos con la música, debo admitir que no me perdí nada de los acontecimientos propios de esa edad, lleno de amigos y con el lema de mostrarme siempre en contra de la violencia. Me gustaba el fútbol, el básquet, deportes de los que me considero fanático mirándolos por televisión. Soy simpatizante de Rosario Puerto Belgrano y San Lorenzo, sin dudas me gusta sufrir”, afirmó, con relación a los colores casi idénticos que lo apasionan.

La formación actual del Grupo: Federico Kuperman (contrabajo), Fernando Tomassini (batería), Víctor Volpe (piano), Nora Roca (voz), Raúl Soto (vientos) y Nicolás Malbos (bandoneón).

Consultado respecto a si debió sacrificar momentos propios de la adolescencia, no vaciló: “Con todo el amor que siento por la música, había ocasiones en las que me hacía la rata a las clases de piano para ir a jugar con la pelota de trapo con mis amigos. Cuando cumplí los 18 años, estaba en boga la Ingeniería Química como la carrera del futuro y mi papá me exhortó a que me inscriba, pero fue una aventura que duró poco”.

“Venía a Bahía a ver los grandes conciertos que había en el Teatro Municipal, pero no pisaba la universidad. Para él no fue fácil comprenderlo, hasta que me tocó el servicio militar, en una fea época, pero a la semana me salvé por la vista y al poco tiempo empecé a trabajar en los talleres generales de la Base, entre los 20 y los 28 años. Era ‘estudiás o trabajás’, independientemente de la música, que nunca dejó de estar en mi vida, era mi hobby pago”, rememoró Volpe.

Su talento le iba a dar el lugar que se merecía: “A los 17 años ya empecé a trabajar artísticamente en el Almacén de Tango, en la esquina de Rodríguez y Granaderos, acompañando a los cantores que venían de Buenos Aires, más precisamente de Grandes Valores, un trabajo que me dejaba buen dinero. La música era lo que te alimentaba el espíritu, haciendo lo que a uno le gusta, uno no lo tomaba como una profesión, alcanzaba con saber tocar y leer una partitura, eso te abría un montón de puertas”.

“Me casé a los 23 años en Punta Alta y cuando me mudé a Bahía Blanca con la madre de mis dos hijos, ya trabajaba en el Banco del Sud, donde permanecí 11 años. Entré gracias a la música, porque en esa época con 30 años era imposible que te den empleo en un lugar así”, destacó, entendiendo que fue indispensable para contar con un sustento fijo que le permita progresar en el ambiente artístico.

“En una actuación con un trío compuesto por mi papá, Rubén Amayo en contrabajo y yo, hicimos unos shows en Choele Choel, junto a Luis Filipelli, Jorge Sobral, entre otros. Era una convención de gerentes y asesores del banco en un hotel muy lindo, me presentaron al dueño de la entidad financiera que me preguntó dónde trabajaba, le contesté dónde me desempeñaba y me dijo ‘usted no puede estar ahí’”, agregó, poniendo sobre la mesa una anécdota.

“El Banco del Sud tenía la fama de contratar empleados populares en otras actividades: (Beto) Cabrera, Darío Buzzo, (“Tato”) Zapata, que eran las caras visibles en cada uno de los mostradores. Me citó el lunes en su oficina y al día siguiente ya estaba ocupando un rol administrativo, sin ningún tipo de experiencia previa, solo sabía usar calculadora y trabajar con la máquina de escribir. Me permitía tener previsibilidad porque, cumplía las ocho horas en el banco y después dedicarle tiempo a la música”, dijo, esbozando una sonrisa en su rostro.

Esa estabilidad le permitió encarar su carrera con otra perspectiva: “Ya con un tiempo transcurrido viviendo en Bahía Blanca, Juan Carlos Schimizzi vino a proponer al trío que integraba y llevaba el nombre de mi papá trabajar en un cabaret que con los años tuvo muy mala fama. Pero si en la Base Naval ganaba 100, en el banco cobraba 300 y en el local nocturno de calle Soler me pagaban 600”.

“Llegó un momento en que me cansé de esa vida y dí un paso al costado de ese lugar, haciéndole caso a mi papá que me había advertido que no se podía sobrellevar física y mentalmente la vida con un empleo de noche. En ese entonces no era un feo ambiente, muchos matrimonios iban a ver los shows porque venían grandes cantores, hasta que se desvirtuó y se degeneró”, reflexionó Víctor.

La vida lo puso a prueba: “Fue una etapa en la que de a poco empecé a tomar las riendas de los proyectos, entendiendo que el tango como música para bailar no tenía la penetración de etapas previas, además de que nunca me gustó tocarlo. Comencé a incursionar en una onda más Piazzolla, menos milonga del estilo D’Arienzo, sin desmerecer su trabajo, pero apelando más al recurso de los arreglos y saliéndose de la cosa de todos los días”.

“Era un camino mucho más espinoso, pero humildemente debo reconocer que nos fue muy bien, ganamos un importante caudal de público, a punto tal que nos propusieron hacer una presentación en el Club Universitario y pese a que mi papá dudaba, hicimos una puesta en escena instrumental, sin cantante”, se enorgulleció, por haber sorteado con éxito un desafío que parecía complejo.

Fueron momentos de disfrute absoluto para Volpe: “Cuando oficialmente tomo la dirección del trío, mi viejo me cedió el espacio y eso me dio un impulso para escribir arreglos y me resultaba muy fácil, porque tenía a él como la persona que me iba guiando, formando un equipo que fue cambiando sus miembros, pero siempre respetando un estilo propio”.

“El punto máximo fue la invitación para grabar nuestro primer disco, que en ese entonces era reservado a una minoría; fue en el año 81 y se llamaba ‘Matices de mi ciudad’, con un solo tema propio y arreglos sobre otros. Para que no fuera meramente instrumental, sumamos a Carlos Monsalvo y a Schimizzi que hicieron un par de canciones cada uno”, aclaró, mientras bebía el último sorbo de la infusión.

Como suele ocurrir, una puerta fue abriendo a la otra: “Eso nos acercó a El Viejo Almacén de Edmundo Rivero, un sueño cumplido, pese a que mi etapa de viajar a Buenos Aires llegó más adelante. El Trío Volpe Tango Contemporáneo compuesto por José Luis “Pinky” Fernández en bajo eléctrico y mi papá, dejo de ser tal al incorporarse Gustavo Fernández en la percusión, siendo el Grupo Volpe Tango Contemporáneo”.

“Fueron años de tener una gran cantidad de presentaciones en Bahía Blanca y la región y grabamos un demo que le hice llegar a Lito Nebbia, a quien conocía de antemano, y nos propone grabar un disco que se llamó ‘Más Allá’ y otro llamado ‘Tangos del Ángel’, donde fuimos músicos invitados con Bernardo Baraj, entre otros y nuestra función era sumar cuerdas y teclados”, infló el pecho orgulloso el pianista.

Y la describió: “Fue una experiencia casi emparentada con el jazz, algo muy loco, un espaldarazo que nos permitió establecernos en Buenos Aires. En los inicios de la década del 90, salieron ambos trabajos juntos en formato de CD, lo que abrió la puerta para que luego nos juntemos con Nora Roca, Sergio y Adriana para hacer un espectáculo que se llamó ‘Del Mismo Palo’”.

“Todos juntos, sumando a Daniel López a la orquesta, grabamos un disco en vivo en el Teatro Municipal, llenando la sala en una época en la que no existían las restricciones de aforo que hay actualmente. Ese fue el puntapié inicial de mi relación artística con Nora. Ella se afincó en Buenos Aires, con el Grupo fuimos invitados a España y logré desde lo personal vínculos con colegas de Italia”, puntualizó Volpe.

Consultado sobre aquellos viajes, expuso que “fueron tres veranos consecutivos, entre 2004 y 2006, viajando al Viejo Continente. Y en paralelo trabajé con Nora en el Café Tortoni, junto a músicos de Buenos Aires, era lo máximo. Unos años antes, nos habían echado a todos del banco y fue allí donde me decidí a dar clases de canto, una paradoja porque toda la vida se me vinculó con el piano”.

“Mi ex esposa, de la cual estoy separado hace cinco años y sigue siendo el amor de mi vida, siempre me insistía con que trabajara como profesor. Casi como un renegado me negaba y sin motivos, hasta que un día me animé a ser docente vocal, pese a que canto muy mal, pero me especialicé en interpretación de tangos, apoyado en mi experiencia de acompañar a tantos cantores. En Punta Alta tengo no menos de seis artistas que salieron y se destacaron, tanto es así que hoy continúo dando clases”, expresó.

“No tendría paciencia para enseñar piano, porque soy muy egoísta al considerarme el dueño del instrumento, salvo que apareciera algún alumno con conocimiento avanzado y que quiera aprender tango”

Con relación a su actualidad, contó que “soy empleado de la Dirección de Cultura de Coronel Rosales. Hace tres años, cuando cumplí los 65 me podría haber jubilado, dando clases, pero me hice el distraído hasta que me empezaron a instar a que dé un paso al costado, algo que inexorablemente ocurrirá en un par de meses, algo que me da mucha bronca porque tengo mucho por dar y un gran entusiasmo”.

“La pandemia nos hizo mucho daño en materia de proyectos, el streaming no fue lo mismo, por eso queremos volver a ensayar, aunque más no sea para recordar lo que hacíamos. No obstante, Nora Roca es una compañera indisoluble con la que hacemos shows permanentemente. Mi papá dejó de tocar a los 91 años y es algo de él que debo haber heredado”, teorizó, con algo de nostalgia.

Por último, habló sobre el peinado tan particular que lo acompaña desde hace décadas: “El look es algo que sostengo desde que tenía 35, con el pelo largo y atado como un sello que hace que todos me reconozcan y saluden por la calle. Es una cuestión de crear una imagen, subir a un escenario y usar un pañuelo para recoger el cabello, permite ser sencillamente identificable para los que no suelen frecuentarme pero me conocen por mi labor artística”.

“Un estilista me contó en Brasil que había trabajado con Juan Carlos Baglietto, otro artista que, mientras pudo, usó el pelo largo y al que, cuando se le empezó a caer, le sugirió que use un sombrero para que el cambio de la imagen no sea tan drástico, lograr atemperar esa diferencia brusca ante la mirada de sus seguidores”, sintetizó.

Por último, no vaciló en asegurar que “jamás nadie me exigió cortarme el cabello, ni siquiera en el ambiente del tango que cambió muchísimo, pese a que los jóvenes con mucho más preparación aún se remiten a hacer temas del año 30 o 40, sin mostrar la ciudad de hoy desentendiéndose de que el tango es una descripción de momentos sociales”.

Víctor quería perpetuar esta conversación, lo transportó a recuerdos que tenía bien guardados y lo conectaron con un recorrido que hoy lo pone como un ejemplo de las nuevas generaciones que anhelan con lograr aunque sea un pequeño porcentaje de lo obtenido por él. Y eso es mucho, de verdad.

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