De Ayer a Hoy
Gregorio continúa trabajando en un taller como desde hace casi 80 años
El nonagenario mecánico no renuncia a su pasión y ahora colabora con uno de sus hijos. La niñez en el campo. Cómo aprendió el oficio. Y el lema: “No hay receta para llegar a mi edad, solo mantenerme activo”.
Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/Twitter: @leandrogrecco
Gregorio Iurchuk creció rodeado de naturaleza y trabajo duro, donde cada día comenzaba con el canto del gallo y el aroma a tierra húmeda. Sin embargo, desde temprana edad, mostró una determinación que lo distinguía: sabía, casi con certeza divina, que su vida estaría dedicada a la mecánica. En los momentos de descanso en el campo, entre juegos y sueños, sentía un llamado que lo alejaba de ese entorno, guiándolo hacia un destino donde, entre herramientas y motores, lograría cumplir su propósito.
Con apenas unos años, la vida lo llevó a Bahía Blanca, ciudad que se convertiría en el escenario de su crecimiento personal y profesional. Allí, logró cumplir su anhelo al integrarse en un taller mecánico, el primer sitio donde empezó a formarse en su vocación. Era apenas un aprendiz, pero su dedicación y disciplina le ganaron el respeto de sus colegas. Día a día, fue adquiriendo conocimientos y habilidades que lo llevaron a quedarse en aquel mismo lugar durante más de 30 años, hasta que, finalmente, llegó el momento de tomar las riendas del taller. Hoy, ese espacio es testigo de su entrega y pasión, y se ha convertido en un símbolo de confianza y excelencia en la comunidad.
La historia de este hombre ejemplifica la vigencia de una vida guiada por el propósito y la perseverancia. Ahora comparte su pasión con su hijo, quien trabaja a su lado diariamente, codo a codo. Dueños de vehículos de todas partes llegan a él con confianza, sabiendo que no solo recibirán un servicio de calidad, sino también el respeto y dedicación de alguien que ama profundamente su labor. Su historia remite que los sueños, cuando se persiguen con determinación, pueden crear un legado que solo pocos afortunados pueden ostentar. En LA BRÚJULA 24, se somete a la sección “De Ayer A Hoy” un verdadero ejemplo que despierta gran admiración.
“Nací hace algo más de 90 años en Villa Iris. Mis padres vinieron allá por 1914 desde Kiev (Ucrania), el primero en llegar fue mi papá Basilio Iurchuk y al poco tiempo lo hizo mi mamá Anastasia Berchenko. Ya en Argentina se casaron y tuvieron ocho hijos, seis mujeres y dos varones, fui el cuarto en nacer y tres de mis hermanos ya fallecieron”, fueron las primeras palabras del entrevistado.
Y añadió que “una buena parte de mi infancia transcurrió en el campo, donde empecé a trabajar siendo muy chico, arando y sembrando la tierra. Comencé a colaborar con mi familia con tan solo seis años en un establecimiento que estaba muy cerca de San Germán. Fue algo que hice con muchísimo gusto”.
“Sobre mi formación, recuerdo que primero venía una maestra a mi casa y luego fui a una escuela rural hasta que a los 11 años ya me radiqué en Bahía Blanca porque estaba entre dos opciones para gestar mi vida laboral: la aviación o la mecánica, pero me incliné por esta última”, recalcó, haciendo gala de su prodigiosa memoria.
En ese sentido, recordó que “vine solo, a la casa de unos parientes, siendo el primero de los ocho hermanos en dejar el campo porque luego algunos de ellos fueron llegando acá para estudiar. Estos familiares que me recibieron en su casa tenían un taller que, en definitiva, fue el lugar donde aprendí el oficio y me pude desempeñar laboralmente durante 34 años”.
“Estaba en Brown al 1500 casi Chubut, donde ahora hay un complejo de departamentos. Para ese entonces ya había abandonado el estudio y empecé como ayudante del mecánico, logrando incorporar rápidamente todos los conocimientos porque me gustaba mucho la tarea diaria”, enunció Iurchuk.
Aún siendo joven, logró echar raíces firmes pensando en ser artífice de su propio destino: “En ese lapso me casé con mi esposa Jackeline, con quien formamos nuestra propia familia y pudimos comprar una casita. También me tocó hacer el servicio militar en Río Gallegos, donde llegué en barco, conocí el frío, pese a que debo ser sincero, no lo sufrí para nada y fui chofer de los jefes del Ejército”.
“Con relación a mi empleo, me gustaba todo, desde arreglar una caja de cambios hasta reparar motores y el tren delantero de los vehículos que nos traían para arreglar, iba donde me mandaban (risas). Fueron mis patrones los que edificaron el lugar donde tengo el taller en la actualidad, en Brown 1694”, resumió Gregorio, al evidenciar el paso adelante que dio con un proyecto propio.
Consultado respecto a cómo se gestó ese paso al frente en su vida, afirmó: “Primero me vendieron la planta baja de ese inmueble y posteriormente el piso de arriba, así fue que nació el espacio que me permitió alcanzar una independencia desde el punto de vista laboral. Al principio atendía muchos camiones, pero luego me dediqué casi exclusivamente a los autos”.
“La mecánica ha cambiado muchísimo, hoy todo es mucho más sofisticado, empezando por los vehículos que tienen sus bombas inyectoras y mecanismos de funcionamiento más complejos. Antes, con pocas herramientas, se podían hacer reparaciones que hoy requieren de cierta tecnología”, dijo, sin renegar ni plantear reparos con el avance de la modernidad.
Lejos de bajar los brazos, apuesta a entender cómo funciona el material que es objeto de su rubro: “Aún al día de hoy uno sigue aprendiendo porque los coches más modernos te obligan a estar actualizado permanentemente. No reniego de eso, me encanta incorporar conceptos porque en definitiva soy de los que piensa que con el amor propio se puede saltar cualquier barrera”.
“Soy padre de tres hijos, de los cuales Roberto, el mayor, murió hace unos diez años de un infarto, la del medio, Viviana, es Ingeniera Química y Walter que abraza la misma pasión por los fierros. A él lo sigo acompañando a diario porque se hizo cargo de llevar adelante el taller y fue el responsable de que este lugar siga en pie”, enfatizó con emoción.
Claro que hubo episodios que hicieron que Iurchuk tambaleara: “Tanto la inesperada pérdida de mi hijo, como la de mi esposa hace 20 años fueron dos impactos difíciles de poder asimilar. Gracias a mi trabajo pude cosechar una gran cantidad de amistades, clientes con los que uno fue forjando un hermoso vínculo que perdura en el tiempo”.
“A veces me cuesta comprender a la sociedad actual. Ha cambiado radicalmente, se ha perdido el valor de la palabra y el respeto hacia las personas mayores porque si hubiese contestado a mis padres como lo hacen los chicos ahora me ligaba flor de reto. Siento que falta más cultura y educación”, lanzó con cierta preocupación.
A Gregorio le brillaron los ojos hablando de su descendencia: “Tengo siete nietos –Tamara, Joaquín, Lucas, Ludmila, Lucía, Florencia y Matías– y dos bisnietos –Bautista y Felipe– que hacen que le den felicidad a mi vida, pese a que ninguno quiere saber nada con seguir el legado familiar (risas) porque muchos de ellos son profesionales”.
“Los autos de carrera me gustaron desde siempre, inclusive estuve a punto de correr en Turismo Carretera, en tiempos de Juan Gálvez y Emiliozzi. Sin embargo, la familia no quiso saber nada y tenía temor de que me muera, por eso solo quedó en un proyecto inconcluso. Si hasta teníamos el auto que luego utilizó Segundo Taraborelli”, exclamó llegando al cierre del ida y vuelta.
Los años no vienen solos y él lo sabe, al admitir que “más allá de algún achaque puntual desde el punto de vista físico, a raíz de un dolor crónico que tengo en mis rodillas, no hay día que no me despierte con ganas de venir acá. Qué me puedo quedar haciendo en casa, aburrido, si en este lugar puedo ayudar y hasta renegar un poco”.
“Sigo trabajando porque con lo que gano de mi jubilación no podría vivir, pero no existe una receta puntual para seguir como el primer día. No me cuido con las comidas, tampoco tomo alcohol ni fumo y de tanto en tanto me hago chequeos médicos de rutina. Siempre sostengo que si no estuviera activo no estaría en este plano y ya habría dejado este mundo”, finalizó.
Con una predisposición pocas veces vista por este cronista, buscó en una libreta, como si fuera el baúl de los recuerdos, un lote de fotos en blanco y negro que lo trasladan a unos 70 años atrás. Con entusiasmo, explicó cada una de ellas, con lujo de detalles. Si hay algo que se puede destacar sobre Gregorio Iurchuk es que no pasa desapercibido y su bonhomía lo caracteriza por sobre cualquier otra virtud.
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