WhatsApp de Publicidad
Seguinos

DE AYER A HOY

Padeció violencia de género, lamió sus heridas y dedicó la vida a ayudar

De origen humilde, Nivia Ciraudo transitó por todos los estados hasta llegar a transformarse en fomentista. Su compromiso social. Y una frase demoledora: “Cuando mi ex me golpeaba, sentía que podía morir”.

Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/Twitter: @leandrogrecco

Desde niña, a la protagonista de la edición de esta semana, la vida la empujó a madurar rápidamente, enfrentando circunstancias dolorosas que la pusieron a prueba una y otra vez. Cada obstáculo que se le presentó, desde la pérdida de seres queridos hasta dificultades económicas, forjó en ella una fortaleza que no se quebró, aunque el desafío más grande estaba por venir. Su infancia, lejos de ser un tiempo de inocencia y juegos, se convirtió en una etapa de constante aprendizaje sobre cómo sobrevivir en un mundo que le daba más golpes que abrazos.

El momento más difícil de su vida ocurrió en Neuquén, donde sufrió episodios brutales de violencia de género a manos de su ex pareja. Este acontecimiento fue tan extremo que, temiendo por su vida, tomó la dolorosa decisión de huir del calvario, incluso dejando atrás a sus hijos, todo para evitar un destino trágico. Aquella noche en la que escapó marcó un antes y un después; su cuerpo y alma quedaron marcados, pero su espíritu indomable la empujó a buscar una nueva vida lejos del horror.

Al regresar a Bahía, comenzó de cero, reconstruyendo su vida desde los cimientos. Con el tiempo, no solo formó otra familia que le brindó el amor y apoyo que tanto necesitaba, sino que también encontró en el fomentismo una forma de canalizar su experiencia hacia algo positivo. Desde este nuevo rol social, se dedicó a ayudar a otros, especialmente a aquellos que, como ella, han sufrido y sobrevivido. Nivia Ciraudo relata en LA BRÚJULA 24 cómo se puede volver a intentarlo, incluso hasta cuando todas las puertas parecen cerradas.

“Nací en Neuquén, pero a los cuatro años vine a vivir acá y ya casi no me volví a ir, salvo por un breve lapso de tiempo. Soy hija de madre soltera, una mujer que también tuvo a mi hermana más chica llamada Alejandra y que luego conoció a quien se convirtió en mi papá del corazón, un ser maravilloso que incluso me dio hasta su apellido”, esgrimió Ciraudo, en el salón de la sede de la Sociedad de Fomento del Barrio El Nacional.

Y no dudó en expresar que “todo lo que soy se lo debo a él y a mi madre. A los cuatro años sabía leer, escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir porque me lo enseñó mi padre. La primaria la hice en la Escuela Nº 17 y considero que gracias a eso me resultó más sencillo, sumado a que era bastante aplicada”. 

“A los 11 años, mi mamá se enfermó de Lupus, ella tenía 31 y a los 35 terminó falleciendo, fue así que me tuve que hacer cargo de mi casa. Quedamos mi papá, que era albañil, mi hermana y un hermanito menor que hacía no mucho tiempo había llegado al mundo”, resumió, mientras ofrecía un mate a este cronista.

Al momento de rememorar su pasado, acotó que “éramos muy pobres, vivíamos en un hogar muy humilde en el Barrio San Cayetano, más precisamente en una casa de Zapiola al 1900, a dos cuadras de la iglesia en la cual hice la comunión y la confirmación”.

“El día anterior a cumplir 15 tuve mi primer empleo en la casa de familia en la que había trabajado mi mamá, luego en una panadería llamada La Vasconia, sobre calle Rosario, reemplazando a mi tía que hacía la limpieza y en algunos momentos hasta atendí el mostrador”, infirió Nivia con un tono pausado y su dulce voz.

No obstante, no tuvo dudas en marcar una diferencia de época: “El trabajo antes era algo que daba dignidad y, en situaciones en las que un adolescente tiene que ayudar a su familia no lo veo como algo negativo siempre y cuando puedan compatibilizarlo con el estudio”.

“Antes de ser mayor de edad tuve una pelea con mi papá y me fui a Neuquén a vivir con mis tíos maternos, donde permanecí un tiempo y me puse en pareja, una relación que terminó mal porque sufrí violencia de género”, lamentó, con la voz entrecortada y un nudo en la garganta.

Asimismo, describió que “ese hombre, con quien tuve cuatro hijos, me hizo vivir una etapa fea y terminó quedándose con los chicos, a los cuales no pude ver más, salvo uno de ellos que me buscó por redes sociales. Solo vino a conocerme la cara, me dijo que su padre les había dicho que había muerto y que ninguno de sus hermanos quería saber de mi”.

“Trato de seguirlos por la computadora, aunque me tengan bloqueada. Sé que están bien, además sigo el crecimiento de mis nietos, lo más importante. Lo bueno es que después de esa visita ya dejé de despertar a los gritos llorando todas las noches por la incertidumbre de saber si estaban bien. Pese a que conté mi versión de la historia, ellos siguieron con su vida”, aseveró, con un indisimulable dejo de resignación.

La mamá de Nivia y su papá del corazón.

Ciraudo recapituló en su relato: “Volviendo a esa situación tan complicada con mi ex pareja, en el afán de huir del calvario de agresiones, viajé a un sector rural de Cipolletti para trabajar en casa de una mujer viuda con la idea de cobrar el primer mes y con ese dinero comprar el pasaje para regresar a Bahía y encontrarme con parte de mi familia, salvo mi hermana que se quedó en Neuquén”. 

“Cuando se cumplieron los 30 días, le pregunté si me iba a pagar, a lo que esta señora me respondió que ella solo me daba techo y comida. En ese momento, con 28 años y casi nada de dinero fui a la Terminal de Ómnibus de Cipolletti y le dije al hombre de la boletería hasta dónde podía llegar con el puñado de plata que tenía”, aclaró, sobre una de las situaciones más dramáticas. 

El panorama era sombrío: “Me alcanzaba para bajar en Choele Choel. Subí al micro y al arribar pregunté dónde estaba el hospital. Llegué y le expliqué mi situación al médico, pesaba solo 46 kilos por lo que me dejó internada con unos calmantes que me permitieron descansar. A la mañana siguiente, al despertar, vino una asistente social y me entregó un pasaje para viajar a Bahía”.

“Puse un pie en esta ciudad de madrugada y por esas cosas de la vida, antes de ir a la casa de mi padre, quise pasar por el cementerio a ver la sepultura de mi mamá, caminé y cuando entré llegué hasta el lugar. Vi algo raro y fui a la oficina del ingreso para preguntar, donde me confirmaron que una semana antes había fallecido mi papá”, refirió con cierto dolor. 

Sobre ese punto, añadió que “tuvo una neumonía muy fuerte, estuvo internado y murió. Procesando toda esa situación, caminé hasta la casa de mi hermano, él había viajado a Buenos Aires, por lo que ya no sabía qué hacer. Me acordé que en el camino vi una cruz, regresé hasta la Iglesia Nuestra Señora del Carmen de calle Baigorria”. 

“Hablé con el Padre Alberto, quien me dio cobijo en el lugar. Estuve también en el Hogar del Peregrino de Natty Petrosino hasta que la secretaria del sacerdote me dijo que tenía dos trabajos para mí, uno a dos cuadras de la iglesia y el otro en calle Italia al 1700 para cuidar a dos abuelitas que estaban solteras. Elegí este último pese a que era más lejos”, afirmó Ciraudo, promediando el diálogo con este diario digital.

A la izquierda, con sus tres hijos del corazón (Eduardo, Javier, y María Eugenia) y a la derecha con sus cuatro hijos biológicos (los mellizos Ulises y Gilberto, Estrellita y Emanuel).

Con entusiasmo, asumió el desafío: “Mi función era limpiar el departamento interno que tenían al fondo, luego les hacía la comida y un poco de compañía. Trabajando ahí, una vecina que se encargaba de lavarles las sábanas a ellas dos me comentó que enfrente vivía un señor, que se había separado hacía un tiempo y viajaba seguido. Ella se había enterado que estaba buscando a alguien que le hiciera la limpieza”.

“Ese hombre es Darío, mi pareja desde hace 30 años, quien tiene un hijo viviendo en Pringles y al que considero también como propio y otros dos muy chicos acá en Bahía a los que también quiero mucho y que terminé criando”, exclamó Nivia con orgullo y satisfacción.

Un proyecto de vida hizo salir el sol en su vida: “Al tiempo, compramos un terreno en el barrio El Nacional para construir nuestra casa, viniendo primero en 1995 a un galpón de chapas que era prestado y no tenía ni siquiera ventanas. Éramos los únicos en la manzana, en un sector con pocas edificaciones y en 2001 comencé a trabajar como fomentista, dentro de la comisión directiva”.

“Fui ocupando diversos cargos, fui tesorera y secretaria, más tarde me tocó presidir entre 2010 y 2015 y, luego de siete años de alejarme de la CD, volví a estar al frente de la institución en 2022. En ese lapso donde no continué dentro del organismo me enfermé, tuve un principio de cáncer de esófago, con una salud que se vio visiblemente afectada”, evocó, al hablar de otra dura contingencia que debió asumir.

Como dice la canción, el amor es más fuerte. “Si bien no estaba en la comisión, creo que una nunca deja de ser fomentista porque lo hace de corazón, ese contacto con la gente que te gusta es algo que no lo podés dejar si realmente lo sentís. Es que me habían practicado una operación muy grande, por suerte el tumor está encapsulado y contenido, lo que me permitió volver al ruedo”.

“En la actual comisión logramos que chicos jóvenes se involucren y seamos un grupo más numeroso porque la pandemia le jugó en contra a la institución. Me buscaron para que los guíe y me convencieron para volver, aclarándoles que tampoco era mucho lo que tenía para enseñarles, más allá de la intensidad que le pongo a cada cosa que emprendo”, recalcó la entrevistada.

Posando con sus cuatro hermanos.

Consultada sobre en qué consiste la labor en el espacio que es como su segunda casa, detalló: “Acá uno lleva adelante todo tipo de trabajos, se gestiona por obras necesarias para el barrio, hemos logrado cuadras de asfalto, poner en valor la plaza y la colocación de luces LED, sumado a lo que había peleado la conducción anterior por la obra de calle Parera”. 

“Otro de los puntos en los que tratamos de interceder es en el tema de las cloacas porque la mitad del barrio no contaba con ese servicio. El otro perfil de trabajo apunta a lo social, mediando con vecinos cuando surge algún conflicto, aportando alimento, ropa o medicación para alguien que está enfermo”, sumó Ciraudo. 

Y no se amilanó: “Tenemos la gran suerte de ayudar incluso a gente que vive en otros sectores y también a personas que viven afuera de Bahía Blanca. En esta sociedad de fomento no hay partidos políticos, religión ni clubes de fútbol (risas) lo que nos permite ser un puente para ayudar y dar solución a los problemas”. 

“También formé parte de Peluqueras en Acción, junto con Stella Maris Dinoto, con quien cortábamos el pelo en el salón de la Sociedad de Fomento e, incluso, en la Unidad Penal Nº 4 de Villa Floresta a personas privadas de su libertad”, aseguró, con la certeza de que aquel aporte la marcó fuertemente-. 

Su espíritu inquieto y la visible intensidad que la define la mantiene siempre en movimiento: “Además, integré el voluntariado de Oncología en el Hospital Raúl Mattera con la psicóloga Fabiana Acosta y también tuve un breve lapso integrando la ONG Forestar Bahía, donde la premisa es la plantación de árboles”. 

Mirando un punto fijo, se inspiró para apuntar: “En resumen, creo que todo lo feo que me pasó me dio fuerza y luego lo logré canalizar en el trabajo social, empujándome a realizar cada una de mis tareas diarias. El papá de mi ex pareja fue comisario principal retirado y tenía tíos en la gobernación en Neuquén, por eso cada denuncia que hice, terminaba desapareciendo”.

“La vida es eso, debemos aprender de lo que nos pasa y, en esa experiencia, obrar lo mejor posible porque uno no logra que le abran las puertas y se encierra en sí mismo cayendo en un pozo profundo. Frente a cada episodio de violencia de género, muchas veces sentí que podría haber muerto”, concluyó, dando cuenta de una desgarradora confesión.

El derrotero de Nidia Ciraudo, lleno de pruebas, es ahora un testimonio puro de resiliencia y un ejemplo de cómo, incluso en las situaciones más oscuras, se puede encontrar la fuerza para renacer. Actualmente disfruta de la tranquilidad de encarar la rutina diaria sin el dolor que la acompañó por décadas y mucho tuvo que ver en esta realidad el entorno que la rodea.

Lo más leído