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DE AYER A HOY

Pedro Giorlandini, un referente del arte bahiense que lleva la música en la sangre

Artista conceptualmente integral, vive con la misma intensidad del primer día una actividad que lo llevó a trascender. Su carrera itinerante para tocar con figuras. Y un consejo: “Es clave estudiar, pero también relacionarse”.

Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/Twitter: @leandrogrecco

Pedro Giorlandini recibió semanas atrás un reconocimiento por el Honorable Concejo Deliberante como Personalidad Destacada de la Ciudad. Sin lugar a dudas, la distinción en sí misma significa un mimo al corazón del protagonista, pero detrás de ese homenaje, hay una historia por descubrir y el propósito de este artículo es intentar detectar esos disparadores.

Profetizar en la propia tierra está reservado a unos pocos y, si bien los caminos lo llevaron a surcar otros rumbos, el amor por las raíces siempre fue más fuerte. Afincado en Bahía Blanca, hoy se da el lujo de vivir de una vocación que, con vaivenes, desplazó cualquier otra alternativa, siendo la pasión lo que lo movilizó a jugársela de lleno. En La Brújula 24, todo el trasfondo de ese destino.

“Más allá de las vueltas de la vida, soy bien bahiense. Mi papá se hizo conocido en los programas de radio donde analizaba la letra de los tangos, además de haber sido abogado y profesor de la universidad. Uno de mis primos abrazó esas mismas profesiones y otro tiene inmobiliaria. Digamos que por eso a mucha gente puede resultarle familiar mi apellido”, dejó como explicación en lo que respecta a una de las consultas más frecuentes que recibe.

Luego se remontó allá lejos y hace tiempo: “Tanto mi fallecido hermano menor Pablo como yo nos dedicamos a la música. Si bien nacimos en esta ciudad, nos criamos en Buenos Aires porque allá vivían nuestros padres, independientemente de que nuestros abuelos eran de acá. Mi papá estaba estudiando en Capital y se recibió con una edad avanzada, a los 36 años, cuando yo estaba a punto de empezar la primaria”.

“Con tan solo cuatro años empecé a ir al Conservatorio Williams que ya no existe más y por idea de mi mamá. Ese fue mi primer contacto con la música. De la infancia recuerdo una plaza a la que íbamos a jugar que, según mi percepción de niño, tenía el pasto altísimo y cuando la volví a visitar noté que no era para nada así (risas), que era parte de mi imaginación de pequeño. Era solo un cantero, más allá de que yo sentía como si fuera una montaña”, evocó con nostalgia.

Giorlandini explicitó que “cuando nos radicamos en Bahía comencé mis estudios en la Escuela Nº 7, mientras vivía en el barrio Napostá, más precisamente en una casa sobre Casanova, entre la avenida Alem y 12 de Octubre. La ciudad no me resultaba ajena porque los veranos los pasábamos en la casa de una de mis abuelas, lo que hizo que la adaptación no sea tan brusca”.

“Jugué al básquet en el club San Lorenzo del Sud, aunque lo mío era la música. Mi mamá tocaba muy bien el piano, fue profesora, pero nunca ejerció. Con 10 años y acompañado por mi hermano, empecé a tomar clases con la profesora del barrio que se llamaba Eliana Maruenda. No obstante, detestaba tocar ese instrumento, pero llevaba la música adentro porque mientras mis amigos jugaban a los cowboys, yo hacía que tocaba la guitarra”, indicó, en una de las dependencias de su domicilio del macrocentro, donde además funciona su estudio de grabación.

Apelando a su buena memoria, estableció: “A los 13 me junté con Julio “el Ciego” Moreno que iba al primer año del Ciclo Básico conmigo y empezamos a tocar. Él con la guitarra criolla y yo con el piano hacíamos temas. Eso me amigó con el instrumento porque me enganché con componer y estudiar para hacerlo seriamente. Ya a los 16, sabía que esta actividad me iba a acompañar por el resto de mi vida”.

“Se armó un grupo con Sergio “el Laucha” Iencenella, Ramiro Musotto y Oscar Liberman, aunque éste último no llegó a debutar y solo participó de algunos ensayos porque priorizó estudiar para su profesión. A Ramiro lo conocí a los seis años, él era muy estudioso y se inclinó por la música brasileña”, dijo el multifacético artista.

Hubo un hito en la trama clave: “Todos tuvimos un profesor llamado Carlos Viáfara Giménez que nos enseñó con palillos a hacer dictados rítmicos para escribir las notas musicales. Recuerdo que la primera vez que me escuchó tocar el piano me marcó la falta de ese ritmo, al tiempo que me inculcó el concepto de armonía e improvisación”.

“Eso nos vino bárbaro a todos, pero en especial a Musotto que se radicó en Brasil y pudo aplicar los conceptos para escribir cada cosa que escuchara. Después terminó dando clases en la Universidad de Música de Salvador, un argentino, un delirio porque es como si un japonés viene acá a darnos clases de bandoneón. Con su salida, el grupo se diluyó porque éramos muy amigos y era con todos o con ninguno”, reveló, en otro segmento de su testimonio.

Armar las valijas se empezó a convertir en una costumbre: “Al tiempo me fui a vivir a Buenos Aires y como tenía que hacer el Servicio Militar, pedí prórroga para terminar el secundario. Sin embargo, no culminé mis estudios y le dije a mi papá que la idea era terminar el colegio como alumno libre, algo que tampoco ocurrió. Lo que a él le cayó mal de entrada es que quisiera ser músico, sin embargo, con el transcurrir de los años, lo aceptó y le gustó mi elección”.

“Mi objetivo no era hacer una carrera universitaria. En el trayecto, averigüé qué instrumento no se daba en el Conservatorio de Bahía Blanca para entrar a la orquesta. Era el cello, entonces le dije a mi papá que quería estudiarlo para irme a Buenos Aires. En el único lugar del país donde se aprendía era en La Lucila, donde quedé libre a los dos meses porque no iba a las clases y me la pasaba tocando el piano, haciendo temas y reunido con amigos”, acotó, en virtud de un período de cierta rebeldía.  

No obstante, no desaprovechó la ocasión: “Conocí mucha gente, entre ellos al ‘Chango’ Farías Gómez y a Marilina Ross, con la cual estuve a punto de sumarme a sus músicos, pero mis padres se asustaron porque transcurría el año 1983. Mi look de pelo largo y barba, sumado a una artista como esa, remitía a una época de la historia del país que hacía que ellos me incentiven a estudiar”.

“Obligado, regresé a casa para hacer el servicio militar y cuando salí armamos una banda con Sergio Beresovsky, con el cual tocamos aún en la actualidad y con Pablo de la Losa, otro pianista que actualmente vive en Estados Unidos y forma parte de la banda que acompaña a Enrique Iglesias”, ponderó Giorlandini sobre la actualidad de uno de sus colegas.

Y exclamó con orgullo: “Paralelamente, empecé a trabajar, acompañando a ‘Rulo’ Delgado. Todos tocamos con él porque era un artista que le daba trabajo a sus colegas. Sin embargo, al poco tiempo, cuando Ramiro (Musotto) volvió unos meses a Bahía me convenció de irme de vacaciones a Brasil con mis teclados, tuve miles de problemas para arribar a Salvador y no tenía ni un centavo porque estuve varado en Río de Janeiro sin que me dejen sacar los instrumentos de la Aduana”.

“Él me consiguió un trabajo con una banda con la que nos presentábamos en las previas de los carnavales, motivo por el cual permanecí siete años. Fui arreglador musical y empecé a ganar premios, trabajando palmo a palmo con Ramiro, lo que nos permitió luego desempeñarnos para la actual ministra de Cultura de Brasil Margareth Menezes que en aquel momento era cantante”, señaló, con voz firme e inflando el pecho.

No obstante, hubo otros ítems destacados: “Viajamos por el mundo y conocimos infinidad de lugares, además de haber trabajado con David Byrne (vocalista de Talking Heads), Jimmy Cliff y Daniela Mércuri, en cuyo primer disco participamos “el Ciego” Moreno y Ramiro (Musotto), todos bahienses. Tuvimos la suerte de hacer trabajos para Caetano Veloso, una experiencia muy rica e inolvidable”.

“Sin embargo, siempre extrañaba mis raíces y le dediqué toda mi energía a la música, por sobre la posibilidad de formar una pareja o mi propia familia porque sabía que era efímero mi paso por aquel país. En 1992 pegué la vuelta, decidido a no ser más cesionista ni tocar más el piano porque en una de mis visitas a Bahía Blanca había visto a mi primo, Julián Pezzi, haciendo punk”, describió, a raíz de un volantazo en su carrera.

Su amplitud mental para animarse a los cambios era moneda corriente: “Me interesé por bandas como Los Ramones y me gustó más eso que todo lo demás que conocía, sea el folklore, el jazz, el tango o el rock sinfónico. Quería tocar la guitarra y antes de regresar a Argentina incursioné en un grupo de rock junto a Ramiro. En un viaje a Nueva York me compré una viola eléctrica y decidí regresar a mi país”.

“Fueron ocho meses en los que logré ese cometido, armamos Los Corleone con mi primo y ‘El búho’ Briglia. Nos fue muy bien, la pegamos tanto que nos instalamos en Buenos Aires, quedamos solo con Julián porque este último no se adaptó, con lo cual ya no fue lo mismo. El problema fue que me quedé sin más dinero, gasté los ahorros que había traído de Brasil y volví a ser sesionista, grabando discos”, postuló, en referencia a otra contingencia que afrontó.

Giorlandini resumió que “en definitiva, se trataron de más de 30 años viviendo en Buenos Aires, trabajando con mucha gente y editando mis materiales solista de jazz, además de integrar bandas de rock. Inclusive, durante 15 años toqué tango y tuve la suerte de codearme con la multifacética española Sarita Montiel en una visita a Argentina”.

“Formé parte de un espectáculo en un teatro de calle Corrientes que producía Gerardo Sofovich, donde la cantante principal era Cecilia Milone. Era una especie de revista tanguera en la que yo tocaba el piano. ‘El Ruso’ era muy buena onda con los músicos, no sabía mi nombre, pero en el momento de las fotos se acercaba a decirme ‘qué le parece maestro si lo ubicamos de costado’, a lo que yo le respondía afirmativamente porque tenía fama de ser alguien con pocas pulgas”, resumió el referente de muchos jóvenes músicos que advierten en el entrevistado un ejemplo a seguir.

Y contó: “Con nosotros, nobleza obliga, debo decir que Sofovich fue un fenómeno, más allá del muy poco trato que tuve con él. Fue muy amable. Solo una vez se embroncó con un fotógrafo porque le dijo a una bailarina cómo tenía que pararse. Estuvo una hora insultándolo, pero créeme que fue el único exabrupto que presencié de él”.

“Los últimos cinco años antes de radicarme definitivamente en Bahía Blanca toqué con dos cantantes francesas, quienes empezaron haciendo temas de Edith Piaf y luego rumbearon para lugares diferentes. Con quien era mi mujer hasta hace un año y medio y, después de una década en Capital, nos planteamos la posibilidad de volver a nuestra ciudad. Era plena pandemia y podíamos trabajar de manera remota, a distancia”, afirmó, ya en el epílogo del mano a mano.

A tal punto que apuntó: “Vine con la idea de montar un estudio y una sala de ensayo que pude hacer realidad y volví a hacer algún trabajo de sesionista y de productor. Nunca pensé que en Bahía Blanca podía ejercer de esto último porque recién ahora la gente está entendiendo de qué se trata esa labor. Su función es acompañar al artista en la selección de los temas para grabar su disco, eligiendo los mejores”.

“En mi caso también me encargo de hacer los arreglos de las canciones para cuarteto de cuerdas o de otros instrumentos. Además, puedo contratar a un profesional para tal fin según la necesidad y estoy a cargo de la contratación del estudio de grabación, la cual superviso junto a los técnicos, el que graba y el que mezcla. Mi tarea es que el artista tenga su disco terminado y sea feliz con ese producto final”, aseguró Pedro.

Y no tuvo problemas en desnudar la clave de su trascendencia: “En este ámbito, lo fundamental es conocer gente, además de estudiar música para ser competente, pero relacionarse con otras personas es clave. Todos mis trabajos fueron por el llamado de un amigo o un conocido ante la ausencia de un pianista. No recuerdo que haya sido de otra forma. Cuanto más curioso sea esa persona que se zambulle en este mundo, mejor le va a ir al momento de conocer distintos estilos. De nada sirve quedarse en casa grabando temas en la computadora”.

“Tengo un sello discográfico propio llamado ‘¡Al Fin! Records’ que nació en plena cuarentena por el Covid, la cual me pegó raro desde el punto de vista anímico y terminaba siempre adentro de mi casa. Tomé mis discos de jazz en los que toco el piano, los de rock donde canto y soy guitarrista y junté los que dejó mi hermano antes de fallecer de música electrónica. Eran varios proyectos distintos y le daba cierto nivel el hecho de editarlos bajo el mismo sello. Luego, se sumaron amigos que acercaron sus materiales para convertirlos en discos”, rescató.

Al cierre, comentó sobre este proyecto: “Empezó como una casualidad y hoy es un compendio de bandas y solistas bahienses, lo que lo convirtió en una marca registrada local. No soy el único, pero en mi caso edito discos de gente de acá, inspirado en lo que fue en la década del 90 Iencenella Records, que nucleaba a lo mejor del sur argentino, algo que siempre admiré de ellos”. 

Pedro Giorlandini tiene una cualidad innata. Las melodías que recorren constantemente cada uno de sus pensamientos alcanzan un gran nivel de trascendencia que, imaginariamente, uno también puede escucharlas. El nivel de disfrute con el que afrontó la charla lo pinta de cuerpo entero. Supo ser feliz autogestionándose y, en los tiempos que corren, no es poca cosa.

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