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DE AYER A HOY

Pascual Ángel Pietracatella, el recorrido del bahiense que se hizo de abajo

Luego de una infancia humilde, halló su vocación. Su historia como docente granario. La satisfacción de haber fundado la Bolsa de Cereales. Y la simpática historia de las 438 pelotas de trapo.

Por Leandro Grecco
Faceboook Leandro Carlos Grecco/Instagram @leandro.grecco/Twitter @leandrogrecco

Alcanzar una edad avanzada, con la lucidez propia de un espíritu jovial y vivaz, es una bendición que, merced a los avances de la ciencia, se ha transformado en algo mucho más habitual. Sin embargo, esa condición no deja de ser admirable y digna de destacar. Cuando la voz de la experiencia es la que habla, sobran los motivos para escuchar a las personas que dejarán un legado para las futuras generaciones.

Pascual Ángel Pietracatella abrazó con encomiable pasión su labor como profesor de la Escuela de Recibidores de Granos, donde miles de alumnos disfrutaron de su carisma para transmitir conocimientos. Tal es así que logró capitalizar su devoción en la materia que sus años como empleado de la Junta Nacional de Granos y con el transcurrir del tiempo creó y presidió la Bolsa de Cereales de Bahía Blanca.

“Pietra” recibió a La Brújula 24 en su domicilio del barrio Napostá. En la charla repasó su infancia, donde las privaciones económicas no hicieron mella en el enorme amor que le entregó su entorno y él supo corresponder. También comentó cómo se convirtió en el presidente de un club cuando menos se lo esperaba. Y reveló la historia de sus pelotas de trapo, una marca registrada e indeleble, incluso en el presente.

 

“Soy oriundo de esta ciudad y mis primeros años de vida los pasé en calle Catriel de Bella Vista, un sector de la ciudad al cual en mi adultez le he escrito mucho. Es parte de mi afición esa que siempre me llevó a estar redactando textos sobre lo que me ha marcado”, destacó quien nació hace 92 años y no reniega de ello.

Ese espíritu inquieto lo acompañó de pequeño: “En mi infancia disfrutaba de jugar mucho al fútbol y disputé el primer campeonato de baby, que se jugó en el club Sportivo Bahiense. En 1922 llegó mi papá desde Italia, afincándose en un lugar donde no tenía ninguna persona conocida, solo tenía un pariente de apellido Torquati”.

“Al año siguiente, mi mamá desembarcó en Argentina por uno de tus tíos, luego se conocieron y se casaron. En mi familia no abundó el dinero y fuimos pasando por distintos domicilios, hasta que en 1937 nos mudamos a una casa de calle 3 de Febrero a pocos metros de la esquina con Lavalle”, ponderó, respecto a las condiciones que le hicieron valorar las pequeñas cosas.

La unión de su familia se transformó en un pilar fundamental para salir adelante: “Mi hermano mayor murió prematuramente, luego nació mi hermana, al tiempo yo y por último el más chico, cuando ya vivíamos en calle 11 de Abril. Tan humildes fueron aquellos años que un día le pregunté a mi papá, un ser sumamente inteligente y honesto, si le gustaba el vino y me respondió que había que establecer prioridades”.

“Fui a la Escuela Cabral del barrio y a la Nº 7 de calle 19 de Mayo y gracias a mi mamá que era una luchadora y estaba pendiente de que seamos aplicados, resulté ser un buen alumno y siempre me gustó cultivar el valor de la amistad”, reflexionó respecto al nivel de exigencia con el que se forjó su personalidad.

Y “Pietra” se detuvo en la importancia de esa figura materna: “Ella tenía un carácter más fuerte que el de mi papá, se preocupaba de que volviéramos a casa, era muy estricta con las reglas de educación, que saludemos al vecino si cumplía los años y le diéramos la mano mirándolo a los ojos. Algo que sin dudas se ha perdido”.

“Mi mamá era la única que sabía escribir y por eso ayudaba en ese tema a todos los vecinos y, con mi padre insistían en que con el fútbol no iba a ganar nada, había que trabajar. Él fue plomero y hojalatero, ganándose el pan recorriendo la calle, buscando potenciales clientes”, evocó, en otro segmento de la charla veraniega.

No obstante, una oportunidad se le presentó y no pudo evitar aprovecharla: “Un día vino un vecino y me propone si quería ingresar como cadete en el laboratorio de la Junta Nacional de Granos. Era un empleo que ofrecía un sueldo fijo y con apenas 14 años acepté, con mucho entusiasmo y ganas de probarme a mi mismo”.

“De chico nunca me pude comprar una bicicleta. Sin embargo, mi papá me la prestaba para ir todos los días a trabajar a la esquina de Guemes y Rondeau, el lugar donde funcionó hasta que el laboratorio se mudó al Puerto”, consideró, nuevamente elevando la consideración de quienes le dieron una mano enorme en aquellos inicios.

Aprendió precozmente a valorar la dignidad que le otorgaba cada centavo ganado: “Previamente había tenido algunos trabajos informales, uno de ellos en Casa Goldberg, vendí papel picado, fui repartidor en las carnicerías y en mi casa siempre se estilaba estar vestidos de punta en blanco por eso hasta me desempeñé como caddie de golf”.

“Ya en la Junta, tenía a cargo traer las muestras que mandaban los recibidores de afuera y a los dos meses ya sabía más del trabajo que todos los que llevaban años ahí adentro. Fue tal el berretín por los cereales que para mi no existía otra cosa, hice cursos y me especialicé”, describió “Angelito”, en referencia a esa suerte de obsesión que se apoderó de su ser.

Es que reunía condiciones perfectas para hacer carrera: “A eso le sumé mi versatilidad para hablar en público y redactar, para tener un perfil ideal. Fui asesor de la Cámara, trabajé como corredor de cereales en Buenos Aires cuando tuve un empleo en FACA y, si bien luego renuncié a la Junta, permanecí en la Escuela, en la cual estoy inscripto desde 1956”.

“Un par de años antes comencé a ejercer la docencia en la primera cuadra de calle Sarmiento, con cursada nocturna, luego nos mudamos a la esquina de Lavalle y Chiclana para terminar mi desempeño en las instalaciones en la primera cuadra de calle Charlone”, refirió al hablar sobre una de las labores que lo hizo popularmente conocido.

No obstante, hubo otro hito que le sirve como carta de presentación: “Tuve la fortuna de ser el creador de la Bolsa de Cereales de Bahía Blanca y el primer presidente, allá por 1985, lo que motivó a que sea homenajeado por los 40 años de la fundación de la entidad, un acto que me llenó de satisfacción”.

“A mi esposa la conocí en los tiempos en los que me tocaba viajar para jugar al fútbol en Villa Iris, nos casamos allá e inmediatamente nos vinimos a afincar a Bahía Blanca, pese a las posibilidades que se fueron presentando en las distintas etapas de la vida”, evocó Pietracatella, adentrándose en cuestiones de su intimidad.

Además, agregó que “fruto del matrimonio con la mujer que me acompaña hasta el día de hoy tengo uno hijo Médico y una hija Licenciada en Química y cantante. Tengo tres nietos, con quienes me une un cariño gigante y que me llenan el alma a diario por el amor que nos prodigamos”.

“Los tiempos han cambiado muchísimo, pero a Bahía Blanca la siento mía, jamás me iría. En una oportunidad, cuando fui presidente de la Bolsa me llamaron para intervenir en el Ministerio de Agricultura, un puesto importante, y me negué”, confesó.

Y no se arrepintió: “Son cargos en los que no se puede hacer carrera y no me arrepiento en lo más mínimo de no haber aceptado. A (Héctor) Gay lo nombré como el primer periodista de la Bolsa de Cereales, pese a mi estrecha relación de amistad con “Cacho” Barbieri, a quien conocía del barrio. El actual intendente trabajó ad honorem, porque se trataba de una institución muy grande que debía difundir su quehacer”.

“En una semana de enorme trajín en lo profesional me tocó viajar cinco veces a Buenos Aires, acompañado de gente cercana a ministros y funcionarios de alto rango con los que me tenía que relacionar para llevar a cabo las gestiones necesarias”, sostuvo, en referencia al enorme sacrificio que implicaba llevar esa rutina.

También despuntó el vicio en una institución cara a sus sentimientos: “Fui dos veces presidente del club Napostá, hice el estadio actual y recuerdo que un día vino Atilio Feliziani a ofrecerme encabezar la Comisión Directiva. La primera respuesta fue un ‘no’ rotundo, pero insistió tanto que un día me convenció, cerré los ojos y asumí el desafío”.

“Me explicó que el perfil que buscaban era el de una persona que fuera todos los días y le aportara risas y alegría. Accedí al pedido y a los cinco días de haber asumido me dijeron que tenía que edificar la cancha. No teníamos dinero, tuvimos que vender uno de los terrenos”, indicó, al epílogo de la nota.

“Por mis limitaciones físicas de la actualidad tuve que dejar de dar clases particulares de lo mío que son los cereales”

Pietracatella tenía algo más guardado para despertar la sorpresa de propios y extraños: “Más allá de toda mi actividad en el espectro laboral, mi vida tomó alta notoriedad por un hecho fortuito, algo que no fue buscado. Para ello, debo remontarme al año 1937 jugaba en la calle, en tiempos en los que el movimiento era mucho menos fluido que el de ahora”.

“Observé a un chico jugando con una pelota de goma y automáticamente volví a casa corriendo, llorando, lo que motivó que mi mamá me pregunte qué me pasaba. Le dije que quería una pelota como la de Juancito, ella sin dudarlo se sacó una media y la llenó con papeles, la ató y me la dio”, dijo, con sus ojos brillosos de emoción.

Esa imagen jamás la pudo borrar de su mente y la trajo al presente en un texto: “Con el tiempo escribí una nota en el diario y un dibujante que estaba haciendo un mural en mi casa la destacó muchísimo. Esa primera pelota se la regalé a un amigo y ya llevo hechas 438 y, a decir verdad, les pongo el mismo empeño que a la primera”.

“Se convirtió en un símbolo, ahora las confecciono más sofisticadamente, por lo que me demanda cada una no menos de dos semanas. Hasta viene gente de la región a pedirme que le regale una y jamás cobré por eso, a los que quieren darme algo les sugiero que me acerquen un ovillo de hilo”, concluyó.

Pascual Ángel Pietracatella contempla el presente desde un lugar distinto al de sus años mozos. Pero la esencia siempre será la misma, la de un hombre emprendedor y valiente, condiciones indispensables para ganarse el respeto y cariño de quienes lo rodean.

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