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Isabella Carolina Martínez

Una historia de 30 años como mujer trans: “Tengo cicatrices en el alma, pero valió la pena”

Se define como abolicionista y sobreviviente de la prostitución. A sus 51 años, esta salteña que llegó a Bahía Blanca tres décadas atrás, evoca los momentos más dolorosos y también los más satisfactorios de una vida de lucha.

Por Cecilia Corradetti / [email protected] / Especial para La Brújula24

“Es imposible no recordarme siendo un niño y se me hace un nudo en la garganta reflejar con palabras momentos de mi niñez que fueron los más bonitos de toda mi vida junto a dos personas maravillosas que, sin tener un vínculo de sangre, decidieron ser padres de un recién nacido abandonado en un hospital público por una adolescente y madre soltera que, seguro, habrá tenido sus motivos para hacerlo”. Así comienza su historia Isabella Carolina Martínez, hija de Martha y Raúl, mujer trans y sobreviviente de la prostitución.

Atesora en su memoria festejos de cumpleaños, fiestas de Navidad, su primera bicicleta y el jardín de infantes. También la calesita, al cine, la plaza y jugar de manera libre y feliz.

Más de una vez, recuerda en un diálogo profundo con La Brújula24, sus padres decían que no tenían hambre para que ella, dos primos y una tía adolescente no se fueran a dormir con el estómago vacío. “Mamá era la que ponía límites y mi abuela Esther me mimaba mucho y me cuidaba cuando estaba enfermo y mis padres trabajaban”, agrega.

–¿Cuándo notó que algo era diferente?

— Empecé a manifestar ciertas actitudes, gestos, modales que rompían las reglas de lo que espera la sociedad y la familia de un varoncito. Ahí empezó mi cruz. No de parte de mamá y papá, sino de los que estaban fuera del entorno familiar, en la escuela, vecinos. Ya a esa edad sentía el rechazo. No entendía por qué me veían raro o se alejaban de mí. Terminé siendo un niño retraído, no quería salir a jugar. Luego empezó mi pubertad y fue el shock. Tenía la ilusión de despertarme siendo una niña, terminar con ese dolor.

La última foto con su mamá, que falleció hace pocos días

–¿Sufría?

–Mucho y hay una protagonista que para aquella época fue una adelantada, mi señorita Olga Eguia, maestra en la Escuela General Pizarro. Tengo los mejores recuerdos con ella, que me dan mucha alegría y felicidad pero a la vez nostalgia porque, a pesar de mi corta edad, me defendía cuando me burlaban mis compañeros. Hace unos años viajé a Salta y fui a visitarla a su casa, toqué timbre. Le dije que ella había sido mi maestra y me preguntó quién era. Cuando le dije “Carolina” me aclaró que sabía perfectamente. “Esa sonrisa y esa mirada no se me olvidan”, me dijo. Y agregó: “Eras mi Danielito”. Se me llenaron los ojos de lágrimas. Al despedirnos volví a agradecerle todo lo que me había enseñado. Nos dimos otro abrazo más intenso y me retiré lentamente. Pasaron los años y sé que ya no está, pero me quedó el recuerdo invalorable.

–¿Qué sucedió entonces?

–Equivocada o no, tomé una decisión, huir de mi casa e incluso de la ciudad donde había nacido. Siendo un niño camino a la adolescencia llevaba a mis espaldas una mochila pesada. Me fui amando a mi familia y ese vacío no lo llenó nada ni nadie. No hubo más cumpleaños, navidades. Pasé Año Nuevo en la calle, en una pieza de hotel llorando sola. Apenas podía subsistir en un mundo nuevo.

Con sus padres celebrando su cumpleaños en el jardín de infantes

–¿Cómo llegó a Bahía y cómo fue el transitar hasta acá?

–Fue un largo transitar hasta llegar a Bahía. Siendo aún menor me encontraba en Salta capital durmiendo en un parque, a la noche sentí ruidos y bocinazos. Fui a ver y había unos “mujerones” con cuerpos exuberantes. Me acerqué, eran travestis, así se las llamaba en ese momento. Dije dentro mío que quería ser como ellas. Empecé la prostitución y ahí supe realmente lo que era la exclusión, discriminación, marginalidad, precariedad. No dejé de pelear creyendo que era mi destino, algo así como un castigo por querer ser mujer. Sentí que era un trabajo porque así me lo impusieron, lo naturalicé por años. Hoy pienso diferente y hablo por mí, no juzgo a quien lo hace.

–¿Qué ve cuando mira hacia atrás?

–Me duele mucho, no puedo superar que siendo un niño, un adolescente, nadie pensó en mí. Que hombres pedófilos y prostituyentes se hayan aprovechado de mi necesidad para ejercer uso y abuso de su poder. Me pregunté muchas veces dónde estaba el Estado. Ausente, porque ese niño que quería ser niña rompía todos los estereotipos de lo que espera la sociedad. Hasta que tuve la oportunidad de viajar a Buenos Aires y no me fue bien. Por cosas del destino llegué a Bahía Blanca.

Dos años, junto a su mamá

–¿Cuándo comienza su construcción como mujer trans?

–A los 19 años. En aquellos tiempos no teníamos acceso a la salud ni para esa construcción, así que la única manera era infiltrarnos siliconas industriales y poder reflejar en el espejo lo que somos por dentro. El único ingreso económico era la prostitución. Un par de años después me enamoré de un cliente y no solamente dejé la prostitución sino que también por la situación que, por ser trans, no podía caminar libre. Escondía a Carolina en ropa holgada, con el pelo largo atado y sin maquillaje para poder ser libre y ser lo que la sociedad esperaba, pero no era feliz, no podía ser yo.

–¿Cuándo hizo el quiebre?

–Un día hubo un clic en mi cabeza y dije que no podía seguir viviendo así. Retomé a Carolina, pero a una Carolina diferente, con convicciones y empecé a militar por la ley de matrimonio igualitario y la ley de identidad de género. En la vida todo tiene un precio y mi precio fue quedarme sola a mis casi 40 años. Tuve que volver a la prostitución, y a la vez no quería eso para mí. Terminé el secundario y empecé a estudiar Psicología Social y a buscar trabajo. Me costó, pero lo conseguí. Dejé la prostitución y cambió mi vida por completo. Tengo cicatrices, si bien no se superan, se sobrellevan. Me fui de casa siendo un niño y perdí la oportunidad de saber lo que es vivir en familia. Si bien debo reconocer que mi niñez fue hermosa, no tengo recuerdos de adolescente, no sé lo que es compartir.

Junto a su maestra Olga Eguía, que siempre se acercó con amor y comprensión

–¿Cómo se define?

–Si bien soy una persona muy sociable cuando llego a casa cierro la puerta y desaparezco del mundo porque aprendí a amar la soledad y el silencio. Y lo que más me duele es que perdí besos y abrazos de papá y mamá. Hoy ya no están y muchas veces siento culpa por haberme ido. Pero fue la sociedad quien me expulsó de mi hogar.

–¿Qué secuelas le dejó la prostitución?

–Mucho dolor, porque aún tengo esas marcas. Siento que con cada uso y abuso de cada hombre, una parte de mí se fue con ellos. La prostitución me quitó la posibilidad de amar, de sentir y no me da vergüenza. Aún me cuesta cuando alguien me demuestra cariño pero luego entiendo el afecto de tanta gente que me quiere, que se ocupa y se preocupa de mí cuando me pasa algo.

Carolina Isabella Martínez a los seis años. Todavía no avizoraba la vida que el destino iba a depararle

–¿Qué es para usted la felicidad para usted?

–Hoy la felicidad tiene otra dirección, no necesito un amor ni una pareja. Hoy se llena con otras cosas, por ejemplo tener mi trabajo y un techo digno donde vivir. En la actualidad trabajo en una de las secretarías de la Municipalidad de Bahía Blanca. En enero cumplo 5 años como empleada municipal. Me salvó la vida, me dieron la oportunidad de demostrar que tengo capacidades como cualquier persona y siento que lo que tengo me lo merezco porque luché para cumplir mis sueños. Celebro que esté el cupo de personas trans, aunque espero que en un futuro no tenga que existir ningún tipo de cupo ni para personas trans ni con discapacidad ni equidad de género. Seguramente yo no lo voy a ver, pero espero que con el tiempo todo cambie. Por otro lado, doy charlas-talleres sobre identidad de género con mi testimonio de vida. Lo hago de manera gratuita para visibilizar las identidades trans desde el lugar de la resiliencia y de que se puede lograr una mirada diferente de la sociedad hacia nuestra comunidad.

–Fue un largo recorrido y una vida difícil ¿Se siente feliz, a pesar de todo?

–Soy muy feliz porque pude cumplir la mayoría de mis sueños. Y no es individualismo, porque parte de ellos abrieron puertas para mis pares, nunca fui de buscar aceptación ni de imponer aceptar la diversidad, pero siempre pido respeto. Hay algo que a mí me deja cierta tranquilidad y es que, a pesar de que muchas de nosotras pasamos dificultades, hoy la nueva generación trans puede caminar libre y puede ser lo que quiere ser. Tener el acompañamiento de sus padres y la familia y poder construir su identidad como corresponde, con médicos cirujanos, tratamientos hormonales etcétera. Ojalá que ninguna niña ni adolescente trans, ni una trans adulta mayor tenga que salir a prostituirse para poder subsistir. Ojalá, con el tiempo, todo vaya cambiando y que sea natural ver a una mujer trans o un hombre trans en cualquier ámbito.

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