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DE AYER A HOY

Margarita Marzocca sigue honrando a la cocina con la receta del pasado

Whitense y referente ineludible si de platos a base de pescado se trata. “Mi orgullo es reunir a la familia los domingos y que me diga que la comida está deliciosa”, sintetizó, quien le dio su vida al arte culinario.

Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/Twitter: @leandrogrecco

Margarita Marzocca es mucho más que una mujer apasionada por Ingeniero White, es un verdadero ejemplo de cómo el amor por las raíces puede manifestarse a través de la cocina. Nacida y criada en un pueblo portuario, ha dedicado su vida a preservar las tradiciones de su comunidad. El vínculo con el mar es innegable, y su destreza para elaborar platos de pescado es inigualable. La cocina es un verdadero regalo para todos los habitantes del lugar, quienes esperan con ansias cada una de sus creaciones. 

El aroma a pescado fresco, las salsas secretas transmitidas de generación en generación y la pasión que Margarita pone en cada plato son la esencia misma de la identidad de su querido pueblo. Los domingos son sagrados para ella, un día en el que su amor por la cocina y su familia convergen en armonía. Reúne a sus seres queridos alrededor de una gran mesa, donde todos comparten risas y conversaciones animadas. El plato estrella en estas reuniones dominicales son las pastas caseras que amasa con amor y perfección. 

La tradición de hacer pasta es otro legado familiar que ha recibido con gratitud y que le permite expresar su cariño a través de la comida. Cada domingo, la cocina se llena de la magia de la familia y el aroma de las deliciosas pastas, creando recuerdos que perdurarán por generaciones. Margarita es una verdadera embajadora, combinando la pasión por las costumbres culinarias locales con el amor por su comunidad y su familia. Su destreza en la cocina, especialmente en la preparación de platos de pescado, la convierte en un tesoro viviente para la región.

“Nací en Ingeniero White. Mis padres vivían en la misma casa en la que estoy actualmente. Ellos se conocieron acá, pasaron tres meses de novios y formaron su propia familia. Al poco tiempo un inquilino mató a mi abuelo paterno porque le debía muchos meses de alquiler”, afirmó Marzocca, en el ambiente de su casa donde mejor se desenvuelve, cerca de las hornallas. 

Y agregó: “Para ese entonces, cuando acá no había trabajo, mi papá se iba a La Boca, donde tenía a su hermana que era dueña de una fonda y que luego fundó la cantina Spadavecchia, muy famosa y conocida en el ambiente de la gastronomía”. 

“Mi hermana, ya fallecida, me llevaba 14 años y vino a este mundo en un conventillo de aquel barrio porteño. Automáticamente se radicaron otra vez en White donde mi papá se dedicaba a la pesca o los trabajos portuarios porque tenía ese ADN trabajador como todos los inmigrantes”, enfatizó, dando signos de que la reunión con esta sección sería distendida.

Inmediatamente, detalló que “llegó mi hermano al mundo, el popular ‘Cacho’, quien es 12 años mayor que yo. Por eso, creo que llegué casi como peludo de regalo (risas), cuando mi mamá tenía casi 40. La niñez fue maravillosa, nunca nos faltó nada, aunque en mi caso por ser la menor tenía ciertas preferencias”. 

“Mi hermano a los 18 años me llenaba de regalos, él ya trabajaba en la Cooperativa Obrera que estaba en el empedrado, donde actualmente está el restaurante Micho. Sin lugar a dudas, por ser la más chica era la mimada de la familia”, comentó, con la convicción de que tenía esa suerte. 

Consultada sobre la etapa de formación, aseveró: “Los estudios primarios los inicié en la Escuela Sarmiento, repitiendo en tercer grado porque mi mamá me enseñaba a leer y escribir en italiano. Le agradezco a la maestra porque en el fondo me salvó la vida, hoy escribo una palabra mal y me doy cuenta”. 

“Sentí tal vergüenza no pasar directamente a cuarto que me pasé a la Escuela Nº 116 que estaba en calle Avenente. Allí viví otra etapa maravillosa, egresé y la secundaria la comencé en el Colegio Belgrano, donde dejé en segundo año”, consideró, empezando a promediar la conversación. 

Margarita tenía bien en claro qué pretendía de su destino: “Sin dudarlo, me lancé a hacer cursos de cocina y repostería en lo que era la Escuela Profesional donde hoy funciona la Escuela Nº 13. Al poco tiempo me puse de novia y pude forjar mi propio destino conformando una bella familia”. 

“El arte culinario fue algo que se dio con absoluta naturalidad en mi vida, mis padres me llevaban a la cantina de mis tíos, además mi mamá hacía la temporada en Mar del Plata en un local gastronómico que estaba a la entrada del puerto. Esa experiencia la viví desde la temprana infancia, por lo que todo mi entorno eran las hornallas”, infirió la whitense. 

La figura materna la marcó a fuego: “No pude evitar aprender a cocinar el pescado como lo hacía ella, la preparación de esos platos es algo que hago metódicamente y no necesito recetas ni proporciones o cantidades de cada ingrediente. Me gusta crear y si lo que hay que hacer es preparar un almuerzo para gran cantidad de comensales, aún mejor”. 

“Terminé la secundaria de grande y tuve la oportunidad de cubrir un puesto en el Centro de Formación Profesional, donde durante 18 años di clases en todo el espectro gastronómico, desde pizzero hasta fideero, pasando por la pastelería y la repostería”, sostuvo en relación al legado que deja en quienes fueron sus alumnos. 

Volviendo a lo que significó su maestra en lo que a gastronomía respecta, infirió: “Mi mamá siempre fue el gran espejo al momento de pararme frente a las hornallas, incluso en lo que tiene que ver con lo de las largas mesas de los domingos en los que una amasa las pastas caseras para sus hijos y que te digan ‘no doy más, esto está buenísimo’”.

“La primera Fiesta del Camarón y el Langostino fue una idea que trajo ‘Quique’ Vignoni de Puerto Madryn para reparar el teatro de White. Trajo una batea gigante de acero inoxidable para ofrecer cazuela y le dijo a mi mamá si se animaba a elaborarla, al mismo tiempo que junto a un grupo de colaboradores preparábamos el centenario de la localidad”, rememoró, con una manera muy coloquial de evocar la anécdota. 

No obstante, resaltó que “aquella propuesta tuvo un éxito impresionante, coincidió con que estaba embarazada de mi cuarto hijo, pero eso no impidió que pueda ayudar con la limpieza del pescado y los calamares, picar la cebolla, el ajo y el perejil. Todo se hacía de manera muy artesanal, sin ningún artefacto eléctrico”. 

“Esa mañana, mi mamá fue a las 5 de la mañana y empezó a cocinar con fuego a leña. Tuvo la ayuda de Ruben Antonelli, el propio Vignoni, mi cuñado Roberto González, vecinos involucrados con la Sociedad de Fomento, entre otras personas tan comprometidas”, contó a modo de agradecimiento. 

“Para mi White es todo en mi vida, nunca evalué la posibilidad de irme, mis cenizas van a estar acá, que nadie lo dude”

Asimismo, le dio un gran valor a un momento simbólico de la semana: “La larga mesa de los domingos con toda la familia unida es lo último que me van a quitar, es una fiesta en la que llegamos a ser hasta 18 personas y empiezo a cocinar desde el sábado al mediodía, una costumbre bien de italianos. En la sociedad actual se ha ido perdiendo ese ritual y uno de los motivos es la situación económica”. 

“Mi caballito de batalla en la cocina son las pastas caseras, aunque también me la rebusco con el pescado y las empanadas de carne, ambas elaboraciones muy pedidas por la gente que me conoce incluso por fuera de la familia y me pide cuando acuden a mi para ofrecer en sus respectivas mesas”, explicó, entrando en el tramo final del ida y vuelta. 

“De mis padres aprendí a improvisar con pocos ingredientes. Con fideos, una cebolla y un huevo puedo hacer un plato rico que te haga salir del paso. No preciso más” 

Los tiempos cambiaron y para Margarita lo han hecho para bien en un aspecto: “Hoy, el hombre se suma a los quehaceres, prepara el almuerzo o la cena, algo impensado en mis años de juventud. Lo veo en mis hijos y me encanta. Considero que lo que pasaba antes no era machismo, pero ahora ellos asumen roles y eso me llena de emoción porque genera una hermosa comunión en la pareja”. 

“En la pandemia, mi hijo más chico se había quedado sin trabajo al igual que dos de mis sobrinos y mi nieta. Yo cocinaba y ellos repartían una vez por mes a domicilio, todos platos referentes al pescado y con un menú que iba variando. Luego, se liberó el aislamiento y se cortó. Además, hoy no sabría qué cobrar a la gente por cada plato”, agregó. 

Al epílogo, aclaró sin ponerse colorada: “Quizás caiga mal decirlo, pero tengo un perfil bajo y una humildad terrible, no me callo nada, pero cuando colaboro lo hago de corazón sin esperar ser halagada. Preparar algo para comer y que me digan ‘está delicioso’ es una satisfacción, no busco nada más”.

Los domingos en su hogar son un testimonio de cómo el amor y la tradición se fusionan en una celebración de la vida y la cultura local. Marzocca es una fuente inagotable de inspiración para todos los que tienen el privilegio de disfrutar de su comida y compañía, recordándonos la importancia de mantener vivas nuestras raíces y compartir momentos especiales en torno a la mesa.

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