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DE AYER A HOY

La otra cara detrás del hombre que tomó la posta para perpetuar un dulce hábito

Jorge Cocio lleva décadas ligado con la emblemática fábrica de cubanitos. Sus inicios en el rubro. La gratitud con el fundador de la marca que luego compró. “Creo que el bahiense nunca se cansará de este producto”, vaticinó.

Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/Twitter: @leandrogrecco

Bahía Blanca ostenta un selecto abanico de sellos distintivos, ítems que la identifican por sobre otras localidades de similar magnitud a nivel mundial con las que puede cotejar su ADN y exhibir como carta de presentación los aspectos que la diferencian de las demás. Los cubanitos son un noble producto capaz de conquistar paladares, más allá del paso del tiempo y los distintos cambios que ofrece el paradigma gastronómico.

Cuenta la leyenda que Octavio Fuentes se convirtió en una suerte de pionero en Bahía en lo que respecta a la fabricación y venta ambulante de este alimento que enamora a chicos y grandes. Nació en Capitán Pastene, una colonia de italianos situada en la provincia chilena de Malleco, al sur de Santiago. Llegó a Argentina el 12 de marzo de 1952 y rápidamente se alió a un amigo y luego de peregrinar por varias ciudades, se instaló en la localidad que lo vio trascender por su actividad.

El tiempo transcurrió y le cedió la posta a dos connacionales que compraron la fábrica, una marca registrada que es sinónimo de calidad en la ciudad. Uno de ellos, lo acompañó casi desde sus inicios, cuando todo era incertidumbre. Hoy, en LA BRÚJULA 24 vamos a conocer pormenores de ese legado que dejó Fuentes y de qué manera los continuadores mantienen bien en alto el nombre de La Vaquita en todo el país.

“A Bahía Blanca llegué con apenas 18 años proveniente de mi Chile natal gracias a que tenía un familiar viviendo en esta ciudad. Un tiempo antes de vincularme con el mundo de los cubanitos tuve varios trabajos, fui electricista, hice tareas de maestranza en lo que era Gas del Estado y me desempeñé en una fábrica de pastas”, resumió Cocio, al comienzo de su alocución en la oficina del Barrio Universitario donde funciona la empresa.

Apelando a su buena memoria, rescató que “lo que llamó mi atención fue la gran demanda del producto en el Parque de Mayo y en el Parque Independencia, a punto tal que nos planteábamos junto a un grupo de allegados por qué no podíamos también incursionar en la actividad”.

“Logramos construir nuestro propio carrito de madera, allá por finales de la década del 80 y es así que empezamos a comprarle los cubanitos a Octavio Fuentes, dueño de La Vaquita, que era un verdadero referente en un rubro que estaba en ciernes”, manifestó, con la nostalgia de aquel que no olvida sus raíces.

Inmediatamente, sumó: “Fue él mismo quien me regaló una caja para la carrocería y le compré los vidrios para darle el toque final al carrito, lo que derivó en una relación mucho más cercana entre ambos. A partir de ahí, me encargué de hacerle el service a su fábrica y aprendí todo”.

“Teníamos en común que ambos éramos nacidos en Chile, por eso fue una gran casualidad haber coincidido en Argentina. Estamos hablando de un rubro con el que históricamente se ganaba muy buen dinero, vendiendo en la calle hasta lograba acceder a un monto superior al de un trabajador promedio”, reveló, aportando un dato que no todos conocían.

Respecto de Fuentes, afirmó: “Fueron muchos años trabajando a su lado, por lo que cuando él decidió alejarse de la actividad puso en venta la empresa y apareció en la escena mi concuñado que vivía en Chile y al cual invité a sumarse al proyecto como socio”.

“Corría el año 2015 y era el momento de tomar la gran decisión. Nunca encontré una persona a la que no le gusten los cubanitos, todos los que lo prueban te lo terminan celebrando. El producto en sí mismo casi no varió, por más colorido que se le haya dado, la esencia y la materia prima sigue siendo siempre la misma”, consideró, en referencia a la determinación que cambió su vida.

Inmediatamente, aseveró que “cuando compramos la empresa lo hicimos en un momento de mayor estabilidad y la pagamos en dólares, pero desde aquel entonces nunca se llegaron a estabilizar los costos por lo que viene ocurriendo con la economía del país”.

“Para colmo nos tocó la pandemia y hemos sufrido mucho, lo que nos mantiene activos es el consejo de Fuentes que nos advirtió que íbamos a tener buenos y malos momentos, pero que nunca dejemos de lado la fórmula que ha sido un éxito en toda su trayectoria”, comentó Cocio.

Asimismo, fue tajante: “La calidad al momento de la producción es algo que jamás negociamos, siempre estamos muy encima de cómo se trabaja la materia porque si sacamos a la venta un producto que no esté a la altura de la historia, el cliente deja de comprarte”.

“Supongo que en 80 años puede cambiar el modo de elaboración del cubanito, con máquinas más modernas y apostando a otro tipo de presentación quizás en cuanto al colorido del producto. Pero no creo que la gente se canse porque esta tradición se transmite por generaciones”, exclamó con orgullo.

Luego, evaluó un hito que impulsa a este emblemático artículo: “La Fiesta del Cubanito que se celebró allá por inicios de año fue algo importante porque nos permitió vender mucho, aunque no se compara con aquellos que tienen su carrito propio. El evento fue una muy buena idea de parte de quien vinculó a Bahía Blanca con este artículo como algo que van de la mano”.

“Fue un acierto y ojalá prospere con el paso de los años. Nunca tuvimos la oportunidad de hablar con Leonardo Valente, que fue uno de los impulsores de esta propuesta, pero estamos agradecidos porque se puso al hombro la iniciativa y la transformó en algo muy bonito”, destacó, quien todos los días le pone el cuerpo a sostener la producción.

Ya al epílogo, contó: “El cubanito es algo que prolifera por todo el país, ocurre que las fábricas más grandes se encuentran en nuestra ciudad. Cada dos semanas vienen desde Miramar a buscar acá la producción y se llevan cajas enteras que luego las venden todas”.

“El producto que hacemos a base de crema moka se envía a Comodoro Rivadavia, Neuquén y Cipolletti. En nuestro caso nos vemos algo limitados porque nos faltaría un capital para crear una industria más acorde a la demanda porque es un alimento muy requerido”, disparó Cocio, con la certeza de que hay mucho aún por recorrer.

En lo concerniente a su labor específica, expresó: “Sé hacer el cubanito, pero nunca me dediqué a eso y cuando me toca elaborarlo no tengo problemas porque mi fuerte siempre fue reparar las máquinas y mi socio está más cerca de la tarea administrativa, así es como dividimos los roles”.

“La gente busca precios y hay muchos lugares donde se elaboran que no están habilitados, por ende, se hace difícil la competencia. No obstante, tengo la sensación de que hay muchos que por desgracia van a cerrar su emprendimiento porque la crisis realmente golpea fuerte”, sintetizó el entrevistado.

Los tiempos han cambiado y el bolsillo de los consumidores se deprimieron: “Históricamente, el cubanito era algo que antes lograba formar largas filas de gente que compraba de a una o dos docenas y ahora el movimiento bajó en cuanto la adquisición que hace una familia respecto de las unidades del artículo que elige llevar”.

“Quiero recalcar que don Fuentes fue alguien muy generoso conmigo, una persona que cuando te vendía dos cajas, te regalaba media más. Y también tengo que admitir que si no hubiese sido por él seguramente no me habría vinculado a esta actividad que tanto amo”, cerró Cocio.

A su turno, Pedro Castillo, su socio, repasó cómo se sumó a este proyecto: “Fue una propuesta que se dio a partir de una conversación informal, vine de vacaciones a Bahía Blanca y de esa charla surgió la posibilidad de encarar este negocio. Trabajaba en una empresa maderera en mi país y cuando quien hoy es mi socio me presentó a don Fuentes lo hizo como si yo fuera un firme comprador (risas)”.

“Él empezó a insistir para que compremos, incluso me llamaba a Chile para que sea quien acompañe a Jorge al frente de la fábrica. Mi primera respuesta fue la de que no tenía intenciones de comprar, hasta que el hijo también asumió un rol importante para empezar charlar más firmemente sobre la venta hasta que se acordó”, sostuvo, mientras repasaba mentalmente aquella secuencia.

Consultado sobre el vínculo que tenía con el producto, admitió: “Era un consumidor de cubanitos, ya sea cuando veníamos a Bahía como cuando nos visitaban en mi país. Estimo que, en un futuro, este producto puede estar un poco más industrializado, lo que pone en riesgo el sabor, haciéndolo más artificial y con una contextura más dura al momento de masticarlo”.

“El rubro no es ajeno a lo que ocurre con los vaivenes de la economía nacional, todas las semanas estamos en la tarea de acomodar los números para que sea rentable. En ocasiones, con lo que uno vende no alcanza a reponer la materia prima, son trabas que asumimos sabiendo los riesgos que se corren”, manifestó Castillo.

Al epílogo, hizo algo de futurismo: “Respecto de qué puede ocurrir con La Vaquita, tanto en el caso de mis hijos como los de Jorge han ido rumbeando para otro lado, están estudiando otras carreras y no me los imagino dedicando su tiempo a lo que hacemos nosotros”.

La producción en serie de este artículo tiene mucho de rutinario, todos los días siguiendo la receta del éxito. Sin embargo, allí radica la clave de la continuidad. Escuchar a Jorge hablar con tanto cariño de ese cucurucho alargado. cilíndrico con textura rugosa y sabor a masita resulta admirable. La escenografía de los bahienses rodeando los carritos o simplemente a partir de la degustación de su variedad favorita es un rasgo distintivo de la ciudad que debe preservarse.

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