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DE AYER A HOY

Gustavo Orioli pudo contra el paso del tiempo y sigue dejando su huella en la UNS

Con 89 años, asiste a diario al edificio de Agronomía. La trama detrás de la historia de superación. Su experiencia en el exterior. Los años como vicerrector. Y su máxima: “La vida es 95% trabajo, el otro 5% es suerte o ayuda de Dios”.

Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/Twitter: @leandrogrecco

En esta oportunidad, el protagonista genera cabalmente lo que suele calificarse como envidia sana. A los 89 años, personifica el espíritu incansable de aquellos que encuentran pasión y propósito en el trabajo, como el primer día, aunque desde un lugar diferente, sabiendo que la vorágine de otros tiempos ya no volverá.

Aunque formalmente jubilado, este admirable profesional continúa desafiando las convenciones al mantenerse activo y comprometido en su labor diaria. Su devoción por enseñar conocimientos y su inagotable entusiasmo lo han convertido en un ejemplo viviente de compromiso y vigencia. Quizás el ímpetu con el que todos los días asume nuevos desafíos explique su lucidez.

A través de su incansable dedicación, ha logrado trascender las barreras del tiempo y demostrar que el aprendizaje y la enseñanza son valores eternos que enriquecen tanto a quienes los comparten como a quienes los reciben. Hoy, exploraremos la vida y el impacto de Gustavo Adolfo Orioli, un hombre que desafía los límites impuestos por la edad y sigue inspirando a generaciones.

“Soy de Santa Fe, mi mamá, hija de inmigrantes, había nacido en el campo, cerca de la ciudad de Gálvez, a unos 15 kilómetros aproximadamente. Su madre tuvo 16 hijos, de los cuales vivieron 12, cinco varones y el resto todas mujeres. Ella y la mayor de sus hermanas fueron al colegio de monjas en Santa Fe, apenas uno o dos años, aprender a leer y escribir era la consigna y después volver al pueblo a trabajar con el resto de sus hermanos, en el campo de la familia”, fueron los primeros conceptos de Orioli, desde el estar de su amplio domicilio del barrio Universitario.

Apelando a su prodigiosa memoria, sostuvo que “no tengo mayores referencias de cómo se conoció con mi papá, pero él estuvo muy interesado porque viajaba hasta Gálvez, hacía las tres leguas para visitar a ella, bajo el chaperoneo del resto de mi familia materna. De esa unión llegó mi hermano mayor que falleció al poco tiempo de haber nacido, después vine yo y por último una hermana siete años menor”.

“Si bien mis primeros años de vida transcurrieron en Santa Fe, tanto las vacaciones de invierno como las de verano las disfrutaba en el campo con mis primos. Una vez terminado el primario, ingresé al Colegio Nacional y, al mismo tiempo, jugaba al fútbol, siendo parte de la Sexta y Quinta División del Club Unión, en una época en la que no teníamos dinero para comprar el calzado”, indicó, sobre uno de los pasatiempos que lo acompañó en la juventud.

Y sumó: “Papá tenía un puesto importante en la compañía de tranvías, donde era jefe de tráfico, pero los sueldos no eran elevados. Como el resto de los muchachos usaba alpargatas para practicar el deporte, la cual tenía como ventaja que podías cambiar el pie izquierdo con el derecho, extendiendo su vida útil. Si bien en el vestuario había zapatos, tenías que elegir entre el que mejor te calzara, era ponerse el que antes que vos habían sido utilizado por otros chicos”.

“Anhelaba era ser ingeniero agrónomo o dentista, para esta última de las opciones tenía que instalarme en Rosario y no había dinero para eso. También estaba la posibilidad de instalarme en Corrientes, donde vivía una hermana de mi madre, para empezar la carrera de Agronomía. En aquella época estaba la Universidad del Litoral que nucleaba a las ciudades más grandes de toda la región”, consideró, con respecto a la primera gran decisión que debió tomar en su vida.

Había indicios que inclinaron la balanza: “La posibilidad se acrecentaba porque mis tíos estaban dispuestos a ayudarme, pero cuando llegué, al poquito tiempo me encontré con dos muchachos mientras llenábamos las planillas. Uno de ellos me comentó que había una posibilidad de obtener un trabajo, algo que solucionaba todos mis problemas. De los tres que rendimos el examen para acceder a ese empleo dentro de la Dirección de Pavimentación de la provincia de Corrientes. Dos aprobamos, pero el único problema es que a los 15 días nos hacían afiliarnos al Partido Peronista”.

“Corría el año 1952 y no tenía muchas opciones, logré recibirme mientras trabajaba y lo primero que me surgió fue hacer una pasantía de dos meses en el Establecimiento Las Marías de la yerba Taragüí. El dueño de la firma era rosarino y pertenecía al Partido Socialista, por lo que a los trabajadores de planta nos caía muy bien, a punto tal que me tocó dormir en la habitación de los empleados que eran solteros, porque los que tenían familia lo hacían en casas particulares”, afirmó Orioli, quien de ninguna manera aparenta la edad que tiene.

Inmediatamente hizo lugar a la primera de las anécdotas: “El primer contacto con él fue en un almuerzo en una vivienda de lujo donde había hasta un piano de cola y el plato principal era melón con jamón. En mi vida había comido eso, por eso la primera reacción a la que atiné fue mirar al resto para saber cómo se lo cortaba antes de llevarlo a la boca (risas). Estuve dos meses, mirando todo el proceso de siembra no solo de la yerba, sino también del té y observando curvas de nivel con el agrimensor”.

“Volví a Corrientes a lo que ya era la Universidad Nacional del Nordeste y, como cuando estaba en quinto año había obtenido una ayudantía como alumno, me puse en contacto con las autoridades y comencé a trabajar allí. En la Revolución de 1955, como había estado afiliado al peronismo, me dejaron cesante, me echaron”, se lamentó.

No obstante, algo mejor llegaría: “El destino y la suerte, sumado a que creo en Dios, hizo que empiece a surgir la Federación Universitaria y, por eso, mis compañeros me nombraron para que sea parte de la primera Comisión que se iba a constituir en Santa Fe, que era mi ciudad. Fui designado en representación de los estudiantes de la Facultad de Agronomía y Veterinaria de Corrientes y ese primer viaje a la presentación oficial lo hice en tren, en camarote, algo que tampoco nunca había experimentado”.

“Llegué un sábado, estuve en casa y tenía que hacer tiempo hasta el lunes que era la reunión. Sin embargo, ese encuentro se suspendió hasta la semana siguiente. Cuando volví a Corrientes me encontré con que el papá de un excompañero de la secundaria, era director de la Universidad Nacional del Litoral. Le escribí a ese amigo para que me haga el contacto así podía conseguir un trabajo, él hablo con el decano de la Facultad de Agronomía y Veterinaria de Corrientes y me dieron un puestito para ayudar en la biblioteca”, rememoró Gustavo.

Otra contingencia le dio la derecha de que el camino elegido era el correcto: “A los dos meses de haber estado una semana en mi casa de Santa Fe, me llamó el contador de la Universidad para avisarme que estaba la liquidación de los viáticos como profesor. Gracias a eso, pude subsistir el tiempo que demoró el nombramiento en la biblioteca. El éxito es 95% de trabajo, el otro 5% es suerte, lo que yo le llamo ayuda de Dios”.

“En la Facultad hice una carrera docente, como jefe de trabajos prácticos, luego fui profesor y en el interín consigo una beca en Costa Rica, más precisamente en el Instituto Interamericano de Ciencias Agrícolas. Viajé dos veces, una vez solo y la restante con mi familia que para ese entonces estaba compuesta por mi señora y mis dos hijos mayores (luego vendría la menor). Mi esposa era correntina y al igual que yo, era estudiante de Agronomía. Nos conocimos en la universidad y nos casamos en el 59, dos años después de recibirme”, planteó, ingresando al segundo tramo de su testimonio.

Sin embargo, retomó uno de los temas expuestos anteriormente: “Volviendo a lo que fue el paso por el país centroamericano, la primera vez permanecí siete meses hasta que regresé a Corrientes para retomar las tareas de investigación y docencia. Al tiempo, volví a Costa Rica para obtener el título de Master con el que ya me afinqué de nuevo en Argentina. Ya en tiempos de Onganía, donde sentíamos cierta presión, entro a la biblioteca de la Facultad correntina, cierro la puerta y veo un cartel de un llamado a concurso para becarios que quieran ir a estudiar una carrera de grado en el exterior, un doctorado”.

“Se trataba de un subsidio de la Fundación Ford que le había entregado al Departamento de Agronomía de la Universidad Nacional del Sur. Me designaron la beca, vine a Bahía Blanca por primera vez en mi vida para una entrevista, recuerdo que el aeropuerto era un galpón (risas) y me alojé en el Hotel del Sur. Tenía que dar una charla en el Instituto de Edafología e Hidrología, era una patriada que salió bien, porque te otorgaban esa beca y uno tenía que conseguir el lugar al que ir a estudiar”, opinó, Orioli, sobre aquel primer contacto con la ciudad.

Para lo sucesivo, debía prepararse: “Empecé un curso de inglés en Buenos Aires, eran tiempos en los que había logrado tejer relación con gente de Agronomía en la UBA y en la Universidad Nacional de La Plata. Me hice amigo de un profesor de esta última casa de altos estudios, le comenté que necesitaba conseguir una universidad y me contactó con un profesor que me hizo una carta de recomendación”.

“Gracias a eso, logré ser aceptado en Cornell University de Estados Unidos, donde hice mi doctorado. Fueron cuatro años allí gracias a la beca del Instituto de Afología e Hidrología la UNS, tiempo que no me resultó nada fácil porque me costaba manejarme con el idioma, más allá del curso que había hecho previamente”, dijo, consciente de sus limitaciones.

Y agregó: “En Norteamérica viví junto con mi esposa y mis tres hijos. Terminé la experiencia en 1971 y como tenía la obligación de regresar a Bahía Blanca, ya me radiqué en esta ciudad. Empecé a tener cierta amistad con gente de la UNS y logré entrar como profesor asociado, aunque no exento de los problemas propios que se vivían por aquel entonces a mediados de la década del 70. Me fui a una Facultad que era incipiente, la de Ciencias Agrarias de Balcarce que existió antes que la de Mar del Plata, donde di clases”.

“En el 76, después de la Revolución, volví a Bahía Blanca, pero tampoco me fue del todo bien políticamente. Sin embargo, podía seguir desarrollando la investigación. En 1980 nos mudamos al edificio de la UNS en Palihue, una construcción que por entonces estaba en el medio de la nada, aunque cercana a mi casa de la esquina de La Falda y Florida, lo que me permitía llegar caminando por un caminito cerca de un matadero”, evocó, con un dejo de nostalgia.

Su memoria visual lo llevó a describir que “había un puente de madera que para aquella época estaba destruido y por el cual se decía que pasaba ‘la fiambrera’ que cruzaba a La Escuelita. Junto a otro profesor, hacíamos equilibrio para cruzar el arroyo Napostá, toda una aventura. En 1985 me mudé a Mar del Plata para dar clases otra vez en Balcarce, pero durante ese lapso me propusieron que vuelva a Bahía porque iba a haber elecciones en la UNS”.

“Yo ya había estado durante la intervención que realizó González Prieto, en 1986 gano como decano, vuelvo a ser reelecto dos veces, ostentando el puesto hasta 1994. Luego, la lista que encabezaba Gutiérrez y en la que yo era el candidato a vicerrector obtuvo la victoria, volvimos a ganar a los tres años y posteriormente me llegó la jubilación, allá por 1999. En 1967, pedí permiso en el Conicet para hacer el doctorado sin goce de sueldo, pero al año me dejaron cesante”, refirió.

A continuación, Gustavo contó que “recién en 1983, vuelvo a reingresar a dicho organismo, por eso cuando me jubilé como profesor, pedí que me contraten por diez años más como investigador principal hasta que cumplí los 75 años. Seguí trabajando ad honorem, pero con todos los privilegios de un profesor. Todavía sigo yendo a la Universidad, muchos vienen a consultar, hace tres años dirigí el último doctorado, hice en 2021 y 2022 dos publicaciones de trabajos de investigación y soy Guardasellos de la Universidad Nacional del Sur”.

“En mi oficina todas las mañanas pongo música clásica y aprovecho para leer libros que no están tan relacionados con el estudio, sino del género thriller en inglés. Quedé viudo en 2014, pero eso no impidió que me aferrara a la universidad, la cual es todo para mí. Entré por primera vez a una con 18 años, tengo 89 y todavía sigo yendo, con el mismo entusiasmo del primer día, aunque siempre supe separar los tantos, una vez que llegaba a mi casa, cambiaba el chip y me dedicaba a la familia”, cerró.

Su labor académica debería ser una carta de presentación en sí misma. Sin embargo, detrás de ello hay un ser humano noble y de perfil bajo, con convicciones firmes que lo convierten en alguien que despierta respeto y admiración. Abrazó la investigación como pocos y, luego del retiro y el posterior deceso de su amada Leticia, optó por no recluirse en el sosiego. La fuerza de voluntad es su bandera y la vitalidad, la mayor de sus virtudes.

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