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Por Gabriela Biondo

Las disculpas reparan pero no retroceden el tiempo

Hace muchos años -yo era adolescente- mi madre me acercó una historia de esas que sirven para reflexionar.

Por Gabriela Biondo, artista (Gaby, la voz sensual del tango)

Ofrecer una disculpa a alguien que hemos herido es el comienzo de la solución cuando actuamos de manera incorrecta pero… nuestros actos que a otros lastiman u ofenden ¿no dejan huella?

Hace muchos años -yo era adolescente- mi madre me acercó una historia de esas que sirven para reflexionar. Me marcó de tal manera que hasta hoy aprovecho toda ocasión posible para evocarla. Quizás a alguien más le sirva.

Hubo una vez un niño que tenía muy mal genio. Por ello su padre decidió entregarle una caja de clavos y un consejo: cada vez que perdiera el control, debía clavar un clavo en la puerta de su habitación.

El primer día, el niño clavó 37 clavos en la puerta. Con el paso del tiempo, el niño fue aprendiendo a controlar su rabia y la cantidad de clavos comenzó a disminuir. Finalmente llegó el día en que no perdió los estribos. Su padre orgulloso, le sugirió que por cada día que se pudiera controlar, sacase un clavo. Los días transcurrieron y el niño logró quitarlos todos. Conmovido por ello, el padre, tomó a su hijo de la mano, lo llevó hasta la puerta y, con suma tranquilidad, le dijo: “Haz hecho bien, hijo mío, pero mira las marcas… la puerta nunca volverá a ser la misma. Cuando dices cosas con rabia, dejan una cicatriz igual que ésta”.

Hoy que las palabras vuelan tan velozmente, que en las redes sociales un comentario genera cientos de respuestas en segundos, que en un panel de televisión se repiten y alimentan dichos ofensivos de terceros por un punto más de rating, hoy que -en nombre del debate- vale más una buena pelea con reconciliación que una convivencia respetuosa, me pregunto si no tenemos que desacelerar nuestra verborragia y reflexionar antes de abrir la boca (o actuar) sabiendo que en nuestro proceder no somos los únicos involucrados.

Yo he dejado huecos en mi puerta y lucho cada día por no sumar uno nuevo. Cada una de esas huellas me recuerda que aunque intentemos ser óptimas personas no dejamos de ser humanos y que el tallado de nuestra conciencia es una labor constante y hasta el último día.

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