Por José Valle
Eduardo Giorlandini, un “troesma” de la vida

Por José Valle, historiador del tango, escritor, productor cultural y director del Festival Nacional de tango “Carlos Di Sarli”
Disfrutábamos mucho las largas charlas, café mediante, en la recordada confitería “La Cibeles” que estaba allí en Lamadrid y Alsina. Eduardo Giorlandini por el que sentía -y siento- una profunda admiración, un hombre íntegro, su valor moral era inmenso, un lindo espejo donde mirarse, un ejemplo, una guía.
Fue un hombre de letras, abogado, profesor universitario, conferencista y miembro de la Academia Porteña del Lunfardo. Su afición por el tango y el lenguaje lunfardo lo convierten en uno de los especialistas más reconocidos en la materia y, en particular, en el análisis y crítica de las letras del género y sus metáforas. Escribió muchos libros con temas referidos a su profesión, con especial atención al derecho del trabajo, a la educación laboral, a la economía y leyes del trabajo, al Mercosur, a la empresa cooperativa, entre otros. Asimismo es muy interesante su obra sobre historia y política, por ejemplo: El Frontón, El pensamiento fundamental de Ricardo Lavalle, Movimiento de Reforma Universitaria de 1918, Perfil del Desarrollo Argentino, Ricardo Balbín, el Radicalismo y la República y Luis León, el Movimiento de Afirmación Yrigoyenista y la Unión Cívica Radical.
Pero en esta semblanza quiero rescatar su calidad de ensayista e investigador del tango y el lunfardo y, en ese sentido, destacamos algunos de sus libros: Runfla lunfarda, Los bondis, Por la huella del lunfardo, Gotanfalun, Tango y folklore, Aquellos troesmas del tango, Tango y humor y Letras de tango y cronología de las raíces tangueras. Como autor de tango, su página cumbre es, sin duda alguna, el tango “Aguja brava”, con música de Edmundo Rivero quien la grabó en 1967, con guitarras. Otros temas suyos son: “La pucha que lo tiró”, “Por seguidor y compadre”, “La niña morena”, “Por una esperanza”, “Villa Mitre”, “Amigo son tus soles”, “Hermano sur”, “Navidad”, “Gorrión”, “Broncha debute” y “Me queda el tango”. También, es autor de la milonga “Numerero”, registrada por el conjunto La Puñalada con la voz de Germán Arens. En su labor como periodista escribió más de trescientos artículos, en los que abordó asuntos científicos, elaboró ensayos y crónicas diversas. También es autor de canciones populares y columnista de diversos programas radiales de Bahía Blanca y de emisoras nacionales.
Fue íntimo amigo de Edmundo Rivero, a quien conoció en la cárcel. Al relatar aquel primer encuentro, el “tordo” se apuraba a aclarar que su expresión no fuera mal interpretada: era la época en que los presidios eran visitados por artistas. A su vez, Giorlandini frecuentaba este ámbito para investigar sobre lunfardo; con permiso de las autoridades, charlaba con los presos para desentrañar el lenguaje malandraco, carcelario, delictivo o canero, que tanto nutrió el diccionario lunfa. El mejor amigo que tenía Rivero en ese momento en Bahía Blanca era Adelino Silvetti, albañil y bandoneonista, amigo del padre de Giorlandini. Él los presentó socialmente e inmediatamente nació la amistad.
Un párrafo aparte merece su vocación docente. Giorlandini fue, fundamentalmente, el maestro que siempre llevará al alumno hasta el extremo, colocando su mente en conflicto, para así templarla, igual que el martillo lo hace con la espada contra el yunque del herrero. Sentirá todos los dolores: los propios y los de su discípulo, y estará presente de tantas formas como sea necesario para hacer que su alumno avance. No cualquiera es un maestro. El verdadero maestro puede aliviar las cargas y enseñarnos, sobre todo, cómo ser libres. Y, llegado el momento, cuando el alumno madure, es posible que lo abandone —hasta físicamente—, para dejarlo partir y vivir su propia vida.
Don Eduardo caminaba diariamente por Bahía Blanca, su lugar en el mundo, y donde quiera que detenía al azar su camino se le acogía con respeto y alegría. Era un ser querido y honorable, un tipazo. Uno de esos caballeros de antaño, de los que ya no encontramos, afable, formal, culto, con gran sentido del humor y un porte plagado de elegancia y señorío. Se mostraba con una humildad extraordinaria y siempre dispuesto, con el mejor gesto.
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