De Ayer a Hoy
Paola Vergara: "Sufro de depresión, pero mi motor es ayudar a la gente"
Comprometida y generosa evocó una dura niñez. Aquella cirugía que cambió su fisonomía y le dio salud. La actualidad de Corazones Solidarios. “Por años nos hicieron bullying y fuimos discriminados”, resaltó.

Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/X: @leandrogrecco
Corría la tarde del lunes 19 de mayo, más precisamente sobre las 17:30 de una jornada en la que el clima empezaba a acomodarse a la época del año, después de varios días en los que el termómetro ubicó al mercurio por sobre los registros habituales. La protagonista de este artículo se encontraba conversando con un vecino en la puerta de su casa donde a su vez funciona la ONG que encabeza, una práctica habitual.
Con la cordialidad que la caracteriza, presta atención ante cada requisitoria que llega a sus oídos. Su cruzada la lleva adelante en un punto neurálgico de Bahía Blanca. La empatía es su principal virtud, pero no es la única, a partir de una fuerza de voluntad propia de un ser iluminado por la fraternidad.
Atravesada por delicados traumas de su pubertad, tomó el control casi total de su destino, aún cuando estaba en edad de jugar y divertirse. Fue víctima de destrato y se animó a dar el gran paso para preservar su salud, además de convivir con los vaivenes de sus estados de ánimo y la presión de ser una red de contención para los desvalidos. Hoy, en La Brújula 24, la historia de una joven mujer cuya fuerza volcánica la mantiene de pie y así se confiesa en “De Ayer A Hoy”.

“Mi nombre es Paola Andrea Vergara, soy bahiense, nacida en el barrio Villa Nocito y viví siempre en la misma casa, incluso hasta el día de hoy, en el domicilio que en vida fuera de mis padres. Tengo 41 años y mi infancia no fue del todo feliz porque cuando tenía 9 quedé huérfana”, mencionó Vergara, al refrescar la memoria en el inicio del ida y vuelta.
Y reflexionó que “en realidad, hasta ese entonces mi niñez fue hermosa, pero siendo muy chica, mi mamá falleció por depresión y tuve que aprender lo que era la vida. Dejé ese cuento de hadas, ya no fui la muñeca de una familia perfecta que nunca había sabido de una discusión, ni había vivido en mi entorno ningún vicio extraño”.

“El primero en dejar este mundo fue mi papá, allá por el año 1994 como consecuencia de un accidente laboral y, frente a aquel episodio trágico, mi mamá no quiso vivir más, por lo que al poquito tiempo también se fue de este plano”, recordó, con indisimulable congoja.
Luego, recordó que “después de que él partió, llegamos a casa y lo primero que hizo fue pedirme disculpas y advertirme que no iba a poder seguir con su vida porque al enviudar, mi papá se había llevado su corazón. Ella murió por depresión, mi hermana 15 años mayor falleció por la misma causa y tengo un hermano con el que perdí todo tipo de contacto”.
“Hice la primaria en la Escuela N° 36, luego me fui a vivir con mi hermana, completé los estudios en primera instancia en Marina Coppa y luego en La Piedad, donde experimenté los mejores momentos de mi vida. Pude aprender sobre solidaridad y amor al prójimo gracias a las enseñanzas de la Iglesia”, infirió la entrevistada.

No obstante, corroboró que “formé mi primera agrupación con 15 años y me animé a abrir el grupo Semillas de Caridad, para ese entonces ya le daba apoyo escolar a 100 alumnos en Adrián Veres al 2100. Era la década del 90, donde se estaba gestando la presencia de los primeros comedores y organizaciones sociales”.
“Nos fue muy bien, pero al ser un grupo que estaba compuesto por adolescentes, muchos empezaron a ponerse de novios y se terminó disolviendo. Luego, elegí el camino de misionar, me destinaron a la localidad rionegrina de Valcheta, donde estuve ocho meses y transité experiencias únicas”, apuntó Paola, con un armónico tono de voz.

En esa misma dirección, replicó que “fui seleccionada tres veces para ir a África, pero no me animé por cuestiones que tenían que ver con mi contextura física de ese entonces. Ya casada con Pocho, mi marido, viví una depresión muy grande porque no podía ser mamá biológica pese a mi deseo en ese momento de quedar embarazada”.
“Eran épocas en las que estaba muy gorda, llegué a pesar casi 200 kilos, por lo que fue Roberta, mi mejor amiga, la que me sugirió hacer algo en conjunto para sacarme de ese pozo anímico en el que me encontraba. Me alentó a abrir un grupo similar al que había intentado promover siendo adolescente, con la idea de reflotar aquello que no pudo ser, y es en ese momento donde nació Corazones Solidarios”, exclamó con satisfacción.
Paralelamente, describió aquella génesis: “Primero fue un ropero comunitario, luego se convirtió en un merendero en conjunto con la ONG Red de Voluntarios junto a Matías Corvatta que nos enseñó muchísimo a trabajar en los barrios. Mi sueño real es abrir un hogar de abuelos, pero cuando recién arrancamos con Roberta y Pocho, sufrimos mucho bullying, nos miraban como extraterrestres y gordos que teníamos ganas de hacer algo y nadie nos creía”.

“Con el tiempo nos fuimos ganando cierto respeto y comenzamos a transitar nuestro camino. La gestión municipal de ese entonces, más precisamente hace 21 años, nos pedía que donemos hasta la casa de mis padres, de la cual no tengo ni papeles, para entregarnos una chapa”, disparó, con cierta indignación.
Cada etapa socio-económica tiene su complejidad: “Las necesidades de la gente existieron siempre y las problemáticas a nivel país y en el ámbito local nunca desaparecieron. Hace casi tres años empezamos a cambiar la mentalidad y exigimos que la gente que venga a buscar un bolsón de alimentos haga un curso, participe de una jornada de limpieza barrial o venga a trabajar a la huerta”.

“Sé que esta decisión no cae bien en el conjunto de la sociedad, pero da buenos resultados porque antes subíamos una foto entregando alimentos y muchos comentaban que los beneficiarios se llevaban todo de arriba. Los números se nos iban muy arriba, de 200 familias que asistíamos, habíamos llegado a casi 500 y no nos alcanzaba la capacidad para satisfacer todas las necesidades”, reconoció Vergara.
Y lo argumentó: “Cambiamos la mentalidad y hoy sabemos que damos la ayuda a familias que se involucran con nuestras actividades. Antes de modificar nuestro régimen de ayuda, dictamos el curso de soldadura, que para mi era un éxito, pero iniciaron 15 y terminaron 5 y ahora la gente sabe que se toma lista. Por ejemplo, un día nos ingresa pionono o fiambre y al siguiente los que asistan a la clase se llevan esa mercadería que recibimos”.
“Los dictan gente capacitada, Claudia Diez viene de forma gratuita y está a cargo del curso de cocina, Selva Patrón da el de costura desde hace cuatro años y su sueldo lo paga un colaborador whitense llamado Adrián Álvarez. El de panadería tiene a la chef Luciana Boni al frente del mismo, también damos apoyo escolar, ofrecemos nuestra biblioteca, comedor, huertas que está a cargo de Fabián Val y Daiana Scoccia”, aseguró, promediando la charla.

En esa misma dirección, ponderó que “la gente del municipio conforma un grupo humano hermoso. También es importante el aporte que nos dispensa en la actualidad el delegado municipal Fernando Herrera que está realmente muy comprometido con lo que ocurre en todo el sector del Noroeste y sus necesidades”.
“Respecto del cambio de mi fisonomía física, la familia Antozzi me donó la operación, la cual llegó un poco más tarde de lo que debió darse porque las personas obesas solemos ser muy caprichosas y porfiadas. Ponía excusas, casi no respiraba y me costaba hablar, por lo que no tuve más remedio que usar un CPAP, una máquina que utiliza presión de aire leve para mantener las vías aéreas abiertas”, describió con minuciosidad.

La decisión de dar un paso más no fue nada sencilla: “Tenía miedo, me gustaba comer bien y postergaba la operación, hasta que en un momento me di cuenta que el tiempo que me quedaba de vida era poco y, por ende, Corazones Solidarios iba a desaparecer. Mis mejores amigas hicieron guardia para que utilice ese bendito aparato que no voy a olvidar nunca más en mi vida (risas) hasta que pude llegar a la cirugía”.
“No me imagino de acá a 20 años, no proyecto mi futuro mucho más allá, estoy en un proceso de vida, luchando contra mi depresión, vivo el día a día, sabiendo que un minuto estoy bien y el otro muy mal. Estoy logrando levantarme todas las mañanas con la premisa de lograr que la institución deje de estar en nuestra casa, por lo que agradezco a Federico Susbielles y parte de su equipo que nos viene ayudando, como es el caso del delegado, Pablo López y Rodrigo Dulsan para darnos una mano”, rescató sin vacilar.
En ese sentido, enunció que “las tierras se consiguieron, el Intendente nos escuchó, sabe de nuestra labor y eso nos priva de tener que explicar lo que hacemos casi como una rutina. Soy una cara visible, pero el lomo lo pone cada voluntario, trato de sembrar buenas personas para que esto continúe cuando no me toque estar más”.

“Más de una vez me han ofrecido apoyo psicológico, pero no lo he aceptado porque siento que no me ayuda, lo que me da energías es ponerme como objetivo el hecho de al menos tenderle una mano a alguien. Soy creyente y estoy acá porque llevo adelante la obra de Dios, no tengo ningún hobby, ningún vicio y lo que me mantiene viva es el hecho de contribuir a hacer feliz a alguien que la esté pasando mal”, evidenció.
Por último, fue descarnada al admitir que “de acá a 20 años tengo la certeza de que ya no voy a estar, pero me encomendé sembrar un buen espacio, dejando un buen lugar, bien constituido, donde como en ningún otro punto de Bahía convivan un hogar de abuelos, con un comedor de chicos y una institución donde se dictan los cursos”.

La tarde caía y todavía quedaba mucho por hacer. Luego del pequeño “recreo” dispensado a este cronista, afronta las obligaciones a las que se aferra y le dan sentido a su rutina. Un alma que no merece que se le dé la espalda, con su silenciosa tarea arremete contra todas las adversidades y hace posible lo utópico. Porque su sueño es el alivio de muchos.
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