DE AYER A HOY
“Pichi” tiene la receta para hacer convivir la educación física y la música
Pablo Mariani se ganó el cariño de los bahienses. Una juventud vinculada con el básquet. El honor de cantar con Abel Pintos y ser telonero de “Cacho” Castaña. Y una reflexión: “Cantar es mi descarga a tierra”.
Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/Twitter: @leandrogrecco
Nacido a unas 15 cuadras de la Plaza Rivadavia hace algo más de medio siglo, encontró en el básquetbol su primera pasión, desarrollando una respetable carrera en el club que lo vio crecer. Desde joven, mostró un fuerte compromiso con el deporte, destacándose en las canchas y ganándose el respeto de sus compañeros y entrenadores. Sin embargo, su inquietud y amor por el arte lo llevaron a explorar otra faceta: la música. En paralelo a su vida deportiva, comenzó a interesarse por el canto, lo que lo llevó a complementar sus estudios con una formación en educación física, graduándose como profesor.
Con la llegada del nuevo milenio, este bahiense logró armonizar sus dos pasiones, combinando la docencia con lo artístico. Su formación vocal, sumada a su dedicación y perseverancia, lo convirtieron en una de las voces más respetadas y admiradas de la ciudad. Su carrera como profesor de educación física le permitió influir en muchas generaciones de estudiantes, transmitiéndoles no solo habilidades deportivas, sino también un profundo amor por la música. Esta dualidad en su vida profesional le otorgó una visión integral, uniendo cuerpo y alma a través de sus dos grandes pasiones.
Hoy, retirado de las aulas, sigue plenamente activo en el ámbito artístico, ofreciendo un servicio completo para eventos que refleja su vasta experiencia y madurez. Con la seguridad y solidez que le han dado los años, este talentoso bahiense continúa deleitando a su público, manteniendo vivo su amor por la música y la enseñanza en cada actuación y proyecto que emprende. Su recorrido es un testimonio de cómo las pasiones, cuando se cultivan con dedicación, pueden dar forma a su vida plena y significativa. En LA BRÚJULA 24, exploramos aspectos todavía poco visibles sobre Pablo Mariani.
“Mis primeros años de vida los pasé en la que era mi casa de Paraná y Güemes, a cuatro cuadras del glorioso Pacífico que con el correr de los años aprendí a amar. Me crié con mis padres y mi hermano seis años menor que está vinculado con el tenis del club”, fueron las primeras palabras de Mariani en una entrevista que iba a deparar momentos de risa y nostalgia.
Y no dudó en marcar otra fuerte influencia: “También estuvo muy presente en la crianza mi abuela, quien fuera una figura vital porque mi mamá trabajaba mucho, era docente y luego directora de escuela. Mi papá trabajó como tornero y luego en una empresa de neumáticos, en la cual se terminó jubilando”.
“Mi infancia transcurrió mucho en la calle, con los típicos arcos de fútbol hechos con ladrillos. Allí nos juntábamos con la barrita del barrio, pero también nos reuníamos en el predio que actualmente es del fútbol menor de Olimpo sobre calle Martín Rodríguez”, evocó, respecto de una época que añora desde lo más profundo.
Al hablar de su formación, señaló que “hice toda la educación primaria en la Escuela Nº 3 de Terrada al 400. Luego, la secundaria la cursé en la ENET Nº 1 de calle Azara, donde logré recibirme como Técnico Electrónico, aunque lo paradójico es que en la actualidad no puedo arreglar ni un enchufe”.
“Con tan solo seis años dejé de patear la pelota con mis amigos porque conocí al básquet como una opción para mi vida. Todo esto se dio cuando ‘Freddy’ Zeppa me invitó a ir a tirar al aro en la cancha de Pacífico y descubrí que esa era la disciplina que me iba a cautivar”, dijo Mariani.
Agradecido por naturaleza, rescató algunos nombres importantes: “Viví una linda experiencia viajando como juvenil en el plantel de Liga Nacional del ‘Verde’. Me marcaron muchos compañeros de la talla de ‘El Zurdo’ De Battista y Héctor Ceballos, al igual que Marcelo Richotti y como DT ‘Tite’ Boismené que me atrapó con su linda locura”.
“La guitarra en mi vida aparece ya en la escuela primaria, que me había regalado mi abuela cuando apenas tenía cinco años y a los seis, cuando aún el instrumento era más alto que yo, empecé a tomar clases con una profesora que me brindaba clases particulares”, aclaró, sobre otra de sus pasiones.
Transitó el camino más largo, aunque luego daría sus frutos: “Sin antepasados familiares ligados a la música, rendí libre en el Conservatorio tras cursar siete años hasta que un día, un maestro me dijo que debía dejar el básquet porque podía romperme la uña. No lo dudé, seguí picando la pelota, algo de lo que no me arrepiento”.
“Las primeras ocasiones tocando y cantando ante la gente se dieron en campamentos, sumado a lo que fue mi participación en el coro de la Iglesia San Roque. Nunca tuve miedo escénico, sin embargo, a diferencia de la mayoría de los colegas, nunca integré un conjunto ni banda”, comentó, a modo de curiosidad.
“Mis primeras influencias siendo casi un adolescente giraban en torno a los temas de Sui Géneris, Charly García y León Gieco”
El principal mérito de “Pichi” fue haber amalgamado sus inquietudes, esas que le aportan disfrute: “Estudié la carrera de Educación Física en el Instituto Superior. Me recibí de profesor y en 1992 entré en el sistema educativo, con un perfil de docente que, por mi inclinación hacia lo artístico, no era tan serio, más allá de que tomaba el trabajo con absoluta responsabilidad”.
“El hecho de dar clases en el patio casi que te obliga a echar mano a cierta actuación, tal como me ocurrió en un CEF con un colega que me decía que él se encargaba de la parte seria y en mi caso de lo más vinculado a los fogones y sketches por mi carisma”, afirmó, promediando el ida y vuelta.
La docencia lo llevó por distintos senderos: “Mi primer cargo fue en una escuela del Barrio Noroeste, luego fui deambulando hasta que titularicé, estando mucho tiempo en Centros de Educación Física. En el año quince en docencia, centralicé mi carga horaria en Escuela Técnica Nº 3”.
“Me jubilé joven por un tema vinculado con la antigüedad. Es que empecé a ejercer tareas con apenas 22 años y, en esa época, cuando ibas a un acto público encontrabas cargos, a diferencia de lo que acontece ahora que existe una gran demanda laboral y menos oferta”, sostuvo el protagonista de esta sección.
El sacrificio valió la pena: “La mayor carga horaria que tuve como profesor fue de 30 horas semanales y no es un dato menor porque, a partir del 2000, me empecé a inclinar por la veta artística y de animación en eventos de todo tipo, por lo que tenía que repartir energías entre ambas actividades”.
“Pude llevar adelante ambas labores sin mayores problemas porque, en definitiva, la música fue mi descarga a tierra, tal es así que me propuse estudiar canto, más allá de que entiendo que de forma innata ya tenía algo de oído y era un intérprete relativamente afinado”, lanzó.
Casi sin proponérselo se topó con enormes probabilidades: “Trabajé con Armando Livani, que fue el primer maestro de Abel Pintos con el cual tuve la posibilidad de compartir escenario en una ocasión en el salón Sueños. Estaba de visita en Bahía y tuve el desparpajo de invitarlo a hacer ‘Ojos de Cielo’, a lo que accedió sin dramas”.
“No puedo dejar de mencionar a una fonoaudióloga llamada Liz Costas y una soprano del coro polifónico, Sandra Guidazio, quienes me brindaron herramientas para que hoy pueda hacer un show de hasta cuatro horas y termine entero, pasando por todos los repertorios”, detalló.
Luego, reconoció que “la docencia hasta 2018 fue mi gran vocación, hasta que se truncó porque tuve una lesión bastante grave en una de las rodillas. Se trató de un infarto óseo a nivel del fémur que me impidió seguir dando clases, porque a eso hay que sumarle que luego vino la pandemia”.
“Iba a dar clases rengueando, pero el consejo de un compañero, el dolor y el resultado de una resonancia magnética derivaron en esa consulta médica, reposo absoluto y kinesiología para que se reactive la irrigación sanguínea en la zona y se regenere el hueso”, rememoró sobre un momento de incertidumbre que quedó atrás.
“Creo haber sido un buen profesor de Educación Física, trabajando desde niños de jardín de infantes hasta jóvenes en edad del último año de la secundaria”
Lo que Mariani hoy es, se emparenta con el espíritu de equipo que halló en el deporte: “El básquet fue un pilar fundamental también en el tramo previo a la adultez, era de esos jugadores que sentía dolor en la derrota y alegría en las victorias, potenciado porque me tocó ser parte de una etapa histórica en el club que estaba envuelto en el profesionalismo”.
“Con la música estuve en fiestas como las cenas de Empleados de Comercio y las ferias del municipio que, dada mi forma de trabajar con las bandas grabadas y la guitarra en la mano, quizás eso frenó la exposición pública. Es algo que no me planteo como cuenta pendiente”, no dudó en confirmar.
Respecto de la forma en la que lleva adelante su labor artística, describió que “estoy muy acostumbrado a tocar con una pista atrás y creo que percibí que era el camino correcto cuando en el 2000 subí al escenario de una confitería y tuve la suerte de que el sonidista, Eduardo Clair, me invitó a su estudio. Él vio en mí el ida y vuelta con el público”.
“En ese momento no existían todavía los karaokes, entonces grabé una serie de bases de canciones, a raíz de que solo existían lo que se conocía como pistas profesionales. Tengo la certeza de que fue una linda puerta que se abrió y me dio confianza para seguir adelante”, se alentó a sí mismo.
Una puerta se iba a abrir casi de manera mágica: “Sin querer, empezaron a llamarme de eventos. Me tomó por sorpresa y me obligó a realizar una educación vocal para estar a la altura de las circunstancias y los requerimientos. Lo único que trato de evitar son las fiestas de 15 porque no es lo que más me agrada”.
“Desde 1996 estamos juntos con mi esposa (Karina Torres), con la cual tenemos dos hijas (Luz y Valentina). Debo decir que me han acompañado en este proceso porque en un determinado momento, la música se convirtió en una ayuda económica, prácticamente un medio de vida que me daba placer”, apuntó.
En perspectiva, celebra todo lo conseguido: “Empecé tan solo con una guitarra y hoy tengo mis propios equipos de sonido y un vehículo para transportar esos elementos, lo que me permite hacer todo el evento integral porque brindo hasta el servicio de disc jockey. Esa es una ventaja dentro del rubro”.
“Me gustaría perdurar porque ya son casi 25 años ininterrumpidos con la música, que me dieron la posibilidad de vivir momentos imborrables, uno de ellos fue ser el artista soporte de un gigante: ‘Cacho’ Castaña, allá por el año 2001 en una conocida confitería bahiense”, mencionó, a modo de anécdota.
Al cierre, “Pichi” la remató del siguiente modo: “Pude cruzar algunas palabras con él, lo saludé y le agradecí porque sentía que sus temas me habían marcado, por lo que empecé a explorar su repertorio a partir de ese momento. A él como a Sandro les debo muchísimo de lo que soy, lo repito en cada uno de mis shows.
Pablo Mariani observa el futuro con optimismo. Con una mirada colmada de proyectos y sueños por cumplir, apuesta en grande para dar rienda suelta a la felicidad que, para él, se resume en pequeños momentos. Desde una simple reunión con amigos, pasando por la responsabilidad de brindar un montaje de calidad en un evento social, hasta un simple café con un periodista para repasar las vivencias que lo ubican en un sitial reservado para los grandes talentos de la ciudad.
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