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contada en primera persona

La inolvidable experiencia de un periodista de La Brújula 24 en la Fragata Libertad

Leandro Grecco fue uno de los tripulantes del buque escuela de la Armada argentina en el trayecto entre Mar del Plata y Bahía Blanca. Sus vivencias y las mejores imágenes.

Por Leandro Grecco
Faceboook Leandro Carlos Grecco/Instagram @leandro.grecco/Twitter @leandrogrecco

Eran 275 millas en aguas del Mar Argentino. La invitación cursada a este cronista para ser parte de la nómina de invitados que unirían Mar del Plata con Bahía Blanca, debo admitir, no despertaba –al comienzo– un entusiasmo inconmensurable. A medida que transcurrieron los días y se acercaba la fecha, el empuje del entorno inyectó las ganas necesarias para asumir el desafío.

“Una experiencia a la que pocos tienen acceso y que jamás olvidarás”, era el resumen de lo que solía escuchar cuando comentaba la existencia de semejante posibilidad. Desde el teléfono celular partió un “sí, acepto” y desde entonces una montaña rusa de emociones que aún hoy no se detiene. Recibir instrucciones del material que debía llevar conmigo a bordo y plantear la propuesta a las autoridades de La Brújula 24 no eran impedimento para concretar la cobertura.

En los primeros minutos del miércoles 22 comenzó la aventura, viajando a La Feliz, donde en el amanecer de ese día se produjo la llegada a la Base Naval. Allí, la rápida registración hizo que en un abrir y cerrar de ojos ya fuera parte de la tripulación de la Fragata A.R.A. Libertad. Ese vertiginoso momento hasta poner el primer pie en la cubierta de la embarcación, permitió sortear sin contratiempos la premisa de saber que llegarían 48 horas imborrables.

Lo primero que me impactó, aunque ciertamente sabía que sería así, es la cordialidad de los marineros quienes no dudaban en saludar y presentarse. Los más jóvenes, cadetes de la Armada que están en su etapa de instrucción, con un fuerte y claro “buen día”, mientras que los que ostentan cierto rango se acercaban para mostrar su enorme predisposición ante cualquier tipo de inquietud.

El comandante de la nave es bahiense. Se trata del Capitán de Navío Gonzalo Nieto, el máximo responsable de que exista este artículo periodístico. Fue él quien manifestó su total empatía con quien escribe, a partir de la amistad con mi hermano y el recuerdo de un programa de TV donde demostró su fanatismo por el deporte de las bochas y en especial a su amado Tiro Federal. Al momento del encuentro, un apretón de manos y el consiguiente “bienvenido a bordo” llevó tranquilidad.

Decenas de civiles éramos parte de la comitiva. El primero de los aspectos a dilucidar fue la designación de la cama para cada uno de nosotros. Fue la primera vez que bajé a cubierta y desandé el camino que luego se convertiría en rutinario por escaleras angostas que comunican las distintas dependencias de la embarcación. Un sector de cuchetas prolijamente presentado y en un espacio reducido iba a ser, además, el punto de escape en caso de algún momento de mareo o descompensación.

También se asignó, antes de zarpar, la balsa a la que cada uno debería subir en caso de un siniestro. Y lo propio respecto al chaleco salvavidas individual que debíamos restituir al llegar a tierra firme. Departiendo con los demás invitados, que llegaban desde distintos puntos del país (inclusive con presencia de un diplomático haitiano) llegó la hora de soltar amarras y, ante la mirada de decenas de curiosos, en su mayoría turistas que se apostaban en un sector preferencial sobre una suerte de barranco, comenzó la travesía.

Los remolcadores hicieron su trabajo y la Fragata inició el periplo asistida por uno de sus motores, sin aún desplegar las velas, las mismas que le aportan una imagen llena de mística y elegancia. El cielo se presentaba despejado y una leve brisa de mar permitía disfrutar de la navegación sobre la cubierta. Las primeras actividades estaban destinadas a comprender las nociones de seguridad y el denominado “rol de abandono”.

De qué manera llegar a la balsa asignada, caminando todos los tripulantes en el mismo sentido antihorario, fue uno de los primeros ejercicios aprendidos. Para ese momento ya se iban conformando los equipos que, apoyados por la camaradería de los más experimentados, hicieron de ese grupo, un bloque compacto que se fue solidificando con el paso de las horas.

Llegó el momento del “rancho”. Esa es la palabra para definir el tiempo del almuerzo y la cena. Aquel mediodía del miércoles 22 se degustaron los deliciosos capeletinis con salsa boloñesa que los especialistas en la materia elaboraron en la cocina de la nave insignia argentina. El postre consistía en gelatina de frambuesa y para beber, agua.

Si bien el cansancio del viaje previo desde Bahía Blanca empezaba a hacer mella, opté por no dormir y aguantar hasta la noche. Es que una ocasión como esta no se vive todos los días. Y valió la pena porque entre distintas maniobras para garantizar la seguridad a bordo (rol de abandono o como se lo resumía allí “zafarrancho” para evacuar en caso de que la Fragata no pudiera mantenerse a flote) irrumpieron en la escena dos ex conscriptos de la clase 1962.

Marcelo Pozo y Rubén Otero fueron tripulantes de la Marina durante el conflicto bélico en las Islas Malvinas y sobrevivientes del entrañable Crucero A. R. A. General Belgrano, que resultara bombardeado y posteriormente hundido por las tropas inglesas. El testimonio de ambos erizó la piel de los presentes, quizás potenciado aún más por el contexto de estar en altamar, lo que provocó que las lágrimas de admiración brotaran por doquier.

Ese primer segmento de la navegación en zona costera hizo que la señal en los teléfonos celulares no fueran un problema para la tripulación. Pasó la merienda (mate cocido con una medialuna y una porción de torta de chocolate) y por la noche y como siempre en tres turnos para optimizar el espacio físico además de priorizar a quienes debían tomar el suyo, se sirvió polenta con salsa de tomates, siempre con la gelatina que ayudaba a endulzar el momento, aunque no fuera necesario porque el derrotero para ese entonces era soñado.

Un partido de naipes al truco logró distendernos, sumado a una recorrida nocturna por la cubierta para aprovechar el cielo despejado y la inmensidad de las estrellas en el firmamento permitieron movilizar las fibras más íntimas antes de una ducha reparadora y el momento de descansar, cuando el cansancio ya era prácticamente insoportable, pero la felicidad y la alegría estaban muy por encima.

A las 7 del jueves 23 sonó “Diana”. Así se conoce al momento de despertar para encarar un nuevo día. El sonido de la trompeta en los altoparlantes y un mensaje optimista del Comandante dio paso a una canción de ACDC, para que no haya excusas de que era el momento de dejar la posición horizontal. El desayuno constó de café con medialunas y rápidamente la actividad. Antes de salir a cubierta, un grupo de cadetes expuso sobre la historia de las embarcaciones de la Armada más icónicas. Es que muchos de ellos estaban estudiando para rendir sus exámenes y ese fue uno de ellos.

Las primeras horas del segundo día en altamar fueron las más complejas para quien escribe. El movimiento pendular de la nave en aguas que ya no se mostraban tan amigables, ocasionaron los típicos mareos que pusieron a prueba el nivel de resistencia a las inclemencias. Una tenue llovizna acompañaba, aunque luego el clima iba a mejorar de manera ostensible. Acostarse o mirar al horizonte en un punto fijo eran las opciones para mitigar el malestar que, para ese entonces, ya era indisimulable.

La Fragata Libertad cuenta con todo tipo de servicios, desde una peluquería hasta una sala de atención con profesionales de la salud dispuestos a asistir a quienes así lo requieran. Mágicamente, el timón viró y aquel movimiento comparable con la silla mecedora de la abuela quedó atrás. Lo que también ya formaba parte del pasado, desde hacía muchas horas, era la señal del teléfono celular, porque la embarcación se internó mar adentro. Y el almuerzo de ese día (canelones de verdura con salsa blanca) quedó en un segundo plano para evitar males mayores desde el punto de vista estomacal.

Otro momento emotivo fue la ceremonia de despedida de los restos de Aníbal Robinson, Subdirector del Hospital Naval Pedro Mayo y médico hematólogo fallecido hace cinco años. Su última voluntad era que sus cenizas sean esparcidas en el mar y sus hijos Alan y Eric, en representación además de su hija Leslie y su esposa Silvia le cumplieron ese legado. Un capellán y el sonido de la gaita perfectamente ejecutada por un músico a bordo coronaron la secuencia que tampoco estuvo exenta de emoción.

Las maniobras de los alumnos de cuarto año subiendo a los mástiles para desplegar o replegar las velas, llevando adelante ejercicios y maniobras como parte de la práctica eran moneda corriente en el trayecto. La valentía de cada uno de ellos para subir a una altura digna de quienes no sufren vértigo era motivo de admiración y reconocimiento por parte de los civiles como uno, poco acostumbrados a ver semejante acto de arrojo.

La merienda consistió en un té con tortas negras (carasucias como las llamamos los bahienses) matizadas con otra tarde de naipes le dio paso a lo que sería la última cena a bordo, antes de tocar tierra firme. El clima mejoró y la noche se presentaba muy fresca, pero agradable, prácticamente sin viento. Allí el ambiente se mostró aún más distendido y las charlas interminables con los marinos fueron el marco ideal para combinar risas y emoción.

El viernes, “Diana” fue a las 6. La Fragata había fondeado la noche anterior en Puerto Belgrano y después del desayuno comenzarían las maniobras para poner proa definitiva a Ingeniero White. Los bancos de niebla acompañaron el trayecto de la nave hacia destino, volvió la señal en el celular y en el horizonte ya se veía la silueta de la ciudad. La recepción en el Puerto de Bahía Blanca (donde este fin de semana se la puede visitar) fue conmovedora, todo prolijamente preparado y con una coordinación clásica de la Fuerza. Tiempo de la despedida con los tripulantes que, en su mayoría, se conocieron allí y momento de descansar.

Sin lugar a dudas, valió la pena. Superó las expectativas y, como ocurre en estos casos, uno tomará dimensión de lo vivido con el inexorable paso del tiempo. Anécdotas por doquier pero, por sobre todas las cosas, resalto vivir en un ambiente rodeado en su mayoría de jóvenes que hacen un culto al respeto y la dedicación. Una experiencia que jamás olvidaré.

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