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DE AYER A HOY

Carlos María Giménez: “Todo lo que tengo se lo debo al boxeo y a mi esposa”

El mejor púgil de la historia de Bahía confesó que nunca tuvo miedo de subir a un ring. Además, habló de Monzón. Las peleas por el título mundial contra Pambelé. Y resaltó: “La gente aún me saluda y me pide fotos”.

Por Leandro Grecco / [email protected]
Instagram: @leandro.grecco – Twitter: @leandrogrecco

Sencillo, amable y, por sobre todas las cosas, terrenal. Cualidades que no abundan en los ídolos deportivos, menos aún en los actuales, que hacen de su talento un negocio. Bahía Blanca tiene la suerte de haber sido cuna de referentes en las distintas disciplinas, forjando atletas que se convirtieron en verdaderos embajadores en el mundo, dejando en alto y bien parado el prestigio de su tierra.

Cada palabra del párrafo anterior describe a Carlos María Giménez, el mejor boxeador que vio nacer la ciudad. Porque además de haber sido campeón argentino en 1972 y coquetear con el título mundial en dos oportunidades (en la segunda ocasión siendo claramente perjudicado), demostró que resulta compatible mantener una línea de comportamiento que se transforme en un ejemplo para los que vinieron después, en una actividad que siempre fue mirada con cierta desconfianza.

La Brújula 24 se dio el lujo de compartir una tarde con una entrañable figura que hoy transcurre sus días en la tintorería ubicada en Almafuerte al 100, junto a su inseparable esposa. El camino de aquella dura niñez donde llegó a dormir en la calle, a acariciar la gloria. Una historia que merece ser contada.

Un retrato que mantiene vivo su recuerdo en el ring.

“Soy nacido en Bahía Blanca y me crié en el seno de una familia humilde. Vivíamos en calle Avellaneda al 1400 y me puedo autodefinir como una persona muy apegada a mi entorno íntimo más cercano. Pude cursar mis estudios recién en mi época de adulto, haciendo la primaria, secundaria y hasta me recibí de periodista deportivo”, mencionó un orgulloso Carlitos, sin hacer alarde de nada, simplemente relatando lo sucedido con la naturalidad de un número uno.

La primera sentencia fuerte de las tantas que tuvo la charla fue la siguiente: “Si me falta mi familia me muero. Vivo junto a María del Carmen y mis dos hijos nacidos el mismo día con tres años de diferencia. Los que nos conocen nos dicen los Argento de Bahía y aún no soy abuelo, pero me prometieron que para 2028 me van a dar un nieto (risas)”.

Sosteniendo a su hija Natalia y un gesto característico.

“Paso mucho tiempo del día en el local y por las noches me gusta leer, escribir y hacer las sopas de letra que me sugirió el médico. Mi esposa siempre estuvo al lado mío y fue quien me mantuvo los pies sobre la tierra, en especial durante toda mi carrera boxística en lo que respecta a la administración de lo que me tocaba ganar y más allá de lo que pasara en un combate. Ella ha sido y es incondicional, manteniéndome con los ojos bien abiertos ante la aparición de lo que se conoce como ‘los amigos del campeón’. Una mujer espectacular”, aseveró un pasional y agradecido Giménez.

Consultado respecto a si en alguna ocasión dudó de calzarse los guantes antes de un combate, fue tajante: “Jamás tuve miedo de subir al ring, ni siquiera en una pelea por el título del mundo porque sabía que era la oportunidad de mi vida y me había preparado a base de entrenamiento duro y con una conducta intachable. A los 16 años entra el boxeo en mi vida. Las primeras peleas eran de tres rounds, de dos minutos cada uno por un minuto de descanso”.

“Después de eso empezó a subir el nivel de exigencia hasta llegar a la etapa profesional. Héctor Manuel Piñeiro fue mi primer gran maestro y me sacó de la calle porque hasta ese entonces me dedicaba a lustrar zapatos. Una de las claves del éxito considero que fue el hecho de haber entrenado con lluvia, frío o calor”, enfatizó, a sabiendas de la importancia de mantener un comportamiento para estar siempre a la altura de las circunstancias.

Giménez registra más de 130 peleas en el cuadrilátero, un número elevadísimo si se considera que el retiro llegó a los 29 años. No obstante, tuvo palabras elogiosas para sus colegas: “Carlos Monzón fue un verdadero monstruo de este deporte, un número uno con una humildad gigante. Una persona que hablaba mucho pero que se notaba muy inteligente, con un entrenador como Amílcar Brusa que fue un verdadero creador de campeones”.

“Monzón era gigante, tenía una longitud de brazos inédita para la categoría en la que solía pelear. En Buenos Aires he salido a correr con él por Palermo y con Nicolino Locche tuve la posibilidad de guantear y me pegaba más yo mismo que a él. Tenía una reacción y unos reflejos envidiables que hacían que fuera muy difícil conectarle un golpe”, añadió, ante la atenta mirada de su hija, quien lo cuida a cada paso.

“A mi mujer la conocí a los 17 años. Recuerdo que le llevé un saco a la tintorería en la que ella trabajaba y tardé un mes en ir a buscarlo porque no tenía dinero para retirarlo”

El diálogo derivó en uno de los temas más esperados: “Con Kid Pambelé (Antonio Cervantes) realicé dos combates por el título del mundo, aunque el más recordado fue el segundo donde el referí paró la pelea por un corte en el párpado que nunca me sangró. Pero a quién me iba a quejar, no te quedaba otra que irte a las duchas calladito la boca porque era preferible antes que terminar muerto y pese a que mi rival de aquella noche reconoció al día siguiente que tenía una fisura en una de sus manos, lo que despertó aún más suspicacias”.

“Aquello no lo siento una cuenta pendiente en mi vida, como tampoco jamás tuve una cuenta pendiente con nadie. Brusa fue un señor conmigo que siempre me alentaba a seguir entrenándome. Quien más apostaba por mi era (Juan Carlos) “Tito” Lectoure, a quien espero que Dios lo tenga en la gloria porque todo lo que fui y lo que tengo se lo debo a él. Recuerdo que me llamaba por teléfono, me decía ‘Giménez, la semana que viene tenemos tal pelea’ y yo aceptaba, porque siempre estaba entrenado, listo para afrontar el desafío. Nunca tomé, ni fumé, disciplina que me permitía estar al pie del cañón ante cada oportunidad”, reflexionó Carlitos, sobre aquellos vertiginosos años.

“El Salón de los Deportes fue mi segunda casa, recuerdo veladas compartidas con Oscar ‘Cachín’ Méndez, un fenómeno al que también extraño mucho. Un maestro que vendía todas las entradas con el simple hecho de subirse al ring”

Cuando se le preguntó con relación a su vínculo con el deporte que lo lanzó a la fama, Giménez reveló que “me gusta mirar boxeo, pero me quedo dormido porque las peleas son muy tarde (risas). Creo que los tiempos han cambiado y hoy se perdió en cierta forma la cultura del sacrificio, existen más libertades y es más sencillo salir del país a buscar un rival para proyectar una carrera”.

“En mi época llegamos a tener siete campeones del mundo, una verdadera locura, pero el que emergía era Monzón. Fue uno de los mejores que vi en mi vida, en su categoría (medianos) era el más alto del mundo. Un estilo totalmente distinto al mío que por mi peso no tenía una mano ganadora, sino que era un boxeador más táctico que planificaba las peleas a partir del desgaste del rival, aprovechando los diez o doce rounds”, destacó.

Kid Pambelé y Carlos María Giménez, en una producción antes de la pelea.

Y no vaciló en reconocer que “el día que peor la pasé en combate fue contra Pambelé, la primera de las dos veces que estuvimos cara a cara. Me tiró como cuatro veces, él era mucho más alto que yo, tenía más alcance de brazos y no sabía leer ni escribir, algo que noté el día que tuvimos que firmar el contrato y él puso su huella digital. Uno que me castigó muy duro en su crónica luego de aquella velada fue Ernesto Cherquis Bialo porque en la previa de la pelea, quizás hablé de más y dejé entrever que iba a ganar la pelea fácil”.

“Después de una pelea dura, al día siguiente me dolía el cuerpo, pero me ocurrió muy pocas veces por el hecho de estar óptimo físicamente hacía que la recuperación fuera más rápida”

“La gente viene, me saluda y me pide fotos, son personas que tienen más memoria que yo y recuerdan momentos puntuales del Salón de los Deportes que, una vez que cerró sus puertas, significó el final del boxeo grande en Bahía Blanca. Por aquí pasaban púgiles que tenían intenciones de dar el salto a una velada en el Luna Park”, admitió, con relación a la etapa dorada que vivió el deporte de las “narices chatas” en la ciudad.

Su personalidad fue uno de los motores de una carrera exitosísima: “Tuve un perfil bajo, cuando peleaba fuera de la ciudad, sea en Australia, Sudáfrica, Estados Unidos o cualquier lugar del país me duchaba, iba al hotel a descansar y al día siguiente volvía a mi casa. Además, el destino quiso que disfrute del enorme placer de coincidir generacionalmente con otras glorias del deporte de la ciudad como ‘Beto’ Cabrera, ‘Lito’ Fruet con quien nos teníamos un cariño mutuo enorme”.

Carlitos, antes del pitazo inicial en un colmado estadio de fútbol colombiano.

“El básquet en aquel entonces concitaba la atención de los bahienses. De cada 100 personas que iban a verlos jugar a ellos, 10 venían a verme a mí. Con ‘Nene’ Plano también nos unía una profunda admiración recíproca y sus logros fueron coincidentes con los míos. Hoy, muchos de nosotros somos parte del Museo del Deporte de Bahía Blanca”, resaltó quien seguramente es merecedor de más homenajes en su ciudad natal.

En el epílogo, Giménez apuntó un punto de inflexión en su carrera, y en su vida: “Me salvó ir a vivir a Buenos Aires porque llegó un momento que acá había logrado alcanzar un techo en mi carrera. Pero, claro está que mi esposa fue el 90% de mi carrera, el restante 10% fue gracias al entrenamiento. Me retiré joven, a los 29 años, cuando ya sabía que no tenía más que dar y antes de que sea el boxeo el que me retire a mí. Todo lo que tengo se lo debo al deporte”.

El campeón, de la mano de María del Carmen, un vínculo inseparable.

El “volvé cuando quieras que seguimos charlando” aún resuena en los oídos de este cronista, que obviamente permaneció varios minutos más en el living del departamento del entrevistado conversando de la vida y viendo pasar rápidamente los minutos en el reloj, señal de que el momento valió la pena.

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