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Tener coronavirus en Bahía: “Pensé que me iba a morir”

Su marido es el primer paciente recuperado de la ciudad. Ella, aún infectada tras un viaje a Israel, describió la odisea que vivieron durante la internación y el aislamiento.

Mirna es la esposa de Claudio, el primer paciente bahiense que logró recuperarse de coronavirus. Ambos compartieron un viaje a Israel donde fueron a visitar a sus hijos, un plan que jamás hubiesen imaginado que iba a tener esta derivación, ni siquiera en la peor de las pesadillas. Una historia que se encamina a un final inexorablemente feliz.

La mujer aún sigue infectada y cumple en su domicilio con el aislamiento social y obligatorio. En diálogo con LA BRÚJULA 24, sintetizó la odisea que significó este mes, algo que junto a su marido, jamás olvidará y que, si todo sale como uno imagina, quedará en anécdota.

“Yo llevo más de tres semanas con esta patología. Al tener cáncer de mama y problemas respiratorios, se está demorando mi cura. Hace 32 días que no salgo. Solo lo hice para internarme. Estuvimos nueve días en el hospital y como vieron que nadie de nuestro entorno está contaminado, nos permitieron quedarnos en casa”, explicó, en el inicio de su charla con el periodista Germán Sasso.

El regreso adelantado y los primeros síntomas

Mirna recordó que, “después de volver del viaje, recuerdo que a los 15 días estaba tomando sol en Bahía porque hacía mucho calor y me mojaba con una manguera porque en el pecho empezaba a sentirme ahogada”.

“Viajamos a un casamiento junto a mis hijos que están en perfecto estado. Teníamos que volver el 20 de marzo, pero nos avisaron que se cancelaba el vuelo y se reprogramaba para el 9. Como recién empezaba esto, decidimos volver, más allá de la bronca que sentía”, explico, al tiempo que añadió: “El avión de regreso estaba desbordado de pasajeros desde Italia hasta Argentina. Ni siquiera entraba el equipaje de mano en los compartimentos”.

Sobre lo sucesivo, la mujer -aún infectada de coronavirus- sostuvo: “Cumplimos con la cuarentena por haber estado en el exterior, pasaron dos semanas sin síntomas hasta que mi marido comenzó con tos, mocos y mucho dolor de cabeza. El paracetamol no le causaba efecto. Lo mismo me pasó a mí a las pocas horas. Llamamos al 148 y como no teníamos 39 grados de fiebre no nos daban bolilla”.

“Volvimos a comunicarnos a ese número a los tres días porque con mis enfermedades de base pensaba en las complicaciones. Yo creía que se trataba de un resfrío por el sol. Pero me comuniqué con mi neumonólogo. Me dijo que por los síntomas era coronavirus”, recalcó en otro segmento de la entrevista radial.

Y recordó: “Fuimos al Hospital Privado del Sur, con mi cartera, porque pensábamos que ese mismo día volvíamos a casa. Nada de eso pasó, estuvimos nueve días internados. Nos hicieron una encuesta, estudios y el resultado de IACA lo tuvimos al otro día a la mañana”.

“No lo podía creer. Inicialmente estuvimos en habitaciones separadas. Estaba totalmente sacada, lloraba muchísimos. Pensé que terminaba muerta. Nunca dejé de tomar mis medicamentos. Pedí si podía estar junto a mi marido, aunque él quería estar solo, sentía que estaba en un hotel”, describió Mirna entre risas, con una sensación de alivio que se deja entrever en su voz.

Un calvario que parecía interminable

Consultada respecto a la medicación que le suministraron, aclaró que “para el coronavirus solo nos dieron paracetamol por la fiebre. Adelgacé cuatro kilos, comencé a tener diarrea, mucho dolor de estómago. Tomaba un té y ya me sentía mal. No podía creer lo que estaba viviendo. Ver a todos los enfermeros con sus atuendos. Para hacernos la radiografìa, ni siquiera nos dejaron salir de la habitación, nos hicieron el estudio acostados”.

“Al no tener suficientes insumos, nos preguntaban por el teléfono cómo nos sentíamos. Cada vez que venían a revisarnos, las enfermeras y los médicos tenían que tirar todo, barbijos, antiparras, era todo descartable. Nosotros nos cambiábamos sábanas y toallones. La gente de limpieza venía totalmente camuflada a limpiar baños y pisos”, sintetizó, marcando la gravedad del panorama.

Y lanzó una crítica: “Si esperábamos a tener 39 grados de fiebre como nos recomendaban en el número 148, hubiésemos estado muy complicados, internados en terapia intensiva. No esperamos, cuando los síntomas se iban pronunciando, hicimos una consulta por fuera”.

“Durante el vuelo teníamos colocados unos barbijos especiales. Nadie nos tosió ni estornudó ni siquiera hablamos con gente. Nuestros hijos estaban desesperados porque no viven acá y pensaron que nos moríamos”, lanzó, al borde de las lágrimas.

Sobre la salud de Claudio, enfatizó: “él está inmunizado, no se puede volver a contagiar, más allá de que esté conmigo y que a mi me siga dando positivo. Someterse al hisopado no es nada agradable; al tiempo que rememoró: “La comida nos la daban en un recipiente que decía aislamiento, luego se tiraban las sobras en una bolsas rojas que debíamos anudarlas hasta que llegaran las enfermeras a retirarlas”.

“Si no tenés dinero para pagar los análisis, no te los podés hacer. Nosotros tenemos obra social, pero el estudio no está nomenclado. El primero nos costó 12 mil pesos entre los dos. No teníamos la billetera, tuvimos que hacer la transferencia con mucho susto. El segundo ya salía 4 mil cada uno. Yo todavía me tengo que hacer dos más”, mencionó, marcando un limitante respecto a aquellos que están obligados a atenderse en un hospital público.

En frases

“Cada persona que tenga coronavirus, se tiene que hacer por lo menos cuatro estudios, hasta que te da dos veces negativo. Mi marido está inmunizado. Para hacerme el estudio, viene IACA a domicilio, todos vestidos ‘de astronautas’, y se retiran”.

“No llevé ropa, solo quedé con lo puesto. Nos íbamos lavando las prendas en el baño, se secaba porque hacía calor. Ninguna persona de nuestro entorno se podía acercar al hospital. Cuando empezó a hacer frío, se me ocurrió pedirle a las enfermeras las botitas de quirófano y estábamos calentitos”.

“Menos mal que se nos ocurrió llevar el teléfono y cargador. Recién tuvimos televisor al cuarto día para no traernos el control remoto. No queríamos ni siquiera mirar las noticias. Me asusté muchísimo, pensé que me moría. Escribí mucho y hablaba a través de la ventana con otra chica, también infectada”.

“Cuando el doctor nos dijo que, como éramos responsables y no habíamos contaminado a nadie, además de llevarla bien, nos iban a dar el alta para disponer de esa habitación. Sin embargo, decidimos quedarnos internados hasta la mañana siguiente. Nos duchamos, nos colocamos el barbijo, sin tocar nada. Agradezco que entramos y salimos juntos del hospital”.

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