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INFORME ESPECIAL

Reinventarse en tiempos de pandemia: cuando bajar los brazos no es una opción

Historias de bahienses que encararon proyectos en medio de la cuarentena obligatoria. Diversos emprendimientos que empezaron como una changa y se convirtieron en mucho más que eso.

Por Juan Tucat, redacción La Brújula 24
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Los cambios en este inédito 2020 nos invitan a la reflexión, pero también a la acción. Existe una realidad subjetiva que marca, a veces con vehemencia, que lo peor es quedarse quieto en este país. Y tal como dice el dicho, de lo contrario “te comen los piojos”.

Desde el 20 de marzo, cuando el presidente Alberto Fernández dispuso la cuarentena obligatoria para intentar paliar los efectos del coronavirus en todo el territorio nacional, hubo mucha gente que la pasó mal. Pero mal de verdad. Y hay otros que, lamentablemente, siguen inmersos en una gran incertidumbre por lo que va a pasar.

Eso, claramente, sin mencionar a las más de 10 mil víctimas fatales que hubo producto del virus. Ahí, no hay economía que cobre relevancia alguna. Esas pérdidas no se recuperan. Y solo queda el recuerdo.

Pero hoy, en este informe especial de LA BRÚJULA 24, la idea es acercarte algunas historias de bahienses que nunca bajaron los brazos. Personas que ante la adversidad decidieron poner las barbas en remojo, pensar con frialdad y animarse. Gente común, como vos y como este redactor. Vecinos que estuvieron al borde del colapso cuando todo era negro y, sin embargo, encararon un proyecto que les trajo un poco de luz a sus vidas. E incluso, mientras distintas aperturas son una realidad, no son pocas las que se han convertido en mucho más que un “extra”.

Un ejemplo de lo antes mencionado tiene que ver con dos tipos que seguro el lector conoce. Juan Carlos y Juan Manuel hace más de 20 años que cuidan autos en la primera cuadra de Vicente López. Humildes, honestos y cordiales, a través del tiempo supieron ganarse el afecto de todos aquellos que, por el motivo que sea, tienen que dejar su vehículo en dicho sector. Y también de los vecinos del lugar.

Ambos comparten una vivienda en el barrio La Falda, que es propiedad de Juan Carlos, y a diario salen temprano para llevar adelante su oficio de “trapitos”. Entrada la noche vuelven a su vivienda y, así, sin pedirle nada a nadie, llevan su tranquila vida adelante. Pero claro, el aislamiento obligatorio los liquidó.

“Estuve depresivo por la plata, hasta bajé más de 20 kilos”, describió Juan Carlos ante la consulta de este medio. “Tenemos certificado de discapacidad, entonces tampoco podemos cobrar ningún subsidio del Estado”, agregó.

La desesperación llegó a tal punto, por ejemplo para su compañero Juan Manuel, que estuvo preso porque no respetó la cuarentena. “Me llevaron a la comisaría porque estaba en la calle, pero lo único que quería era trabajar, cuidar autos para ganar algo de plata”.

A pesar de todo, los “juanes” no arrugaron y buscaron una solución. “Nos pusimos primero una mini verdulería en casa para ganar un mango y ahora, que ya podemos venir a laburar, vendemos leña y huevos en la calle. La verdad que nos está yendo bien”, le indicaron al cronista.

Y cerraron con un mensaje contundente: “Esto que pasó nos ha quitado mucha vida, porque no podemos ver a la familia, pero hay que adaptarse a los cambios. Y hay que cuidarse mucho por el tema del virus”.

Otra que puede dar fe de la inventiva en tiempos de encierro es Mónica Trobbiani. Ella maneja un gimnasio ubicado en Rondeau y Avellaneda desde el año 1986. Ese era su único ingreso hasta que llegó el Covid 19 y tuvo que rebuscársela de alguna manera, porque de lo contrario no tendría para llevar la comida a su casa.

“La verdad que nunca había vivido nada parecido, primero con bastante miedo y luego con un poco de tranquilidad, haciendo todo lo que nos decían. La abuela de mis hijos es grande, es una paciente de riesgo, y por ende nos quedamos todos en casa. Me impactó de una manera difícil, como a todo el mundo, sobre todo porque pensábamos que iba a ser más corto”, recordó.

Y agregó, respecto de las medidas que adoptó para encarar el momento: “Al principio lo fuimos manejando, había cobrado el mes de marzo en el gimnasio y con eso la pude pilotear hasta fin de mes. Abril se complicó y empecé a cocinar, porque no me quedaba otra, además me gusta y lo hago con mucho amor”.

“Hice viandas y con eso más o menos me fui arreglando. Después, aunque no soy muy ducha con la tecnología, mis hijos –Antonela, Emiliano y Federico– me fueron ayudando y comencé con las clases online en mi cuenta de Facebook, todos los lunes, miércoles y viernes. Con las dos cosas ahora la voy llevando un poco”, señaló.

En ese sentido, Mónica contó que “tuve alumnas muy fieles que me iban pagando el mes, y otros tomaron las clases, les gustó y me llamaban por teléfono para que fuera a cobrarles. Ante tanta cosa que sucedió, algo bueno hubo porque se me agregó bastante gente”.

Siguiendo con este recorrido de anécdotas. De enseñanzas. Nos encontramos con el emprendimiento de Antonela Grandon y Cristina Paredes, una joven pareja que, como tantas otras, lucha día a día por salir adelante.

“Al principio de la pandemia fue la etapa más difícil porque si bien yo tenía un recibo de sueldo –empleada administrativa-, Cris dependía de la zapatería y al tener que cerrar por completo no teníamos ingresos. Con lo mío no nos daba para todo. Por eso surgió la idea de hacer barbijos”, explicó Anto.

Y agregó: “Primero los hicimos para dar una mano en hospitales, pero no nos llamaron y decidimos venderlos. Eran barbijos de friselina, y después como a la gente le gustó lo que hacíamos incorporamos también los de tela. Eso nos ayudó un montón porque necesitábamos pagar las cuentas”.

En ese punto de la historia, ellas vieron la posibilidad de expandirse. Y como se indicó al comienzo del informe, optaron por la opción fundamental: animarse. “Surgió la posibilidad de comprar una máquina que nos permitía hacer en mayor cantidad, por ejemplo para empresas”.

“Por ahora la ganancia es mínima porque obviamente tenemos que pagar la máquina. Empezamos también a hacer delantales, aunque nos falta un poco de tiempo. La verdad que esto surgió de la necesidad y vimos que gustaba, en un futuro nos gustaría poner un local en el centro y seguir creciendo”, aseveró la ya emprendedora.

Sus diseños se pueden encontrar en la página de Facebook “Valkiria Diseños”.

Para Marcos Riciutti y su esposa, Antonela, la pandemia también marcó un quiebre. Es que desde hace años son los encargados del Patio Recreativo del Instituto Juan XXIII. El alquiler de las canchas de padel y fútbol era su fuerte hasta que, lógicamente, apareció el coronavirus.

Como muchos, de entrada la vieron complicada. Los ahorros comenzaron a evaporarse, las deudas se apilaban y la vuelta al trabajo parecía cada vez más lejana. Algo había que hacer, algo tenían que hacer. Fue en ese momento que Marcos recordó sus tiempos de maestro pizzero, en su Olavarría natal, cuando trabajaba para una empresa de catering.

“Vimos que iba a ser para largo el tema de la reapertura, nos comunicamos con la institución donde alquilamos y por suerte nos entendieron. No nos cobraron el alquiler y de hecho todavía hoy no lo hacen. Ahí se nos ocurrió este nuevo emprendimiento de las pizzas precocidas para vender. Tomábamos pedidos en la semana y entregábamos dos días”, contó.

Consultado sobre el resultado, señaló que “arrancamos muy bien, pero a medida que fue pasando el tiempo decayó un poco. Pusimos una fecha fija de entrega y por suerte levantó, y vamos agregando cositas diferentes como para atraer a la clientela y que estén conformes con las pizzas”.

“Ahora hace tres semanas que ya reabrió el padel y nos vamos acomodando de a poco, pagando deudas”, se sinceró el joven trabajador, quien además reconoció que “cuando todo vuelva a la normalidad nos gustaría terminar de darle forma al proyecto, hacer una pizzería con bar chiquitita”.

“Hay que aprender a convivir con el virus, cuidándonos entre todos, siempre respetando los protocolos como hacemos acá en las canchas. Y que la rueda empiece a rodar nuevamente para que a todos nos vaya bien”, aseveró.

De más está decir que historias como las contadas en esta crónica se repiten por cientos. Por miles. Hoy, la necesidad se fusionó en muchísimos casos con la iniciativa de una cantidad impresionante de bahienses que, a pesar de las adversidades, encararon distintas alternativas para hacerles frente.

En definitiva, el poder para “reinventarse” en estos tiempos tan difíciles está al alcance de cualquiera. De todos. Simplemente hay que animarse y meterle. Porque bajar los brazos, no es una opción.

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