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DE AYER A HOY

Dora Sensini: “Mi anhelo es formar más gente que ame y abrace la obra”

Lleva décadas de trabajo silencioso y solidario. Los centros Natán son su noble creación. La infancia trabajando en el campo. Una enfermedad indicó su rumbo en la fe. Y los kilómetros caminados para ayudar.

Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/Twitter: @leandrogrecco

Criada en el seno de una familia tradicional en el campo, la protagonista de esta entrega aprendió desde temprana edad el valor del trabajo duro y la importancia de la comunidad. En su entorno rural, desarrolló diversas tareas que la conectaron profundamente con la tierra y las personas a su alrededor. Sin embargo, siempre sintió un llamado más grande. 

El deseo de dedicarse a la solidaridad y ayudar a aquellos que más lo necesitaban. Este impulso la llevó a Bahía Blanca, donde su camino solidario comenzó a tomar forma. Al llegar a la ciudad, comenzó su labor social caminando por los barrios más necesitados, ofreciendo su ayuda y apoyo a las familias en situación de vulnerabilidad. Con un espíritu incansable y una determinación férrea, se dedicó a tender una mano a quienes más lo requerían, ganándose la confianza y el respeto de la comunidad. 

Su dedicación la llevó a fundar varios centros sociales, ampliando así el alcance de su ayuda y proporcionando recursos y asistencia a un número cada vez mayor de personas. Hoy en día, Dora Sensini sigue comprometida con su cruzada solidaria, buscando sumar más voluntades a su causa. Su objetivo es continuar expandiendo sus centros sociales y fortalecer las redes de apoyo para que más personas puedan beneficiarse de su labor. Dora Sensini engalana el “De Ayer a Hoy” de este sábado patrio en La Brújula 24.

“Soy oriunda de Médanos, nací y me crié en el campo, rodeada de los peones, manejando las máquinas agrícolas. Trabajamos allí, tanto mis dos hermanas como mi hermano a la par. Aprendí a manejar la cosechadora con tan solo 11 años y como era alta para mi corta edad, mi papá que era un italiano muy severo no tuvo contemplaciones”, infirió Dora, desde uno de los espacios donde prepara la asistencia diaria.

Y evocó que “era difícil incluso que mis padres me otorguen la autorización para salir como lo hacía cualquier otro joven. Hice la primaria en el pueblo y la secundaria de noche en un establecimiento que se llamaba Secretariado Comercial porque durante el día hacía las tareas rurales”. 

“Me gradué y rápidamente conseguí un empleo en una estación de servicio donde hacía la parte administrativa y atendía a los clientes en el abastecimiento de combustible de sus vehículos, en el surtidor. La única condición que puso mi papá es que le diera el sueldo”, consideró, mientras acomodaba el pan en el interior de una bolsa.

Siguiendo con su relato, resumió que “a los 19 ya me instalé en Bahía Blanca, junto a mi hermana que estaba formando su pareja. Entré en el Sindicato de Panaderos, ubicado sobre calle Soler, pero siempre sentí la vocación de ayudar, incluso en mi juventud colaborando con mis amigas”. 

“Mi situación se complicó al poco tiempo porque con apenas 27 años, me diagnosticaron una osteoporosis avanzada, una de esas enfermedades en las que uno se desgrana a nivel óseo y que en mi caso me afectó principalmente a nivel del tórax, con todo lo que implica”, advirtió Sensini con absoluta certeza de lo duro del proceso transitado.

Con una fortaleza única y una fe admirable, logró sobreponerse: “Me tuve que someter a una serie de tratamientos sumamente invasivos y que no son como los actuales. Me tenía que practicar las infiltraciones, las cuales eran muy dolorosas porque a esa altura sentía que estaban a punto de quebrarse mis costillas”.

“Creo que el trabajo forzado que hice de chica repercutió negativamente, aquellos días de mucho frío, lluvia, en el medio del campo. Me tocaba la cosecha del ajo en mayo y junio, con temperaturas muy bajas, una actividad que realicé por mucho tiempo”, añadió en otro tramo de la charla. 

Tal fue el grado de desesperación que se encomendó a lo más profundo de la espiritualidad: “Fue un proceso bastante difícil, hasta que un día le pregunté a Dios qué iba a hacer con esto. Para entonces ya estaba casada con quien había sido mi vecino, pero nos conocimos, fuimos amigos y después nos enamoramos hasta formar nuestra propia familia”.

“Volviendo a ese momento en el que se despertó en mí la vocación de servicio, se dio a partir de empezar a recorrer todas las iglesias católicas, pero no recibía nada, hasta que alguien golpeó a mi puerta y me entregó una Biblia, llevándome a una iglesia evangélica”, sostuvo Dora.

El destino y la gracia divina tenían preparado algo maravilloso para ella: “Ahí se dio el milagro, sentí que Dios me había sanado, que me había mostrado el camino y dejando atrás por completo mi problema de huesos. Recorría las capillas buscando la sanidad porque este cuadro tan delicado iba avanzando y los tiempos eran cada vez más cortos”.

“La osteoporosis avanzaba y yo me tenía que operar para ponerme platino, una costilla plástica o lo que sea porque sino me quebraba. No podía caminar ni cinco pasos, el dolor era tan intenso que primeramente pensaba que era mi corazón. Por suerte aquella es una etapa ya concluida”, afirmó, visiblemente aliviada. 

En lo referente a su encomiable labor, expuso que “hace 35 años que estoy en la calle haciendo todo este trabajo de ayuda comunitaria. Mi lema es que para tener algo, debés sembrar, empecé por el barrio Spurr, un sector que lo caminé por completo, en una etapa en la que allí solamente había ranchitos”.

“Les sacaba la ropa a mis hijos, buscaba mercadería en los almacenes para armar las bolsitas. Fueron más de 10 años caminando, sin tener una sede fija. Sabía cuáles eran las personas que estaban en las situaciones difíciles y trataba de colaborar con ellos”, rememoró con un dejo nostálgico. 

La cruzada de Dora se había puesto cuesta arriba: “Era muy difícil que una despensa te done un paquete de lo que sea, hasta que un día volví a pedirle a Dios que me diera la mano derecha que yo daba la izquierda, por lo que en 2003 nació Natán. Empecé en Villa Nocito donde teníamos una iglesia, en un contexto de país que era igual o peor al de ahora, más o menos”. 

“Comencé con una copa de leche, pero el interrogante era de dónde sacar la materia prima. Fue una ardua tarea de golpear puertas, hasta conseguir lo mínimo para satisfacer la necesidad. Mi hijo estudiaba en la Escuela Técnica y me dijo ‘mamá, si salgo becado para entrar a Polisur te ayudo’”, contó, logrando algo de viento a favor. 

Y comentó que “por fortuna logró ser seleccionado y me empezó a pasar las tarjetas que eran una especie de canasta que le daban en la empresa y con eso me lancé de lleno. Fue el destino, pero también fue la mano de Dios la que me dio esa posibilidad de seguir con la cruzada solidaria”. 

“A partir de entonces fue creciendo, llegaron los tres centros Natán, pero cada vez se percibe la necesidad más imperiosa de sumar más gente. En uno de nuestros espacios estamos entregando todos los viernes la mercadería para 200 familias, lo cual implica ir a buscar las donaciones de frutas y verduras a las 8 de la mañana”, planteó Sensini. 

No obstante, aseguró que “el resto de los artículos se freezan para futuras entregas. Tal es la situación que hoy, la gente hace fila a primera hora de la madrugada, pese a que si vinieran al amanecer también recibirán su bolsa con comida”.

“Que me hayan entregado el premio Natty Petrosino el año pasado fue un mimo enorme. La conocí allá por 2008 cuando tuve la posibilidad de trabajar en un banco de alimentos al cual ella acudía para acopiar la ayuda que luego distribuía. Hasta me pude sacar una foto con quien para mí fue única, jamás habrá alguien que la pueda igualar, estoy convencida de eso”, ponderó, ya mucho más desenvuelta y cómoda con el ida y vuelta. 

Al epílogo, también agradeció un reconocimiento reciente: “Otra distinción muy linda que recibí fue un libro del cual me tocó ser parte, en el que se destacan a una serie de mujeres. El capítulo sobre mi persona se llama Abriendo Caminos y Dejando Huellas, en ese segmento se distingue mi labor filantrópica y solidaria”. 

“Su autora es Laura Gamero y esta publicación llegó nada menos que a la Feria del Libro. Por sobre todas las cosas, vino a suplir aquello que tanto me pedían que escribiera mi propia historia de vida. En cierta forma, ahí está sintetizada”, suspiró aliviada, sabiendo que en aquellas líneas hay buena parte de lo que ha sido su misión.

Hablando en tiempo presente, sugirió: “Hoy, mi objetivo es formar gente que ame y abrace la obra porque la tarea se extiende casi a diario y, si bien tengo un buen grupo de colaboradores, siempre hacen falta más. En Natán 2 que era un hogar de abuelos, ahora lo que estamos impulsando es un Centro de Promoción y Capacitación de Oficios”. 

“En Natán 3 la propuesta es un lugar de encuentro comunitario, donde se dan clases de fútbol, enfermería, baile, por eso se requiere de personas que estén al servicio y sean aptas y estén dispuestas a hacerlo ad honorem porque yo no cobro ni pago”, lanzó, intentando despertar el espíritu en otras almas caritativas. 

Y finalizó corroborando que “somos cerca de 40 las personas que a diario colaboramos, es decir los que estamos encima permanentemente, pero no es fácil dar una mano a 300 familias por semana, por eso nunca alcanza, más allá de que esa carencia la suplimos con esfuerzo”.

Inspirada por la gratitud y el impacto positivo que ha visto en la comunidad, Dora Sensini sigue adelante con una pasión inquebrantable, convencida de que juntos, pueden construir un futuro mejor para todos. En tiempos en los que el individualismo prevalece por sobre el trabajo en equipo, figuras como la de esta mujer sirven de ejemplo para corregir el rumbo, aún es posible hacerlo. 

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