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por javier di benedetto

Diez años de Francisco Papa

Francisco, Jorge Mario Bergoglio encarna procesos, que a su vez lo trascienden a él mismo, procesos de necesaria renovación en la Iglesia y a nivel planetario. Por esto mismo, es ridículo exigirle a Francisco que lleve a cabo todos los cambios y reformas en el limitado tiempo que dure su pontificado.

Por Javier Di Benedetto, sacerdote de la Iglesia Católica y párroco de Médanos.

Diez años de Francisco Papa. Para decir alguna palabra en esta fecha tan significativa, primero quiero apuntar que en los análisis y críticas de este estilo generalmente nos cuesta distinguir entre la persona-individuo y los procesos que representa. Y no digo “separar”, porque van unidos, sino distinguir.

Francisco, Jorge Mario Bergoglio encarna procesos, que a su vez lo trascienden a él mismo, procesos de necesaria renovación en la Iglesia y a nivel planetario. Por esto mismo, es ridículo exigirle a Francisco que lleve a cabo todos los cambios y reformas en el limitado tiempo que dure su pontificado. En el camino abierto por el Concilio Vaticano II, Francisco nos viene animando a dar pasos en esa dirección desde aquél primer día en que asomó al emblemático balcón del Palacio Apostólico (donde eligió no residir), saludando con un tembloroso: “Hermanos y hermanas, ¡buenas noches!”. Con este saludo simple y cercano, de carácter no estrictamente litúrgico, y luego con cada gesto y palabra a lo largo de este decenio, va confirmando el proceso de, por lo menos, no tenerle miedo a lo espontáneo, a lo humano de Jesús. Sin temores. Sabiendo que eso también es de Dios.

Seguido a este saludo, explicó que sus hermanos cardenales electores lo fueron a buscar “al fin del mundo”, mostrando que el humor también es parte de la vida y de la vida de fe (cosa que hizo explícita en su carta sobre la santidad).

Después de pedir a las personas que se habían congregado en esa histórica noche en la ciudad eterna que eleven una plegaria por su predecesor Benedicto XVI, dijo: “Pidamos por todo el mundo, para que sea una gran fraternidad”. ¡Y ahí delineó todo un proyecto para la humanidad! Es un sueño enorme, hasta podríamos decir que utópico. Pero sabemos que se trata, ni más ni menos, que del deseo de Dios para cada uno de nosotros. Y desde este deseo se ilumina y cobra sentido cada uno de los viajes apostólicos y cada escrito, catequesis y declaración en entrevistas del Papa argentino: la crítica a los modelos económicos y de producción que “descartan” a tantas personas y destruyen irreversiblemente el ecosistema, el insistente llamamiento al diálogo y a la paz en contra de la guerra, el pedido de respeto a las diversidades culturales y expresiones religiosas, el aliento al compromiso por el bien común (también desde el ámbito de la política y la educación) superando el individualismo que nos deshumaniza, el constante reclamo a los miembros de la Iglesia católica de “recibir la vida como viene”, de no excluir, de no negar los sacramentos, del innegociable “no” a la corrupción, de “tolerancia cero” a los abusos, de “no” a cualquier tipo autoritarismo…

Francisco, el Papa de los procesos que dan esperanza en medio de una terrible pandemia, del sueño de una humanidad más sana, más reconciliada con la diversidad, con la naturaleza. El Papa del Dios revelado como amor, que se agachaba para lavar los pies a sus amigos. Ese Dios con quien es más lindo relacionarse, creerle. Procesos que ojalá no entorpezcamos, procesos que ojalá continúen sin él.

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