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La bahiense de 84 años que es la voz de Cipolletti: “La radio es sanadora”

Nacida en nuestra ciudad en 1938, el destino la llevó a la provincia de Río Negro, donde rápidamente se consolidó como referente radial y mujer muy respetada. Aún hoy sigue con sus micros culturales.

Cecilia Corradetti – Para La Brújula 24 – [email protected]

Podría definirse de muchas maneras a Martha Palou, una bahiense de 84 años radicada en Cipolletti, provincia de Río Negro, donde se ha consolidado como una voz radial indiscutida, destacada y respetada.

Luchadora incansable, madre y abuela, a esta altura es toda una personalidad en la localidad rionegrina. Todo gracias a su trabajo, ligado siempre al mundo de la radio: hace 31 años que sale al aire de manera ininterrumpida, siempre apoyando a la cultura local, el deporte, las ONG y la moda. Sí, porque, como si fuera poco, Martha tuvo escuela de modelos y lleva en su haber más de 500 desfiles.

A excepción del período más crítico de la pandemia, un tramo de su vida que la marcó a fuego y la devastó anímicamente, Martha le puso el cuerpo al trabajo y a la vida, convencida de que la radio es sanadora.

“Durante toda mi vida he ido a la radio a trabajar incluso con yeso y hasta con hielo atado a la rodilla. Pienso que la radio es sanadora. Eso sí, siempre arreglada. Soy coqueta”, advierte vía WhatsApp, desde su ciudad adoptiva.

Nacida el 21 de julio de 1938, desde que murió su hermano Carlos hace siete años, prácticamente no visita Bahía Blanca, aunque conserva los mejores recuerdos.

“Mi hermano fue el mejor hombre del mundo, gran persona, gran tipo. Todavía lo extraño y a veces siento que partió ayer”, evoca.

Vuelve a este presente y señala que la pandemia la hundió “hasta los infiernos” y que fue momento de poner punto final a su programa “¿Charlamos?”, ya que no fue fácil salir a buscar sponsors en ese contexto tan adverso.

Claro que, como toda guerrera, superadas las restricciones, se puso de pie nuevamente y hoy continúa engalandando algunas audiciones radiales en la FM Master 105.5.

Allí tiene dos roles: un micro municipal que graba desde su casa y que relata los hechos sobresalientes de la comuna y una participación los miércoles en “Estación Cultural” acompañando a Silvia Figueroa, directora de la emisora.

“Los auspiciantes me han acompañado siempre y lo agradezco. Tengo muchos contactos que han quedado”, recuerda al hablar de sus inicios, allá por 1992.

El 8 de marzo de ese año se lanzó como conductora con un programa propio. “Era el Día Internacional de la Mujer y tuvo tanto éxito que le fuimos incorporando más minutos. Empecé con una hora y terminé con dos”, recuerda. Siempre se inclinó por la cultura.

No obstante, cuando comenzó a agudizarse la crisis en la Argentina y aparecieron los merenderos y comedores, les dio también mucha participación para hacerle frente a las necesidades.

“Lo cierto es que tras un año de encierro y sin trabajar, pude volver de a poco. Fue una etapa muy dura, me pasaba el día mirando Animal Planet en la televisión”, acota, para señalar que el segundo año de pandemia lo fue superando con ayuda de su familia, sus hijos maravillosos y sus nietos.

La buena relación con los distintos intendentes –porque aclara que no tiene colores políticos y que respeta al municipio como institución—le permite hoy continuar aggiornada. Los micros municipales los graba desde su casa a partir de escritos enviados por el Ejecutivo de Cipolletti.

“Selecciono, grabo y ellos musicalizan y emiten los viernes y sábados por la 105.5 y, por supuesto, en todas las redes sociales”, dice.

Sin embargo, esta emisora es apenas una de las tantas por las que ha pasado y guarda los mejores recuerdos de cada una. “Jamás me he peleado con nadie, si algo no me gusta me retiro en silencio y sin discutir. Soy canceriana pura”, advierte.

Los días miércoles, en la misma FM, es momento de hablar de cultura, algo que le apasiona. “Amo esta temática y soy una convencida de que siempre suceden hechos a nivel artístico y cultural. Ni hablar de la proliferación de grupos, bandas, escritores y cantantes”, enumera.

Rumbo a Río Negro

Martha vuelve a su historia y cuenta que poco después de radicarse en Cipolletti junto a su esposo y sus hijos, su matrimonio se derrumbó y su vida dio un vuelco.

Pese a que su papá, un militar estricto, a quien define como “el mejor hombre del mundo”, había jurado que su hija mujer jamás iba a trabajar, Martha se encontró a los 42 años saliendo a buscar un sustento para sus hijos. Lo encontró en una agencia de publicidad que le abrió numerosas puertas a lo largo de su vida.

Martha Palou, de joven junto a su familia

“Me peiné, me maquillé, me animé. Y empecé a conseguir auspiciantes, a vender cada vez más avisos. Lo hice a puro coraje, había chicos a quienes mantener”, evoca.

Gracias a ese empleo, luego los sponsors para sus propios programas fueron apareciendo unos tras otros. Paralelamente, durante más de 30 años, dio cursos de modelo y organizó más de medio millar de desfiles.

“Siempre me gustó muchísimo la moda y la ropa. Tengo un placard repleto al que le sumé ropa con los años y que conservo intacta”, relata.

Martha cuenta que así como le sucedió con la pandemia, atesora otro período triste de su vida que la marcó a fuego: la guerra de Malvinas.

“Lo convocaron a mi hijo mayor y, literalmente, sin exagerar, caí desmayada cuando llegó el cartero con el comunicado. Después adelgacé siete kilos en 10 días. Siempre bromeo que el general Leopoldo Fortunato Galtieri fue el mejor dietista de mi vida”, resume, un poco en broma, otro poco en serio.

Durante dos meses no supo nada de su hijo. Estaba muerta en vida.

“De repente un día llegó a casa y me encontró tirada en la cama. Había estado de instrucción en la provincia de Buenos Aires, totalmente incomunicado. Al final no llegó a Malvinas. Me cuesta hablar de la guerra sin ponerme a llorar”, reflexiona y agrega: “Me siento un poco madre de todos los soldados inocentes. Hasta de los ingleses, porque también a ellos los llevaban a morir”.

Martha salió adelante, como siempre lo hizo. Con fortaleza, decisión, dignidad y una sabiduría aún intacta.

Eso sí, siempre con el trabajo como principal estandarte, como una ley de supervivencia que no está dispuesta a perder.

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