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Por Analía Belén Lofrano

De etiquetas y otras yerbas

Por Analía Belén Lofrano, médica especialista en Nutrición, Obesidad y Diabetes

Nunca me gustaron las etiquetas. Creo que logran separar de una manera a veces discriminatoria qué sí o que no. Uno quisiera ver crecer a sus hijos libres de elecciones y sin etiquetas… pero resulta que en el mundo en el que vivimos hay que etiquetar, y esta vez esto me puso contenta ¿A quién se lo ocurriría alimentar a los niños de su comunidad con veneno? Solo una persona con una enfermedad mental lo haría ¿cierto? ¿A quién se le ocurriría, con un mensaje colorido y con los personajes de fantasía que nuestros niños más idolatran, ofrecer un alimento que sabemos que los va a enfermar? ¿Quién podría fabricar un embutido de colores para que estemos “todos contentos”? ¿Quién usaría un eslogan diciendo “me encanta” para un alimento que si lo consumís, en el tiempo aumenta el riesgo de cáncer, de infarto, de ACV y otras enfermedades más? Y aunque les parezcan grotescas estas preguntas, les cuento que es esto lo que está pasando hoy en nuestro país (y en muchos otros más). O por lo menos hasta hoy, y nunca más.

La ley de etiquetado tiene muchas cosas positivas. Creo que las de mayor impacto van a estar relacionadas con los más chicos de la casa. Tenemos que llevar a cero el consumo de ultraprocesados. Y cuando digo ultraprocesados, me refiero también a la papa frita de paquete que todos el fin de semana consumimos (con suerte solo el fin de semana). Tenemos que llevar a cero el consumo de gaseosas, a cero el consumo de los clásicos snacks. Ahora, decime ¿cómo vamos a diseñar un cumpleaños infantil sin etiquetas, y sin que nuestro niño empiece a llevar una por que festeja distinto? Y ahí es donde entra nuevamente la ley para que en las escuelas las cosas cambien. Estoy segura de que, para cuando festejamos los cumples de mis nietas, serán normales las limonadas y las frutas en las mesas de los festejos.

Pero… siempre hay un pero… hay una brecha en esta ley que me genera cierta frustración. Resulta que lo realizado de manera casera y en el momento no va a tener etiquetas. Entonces, todas esas hamburguesas pintorescas, y esas papas rebosantes de queso sintético, y esas porciones de tortas maravillosas que venden, por ejemplo, en nuestra bella y gastronómica Avenida Alem, no tendrán octógono negro. O sea, que en el súper compras con conciencia para llevar a casa, pero cuando aparece el hambre hedónico, de placer, y vamos a tomar unas cervecitas con amigos, se borra de un plumazo la presencia del octógono de que su fin último es, sin duda, alertar sobre el consumo, hacerlo consciente, y evitar así al menos el exceso. Aquí no estará…

Que si la gente grande va a poder leer la letrita del octógono. No creo. Que me gusta más la escala de colores. Seguro. Qué esta ley va a hacer que las grandes empresas de producción de alimentos (venenoso) tengan ingeniárselas para que su producto esté a favor de la salud y no de la venta masiva con propaganda falsa. Sí, y está buenísimo. Qué solo con esta ley no alcanza.  Lamentablemente sí, pero se dio el primer paso.

Ahora sí, a esperar que se ponga en vigencia. Compraremos más conscientes nuestros alimentos y haremos mesas más saludables. Resulta que esta vez la etiqueta nos va a favorecer.

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