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tenía 86 años

Murió el DT Carlos Timoteo Griguol

Carlos Timoteo Griguol, uno de los más grandes directores técnicos de la historia del fútbol argentino, murió este jueves a los 86 años por complicaciones respiratorias. Falleció en el Sanatorio Los Arcos, donde estuvo internado durante varias semanas.

La información fue confirmada minutos antes de las 8 de este jueves por Víctor Marchesini, quien trabajó en Gimnasia con Griguol y es una persona muy cercana a la familia.

“Se nos fué Timo. Gracias por todo Viejito, imposible no tenerte presente minuto a minuto. Te voy a extrañar. QEPD”, escribió el ex futbolista en su cuenta de Twitter.

“El Viejo”, como se lo conocía cariñosamente en el ambiente, había sido internado por una pulmonía en el Sanatorio Los Arcos del barrio porteño de Palermo. Con problemas de salud, se había alejado de la vida pública en los últimos años. Pero su huella permanece indeleble con un montón de jugadores que aprendieron a jugar y a vivir gracias a sus enseñanzas. Y con una enormidad de anécdotas que dejó desde sus épocas como futbolista hasta su esplendor como entrenador.

Todavía se estaba secando, después de haberse dado una ducha como si hubiera jugado. El vestuario era una zona franca por donde transitaban futbolistas, representantes, allegados y periodistas. “¿Por qué a un equipo como el suyo, que practica tanto los córners y tiros libres, le cuesta hacer goles de pelota parada?”, se atrevía un cronista, camisa de mangas cortas dentro del pantalón, cinturón de hebilla ancha y mocasines pobremente lustrados. “Porque necesitás sincronizar a los que cabecean con los que ejecutan. Y eso lleva tiempo”, explicaba Griguol con una paciencia y una vocación docentes que hoy se extrañan.

“Además, te pregunto a vos, ¿cuántos entrenamientos viniste a ver a Pontevedra para decir que nosotros practicamos mucho la pelota parada?”, retrucaba el director técnico, ya calvo, sin perder esa tonada de sierra (nacido en Las Palmas, provincia de Córdoba, el 4 de septiembre de 1934) que no le cambiaron sus casi seis décadas de residencia porteña.

El diálogo se repetía cada dos semanas en el viejo vestuario local de Ferro, donde El Viejo (era El Viejo a los 50 años) replicaba con argumentos y humor a quienes le tecleaban críticas desde las viejas máquinas de escribir. “¿Por qué mi equipo tiene que jugar como ustedes quieren y no como yo creo que le va a ir mejor?”, decía, palabras más o menos, el hombre que puso a Ferro al nivel o encima de Boca y River en los albores de la década del 80. Y con muchos menos recursos: es cierto que en Caballito asomaba el Beto Márcico, uno de sus hallazgos, pero los grandes se habían gastado la que no tenían para incorporar a Maradona y Kempes, nuestros ases mundialistas.

Timoteo fue un centrojás (pronunciación lunfarda del centre half, centro medio de antes) con el estilo de Ángel Perucca, Néstor Raúl Rossi o Antonio Ubaldo Rattin, los que marcaron época en el puesto durante las décadas del 40, 50 y 60. Metía, ubicaba tácticamente a sus compañeros y tenía llegada al gol.

En un Atlanta que siempre complicaba a los más fuertes, fue compañero entre otros de un arquero que haría historia (Hugo Orlando Gatti), de un defensor que fue símbolo del club (Rodolfo Carlos Bettinotti) y de un delantero que rompería redes en toda Sudamérica (Luis Artime).

Aunque acumuló 329 partidos oficiales sumadas sus actuaciones el Bohemio y el Canalla, en una etapa donde sólo había un torneo por año, el mayor reconocimiento del ambiente futbolero le llegó como técnico.

No fue justamente en Central, Ferro ni River, con los cuales salió campeón, sino en Gimnasia y Esgrima La Plata donde se empezó a valorar una trayectoria estupenda.

Con Central obtuvo el Nacional 73, tras imponerse en un cuadrangular del que también participaron River, San Lorenzo y su querido Atlanta.

Con Oeste festejó en otros dos Nacionales, el de 1982 (venció a Quilmes en una inédita final) y el de 1984 (a River, con un baile memorable en el Monumental). Había estado cerca en 1981, cuando Carlos Barisio logró el récord de 1075 minutos con el arco invicto como última barrera de la defensa inexpugnable que formaban Gómez, Cúper, el Burro Rocchia y el Mago Garré, con el legendario Cacho Saccardi barriendo delante.

Con el Millonario levantó la ya desaparecida Copa Interamericana en 1987. Dirigió un plantel pesado (el Cabezón Ruggeri, el Tano Gutiérrez, el Tolo Gallego, el Búfalo Funes…) y la comunicación no fue buena. Llegó a alinear tres número 5 en un encuentro de Libertadores. Nada que sorprenda hoy, por cierto, pero aquellas eran otras épocas y la platea San Martín tenía un paladar más refinado.

Tres veces arañó el título con el Lobo. En una fue subcampeón del San Lorenzo del Bambino Veira y en las otras de equipos del Virrey Bianchi (Vélez y Boca).

Pese a la falta de una coronación con el Lobo platense se volvió referencia, además de un personaje querible, al margen de las discusiones sobre estilos que tanto han dividido en nuestro medio.

Para la mayoría de los jugadores que pasaron por Gimnasia en la década del 90 fue, más que conductor del grupo, un padre. Rearmaba planteles después de las partidas de algunas figuras, se ocupaba de mejorar las instalaciones del club, subía a un tractorcito para cortar parejo el césped de los campos de Estancia Chica y contribuía al buen clima con unas famosas picadas en las que aportaba salamines de la Colonia, por Colonia Caroya, el pueblito cordobés donde descendientes de italianos se especializaron en la producción de chacinados y quesos.

Sus conocimientos, sus charlas y su capacidad de conducción sirvieron para que Pedro Troglio y los hermanos Barros Schelotto, entre otros, aprendieran los secretos de la profesión de director técnico, como antes habían hecho Carlos Aimar en Central o Héctor Cúper y Mario Gómez en Ferro.

“Vas a salir campeón de la concha de tu hermana”, le gritó al Yagui Fernández, volante tripero, después de que lo expulsaran en un partido del Clausura 95. A aquel Gimnasia se le escapó el título en la última fecha, luego de caer 1-0 como local contra Independiente.

No le fue bien en el Betis español, que apostó por un técnico probado en nuestro país pero sin experiencia en ligas europeas. Volvió pronto. Acá estaba su lugar en el mundo.

En los últimos años se lo vio poco. Había reaparecido en una fiesta que organizaron sus viejos dirigidos en Ferro. Estaba sonriente, feliz. Había disfrutado del fútbol y, más importante, había dejado enseñanzas. Los dichosos que lo tuvieron de técnico, desde el Mago Garré hasta el Topo Sanguinetti, pueden dar fe.

Más que un entrenador de fútbol, un maestro de la vida: de los que salen cada tanto, de los que se extrañan cuando ya no están.

Fuente: Clarín.

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