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DE AYER A HOY

“Ser hermano de Manu es un orgullo permanente y nunca lo viví como una carga”

Leandro Ginóbili expresó sus sentimientos, semanas después de la muerte de su padre. Su carrera. El paso como analista en TV. Y la política. “Dicen de mi familia que somos ratas porque no vivimos en una mansión”, apuntó.

Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/Twitter: @leandrogrecco

Bahía Blanca hizo un aporte inconmensurable en virtud del recurso humano a los principales hitos de la historia mundial. De alguna u otra manera y en los distintos momentos trascendentales suele irrumpir en escena un ciudadano de estas tierras, enarbolando la bandera de la puerta de acceso del sur argentino, con mérito y orgullo.

En la cúspide del Olimpo de lo más destacado en un revisionismo contemporáneo y tomando en cuenta la materia deportiva, ya nadie podrá destronar lo logrado por Emanuel Ginóbili. Nacido y criado en la localidad cuyo código postal es 8000, mantuvo un perfil bajo teniendo el mundo a sus pies. Mucho tuvo que ver, además de su conducta, los valores que le inculcó su familia.

Leandro es el hermano mayor, quien más allá de tener el honor de compartir genética con el ídolo, también cuenta con el infinito valor de haber sido quien abrió la puerta para ir a jugar. Gracias a su compromiso con la pasión por la pelota naranja, que luego continuó su hermano Sebastián, el más crack de todos nos regaló su talento apoyado en el legado del tirador letal y el base cerebral. Hoy, en LA BRÚJULA 24, la propuesta es desentrañar el ADN de un apellido célebre.

“Nací en marzo de 1970 en el Hospital Español, a dos cuadras de mi casa de toda la vida. Soy el primogénito, con el que mis papás experimentaron su nuevo rol en la vida y claramente fueron mejorando la especie (risas). Me considero el producto de un matrimonio de clase media tirando a baja, mi papá (Jorge) era el sostén de la familia y mi mamá (Raquel) ama de casa”, destacó Ginóbili, al inicio de la conversación en un bar del barrio universitario que sirvió de punto de encuentro para darle forma a la nota

Apelando a su memoria, agregó que “a mi abuelo paterno no llegué a conocerlo, mi abuela Tita vivía al lado nuestro en la vivienda en la que residía mi tío y que la recuerdo en silla de ruedas por una operación fallida de cadera. Por el lado materno, mis bisabuelos estaban afincados en Estomba al 700, al igual que sus hijos que compartían el mismo lote, unos adelante y los otros en la parte trasera del inmueble”.

“Se llamaban Carmen, Delia, Fidel y Constantino. Tenían quinta en el fondo del lote y criaban conejos y gallinas, lo que para nosotros era como el zoológico de Cutini (risas). Además, cosechaban acelga y achicoria, era un lugar en el que pasábamos mucho tiempo. Cuando tenía cinco años, mi papá fue pionero en lo que fue la fusión de Bahiense Juniors con Deportivo Norte, allá por 1975, que derivó en el club que actualmente está en la primera cuadra de calle Salta”, refirió en lo que respecta a un hito que lo enorgullece por Jorge, “Yuyo”, recientemente fallecido.

Y lo argumentó: “Se trató de un hecho de avanzada para la época, teniendo en cuenta que hoy sería algo llamativo unir dos instituciones, por el grado de dificultad que tendría ponerse de acuerdo. La decisión le dio un impulso importante en cuanto a la infraestructura porque el terreno es gigante y encarar aquellas obras no resultó nada sencillo”.

“Mis padres se pusieron de novios en una kermesse de Bahiense Juniors que era muy famosa porque movilizaba a todo el barrio. Llegué a vivir el coletazo de los últimos eventos de esa naturaleza, los cuales eran muy disfrutables y convertían a ese lugar en el patio trasero de mi casa. Mi mamá nunca nos dejó tener aro de básquet propio por sus plantas y por eso nos mandaban al club que tenía un terreno enorme y en el que además de practicar ese deporte, jugábamos al fútbol y hasta pernoctábamos”, aseguró, con el brillo en los ojos de aquel que añora el pasado.

Para cerrar ese capítulo, lo sintetizó: “Fue una infancia rodeada de amigos, mucho potrero y libertad, pero al mismo tiempo cumpliendo con las responsabilidades porque no había ningún tipo de negociación al respecto. Estudiar era algo sagrado para nuestros padres, concurrí a la Escuela Nº6 de calle Caronti, fui un buen alumno porque me inculcaron que debía cumplir las obligaciones y en el afán de no perder ni un día de vacaciones llevaba todo al día”.

“Los tres hermanos fuimos similares en ese sentido. En la secundaria, rendimos y logramos entrar al Ciclo Básico y en el sorteo estaba desesperado para que me toque de mañana, algo que terminó ocurriendo y no me perjudicó para entrenar. Egresé en la Escuela de Comercio y empecé Contador Público, rendí la primera materia y cuando estaba preparando la segunda me pregunté a mi mismo qué estaba haciendo, no me gustaba”, apuntó, en referencia a un lapso de su vida donde debía tomar decisiones.

Llegó un punto de inflexión: “Cuando aprobé el primer final le dije a mi mamá que preparara la chapa porque ya tenía casi un profesional en la casa (risas), pero al mes siguiente le dije que abandonaba la carrera. Estuvo un mes sin hablarme, corría el 1989 y a finales de ese año me surge una prueba en Quilmes de Mar del Plata con Oscar “Huevo” Sánchez y Daniel Frola”.

“Ese año habíamos sido campeones en Primera División con Bahiense del Norte, un equipo en el que estaban emergiendo (Alejandro) ‘El Puma’ Montecchia y mi hermano ‘Sepo’. Además, teníamos un plantel bárbaro en el que estaban Leonardo Montivero, Cecil Valcarcel, Fernando Piña, entre otros pibes del club y (Sergio) ‘El Oveja’ Hernández como entrenador”, rememoró el mayor del clan Ginóbili.

Inmediatamente llegó una confesión y un análisis de ese contexto: “Si me llamaba Estudiantes me quedaba en Bahía Blanca porque más cómodo que en mi casa no iba a estar, pero era una época rara porque la mayoría de los chicos que surgíamos de clubes locales nos terminábamos yendo a cualquier otra parte del país. Nadie es profeta en su tierra, como dice el refrán, además estaba instalado eso de que un pibe que iba a comprar al almacén del barrio iba a jugar en la ciudad”.

“Salvo por el caso de Juan Espil, que pasó de Liniers a la Liga sin tener que radicarse en otro punto de Argentina, el resto tuvimos que emigrar. El primero fue ‘El Puma’ que se instaló en Cañada de Gómez, luego lo seguí yo en Mar del Plata y después le llegó el turno a ‘Sepo’, quien también recaló en Quilmes”, aclaró, ingresando a la segunda parte del ida y vuelta.

Tras cartón, trajo una anécdota a la mesa de café: “En Bahiense del Norte hacía de árbitro en los partidos de menores y mi papá me pagaba con una entrada para ver al Estudiantes de ‘Fefo’ (Ruiz) y Willie (Scott) que era el que más me gustaba de los tres equipos que había en Bahía. Me di el lujo de jugar con Marcelo Richotti en Comorodo Rivadavia que para mí fue un ícono de este deporte en la ciudad”.

“Me tocó enfrentar a Juan (Espil) con el cual no hubiese podido compartir plantel por el deseo de ambos de tirar al aro (risas), aunque claramente él hubiese sido siempre la primera opción por una cuestión de jerarquía”

“Estuve muy cerca de irme a la segunda división italiana, pero para aquel entonces ya me había casado y teníamos a nuestros dos hijos, por eso opté por instalarme en Puerto Madryn, allá por el inicio de este siglo, cuando un jugador todavía ganaba buen dinero en Argentina para jugar mi último año como profesional”, contó “Lea”.

El contexto era delicado: “Estaba el uno a uno de la convertibilidad, hasta que pasó lo que todos sabemos del 2001 y los salarios se recortaron más del 50%. Ya no era negocio, por eso a “Manu” ya lo habíamos convencido para ir armando el geriátrico y decidí terminar mi carrera en 2003 en Bahiense del Norte para despuntar el vicio, haciéndome cargo del emprendimiento familiar”.

Los tres hermanos y “Huevo” Sánchez, quien les abrió la puerta del profesionalismo.

“El retiro como basquetbolista lo tomé con bastante naturalidad, estaba algo cansado de mudarme de una ciudad a otra, en especial el último tramo donde fueron seis años de ir de un lado al otro. Tenía ganas de regresar a Bahía Blanca, estar en mi casa, en mi club y con mis amigos, por eso no pesó tanto”, exclamó, al hablar sobre el momento de tomar la difícil decisión.

Luego, se lo consultó en relación a si se siente despersonalizado a raíz de los logros del “benjamín” de la familia: “Por la trascendencia de ‘Manu’ he perdido nombre de pila, soy ‘el hermano de…’ y es algo que nunca llevé como una carga, por el contrario, es un orgullo permanente. Él rompió todos los moldes que alguien podía llegar a pensar, siempre decía que íbamos a tomar real dimensión de lo que significó cuando transcurriera un determinado tiempo de su retiro”.

“Hoy estamos en condiciones de decir que no estaba equivocado y no por eso me considero un genio porque era claro que así iba a suceder. Cualquiera que está en el mundo del básquet sabe que alcanzar los logros que ostenta, para alguien que nació en este lugar del continente es difícil de volver a ver”, confirmó, sin vacilar.

No obstante, explicó las causas de ese verdadero fenómeno: “Se requiere de talento, pero también de una cabeza muy fuerte, no me tocó vivir su crecimiento en las divisiones formativas porque coincidió con el momento de mi apogeo en la Liga Nacional. Lo veía solo en los recesos de los torneos y notaba que él era un zurdo elegante que era atractivo a la vista su juego, pero nada hacía imaginar lo que luego fue”.

“Tanto ‘Sepo’ como yo nos destacamos en las divisiones menores, pero a ninguno de los dos se nos pasaba por la cabeza la idea de llegar a la NBA, ni por asomo. ‘Manu’ se lo puso como objetivo y creo que el click del que todos hablan no lo hizo de niño porque era chiquito en todo sentido, sino que se produjo cuando llegó a la Liga”, reveló, en el momento más analítico de la nota.

Con el histrionismo que lo caracteriza, trajo al presente otro punto que pone en relieve la gesta: “Recuerdo que en una ocasión me tocaba jugar en el mismo equipo con ‘Sepo’, integrando el plantel de Deportivo Roca y ‘Manu’ lo hacía en Estudiantes, en el primer enfrentamiento, por un tema de puesto nos marcábamos mutuamente y lo pude contener y hasta convertí una buena cantidad de puntos, llegando a dominarlo”.

“Al año siguiente, mis dos hermanos coincidieron en Estudiantes y yo ya había pasado a Gimnasia de Comodoro Rivadavia. Nos enfrentamos en playoffs y a ‘Manu’ no lo podía agarrar ni adentro de un baño (risas), ni yo ni mis compañeros. Nos eliminaron y ese año les toca jugar semifinales con Atenas, serie que vi en el Osvaldo Casanova y el equipo cordobés termina dejándolos afuera”, agregó el otrora tirador (y goleador) de los distintos equipos que integró.

Inmediatamente cerró aquella anécdota: “A la salida del vestuario lo cruzo a Marcelo Milanesio y con su tonada característica me dice en referencia al menor de mis hermanos: ‘Es bravo este’. Ese fue el último año de ‘Manu’ en el país. Como todo hermano del medio, Sebastián es medio ‘perro verde’, por eso mi relación con Emanuel fue de ser una especie de protector, tratando de cubrir sus necesidades, siempre dentro de mis posibilidades”.

“Mis papás siempre estuvieron presentes, somos una familia que tenía como eje central el mismo deporte en la mesa de todos los días, incluso cuando el club estaba cerrado, todos venían a mi casa. El básquet era motivo de charla permanente, con sus primeros ahorros ‘Manu’ se compró una Commodore 64 y nos llevaba las estadísticas a ‘Sepo’ y a mí, al punto de hasta hacer cuadernillos, en tiempos en los que no había Internet”, ponderó el hombre nacido hace 53 años.

Sobre el mejor jugador de la historia argentina describió que “cuando nos venía a visitar a Mar del Plata se le veía un brillo en los ojos que denotaba sus ganas de estar en ese lugar. Por eso cuando se le presentó la oportunidad, sabía que no iba a ser sencillo. En mi caso logré recalar en la Liga apenas había terminado el secundario y Sebastián, en un hecho sin precedentes, entrenaba en Bahía e iba a la escuela y los fines de semana viajaba a Mar del Plata para jugar en la Liga B, el año del ascenso”.

“‘Manu’, con la complicidad de ‘Huevo’ (Oscar Sánchez) y mi papá, fue el único que pudo torcer la postura de mi mamá, con la promesa de traerle el analítico, el cual obviamente nunca vio. Se fue a La Rioja en quinto año y terminó sus estudios allá”

“Tengo en claro que soy un ciudadano de a pie, me toca ser el presidente de mi club, una persona que tiene su trabajo para subsistir. Tomo con naturalidad el hecho de que el interés que puedo llegar a despertar es por la portación de apellido y soy el más alcanzable de los Ginóbili. No reniego del lugar que me toca, lo tomo con orgullo y humor, teniendo en claro quién soy yo y quién es mi hermano”, manifestó con aplomo.

Asimismo, abordó un tema que puede parecer tabú y está ligado a los comentarios negativos de los que sin sustento su familia fue y aún es víctima: “Lo que pasó con él lo tomamos con mucha naturalidad, el único lugar en el mundo donde recibe críticas es en Bahía. No somos ajenos a lo que siempre se dijo que éramos ratas porque vivíamos en la misma casa de toda la vida en vez de tener una mansión en el medio de la Plaza Rivadavia. Si la hubiésemos tenido habríamos pasado a ser unos crotos que no sé qué se piensan que son”.

“Es muy difícil, no es nuestro objetivo dejar un mensaje de cara al mundo, cada cual es como es y lleva las cosas a su manera, estando en la vereda correcta o equivocada y confía en los más allegados cuando te dicen que estás sacando los pies del plato. Si alguien ajeno a ese círculo íntimo te quiere imponer cuál debería ser el rumbo, se lo toma como tal, con el respeto que esa persona se merece, pero no mueve el amperímetro”, recalcó accediendo a las postrimerías del encuentro.

Una oportunidad que no esperaba lo puso a Leandro en la agenda del deporte que ama: “Haber comentado partidos de básquet por televisión estuvo muy bueno, me divertía mucho y lo tomé como si fuera una charla de sobremesa después de un asado, lo tomé de esa forma. La primera vez que me llamaron para hacerlo fue para un Juego de las Estrellas que jugó ‘Manu’ y compartiendo la transmisión con Leo Montero y ‘El Loco’ Montenegro. Éramos literalmente tres borrachos tirados en el sillón de un bar”.

“Luego cuando la TV Pública comenzó con la política de seguir a cada deportista argentino me llamó Carlos Asnaghi que era el jefe de la sección y me plantea la posibilidad de comentar el Mundial porque consideraba que me expresaba bien y entendía el juego. Gran sorpresa me llevé cuando me dijo que la idea era hacer la cobertura en el lugar de los hechos, nada menos que en Japón allá por 2006”, se sinceró.

Estaba cumpliendo un sueño casi sin proponérselo: “Me movilizó la propuesta y no podía creer ante la oportunidad en la que estaba porque faltaban tres meses e iba a ser un torneo importante luego de que mi hermano fuera campeón olímpico. Me ofrecieron un dinero que para mi era un montón porque estuve a punto de preguntar cuánto tenía que pagar y a averiguar de buques cargueros que llegaban a Bahía para irme a ese país de oriente (risas)”.

“Acepté y ese fue el puntapié inicial para luego cubrir el Mundial de Turquía 2010 en el lugar de los hechos y otros certámenes importantes. Fue una experiencia que me gustó mucho, la disfruté y entendí con el correr de las transmisiones que los nervios en los partidos de Argentina iban a quedar atrás porque el periodista tiene un rol bastante cómodo en el cual poco le importa quién gane o pierda. A diferencia de un jugador que no puede dormir si tuvo un mal desempeño y no ayudó a su equipo a ganar, el comunicador tiene una autocrítica distinta”, marcó como diferencia.

Ginóbili sabe cuál era su rol: “No puedo decir que lo que hice fue periodismo, sería una falta de respeto a la profesión, pero creo que también influyó el hecho de que Alejandro Pérez y Daniel Jacubovich que eran mis compañeros al aire me daban total libertad para decir cualquier cosa, me enseñaron y se reían conmigo cuando me iba de mambo. Me convertí en alguien caro por así decirlo porque me tenían que pagar los pasajes y la estadía en Buenos Aires, por eso se discontinuó y tenían a cualquier ex jugador a mano que viviera allá para cumplir el mismo rol”.

“Respecto de la política y mi llegada a ese campo, todo se dio a partir de que me midieron con encuestas como una persona con alto grado de conocimiento. Me llamaron e hicieron un trabajo de hormiga porque me llevaron varias veces a Buenos Aires para mostrarme cómo se trabajaba y gestionaba”, evidenció, a colación de la incursión en un ámbito complejo y que lo iba a preparar para lo que luego vendría en su club.

Con franqueza, corroboró: “Me interesó, tuve la posibilidad de charlar con Mauricio (Macri) dos o tres veces, me pareció un tipo frontal y sincero, sin ningún tipo de necesidad de quedar bien conmigo. Quise probar lo que era salir de la mesa de café porque ahí somos todos Churchill y me involucré, sabiendo que estaba prácticamente en un espacio político que tenía tres náufragos dando vueltas por la ciudad y haciendo malabares”.

“En medio de esa situación un día paso por la esquina de Estomba y Moreno y veo una foto mía en toda la vidriera que me hizo sentir mucha vergüenza y me causó cierta gracia porque no estaba enterado de que iban a hacer algo así. Estaba en una instancia de pleno aprendizaje, armando equipos y no estaba preparado, solo gestionaba a partir de mi sentido común”, expuso, casi sonrojado.

El tridente del espacio político lo rescató: “Cuando finalmente llegaron Héctor (Gay), Nidia (Moirano) y Santiago (Nardelli) de la estructura de De Narváez les di la bienvenida y les cedí el mando. No sé qué hubiese pasado conmigo si ellos no hubiesen aterrizado en el PRO. En 2014 bajamos la Fundación Pensar en calle Rondeau, enfrente del Colegio María Auxiliadora, se logró que confluyeran muchas personas con ganas de aportar lo suyo, docentes de la UNS y profesionales que dejaron una huella interesante”.

“Fue un año en el que se pudo trabajar sin la vorágine de una elección y ya en 2015 me ofrecieron ser diputado, a lo que acepté, pero ocupando un lugar testimonial en la lista. Entrar en política me permitió salir de la zona de confort y conocer a gente de mucha experiencia que me enseñó cómo se maneja ese mundo, todavía sigo colaborando y siempre soy fiscal, me definiría casi como un outsider”, dijo, a modo de declaración de principios.

Al epílogo, lanzó: “Hoy, en el club vivo algo similar a lo que fue el inicio del PRO en Bahía Blanca porque termino administrando miseria, más allá del pensamiento que pueda existir de que Bahiense del Norte es un club rico por ‘Manu’, ‘Pepe’ (Sánchez) y ‘El Puma’. En esencia somos una institución de barrio que necesita trabajar para que todo funcione de la mejor forma, creciendo desde lo deportivo y en infraestructura”.

“Es una tarea que uno hace por pasión, en los tiempos libres que no son demasiados y con un reducido grupo de gente que intenta cubrir la mayor cantidad de espacios posibles para dar soluciones. Bahiense del Norte está explotado porque cuenta con tres disciplinas muy grandes, además del básquet tenemos el vóley y el patín que son una nave insignia y como no tenemos las paredes flexibles, los horarios no son algo fácil de amalgamar. No es sencillo, pero sarna con gusto no pica y nadie me ve rascándome en ningún momento, eso es importante”, finalizó Leandro.

En apariencia, no debe ser sencillo ser el hermano mayor de un fuera de serie, un monstruo en el buen sentido de la palabra que será inigualable. La clave para comprender por qué el entrevistado lo lleva con total naturalidad es mucho más simple de lo que cualquier sociólogo podría teorizar. La esencia de los Ginóbili nunca cambió, jamás se marearon pese a la gloria de uno de ellos. Y eso merece un reconocimiento especial.

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