Edgardo Matoso, un coreuta que asumió el legado de enormes maestros
Sus inicios, siempre ligados a la música. El legado familiar que eludió para lograr su sueño. La trascendencia en la dirección coral. “Cualquiera puede cantar, el oído es clave para ser afinado”, mencionó.
Por Leandro Grecco
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Edgardo Matoso nunca presumió de su popularidad. Sin estridencias, se hizo de un nombre en la docencia, no sólo a partir de la formación y optimización de los virtuosos, sino también de los alumnos que de forma circunstancial asistieron a sus clases en los distintos colegios secundarios. En LA BRÚJULA 24, entregó los aspectos conocidos (y otros no tanto) de sus logros y las decisiones que lo llevaron a trascender.
Comenzó como coreuta en el Coro de la Parroquia Corazón de María, bajo la dirección de Miguel Ángel Romero. En esos años conoció al maestro Alberto Tramontana e interpretó canciones, incluso como solista, en algunas de sus cantatas. Inició su camino como director con el Coral Casa de España, en reemplazo del maestro Carmelo Fioritti y posteriormente con el de Adultos de María Auxiliadora.
Se desempeñó como preparador de dos agrupaciones prestigiosas como el Coral del Viento del Juan XXIII, dirigido por el maestro Walter Giménez y el Grupo Ars, a cargo de la maestra Fabiana Vidal. Ambos fueron ganadores del primer premio en el concurso de Coros en Venado Tuerto. Su intensa actividad como profesor en un sinfín de establecimientos de nivel secundario de la ciudad, entre 1990 y 2004, a lo que le añadió las cátedras de canto lírico, repertorio y espacio de la práctica docente.
“Nací, me crié, crecí y actualmente sigo viviendo en casa de mis padres de la avenida Alem y Santiago del Estero. Mi papá se llamaba Antonio y trabajaba en la sastrería que había sido de su padre y mi mamá Norma Gladys Ruiz que fue personal no docente en el Departamento de Ingeniería de la Universidad Nacional del Sur”, aseguró Matoso, sin imaginar hacia dónde iba a derivar la charla.
Y detalló que “la primaria la hice en el Colegio Claret. Pasaba mucho tiempo en la parroquia Corazón de María, donde participaba en acción católica y cantaba en misa, incursionando en el coro. De niño estudié guitarra con una vecina que tenía una academia y jugué al básquet en Bahiense del Norte aunque era muy malo y el físico no me acompañaba (risas)”.
“El secundario lo realicé en el Colegio Nacional, era un alumno ordenado, solo me llevé una materia, pero tampoco fui abanderado ni mucho menos. En 1982 me invitaron a ser parte del coro, pero mis padres no me autorizaron porque nos encontrábamos en pleno desarrollo de la Guerra de Malvinas y era todo oscurecimiento”, lamentó, respecto del motivo por el que debió postergar su nuevo desafío en la vida.
Sin embargo, unos meses después todo cambió: “Me sumé recién al año siguiente porque tenía tan solo 15 años y ellos no querían que ande deambulando por la calle de noche. Allí conocí gente que estudiaba canto y ahí se encendió esa chispa en mí, más allá de que estudié la carrera de Abogacía en La Plata, duré solo un mes”.
“Ahí me anoté para rendir Canto Lírico en el Conservatorio Dardo Rocha, aunque terminé regresando a Bahía Blanca.para definitivamente comenzar a formarme vocalmente, a la par de primero la carrera de Licenciatura en Bioquímica y luego en Química, una experiencia que duró tres años y medio en la UNS”, aseveró el protagonista de esta sección.
No obstante, las 24 horas del día eran mucho más que un simple escollo a sortear: “Llegó un momento que se hacía difícil porque en la UNS las materias son cuatrimestrales y en el Conservatorio anuales por lo que tenía que ordenar los horarios, aunque era imposible y tenía que optar. En el medio hice el servicio militar, una etapa que se prolongó por espacio de 18 meses y que no me impidió seguir con la música porque podía estudiar de noche”.
“Cada mañana a las 6 tomaba el colectivo para ir a Espora. Incursioné un tiempo en el comercio de mis padres que era Matoso la casa del pantalón, donde hacía de cadete, los bancos y en alguna ocasión atendía a los clientes. En una oportunidad le dije a mi padre que quería dedicarme solo a lo mío que era todo lo vinculado con el canto”, refirió Matoso.
Sin vacilar, admitió que “había mucho de mandato familiar porque cuando egresé en la secundaria me fui con mi hermana melliza a La Plata y nos habían alquilado un departamento. Actualmente Marinela, que se iba a llamar Marianela pero en el Registro Civil no se lo permitieron, es Nefróloga acá en Bahía Blanca”.
“Somos una familia numerosa, porque mi otra hermana se llama Mónica y paradójicamente nació casi un año después que nosotros dos. Además, tengo otros dos hermanos, ellos son Hugo y Julia, hijos de mi padre por parte de su primer matrimonio, cuya esposa falleció y por lo cual quedó viudo”, explicitó uno de los referentes bahienses en su disciplina.
La pasión pudo más: “Inicialmente me recibí de profesor de Canto Lírico, fui barítono, pero nunca le presté tanta atención porque le di prioridad a la docencia. Una sola vez audicioné para el Coro Estable, no quedé y no lo volví a intentar. En una ocasión canté La Fantasía de Beethoven con la Orquesta Sinfónica, por lo que me pude sacar las ganas”.
“Para ser buen docente se requiere de un buen oído que permita detectar qué está pasando técnicamente con el alumno para, a partir de ahí, poder resolver el inconveniente que está trayendo. Mientras estudiaba, ante la necesidad de una salida laboral, di clases en escuelas secundarias, no solo de Música, sino también de Química en el Colegio La Asunción”, dijo.
Por un momento, su camino pareció bifurcarse: “Era una asignatura que me gustaba para estudiar, pero no me veía trabajando en un laboratorio ni en una empresa. Todo surgió por una vacante en noviembre. No conseguían un suplente. El director me propuso tomar esas horas por un mes y medio, teniendo a su hijo como alumno, quien le comentó que era muy llevadero explicando la temática de las sales”.
“Al año siguiente, esta misma profesora renovó dicha licencia porque iba a rendir para inspectora y me volvieron a ofrecer estar al frente del aula. De forma muy inconsciente, me hice cargo de toda la carga horaria de Química de cuarto y quinto año, sumado a las de primero y segundo de Música”, exclamó, con un cierto tono pícaro.
Semejante sobreexigencia tuvo fecha de vencimiento: “Fueron varios años en los que ejercí la tarea de forma desdoblada, hasta que internamente sentí que los alumnos se merecían una persona que se siga perfeccionando en una materia de la cual había dejado de estudiar. Por eso solo me quedé dictando clases de mi verdadera vocación”.
“No en todas las escuelas he tenido coros, más allá de que haya podido gestionar proyectos en las aulas, porque algunos establecimientos crearon el suyo como me pasó en el Colegio San Francisco de Asís y en La Pequeña Obra. Ahí venían aquellos alumnos que estaban realmente interesados”, evocó con nostalgia.
Consultado respecto de una de las inquietudes más comunes, Matoso no dudó en aclarar que “todos decimos que cualquiera puede cantar, que no hay impedimentos para animarse a intentarlo más allá de que el oído siempre hay que acomodarlo y a algunos les cuesta un poco más que a otros la afinación. Esto es algo que tiene que ver con conexiones que se dan a nivel del cerebro”.
“Hay alumnos con problemas patológicos que necesitan la asistencia de un fonoaudiólogo, incluso actualmente vienen algunos que padecen fibrosis quística o problemas pulmonares que no les impiden entonar fantásticamente. Quizás solo necesitan respirar más veces, es ahí donde uno tiene cierta consideración y otorga las pequeñas licencias entre compases”, reconoció, promediando el ida y vuelta.
Su experiencia le marca que “el oído y la voz se educan, el talento es algo con lo que se nace, pero la constancia puede suplir esa virtud innata a partir del adiestramiento. Muchos de mis alumnos son parte del Coro Estable de Bahía Blanca y hasta son solistas sumamente destacados, cantando de manera profesional con un brillo único”.
“Una chica que no empezó conmigo, que luego tomó clases particulares y posteriormente tuve la oportunidad de que se reciba en el Conservatorio siendo alumna mía que ahora terminó egresando en el Teatro Colón y actualmente está en Qatar. Muchos superan a sus maestros y es muy bueno para mí, resulta algo reconfortante”, lanzó con orgullo.
Inevitablemente, apareció sobre la mesa el nombre de una figura destacada en la escena: “Carmelo Fioritti fue de mis primeros referentes, cuando empecé a estudiar, él era uno de los tres que daba Canto Lírico en el Conservatorio. Mi carrera la hice con Lilian Chiminari, una bahiense que hizo su carrera en Buenos Aires, volvió a la ciudad y fue mi maestra, antes de radicarse en Río Gallegos”.
“Algunas de mis prácticas docentes las pude cumplir en las clases del mismísimo Carmelo . Luego concreté la carrera de Dirección Coral, donde él fue mi profesor. En esa ocasión me pude dar el lujo de compartir mucho más de cerca cada una de las experiencias que transmite de una manera única”, sostuvo Edgardo, entusiasmado con seguir repasando su carrera.
Sin ahorrar elogios, aseguró que “Fioritti es una persona sumamente talentosa y muy vinculada con el resto de los directores del país, una agenda de contactos que lo llevaron a ser muy reconocido. Todo el mundo lo conoce como arreglador y director de coro, dejando una enorme huella incluso también en su paso por Punta Alta”.
“Tengo muchos alumnos jóvenes, más allá de la creencia de que el coro se ve como algo aburrido. La clave está en el repertorio y el público, a mi me gusta que puedan conocer todo tipo de canciones, no solo encasillarse en la música popular, a sabiendas de que esto último es lo que más atrae”, resumió, al hablar de la manera en la que busca perpetuar el movimiento.
Y lo ejemplificó: “Antes ibas a escuchar al Coro de Cámara de la UTN que dirigía Carlos Sellan que hacía temas del Renacentismo en distintos idiomas sin caer en temas populares y tenía su público. A los jóvenes les seduce más lo que escucha en la radio, aunque hoy se acercan cada vez más alumnos de corta edad, algo muy positivo porque le da vida a la actividad”.
“Llegan de la forma más extraña, estoy dirigiendo el Coral Punta Alta desde 2005 y el Grupo Vocal Cantarte desde 2006 y hemos hecho convocatorias vía radios y redes sociales que han sido sumamente exitosas. Vienen adolescentes que tienen sus bandas y les gusta esa idea de combinar voces y cantar extractos distintos que unidos suenan muy bien”, contó Matoso.
En esa misma dirección, diferenció que “muchos de ellos tienen continuidad y, por distintos factores, terminan abandonando, pero es algo que le pasa en particular a la gente grande que está atravesada y diversificada en muchas actividades extralaborales por lo que les cuesta poder cumplir con los ensayos o las presentaciones”.
“Como coreuta, hice todo muy convencido, me gusta quedarme en los trabajos, no ando picoteando de acá para allá, le pongo mucha pila al lugar donde estoy y me planteo una permanencia larga. No he pasado por tantos lugares, aunque creo que las cosas cumplen sus ciclos”, señaló.
Al epílogo, sugirió que “compatibilizar las inquietudes de la gente que te elige con lo que uno quiere enseñar es lo fundamental porque, en definitiva, son ellos los que tienen que sentirse parte de un mismo proyecto. Esa es la verdadera fórmula para que asistan, estudien y se identifiquen con lo que hacen”.
En la mirada y la gestualidad de Edgardo Matoso se podía percibir la necesidad de que la entrevista no culmine. Quedaban en el tintero un importante número de anécdotas, las cuales seguramente puedan reflejarse en un futuro. Todavía activo, mantiene proyectos para dejar una huella, aportando un granito de arena, con la premisa de escribir algunos capítulos más en la historia del mundo coral de Bahía Blanca.
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