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de ayer a hoy

Monachesi: “El público se identificó con un equipo que lo llenó de satisfacciones”

Uno de los que apuntaló a la trilogía Cabrera-Fruet-De Lizaso evocó sus años de gloria. La llegada desde Santa Fe. Por qué no fue entrenador. Y un pensamiento: “En ese plantel, si no compartías la misma filosofía, te ibas solo”.

Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/Twitter: @leandrogrecco

En ocasiones, los seres humanos tienen poca memoria. Influye negativamente en ese sentido el cambio de época, el escaso apego a la historia, en tiempos de una vorágine en la que un suceso solapa al siguiente. Se profundiza aún más cuando aquellos que escribieron esas páginas llenas de gloria caminan por las calles de una ciudad mediana como Bahía Blanca y apenas son reconocidas por un puñado de nostálgicos.

Ser uno de los escuderos de los ídolos es prácticamente tan difícil como alcanzar la categoría del que termina descollando. Uno de los que vivió en carne propia esa sensación es Alfredo Adrián Monachesi, bahiense por adopción que supo ganarse el respeto del ambiente por su talento y el hecho de entender su rol en un equipo de básquet que despertó una pasión irrefrenable y de la cual solo quedan algunas imágenes sueltas, además de los recuerdos de unos pocos privilegiados.

En La Brújula 24, regaló su talento, ese mismo que regaba con sudor adentro de un rectángulo de juego y del cual supo capitalizar manteniéndose activo, disfrutando cada charla a la que nunca duda en prestarse. En esta ocasión, sin hacer foco exclusivo en lo que todos sus seguidores ya conocen de él, la premisa es intentar comprender un fenómeno que aún no pudo ser igualado.

“Soy Alfredo por mi papá que tenía ese mismo nombre, pero fue mi madrina la que insistió en que me llamen Adrián y se terminó imponiendo. Nací en 1946 en Santa Fe, la ciudad capital de la provincia y recién llegué acá 22 años después, gracias al básquet. No obstante, me considero un bahiense más. En mi niñez jugaba al fútbol con los amigos, en un sector que estaba a unas siete cuadras del famoso puente colgante santafesino”, sostuvo un impecable Monachesi, quien mantiene la misma presencia de antaño.

Y agregó: “Éramos una familia de clase media, mi padre trabajaba en el ferrocarril, mi mamá era ama de casa y yo era el mayor de tres hermanos, todos varones. Pasaba muchas horas en el potrero, los domingos se hacían partidos barrio contra barrio, incluso hasta la adolescencia. Mi sueño era ser arquero, pero jamás llegué a probarme en alguno de los clubes de la ciudad. Fui a la escuela hasta sexto grado, era un alumno del montón, pero tuve que dejar los estudios para trabajar”.

“Mi primer empleo fue como repartidor de medicamentos para una farmacia, incluso los llevaba a la Terminal de Ómnibus para que esos remedios lleguen a pueblos del interior de la provincia, como Reconquista, San Justo, entre otros. Una persona que solía frecuentar en ese lugar notó que mi estatura estaba por encima de la media y me sugirió que pruebe con el básquet”, aclaró, sobre ese hombre que, sin saberlo, le iba a cambiar la vida.

Al principio, “Mona” opuso cierta resistencia: “En Santa Fe había grandes jugadores como ‘Cachorro’ Birri, pero no estaba en mis planes probar con ese deporte. Hasta que después de tanta insistencia me convenció y me sumé al club Colón, del cual soy hincha, algo de lo que no me arrepiento por nada en el mundo. Si bien no percibía que tenía condiciones, los que me rodeaban notaban que podía destacarme, por lo que empecé a tomar el básquet de otra manera”.

“Empecé con 16 años, al año y medio ya estaba jugando en Primera y al poco tiempo, en la Selección, tanto de la ciudad como la de la provincia. Mi primer Torneo Argentino lo disputé para Santa Fe en Jujuy, allá por 1966, cuando comenzaba a gestarse lo que sería la generación exitosa de Buenos Aires cuya base la integraban jugadores de Bahía Blanca”, afirmó, mientras bebía de su pocillo de café.

No obstante, lo mejor estaba por venir: “Luego vinieron varios certámenes más de esta naturaleza, hasta que me llega la convocatoria para integrar la Selección Argentina de cara a un Sudamericano en Uruguay. Allí compartí plantel con (Alberto) Cabrera y (Atilio) Fruet, siendo el propio ‘Lito’ quien me preguntó si quería venir a jugar a Bahía. Al principio era un tanto compleja la decisión porque si bien no estaba casado, para ese entonces tenía un trabajo como empleado provincial en Santa Fe que debía dejar”.

“Casi en simultáneo me ofrecen incorporarme a San Lorenzo, durante un viaje que hice a Buenos Aires por un trámite. Me reuní con los dirigentes y avanzamos en la negociación, volví a la que por entonces era mi casa para preparar todo, pero en ese interín recibo un telegrama de Olimpo para sumarme a su equipo. Me pagaron el avión y me instalé en la que hoy considero como mi ciudad, casi no lo dudé porque yo quería venir a compartir el equipo con Fruet, Cabrera y (José Ignacio) De Lizaso”, añadió, con un dejo de emoción que no pudo disimular.

A partir de entonces, la primera página de una etapa conocida: “Es ahí donde me apasioné con el básquet, en Santa Fe había jugado con grandes figuras como Carlos Crespi, un base casi del mismo nivel que Cabrera, Sabatini y Giunta entre otros. Me mudé a Bahía Blanca, al día siguiente ya quería volver a mi casa, la adaptación al clima me resultó muy difícil, venía de un lugar de calor y humedad. Hasta que el club me consiguió departamento, viví en una pensión de calle Rodríguez, transcurría la mitad del mes de julio y crucé la Plaza Rivadavia para ir al primer entrenamiento caminando por la avenida Colón. Ese día descubrí lo que era el frío de verdad (risas), el clima era muy hostil para lo que uno estaba acostumbrado”.

“Fueron algo más de diez años jugando en Bahía Blanca; arribé a la ciudad en 1969 y permanecí ininterrumpidamente hasta el 79 en Olimpo. Luego, hubo un año en el que estuve afuera de las canchas por un problema en la rodilla, en ese entonces ya tenía tres de mis cuatro hijos y sentía el trajín de la carrera deportiva. En el 81 volví al club y tuve la suerte de salir campeón, en tiempos en los que iban llegando los extranjeros, me tocó jugar con Elisha McSweeney y Tim Billingslea, entre otros”, sostuvo, en otro tramo de su testimonio.

Tocando la pelota con su mano derecha, en la previa a un partido.

El final de su amor por la naranja tenía fecha de vencimiento y estaba muy cerca: “Dos años más tarde, empujado por el entorno, tengo mi último año adentro de una cancha, vistiendo los colores de Independiente, cuya cancha estaba cerca de casa y un lugar donde pasaba muchas horas de mis días. Incluso, fui dirigente en un momento dado, pero previo a eso me suplican si podía sumarme al plantel porque estaban en Segunda División y tenían como objetivo el ascenso. Logramos el objetivo y definitivamente allí le puse punto final a la aventura, con casi 40 años. Se había armado un lindo equipo integrado por Roberto Ojunián, ‘Tito’ Santini, Roque De Pasquale, “El Tero” Rabbione y Eduardo Goyeche, entre otros”.

“Siempre tuve en claro que nunca iba a seguir vinculado al básquet desde el lugar de entrenador, porque tiene que gustarte el hecho de enseñar, además de estudiar y prepararse para el manejo de grupo, algo que creo es lo más difícil. Adentro de un rectángulo de juego uno puede insultar a un compañero, pero como director técnico no se puede hacer lo mismo con un jugador”, advirtió, consciente de hasta dónde podía dar.

A tal punto, que lo clarificó enunciando que “uno debe nacer con ese don y no era mi caso en particular. Un claro ejemplo de ello es el de Jorge Cortondo, a quien le gusta dirigir, pese a que actualmente no lo está haciendo. Sin embargo, él disfrutaba de ocupar esa función y hoy encontró su rol dirigencial en el club El Nacional, con un proyecto en la cancha de la cortada, el cajón de calle Drago”.

Abrazando a Brusa, en el centro de la imagen.

“Trabajé mucho tiempo como bancario y la última etapa antes de jubilarme fue en el Registro Automotor de Coronel Dorrego, donde permanecí 14 años, entre 1997 y 2011. Tomé esa opción porque estaba desempleado y la verdad es que debo admitir que pasé una de las mejores épocas de mi vida, fue maravilloso. En esa localidad nació (Bill Américo) Brusa, que fue mi entrenador en Olimpo, por lo que se generaba un vínculo con los dorreguenses a partir de mi experiencia siendo dirigido por él”, manifestó, en el segundo tramo de una conversación apasionante.

Inevitablemente, el aspecto de la anacronía se instaló en la charla: “Volviendo a mi etapa como jugador, no sé qué podría haber sido de mí y el resto de la camada si en nuestra época hubiesen existido las redes sociales y los medios masivos, sumado a los avances tecnológicos. Comprendo que esos privilegios son para aquellos que están consolidados, porque los deportistas tenemos una edad límite que no supera los 35 años para competir a un buen nivel en el alto rendimiento”.

“En este país, con el básquet siempre fue muy acotada la posibilidad de hacer una diferencia económica, desconozco en la actualidad, aunque deduzco que no debe ser fácil mantener a una familia con el sueldo de un jugador. A eso hay que sumarle que uno observa cómo se entrena ahora y lo compara con mis tiempos y lo que hoy se corre en un día, nosotros lo hacíamos en un año (risas). Seguro que nos hubiésemos podido adaptar al sistema, pero no se compara con lo que pasaba hace 40 o 50 años atrás”, recalcó “Mona”, quien no reniega de lo experimentado.

En el tramo final de su carrera, junto a figuras que emergían.

Posteriormente, explicó el fenómeno que lo envolvió en sus años de plenitud: “Al bahiense, como a cualquier argentino en general, le gusta el deporte y en el caso del básquet tuvimos la posibilidad de ofrecerle a la gente un equipo con el cual se identificó. Coincidió con un momento en el que el fútbol en la ciudad no estaba tan fuerte, por eso supimos aprovechar esa contingencia. Les dábamos satisfacciones al público y no hablo solamente por mí que me sumé casi de casualidad, había una camada muy valiosa que era reconocida a otros niveles. Cuando empezó la Liga Nacional, después del furor de los primeros años, la gente dejó de ir a la cancha porque se malacostumbró a los éxitos de años anteriores”.

“Solo me faltó jugar los Juegos Olímpicos porque con la Selección Argentina disputé un Sudamericano, un Panamericano y un Mundial. Aunque uno de los hitos que quedarán grabados para siempre será aquel partido contra Yugoslavia, el combinado que en ese entonces era campeón del mundo. Es ahí donde me siento definitivamente incluido como uno más de la sociedad bahiense y hoy soy uno más de todos ustedes”, comentó, con un tono amigable.

Frente a ello, rememoró que “el básquet es un deporte lógico y pudimos jugar bien ese partido, algo de lo que recién caímos con el paso de los años, cuando nos fuimos volviendo adultos y le dimos magnitud a una victoria ante un combinado extranjero que fue tapa en los medios del país. Como grupo no éramos fáciles de llevar, pero solo adentro de la cancha donde podíamos decirnos cualquier cosa, pero en el vestuario éramos muy unidos y siempre terminábamos abrazados”.

El quinteto único e irrepetible que le tocó integrar.

“Con ‘El Negro’ (De Lizaso) vivimos dos años juntos en el mismo departamento. Jorge (Cortondo) es mi compadre, soy el padrino de su hijo menor y su esposa es la madrina de la mía más chica. El espíritu ganador no se negociaba y eso era pura y exclusivamente por Cabrera, Fruet y De Lizaso, a punto tal que, si no compartías esa filosofía, tenías que irte solo, no hacía falta que te echen”, señaló, al epílogo de la entrevista.

Los valores de ese grupo eran extremadamente sólidos: “Uno los veía prodigarse adentro de la cancha de una manera que te contagiaba y eso ocurre en todos los órdenes de la vida. ‘Beto’ era un ejemplo, no necesitaba hablar o levantar la voz, llegaba primero a entrenar junto con ‘Lito’ y marcar las pautas. Cabrera tenía el porte de un empleado de escritorio, pero después en la cancha te deslumbraba, fue de los mejores que vi en mi vida”.

“Fui un año a jugar a Europa, de grande, pero para hacer una carrera tenés que llegar con 20 años y no pegar la vuelta pronto. Pude haberme quedado algún tiempo más, pero era complejo porque luego reinsertarme al regreso no iba a ser sencillo. La vida útil de un deportista es corta como para encarar aventuras que bordean la inconsciencia”, agregó Monachesi.

Por último, se detuvo en su actualidad: “Mis días hoy los distribuyo con los amigos de la peña con los que todos los días tomamos un café a media mañana, donde ‘El Pato’ Bilbao es el maestro de ceremonias, y mi familia porque formé pareja, aunque siempre me hago un tiempo para compartir con mis hijos y mis nietos. Y salvo algún partido puntual que me puede interesar para ir a la cancha, solo consumo básquet por televisión, en especial los playoffs de la NBA que por estos días están en pleno auge”.

El destino quiso que el bronce le guardara un sitial de privilegio entre los grandes. Es que no solo es suficiente tener un talento visible, también se requiere de una conducta y el don de gente que Adrián plasmó a cada paso. Por todo eso y mucho más se ganó el respeto y cariño de los que hoy caminan las mismas calles. Y él se siente uno más, aunque su trascendencia lo ubica en un lugar selecto.

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