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Tiene 81 años, es ciega y empezó a estudiar inglés para su próximo viaje

Olga Esther Rueda, viuda y sin hijos, se jubiló como profesora de Matemática. Ejerció en la UNS 46 años. “Saber inglés era mi cuenta pendiente y estoy feliz”, dijo a La Brújula 24.

Olga y su inseparable bastón blanco escoltada por sus compañeros

Cecilia Corradetti – Para La Brújula 24 – [email protected]

Todo lo que a Olga Esther Rueda le falta en la vista, le sobra en actitud. A sus 81 años, esta profesora de Matemática que se jubiló en 2008, viuda y sin hijos, advierte, en un diálogo profundo y conmovedor, que todos los días encuentra un motivo para levantarse, iniciar nuevos proyectos y seguir poniéndole garra a la vida.

Muestras de actitud le sobran: aunque es ciega total, jamás bajó los brazos. Muy por el contrario, a medida que su condición fue agravándose se fue inscribiendo en distintos cursos.

“De lo contrario estaría derrumbada y, la verdad, no quisiera verme de ese modo”, confiesa, con su jovialidad y su optimismo, mientras cuenta que tomó cursos para aprender Braille; también para utilizar el celular y, por último, el bastón blanco.

Sin embargo, no conforme con eso y ante la proximidad de un próximo viaje –un crucero por el Caribe que compartirá en marco junto con su hermana, afincada en Estados Unidos—se decidió a retomar el inglés, idioma que siempre le costó aprender.

Olga y una pausa para regar sus plantas

Ríe mientras asegura que su vida no tiene nada de especial, sin darse cuenta que ella representa en sí misma todo un ejemplo de vida.

Del viaje también tomará parte Anita, su mano derecha, quien la ayuda en la vida diaria. A esta altura, a Olga le cuestan algunas cuestiones básicas, como vestirse, salir a caminar o de compras.

Por eso también le confesó a Anita su deseo de aprender inglés. Finalmente, tras mucho recorrer, dieron en la tecla en el instituto English@Work, que dirige la traductora pública Mariana Viney con la colaboración de los docentes Noelia Zorita, Nair Huespe y Natalia Fucini.

Olga encontró en el instituto su lugar en el mundo, junto a Mariana y un grupo de compañeros, no solo retomó el idioma que tanto anhelaba sino que, además, se divierte.

“No puedo darme el lujo de hacer la plancha. Mi esposo falleció hace siete años y no tuvimos hijos. No quiero llegar a un estado de derrumbe y menos que menos caer anímicamente, trato de hacer las actividades que me gustan e inglés era una cuenta pendiente. No sé dónde llegaré, seguramente no muy lejos, pero al menos di el primer paso”, reflexiona.

Olga (izq) su asistente Anita (centro) y una amiga

Mariana Viney sostuvo que enseñar un idioma a un alumno con alguna discapacidad (sensorial, motriz, cognitiva, etc.) siempre es un desafío.

“Implica modificar parcialmente la metodología de clase y aprender nuevas técnicas, pero se puede lograr con la buena voluntad de todas las partes”, agregó.

En el caso de “Olguita”, dijo, “enfoco la enseñanza a través de la comunicación oral y cuando tenemos que mirar imágenes o videos la ayuda Anita, su asistente personal”, relató Mariana.

Oriunda de la localidad de 17 de Agosto, en la provincia de Buenos Aires, allí Olga cumplió la primaria y luego se mudó definitivamente a Bahía Blanca.

Tras finalizar la secundaria, ingresó a la Universidad Nacional del Sur, de donde egresó como licenciada en Matemática.

Toda su actividad docente, nada menos que 46 años, la desarrolló en esa casa de altos estudios hasta jubilarse, 13 años atrás.

Durante los primeros años de vida pasiva, y junto a su esposo, el ingeniero Orestes Nicolás Sosa, que se dedicaba a la construcción, viajaron tanto como pudieron.

Una vez viuda, empezó a tener cada vez más problemas con la vista. Si bien ya tenía antecedentes, una cirugía de cataratas fue el puntapié de una serie de dificultades, entre ellas dos trasplantes de córnea, un implante epitelial y, finalmente, un tumor en el ojo que obligó a los médicos a extraerlo para evitar males mayores.

Olga (en el centro, de blanco y negro) junto a su profesora, la traductora pública Mariana Viney (izq) y sus compañeros. Plena clase en el instituto

“El otro ojo lo había perdido de muy pequeña y es el que hoy me permite distinguir luces y sombras. Pero mi ceguera es total”, señaló.

Habituarse a vivir con una discapacidad no le resultó fácil. “Lleva tiempo y hay que adaptarse. Las calles de Bahía Blanca están muy deterioradas y repletas de pozos. Las veredas también se encuentran en mal estado, con baldosas sueltas y levantadas. El bastón me ayuda, pero me da cierto temor caminar sola, caerme implicaría un caos”, añadió.

Mariana reflexionó: “Además de sentir gran admiración por Olga debo agradecer y felicitar a sus compañeros de clase, que son extraordinariamente generosos, cálidos y solidarios. El grupo entero es un lujo. Estoy muy orgullosa de todos ellos y la energía en el aula contagia”.

En medio de sus proyectos, que nunca se agotan, Olga sigue encarando la vida con una sonrisa ancha y un entusiasmo que contagia.

“De eso se trata –concluye—de seguir adelante y de poner garra todos los días”.

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