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DE AYER A HOY

El atleta olímpico que se curó de asma y corrió los 100 metros con la elite mundial

Gabriel Simón, a corazón abierto. La premonitoria tapa de un diario santafesino. La clasificación a Sídney 2000. Y el momento del retiro: “Llegó a mis 31 años, cuando sentí que ya no podía ser mi mejor versión”.

Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/Twitter: @leandrogrecco

Perfil bajo, obstinado y soñador. Son tres las cualidades que describen, a simple vista, la carrera del protagonista de este artículo, un verdadero referente en lo suyo que pertenece a un breve listado de bahienses que se ganaron el derecho de formar parte de la meca del deporte mundial, una minoría que hizo de su sueño de niño, una realidad en el ingreso a la adultez.

Sin embargo, el derrotero hacia aquel objetivo tuvo ciertas particularidades. No es usual que un atleta argentino se destaque en la prueba de los 100 metros llanos y menos aún que su formación haya transitado vicisitudes que no figuran en el manual del biotipo clásico en esta disciplina. La matriz existe para ser destruida y quemar los libros que, en ocasiones, frustran a los que no se animan a intentarlo.

Gabriel Simón participó de un Juego Olímpico, tres mundiales, pero por sobre todas las cosas, nunca se la creyó. Retraído, pero educado y respetuoso al establecer pautas respecto de cuidar su intimidad, trazó una mirada retrospectiva en LA BRÚJULA 24 de una carrera que es un orgullo para toda la ciudad, un verdadero embajador de lujo.

“Arranqué a correr a los 11 años, casi de casualidad y como cualquier niño, haciendo pruebas varias de resistencia, velocidad y saltos. La particularidad es que era asmático bronquial y esa era una buena alternativa para mi salud. A los 15 años decidí dedicarme de lleno a las distancias cortas, pese a que no me destacaba, aunque lo más interesante era el desafío de superarme, competir contra el reloj, más que pensar en lo que hacían mis rivales”, aseguró Simón, en una videollamada desde la comodidad de su casa del Barrio Universitario.

Y rememoró: “Iba a la escuela por la mañana y a la tarde me dedicaba de lleno a entrenar, siendo un poco autodidacta porque me hacía cargo de la rutina. No vislumbraba lo que iba a venir, más allá de que a los 17 años, con un leve progreso, llegué a participar de mi primer Campeonato Juvenil. Hice los 100 metros y mi meta era bajar los 11 segundos, es ahí donde vi la veta de que podía empezar a destacarme”.

“Era mi último año de la secundaria, iba al Colegio La Asunción y viajé a Santa Fe, donde terminé en la quinta colocación, pero hay un momento puntual que me marcó. Iba caminando por el centro, cuando aún había kioscos de diarios y revistas, miro la tapa de uno de ellos y estaba la imagen de la final olímpica de los 100 metros en Barcelona 92. Fue como si me cayera un rayo y me motivó a intentar llegar, sabía que para los de Atlanta 96, el primero que fue televisado, no sería posible porque apenas iba a tener 21 años, pero me puse como objetivo Sídney 2000”, indicó con una sonrisa en su rostro.

El click resonó fuerte en toda su humanidad: “Desde ese día, mi mente cambió y empecé a levantarme a la mañana pensando en ir a los Juegos Olímpicos, por la tarde solo tenía ese pensamiento en mi cabeza y me iba a dormir con la ilusión de participar en ese evento. Creo que fue ahí donde comenzó todo, sin muchos conocimientos de cómo se podía clasificar, solo tenía en claro que debía progresar. Superé el asma bronquial que me dificultaba la actividad porque debía discontinuar mi entrenamiento por procesos de broncoespasmo”.

“Luego de lograr estabilizar mi salud, inicio la evolución que me llevó a cumplir aquel sueño. Cada milésima de segundo es mucho, al principio corría a la buena de Dios, no había Youtube y solo imitaba lo que podía observar en alguna carrera que veía en VHS. A los 21 años logré hacer mi primera temporada en Europa, consiguiendo clasificar a mi primer campeonato del mundo. Ahí ya empecé a obtener información que en mi ambiente no la tenía”, celebró, aun respirando aliviado por ese salto hacia la evolución tan necesaria en el alto rendimiento.

Inmediatamente explicó: “Nuestra cultura en Argentina apunta a los deportes en equipo, con el fútbol como estandarte, con clubes que apuestan a disciplinas colectivas por sobre las individuales. A eso se le suma la falta de infraestructura, lo que lleva a que el desarrollo sea más precario, nos perjudica también el hecho de que, en el verano europeo, nosotros estamos en el invierno y los calendarios son al revés. No es falta de talento”.

“En los 100 metros, el aspecto físico que es tan importante como el mental, es una prueba que dura diez segundos y si no estás concentrado repercute negativamente. Uno depende de un sonido que marca la largada y tiene que reaccionar, son múltiples los factores que influyen. Lo comparo con patear un penal en el fútbol o un lanzamiento con valor simple en el básquet, es una decisión que se plantea cuando dicen ‘a sus marcas’. Y esa decisión es muy difícil llevarla a cabo por más que uno está bien físicamente”, replicó, en otro segmento de la animada conversación.

Consultado en relación a lo que recorría su mente antes del disparo de largada, detalló que “corrí múltiples carreras, la ideal es esa que uno ejecuta todo de manera inconsciente, llegando a la meta sin saber qué sucedió y debo decir que se da muy pocas veces. Si miraste para el costado, te distrajiste o te sobraba mucho, es otro cantar, porque el ideal de la competencia se da cuando resulta secundaria la posición final y todo el entorno”.

“La nutrición es importantísima, tanto como el descanso y la hidratación, siguiendo una dieta en base a proteínas, con cuidados extremos y detalles finos que implicaban una gran responsabilidad. Siempre me gustó ir buscando información al momento de suplementarme porque era tan importante el entrenamiento como el descanso posterior. La de los 100 metros es una prueba que trabaja el sistema nervioso y conlleva procesos distintos de recuperación”, estipuló Simón.

Existen otras variables a considerar: “Los calzados que se utilizan estuvieron siempre en continua evolución, siendo hoy en día vitales para los atletas, al igual que la superficie de las pistas en las que se corre. Estar compartiendo certamen con el hombre más rápido y récord mundial del momento es algo indescriptible, constatando que eran como uno. Después, obviamente los JJ.OO. te permite encontrarte con leyendas del deporte, donde además se rescata el espíritu del amateurismo, en un lugar donde se compite pura y exclusivamente por la gloria”.

“En la cita de Australia, brillaba un estadounidense llamado Maurice Green que tenía 9,79 segundos, pero a su vez estaba el campeón de Atlanta 96, Donovan Bailey, al que todos querían ver. Mi mejor marca fue 10,23 segundos, en un Campeonato Sudamericano disputado en el 99, un registro que como deportista me alimentó para seguir adelante. Eso aporta en la propia superación para obtener mejores resultados y, en consecuencia, destacarme porque en el 96 había hecho 10,34 segundos”, dijo el meritorio atleta, inflando el pecho.

Sin embargo, advirtió que “es un deporte al aire libre en el cual hasta las condiciones climáticas pueden determinar el resultado final, por eso son muchos los factores que influyen. Venía esperando hace tiempo esa mejora en el cronómetro, que no fue otra cosa que un impulso que me permitió cerrar la clasificación a Sídney, haciendo el récord nacional. Luego, estuve muy cerca de esos registros, pero por diferentes aspectos como te enumeraba anteriormente nunca pude mejorarla”.

“Hice una carrera deportiva completa, porque me retiré a los 31 años, de los cuales 15 fueron de alto rendimiento corriendo los 100 metros. El cuerpo empezaba a sentir un desgaste, aún más la mente, no tanto por el hecho de entrenar, sino por el hecho de los viajes y en particular la competencia que desgasta en demasía porque es un deporte muy solitario”, reconoció en el tramo final de la charla.

Y se trasladó mentalmente a un momento puntual: “Viajé a entrenar a Estados Unidos, hice una competencia y noté que ya no tenía la misma energía para continuar, aparecieron las lesiones y tomé la decisión porque sentía que ya no podía ser mi mejor versión. Eso ayudó a empezar a cerrar una etapa que demandó de muchos años, aunque lo supe llevar porque había estado satisfecho con lo que había hecho. Los buenos recuerdos, las vivencias y amistades prevalecieron, compensando la decisión de cerrar un capítulo y valorando lo que fueron esos años tan gratos”.

“Fui seis veces campeón argentino, tres veces mundialista (París, Atenas y Sevilla), una vez atleta olímpico en Sídney y en Bahía Blanca siempre representé a Asociación Alumni, mi club. Luego de entrenar en mis inicios en Las Tres Villas, viví ocho años en el Cenard, donde estaban las instalaciones necesarias, pista sintética, gimnasios, kinesiología”, reflexionó.

Por último, ponderó la labor de quienes lo acompañaron y comentó su presente: “Raúl Herrero fue mi entrenador de fuerza, Edgardo Barizza tenía a cargo mi adiestramiento en pista, pero no quiero olvidarme de Polo Reta Oro, quien me guió en los comienzos. Actualmente soy coordinador de la preparación física de rugby en el Club Universitario, también entreno a atletas, tanto en Bahía Blanca como a distancia y asesoro respecto a temas vinculados con la velocidad”.

Sorprendido por la convocatoria y fiel seguidor de esta publicación semanal, no vaciló en expresar su agradecimiento. El momento en el que alcanzó la cúspide de su carrera deportiva, no existían redes sociales ni avances tecnológicos que pudieran testimoniar con más fidelidad los logros de uno de los máximos representantes del atletismo bahiense.

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