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de ayer a hoy

“No tengo dudas, pude haber corrido en Fórmula 1”, contó Enrique Benamo

Verborrágico y capaz, el brillante piloto evaluó sus años en Europa. El día que conoció a Maradona. Cuando corrió con Senna. Y su lema: “En la simpleza de la vida están las grandes cosas”.

Por Leandro Grecco
Facebook Leandro Carlos Grecco/Instagram @leandro.grecco/Twitter @leandrogrecco

Más de una vez en esta sección se ha expuesto que el automovilismo tiene un arraigo en la ciudad que solamente un necio podría negar. Muy emparentado con la adrenalina y la pasión, esta disciplina ha nutrido de talento no solo al país, sino también al mundo, con exponentes de fuste que a fuerza de adrenalina –y acelerador– vieron caer la bandera a cuadros antes que el resto de los pilotos con los que compartían una pista.

Enrique Benamo tiene el gen justo para haber sido un brillante referente en la materia. Su padre –tricampeón de midgets entre 1955 y 1958– lo guió del mismo modo que él ahora lo hace con su hijo, quien luego de su etapa de destacado piloto a nivel nacional hoy es coach de jóvenes promesas. En esta nota, conoceremos perlitas de la historia de quien cumplió casi todos sus sueños, con pasión y un horizonte nítido.

“Soy orgullosamente bahiense, nacido el 27 de julio de 1957, hijo de Manuel y Paulina, quienes fallecieron hace cuatro años y tengo dos hermanos, Ricardo y María Azucena, con quienes nos criamos en nuestra casa de calle Espora, entre Yrigoyen y Alsina. Los estudios los hice en el Juan José Passo y luego terminé en el Goyena, era un alumno travieso porque estaba tan enfocado en mi sueño que relegaba la educación, algo que retomé de grande por un proyecto que desarrollé”, indicó Benamo, al comienzo de una charla que depararía grandes momentos para este cronista de LA BRÚJULA 24.

Luego, prosiguió con la cronología de los hechos: “A mis jóvenes ocho años, mi padre era corredor de midgets y estaba haciendo un chasis en el fondo de casa, donde había un garaje. En la mesa familiar solo se hablaba de carreras de autos, un tío mío decía que las pasiones no se transmiten, se sienten. Lo que más quería desde que tengo uso de razón era ser piloto, todas las mañanas me sentaba dos o tres horas sentado en el habitáculo, aprovechando que los mecánicos trabajaban de tarde”.

“Sentía el olor a aluminio típico del vehículo en construcción y fue ahí que empecé a desarrollar mi pasión por los autos de fórmula que entiendo que son aquellos que están preparados para correr, con motor y tracción en la parte trasera, junto a la aerodinamia y la suspensión. Me aferraba al volante, a la palanca de cambios y por dentro sentía que eso era lo más fuerte que hay, no hay nada más grande para mi que sentarme en un auto de carreras”, recordó, apelando al máximo a sus sentidos.

Sobre Manuel, ídolo propio y del mundo fierrero de antaño, enfatizó: “Mi padre era un apasionado, fue mi hincha número uno, al igual que mi hermano; ellos empezaron a ver mi pasión que me llevó a empezar a manejar a los 12 años. En aquel entonces, Bahía Blanca era una ciudad que tenía como mucho 5 mil autos y hoy hay 80, por eso era más seguro circular, como si fuera un pueblo grande de la actualidad. Mi primera carrera la corrí con un Fiat 128 Iava, con 17 años, una edad que hoy podría ser considerada adulta”.

“En mi época era más frecuente porque no estaba diversificado el karting. El auto lo había adquirido mi hermano y nos enteramos que había una fecha en Médanos, la cual se convirtió en debut y victoria, pese a que era un pibe y me tocaba competir con muchachos de 30 años. La segunda fue en Punta Alta y también me logré subir a lo más alto del podio, lo que despertó una algarabía dentro de casa”, sintetizó, en relación a la premonición que le marcó el rumbo.

Era el momento oportuno para tomar decisiones: “Eso incentivó a que mi papá se anime a algo más con mi carrera, por eso concretó la compra en Buenos Aires de un Fórmula 4 (luego llamada Fórmula Renault Argentina), motivo por el cual mi experiencia a nivel regional solo duró dos carreras. Con 18 años ya estaba inmerso en el mundo de las competencias nacionales. Mi padre tenía un negocio de ropa que lo obligaba a viajar periódicamente a Capital, con lo cual combinábamos el trabajo con el automovilismo”.

“Fue una acertada decisión porque pudimos estar cerca de los equipos, de la gente adecuada para que los resultados comiencen a aparecer rápidamente. Me sirvió mucho que, sin darme cuenta, competía con pilotos con tres y hasta cinco años de experiencia. Siempre me ocurrió que llegaba a una categoría y ya había corredores consagrados y tenía que remar duro contra eso”, resaltó Benamo, mientras bebía del pocillo de café.

Y habló de la conducta que lo depositó en el privilegiado mundo de los grandes: “Lo que pude capitalizar fue mi nivel de exigencia a full, sumado a la pasión, lo que aceleró el desarrollo y acortó distancias con esos que ya tenían un recorrido en cada categoría. Yo quería ser campeón del mundo, siempre buscaba rendir a pleno, nunca tomé alcohol, esa fue una gran ventaja porque como cualquier droga deteriora el físico. Además, siempre me gustó ir al gimnasio o salir a trotar, una conducta que mantengo hasta el día de hoy, me apasiona, me hace bien y me ayuda a dormir mejor”.

“Los resultados se me fueron dando muy rápido, en el segundo año dentro de la F4 me tocó ganar tres carreras y peleo el campeonato con 19 años. Luego, paso a la Fórmula 2, de la cual participaban pilotos como Luis Rubén Di Palma, Alberto “Cachi” Scarazzini, Guillermo Kissling, su tocayo “Yoyo” Maldonado y Miguel Ángel Guerra, todos ellos contemporáneos, pero con más horas de carrera en sus espaldas”, exclamó, orgulloso e inflando el pecho de satisfacción.

Sentía que estaba a la altura y los resultados lo avalaban: “Nos ganábamos de manera alternada, pese a que daba ventaja en cuanto a la trayectoria en un auto de carreras. Salí segundo en el campeonato, detrás de Churrut y por delante de Oscar ‘Pincho’ Castellano, quien luego se comenzó a vincular con el TC. Después, en 1979 cumplo el sueño nacional cuando voy al equipo de Oreste Berta con motivo de un accidente vial que protagonizó Di Palma y que derivó en que le retiren la licencia”.

“Con ‘El Loco’ me terminé haciendo muy amigo, más allá de tener que reemplazarlo, siendo que es nada más y nada menos que una de las dos o tres glorias más importantes de la historia del automovilismo argentino. Competía con un chasis Berta con motor Dodge y me consagré porque mi manejo llamaba la atención, el cual me llevó a ser subcampeón, con la salvedad de que no comencé el campeonato porque, de ser así, hubiese sido campeón”, agregó, en otro tramo de la llevadera entrevista.

Inclusive llegaron los reconocimientos: “Ese año, el Diario Clarín me entregó el premio relevación en automovilismo, de manos de Juan Manuel Fangio. El mismo galardón recibió ese día en fútbol Diego Maradona, a quien conocí personalmente en aquella ocasión. Todo se dio demasiado rápido porque a los 13 años leía la Revista Corsa en mi casa con el sueño de ser piloto y al poco tiempo ya estaba codeándome con los mejores”.

“Tuve el grato placer de ganar en Rafaela una carrera con 225 kilómetros por hora promedio, la más rápida en la historia de la Fórmula 2. Empecé a preguntarme, por qué no Europa, conocí al ingeniero Sergio Rinland, un orgullo bahiense, con quien trabajamos allá por 1980 con el equipo de Miguel De Guidi donde tenía a cargo el aspecto aerodinámico. Se generó una confianza mutua y ambos emprendimos un proyecto en equipo para encarar la Fórmula 3 Inglesa, que considerábamos que era la categoría que nos podía arrimar a la Fórmula 1”, resumió, sin reproches.

A tal punto que siempre valoró el apoyo de su mentor: “Mi viejo fue incondicional, menos la primera carrera en la que debuté que competí medio clandestino y a escondidas de la familia, siempre estuvo en todas de las que participé en Argentina. Él a Europa no viajó y de grande en parte se arrepintió de no haber ido, pese a que en aquel entonces le insistía, en tiempos en los que los valores no eran tan prohibitivos como los actuales”.

“En el Viejo Continente viví una experiencia extraordinaria, luego de cumplir todos mis sueños en Argentina, ganándole más de diez carreras a quienes por entonces eran mis ídolos y tener la posibilidad de andar más rápido que un referente como Di Palma. De los dos años y medio que estuve en Europa (entre 1981 y 1983), no completé un año entero en cantidad de carreras, apenas participando de 11 competencias”, consideró Benamo, sobre las dificultades que debió sortear.

El dinero era escaso: “Inicié mi periplo con un presupuesto limitado, teniendo que elegir dónde correr, algo que te hace perder el ritmo de evolución. Luego vino la guerra de Malvinas que me tuvo siete meses inactivo donde no sentíamos que era oportuno participar en Inglaterra y vine un breve lapso a Argentina. Hasta que finalizó el conflicto bélico y pude retomar en octubre, pese a que el campeonato inglés había culminado”.

“Conocí a Neil Trundle, que confió en mí y me dejó tomar parte de dos carreras del Campeonato Europeo, siendo tercero en una de ellas. Eran tiempos en los que conseguir sponsors en mi país era difícil, aunque logramos encarar una segunda y última etapa antes de pegar definitivamente la vuelta al país, la cual constó de cinco competencias. El presupuesto era chico y, si bien mi frase de cabecera es que ‘la peor gestión es la que no se hace’, cerramos los ojos y fuimos para adelante”, dijo, con relación al preludio del fin de una etapa.

No obstante, se detuvo en un privilegio para pocos: “Fue en ese último lapso en Europa donde me tocó correr en Silverstone con Ayrton Senna, a quien había conocido en 1982 cuando él recién daba los primeros pasos en Inglaterra, lo traté varias veces porque donde atendían mi auto era cerca de su lugar de residencia. Era un tipo con una luz muy especial, todo el mundo hablaba de él, era como Messi, porque en pista era rapidísimo, alguien de pocas palabras, conocedor de la parte técnica”.

“Las veces que intercambié conceptos con él me dejaba una impresión de seguridad y confianza en pocas palabras respecto a la puesta a punto del auto. Eso solo lo logra un grande. No alcanza con conducir mejor, sino también es necesaria la sensibilidad para comulgar con el auto y marcar las fallas. En la simpleza de la vida están las grandes cosas, muchas veces buscamos el pelo al huevo, pero es más sencillo”, postuló, como una de sus frases de cabecera en la vida.

El automovilismo ingresó en otro plano de su rutina: “Con el transcurrir de los años, luego de que sabía que no iba a poder volver al Viejo Continente, empecé a tomar conciencia de lo que había logrado, dándole magnitud respecto de contra quién competí, pero sobre todo, en las condiciones en las que lo hice. Me tocaba andar a la par de pilotos que tenían una preparación más prolongada que la mía; ese plus lo valoré con los años”.

“En Monza clasifiqué quinto y Gerard Berger, que luego hizo una enorme carrera en las escuderías más importantes, fue sexto. En Inglaterra estuve delante de Martin Brundle, Pierluigi Martini y Emanuelle Pirro, todos corredores que luego permanecieron varios años en la máxima categoría. Es por eso que considero que tranquilamente podría haber corrido en la Fórmula 1”, ponderó con argumentos la razón por la cual podría haber dado ese gran salto que quedó trunco.

Y profundizó su análisis: “Para los argentinos se hace difícil. El automovilismo requiere de un apoyo económico grande, ligado al respaldo político. Por ejemplo, Fernando Alonso que es un crack, entró a Renault gracias a las gestiones que hizo España, al tratarse del país que más autos vendía de esa marca. Tuvimos grandes pilotos como el ‘Lole’ (Reutemann) que sí contó con la estructura gubernamental, sumada al Automóvil Club Argentino, a quienes les importaba que el país tuviera un piloto de Fórmula 1”.

“Allí se obtuvo el patrocinio para cinco años, ese fue el último proyecto serio que promulgó el país, más allá de las condiciones que pueda tener un corredor con talento y el dinero ayuda a poder elegir el mejor equipo. Ya cuando me instalo nuevamente en Argentina, pierdo cierto entusiasmo porque mi sueño lo había cumplido, pero la pasión por correr se mantenía intacta, más allá de no sentirme frustrado y en eso ayudaron mucho los logros”, reveló Benamo, ingresando en el segmento final de su testimonio.

En perspectiva, resalta su labor lejos de casa: “Haber sido dos veces quinto y una tercero en Inglaterra, con el equipo con el que lo hice, fue como haber sido campeón del mundo. Ya en el país, corrí en la Fórmula 3, donde vuelvo a ganar y a codearme con la punta, pero mi fuerte nunca fueron las relaciones públicas y el hecho de conseguir sponsors. Mi habilidad estaba arriba del auto y yo sentía el desgaste porque empezaban a aparecer los representantes”.

“Eran tiempos en los que había formado mi propia familia y las prioridades empezaban a cambiar, dispersándome de lo que era el automovilismo. Me convertí en padre en Inglaterra con una pareja que tuve allá, luego me casé en Argentina con otra mujer y nacieron mis otros dos hijos. Los tres son mi orgullo total y ahora está en camino mi tercer nieto, algo que me tiene entusiasmado”, admitió, con emoción y mucho amor.

Consultado respecto a si queda algún cartucho por quemar, no vaciló: “Nunca me retiré, corrí en los autos de Fórmula, gané en San Jorge e hice un bache muy grande de seis años sin correr, hasta que en la playa de Monte Hermoso, Rodolfo Di Meglio, me preguntó por qué no estaba corriendo. Me picó el bichito y participé de dos carreras en el Supercar, una especie de TC Pista de la actualidad, donde anduve bien con una coupé Chevy y me di el lujo de largar en primera fila en una categoría en la que participaban Bessone y Di Palma”.

“Los meses siguentes me ofrecían autos de equipos con buenas intenciones pero que no tenían grandes pretensiones de estar en la punta. Eso hizo que se me vayan las ganas y el tiempo hizo lo suyo, más allá de que disfruto ir a un autódromo y girar en un auto rápido. Cuando dejé de correr inicié un emprendimiento en el rubro textil como parte del legado de mi papá, pero no era lo mío, no me gustaba”, afirmó el corredor bahiense.

Cuando parecía que no encontraba el rumbo, apareció una opción valedera: “Un gran amigo de ese momento, gerente del Banco Provincia, me invitó a un café y me sugiere que por mis conocimientos debía enseñar a manejar. A la semana comencé con un auto y lo hago hasta el día de hoy, se trata de una forma de canalizar mi pasión y transmitir mis conocimientos hacia otras personas, a partir de la experiencia recogida en todos mis años al volante”.

“El tránsito me interesa mucho, trabajo desde donde me toca, con las oportunidades que me dan. Soy el autor de un proyecto que se llama Manejo para la Vida, hablé con gente ligada a la política, a Héctor Gay le gustó mucho. Acompaño el desarrollo que hace el municipio de la Agencia Municipal de Seguridad Vial en ‘Mi primer licencia’, que incluye cursos intensivos en los colegios, teóricos y se extienden por una hora y media”, explicó, con la misma pasión que cuando veía la bandera a cuadros.

No obstante, amplió: “En mi caso desarrollo el tema de manejo preventivo y defensivo y cómo influye la salud mental a la hora de subir a un auto, con videos y muchos conceptos. Es algo que les gusta mucho a los chicos de último año de la secundaria, que se mantienen atentos durante la duración de toda la charla, lo cual no es poca cosa para los tiempos que corren”.

“Mi hijo Lucas fue campeón de la Fórmula Renault y subcampeón del Top Race, un orgullo enorme que me genera. Compartimos la pasión, cuando alquilamos un karting para que con siete años maneje por primera vez me sorprendió y me causó una gran satisfacción. Me debo haber perdido muy pocas carreras de él, organizando cenas y ver hoy que se apoya en los beneficios de la tecnología, a través de simuladores, para capacitar a los chicos, me produce un beneplácito enorme porque halló su lugar en el automovilismo, desde el coaching”, apuntó.

Por último, Benamo regresó sobre un concepto: “Todavía no siento que me haya retirado por completo, ningún corredor dejar de serlo, soy consciente que el tiempo pasa, eso es inexorable, pero al mismo tiempo soy una persona muy creyente, le entrego todo a Dios y si puedo despuntar el vicio en alguna carrera a futuro, lo haré”.

Anécdotas por doquier, devoción por un periplo que lo llenó de satisfacciones no le impiden repasar mediante un relato minucioso los años en los que la acción lo tenía de un habitáculo al otro, con el casco, los guantes y el buzo antiflama eran parte de su cuerpo. Desde otro lugar, hoy canaliza el amor por las cuatro ruedas como docente. Se supo reinventar y eso lo colma de satisfacción.

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