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DE AYER A HOY

El lado B del exjugador que encontró “de rebote” la pasión por el ferrocarril

“Scooby” Scolari, un bahiense por adopción. En la Selección enfrentó al mejor equipo de todos los tiempos. Tras su retiro, su cabeza hizo un clic: “Visito estaciones de trenes para escuchar historias”.

Por Leandro Grecco
[email protected] – Instagram: @leandro.grecco – Twitter: @leandrogrecco

La estatura permite sobresalir o pasar desapercibido. En el caso de los que superan la altura promedio, puede tratarse de una ventaja o una complicación, según desde dónde se establezca el patrón con el que se analiza la situación. Y obviamente influye sin lugar a dudas la mentalidad de quien rompa los esquemas presuntamente preestablecidos desde el punto de vista físico.

En un mundo que no suele estar preparado accesiblemente para los que superan los dos metros, Rubén Ariel Scolari se ubica siete centímetros por encima de ese valor de medida. Su condición le permitió sobresalir en el básquet, donde aún ostenta el récord de rebotes bajados en un mismo partido: 30. Sin embargo, supo ganarse el respeto de sus pares y la afición por su caballerosidad y liderazgo sin estridencias.

Su infancia en La Plata hasta que echó raíces en Bahía, la foto con “Magic”, su oficio de pintor y el amor irrefrenable por el ferrocarril. Una síntesis de los temas abordados por La Brújula 24 en una entrevista para leer con suma atención, donde el valor agregado está garantizado, con un tinte nostálgico, pero a la vez dejando al descubierto una mentalidad pensante y analítica.

“Soy platense, nacido el 25 de septiembre de 1966, soy bisnieto de inmigrantes italianos y españoles. Viví en la ciudad de las diagonales hasta los 17 años cuando vine a Bahía Blanca para jugar en Olimpo y mi familia armó las valijas y al poco tiempo se instaló también acá. Mi papá trabajó en el correo y tenía un par de empleos más porque con uno solo no alcanzaba y mi mamá ama de casa”, abrió el fuego “Scooby”, mientras dejaba caer sus largos brazos sobre la mesa para apoyar allí los codos.

Y refirió que “tengo dos hermanos más chicos, uno se llama Adrián y la paradoja es que hay una persona del rubro inmobiliario que se llama igual que él acá en Bahía pero con el cual no nos une ningún lazo familiar directo. Con él me separa un año y medio de diferencia y el tercero es Aníbal, ocho más chico que yo”. “Nuestra niñez fue muy linda por la época que nos tocó, en un país mucho más seguro que el actual, podíamos jugar a la pelota en la vereda, más allá de que el fondo de mi casa, ubicada en la esquina de 68 y 25 cerca del Hospital San Juan de Dios, pasó de ser un hermoso jardín a un potrero que se transformó en el polideportivo del barrio”, indicó con un cierto dejo de emoción.

Consultado respecto a si era aplicado al momento de tomar los libros, enfatizó que “en la escuela fui un alumno normal, nunca tuve problemas para estudiar, me ayudó mucho contar con buena memoria y que me gustaran materias como Historia y Geografía, asignaturas que al día de hoy despiertan mi inquietud. Nunca fui brillante, pero tampoco les dí problemas a mis padres”.

“Mi papá medía 1.80 metros y mi mamá 1.82 y tenía bisabuelos que estaban en los dos metros de estatura y mis hermanos superan el 1.90. Mi padre durante un tiempo trabajó como profesor de natación en el club Estudiantes de La Plata y siempre quiso que hiciéramos deportes, pero que sean disciplinas grupales”, sostuvo, sobre uno de los primeros consejos que marcó su destino.

En ese mismo sentido, Scolari recordó que “él, como nadador, llegó a ser campeón argentino y decía que se tiraba a nadar y estaba solo en la pileta, con el objetivo de cumplir cinco mil metros, yendo y viniendo, compitiendo contra sí mismo y el reloj. Buscar una disciplina grupal, de equipo, porque sociabiliza, por eso, atento a la altura que íbamos desarrollando, cuando yo tenía 10 años, nos llevó al club Universal”.

“Llegué en octubre de 1976 y al mes había un torneo por el aniversario de la institución que terminé jugando solo por mi condición de ser alto, pese a no tener mucha idea. Allí comenzó mi camino como basquetbolista, que terminó a mis 46, puedo decir que me di todos los gustos”, aclaró, inflando el pecho.

Fueron meses de un enorme sacrificio: “Hasta cuarto año cursé los estudios secundarios en La Plata y terminé quinto en el Colegio Don Bosco, en Bahía. En mi primer año acá vine solo y al año siguiente mis padres y hermanos se mudaron para acompañarme. Ese último año me tocó integrar la Selección juvenil de Bahía Blanca, el mismo combinado de Buenos Aires y también de Argentina”.

“Tuve como 90 faltas justificadas y cada vez que llegaba a clase me agarraban todos los profesores para tomarme examen porque no tenía notas. Me la pasaba yendo y viniendo y la familia a 700 kilómetros de distancia, un esfuerzo que volvería a hacer porque era lo que me gustaba. Antes de llegar a Bahía tenía varias opciones, luego de tomar la decisión de dejar Universal por una cuestión de nivel de juego”, añadió.

Sus cualidades le abrían varias puertas: “Pude ir a Ferro, Independiente de Avellaneda, Atlanta, Gimnasia de La Plata donde nunca quise ir y Olimpo, donde dirigía ‘Juanqui’ Alonso que estaba al frente de los seleccionados juveniles de Provincia y Argentina. Él fue mi tutor en el último año de la secundaria y habló con mi papá, le comentó que estaba la posibilidad de entrar a la Liga Nacional en una institución seria”.

“Era una decisión en sí misma porque las demás alternativas estaban a una hora de distancia en tren, pero elegí por el lugar que me impedía volver a mi ciudad, pasando dos o hasta tres meses lejos de casa. Como siempre estuve ligado al básquet, me moví en un ambiente donde era primordial crecer centímetros, conviviendo con compañeros que estaban en una situación similar a la mía. Y en la vida cotidiana jamás me sentí discriminado, tampoco de chico donde si bien la palabra bullying no estaba en el imaginario social, las cargadas estaban a la orden del día”, agregó “Scooby”.

Bahía lo cobijó, en especial el “aurinegro”: “En Olimpo fue donde más tiempo jugué y si no se hubiese retirado de la Liga, habría hecho toda mi carrera en el club. Hasta 1992 estuve en la institución, con un breve impasse de dos años cuando fui a España en 1989, en tiempos de hiperinflación de Alfonsín donde tuve la suerte de que me vengan a buscar de Europa. Allí jugué un año como extranjero en la LEB (Segunda División), con la posibilidad de nacionalizarme español para jugar como nacional”.

“Tenía que hacer un trámite por residencia legal, el club presenta mal un papel. Se pierde un año, por lo cual me tenía que quedar dos años sin competir. Me habían ofrecido cederme a una filial y me negué, priorizando lo deportivo por sobre lo económico. Es por eso que regreso a Olimpo y disputo su última Liga. Para ese entonces ya estaba casado con una bahiense y mis dos hijas habían nacido acá, donde también estaban mis papás y mis hermanos”, resumió, marcando sentido de pertenencia.

Se calzó por primera vez la camiseta de la Selección mayor en 1987, disputó el Mundial 90 y dos años más tarde los Juegos Olímpicos de Barcelona, donde vivió un momento único: “Junto con Juan Espil, Hernán Montenegro y ‘El Gallo’ Pérez, todos nacidos en Bahía o con arraigo en la ciudad, tuvimos la posibilidad de enfrentar al Dream Team compuesto por Michael Jordan, Magic Johnson y Larry Bird, entre otros monstruos. Contra ese equipo podíamos jugar 100 partidos e íbamos a perder 110, no les podías ganar jamás, fue el verdadero equipo de los sueños”.

“Para ver un partido de NBA teníamos que esperar que alguien traiga un casette desde Estados Unidos, dos o tres meses después de que se había jugado. Mi ídolo máximo era Magic, en aquella ocasión en los Juegos Olímpicos le pedí sacarme una foto con él y a los dos años vino a Argentina. En ese momento yo estaba en Olimpia de Venado Tuerto y su gira pasó por Rosario, por eso me tocó jugar contra él otra vez. Le llevé la foto, me acerqué al vestuario y me la autografió”, rememoró orgulloso el platense.

Su carrera lo depositó en distintos clubes, hasta que llegó un momento en el que dijo basta: “Me retiré profesionalmente a los 33 años, allá por el año 2000, aunque deportivamente seguí ligado como jugador, vinculado desde los torneos locales e incluso ganando certámenes provinciales con la Selección bahiense. No obstante, me tocó volver a la Liga Nacional de manera inesperada en enero de 2008, luego de salir campeón local con Olimpo un mes antes”.

“Me sonó el teléfono y era Jorge Faggiano con quien habíamos compartido muchos años en distintos equipos para comentarme que Estudiantes estaba en una situación muy complicada, casi para irse al descenso. Iban a hacer un par de cambios y uno de ellos me involucraba como una de las incorporaciones. El entrenador era Guillermo López y a los dirigentes les decía que estaban locos porque era de Olimpo de toda la vida, a punto tal que me costaba cruzar la vereda y en una situación como la que estaban atravesando, si nos tocaba bajar de categoría nos iban a prender fuego”, admitió entre risas.

Y aportó una simpática anécdota: “Me convencieron después de largas conversaciones, mientras disfrutaba de mis vacaciones en Monte Hermoso. Nos pusimos de acuerdo un domingo y me habían citado para las 10 del día siguiente, pero les aclaré que iba a ir al turno de la tarde para aprovechar una jornada más de playa. A las 17 agarré el auto y me vine, entré en una casa de deportes a comprarme zapatillas y fui a entrenar todo lleno de arena”.

“En una entrevista que me hicieron en Buenos Aires para la señal de TyC Sports, después de mi segundo partido desde mi regreso me preguntaron por qué volvía al profesionalismo y le respondí que la Liga estaba destrozada por completo. Le expliqué que si con 40 años me tenían que ir a buscar era porque no salió ningún jugador que pueda ocupar mi lugar”, lanzó a modo de crítica constructiva.

Desde hace mucho tiempo abraza el oficio con el que logra su sustento: “Siempre me dediqué a ser pintor de obra, un empleo que hasta desempeñé en España y cuando volví lo continué hasta hoy que es mi profesión”, al tiempo que se zambulló en uno de los hitos de su presente: “Cuando éramos chicos, mi abuelo materno (Américo) nos llevaba a jugar a la estación de ferrocarril, distante a ocho cuadras de mi casa. Lo hacía para que mi mamá descansara de la presencia de sus hijos”.

“Me arrepiento que ese apasionamiento no lo continué en mi época de jugador porque gracias al básquet conocería todas las estaciones del país. Hoy estoy viviendo la experiencia de acercarme a esos lugares, conocer pueblos que antes pasaban de largo para mí. Con la pandemia se me hizo más complicado recorrer, pero me gusta salir a sacar fotos, sabiendo que el ferrocarril tiene más historia que presente”, afirmó Scolari.

Lejos de machacar sobre la deuda que tiene el país con el ferrocarril, aporta una mirada favorable: “Muchas pequeñas localidades terminaron desapareciendo, pero siempre hay cosas buenas para rescatar y hay que encontrar lo positivo de esa historia. Pese a que mi profesión es la de pintor, en la obra sé hacer de todo, en mi casa hice las instalaciones de luz, agua y la losa radiante. Pero no sabía soldar, hace unos diez años hice un curso porque quería hacer artesanías con unas herraduras, una de las tantas locuras que se me ocurren”.

“Es un elemento mágico y de buena suerte que fui a comprar a la ferretería del barrio y no tenían. Me mandaron a hablar con un hombre llamado Néstor Nápoli que es albañil y tenía caballos, me reconoció por el básquet y nos pusimos a tomar unos mates. Nos sentamos en una lata cada uno y cuando se hicieron las 18:30 me preguntó cuántas herraduras necesitaba, le dije que con dos me alcanzaba, dio vuelta el recipiente que estaba lleno y me dio una que había traído de Corti”, sostuvo.

Su perfil curioso pudo más: “Yo no sabía dónde quedaba ese pueblo, hoy más conocido por los parques eólicos, y a la mañana siguiente, agarré el auto, la cámara de fotos y el equipo de mate. Allí me encontré con una estación en el medio de la nada y me pregunté cuántas otras había como esta en la región. Gracias a Google pude armar recorridos para visitar otras, sin quedarme solo con la parte edilicia de la historia, apunté al aspecto humano, indagar sobre quién había vivido y trabajado en determinado lugar”.

“Eso me permitió armar una cuenta de Facebook en la que somos 5 mil personas, el límite máximo de amistades que te permite la red social, interactuando con gente de todo el mundo. Son señales que hay que saber interpretar, pese a que hasta ese entonces creía que no tenía familiares ferroviarios. Me dediqué a entrevistar a trabajadores de este rubro”, ponderó Ariel, convencido de la decisión tomada.

Y no vaciló: “Me compré un grabador de periodista y mantuve charlas con muchos de ellos, hasta que en octubre del año pasado me dan el dato de un hombre de La Plata que tenía 91 años y trabajaba en la estación a la que de chico íbamos a jugar. Lo llamé y en la charla me pregunta ‘usted Scolari, qué es del que era colombófilo que vivía en 68 y 11’. Le contesté que mi familia tenía palomas mensajeras y automáticamente me respondió que había trabajado con mi abuelo en el ferrocarril, antes de tener su empleo en el correo, de donde lo habían echado durante el gobierno peronista por ser de origen radical, luego volvió a ser telegrafista cuando cayó el gobierno de Perón”.

“Bahía Blanca es la ciudad que elijo todos los días para vivir. Me siento sumamente cómodo, soy un bahiense por adopción, conozco el nombre de cada una de sus calles y tengo mucha gente conocida, sea por el básquet, mi trabajo como pintor y ahora con el ferrocarril se abre otra razón para seguir estableciéndome acá”, aportó “Scooby”, quien a pesar de que su teléfono sonó durante la charla con algún mensaje de Whatsapp, no se apartó del ida y vuelta con este cronista.

Su determinación para no armar las valijas lo llevó a una nueva argumentación: “Esta ciudad me seduce, pese a que está creciendo mucho en forma ciertamente peligrosa como ocurre en las grandes ciudades del mundo, la inseguridad se empieza a notar un poco más y el tráfico está complicado y lo va a estar aún más en pocos años porque no hay posibilidades de ensanchamiento de las calles. No hay vías rápidas, no hay grandes avenidas para cruzar la ciudad de punta a punta, algo que La Plata sí tiene a favor por sus diagonales”.

“La Estación Sud está muy venida abajo, no a nivel edilicio, sino porque Bahía Blanca era un punto neurálgico del ferrocarril con 38 servicios diarios y hoy tenemos uno, solo dos veces por semana. Si hablamos del tren de pasajeros, es una vergüenza que demore 19 horas para cubrir el tramo a Constitución, si estamos hablando de 680 kilómetros de distancia, en bicicleta casi llegás antes. Ese es un problema de Nación, de Ferrocarriles Argentinos”, despotricó “Scooby”, sobre el segmento final del testimonio.

No obstante, señaló que “el país tuvo la tremenda suerte de que aparezca un yacimiento de gas y petróleo de los más grandes del mundo y lo tenemos nosotros, pero se requiere de grandes inversiones para explotarlo. Lo único que puede abastecer en importantes cantidades es vía marítima, que no llegás, o bien con el ferrocarril, porque tenemos las mismas rutas de hace 50 años, superpobladas de vehículos de todo tipo, camiones más veloces y casi 8 mil muertes anuales en accidentes automovilísticos”.

“Y al lado tenemos una vía que está muy desatendida para pensar en el transporte de lo que se debe trasladar, hoy no se puede llevar áridos, caños ni cereales, eso no debería ir a través de los camiones, para eso está el tren que alivia las rutas, que de por sí están muy congestionadas en la actualidad”, lamentó.

Por último, dejó en claro que “no me tiro en contra de nadie, quiero pensar en sustentabilidad complementaria porque Ferrocarriles Argentinos había planteado hace unos años un sistema que existe en Estados Unidos por el cual el camión hace el cabotaje y el tren se encarga del resto, siendo lo más conveniente. Pero detrás de eso hay muchos intereses creados, lamentablemente”.

La tarde de invierno ya había caído, pero no fue impedimento para seguir compartiendo vivencias con una persona noble que trascendió no solo merced a su figura longilínea, sino también por la determinación para combinar su empleo actual con las escapadas por la región para capturar los relatos más sustanciosos, rodeado de vías y trenes, lejos del aro y la pelota naranja.

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