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DE AYER A HOY

Oscar Manganaro: “Educar a un padre es lo más difícil del fútbol menor”

Referente dirigencial en categorías formativas, aclaró cómo se vinculó a Villa Mitre y la Liga del Sur. Sus referentes. Y una dura reflexión: “Hay chicos que no comen, ni van a la escuela y eso complica su desarrollo”.

Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/Twitter: @leandrogrecco

En una ciudad que vio nacer a tres campeones del mundo (Héctor Baley, Germán Pezzella y Lautaro Martínez) existen muchas personas que también sobresalen en silencio, sin la estelaridad de aquellos que lo hacen a partir de su talento innato, pero con el mismo sacrificio, aportan su granito de arena, indispensable para ver años después el fruto de ese esfuerzo.

Detrás de un crack emerge la familia de cada uno de ellos, sus formadores dentro de la cancha que exprimen al máximo su capacidad y una pata de la mesa que no se puede soslayar: la dirigencial. En ese ítem, Bahía Blanca cuenta con recurso humano destacado, que muchas otras grandes ciudades del país envidia sanamente.

Casi de modo unánime, en los pasillos de la Liga del Sur y las comisiones directivas de los clubes, coinciden en que Oscar Manganaro ha sido un baluarte en lo que respecta a la labor de acompañamiento en las divisiones menores. En La Brújula 24 tomamos nota de ese dato y fuimos a la búsqueda de un hombre que vibra con el fútbol de una manera especial.

“Nací y me crié en la casa de mi familia de Italia al 700, dentro del Barrio Pedro Pico. Pese a vivir cerca del Carminatti y haberlo seguido en varias de sus campañas, nunca fui hincha de Olimpo. Como simpatizante del buen fútbol era usual seguirlo”, afirmó Oscar, en el living de su casa de Villa Loreto.

Y lanzó una confesión que, si bien jamás ocultó, muchos bahienses ignoran: “Lo mismo me pasó con los momentos de gloria de los clubes de Ingeniero White. Incluso, cuando me preguntan, siempre aclaro que soy hincha de Comercial, algo que le cuesta creer a quienes no me conocen de chico”.

“Mi familia estaba compuesta por mis padres, un hermano y yo. Así fue que crecí en un entorno humilde, en el que mi viejo trabajaba como recibidor en la Junta Nacional de Granos, lugar al que ingresé cuando él falleció allá por 1971”, evocó “Manga”, como se lo conoce dentro del ambiente.

Consultado respecto a su formación, detalló que “concurrí a la Escuela Nº 5 de calle Darregueira al 400 donde cursé los estudios primarios, mientras que el secundario se repartió entre el Colegio Nacional, donde repetí un año, y pude recibirme en el Goyena”.

“El fútbol estuvo en mi radar desde chiquito, jugué en El Nacional, más precisamente en la porción de terreno ubicada en Italia y Neuquén un tiempo antes de que el club saque esa actividad en su predio. Pude haber continuado en cualquier otro equipo, pero la decisión ya estaba tomada”, infirió, mientras tenía en brazos a su mascota.

Inmediatamente, relató cómo se gestó su llegada a la actividad que lo haría conocido: “Mi primer acercamiento con una labor activa dentro de lo que es la dirigencia deportiva se vio propiciada por intermedio de Silvia Meriggi, mi esposa fallecida hace cinco años, que era fanática de Villa Mitre”.

“Con ella nos mudamos en 1983 a la casa donde resido actualmente, en Necochea al 400. Al venir acá y por una cuestión geográfica, nuestros tres hijos, Martín, Hernán y Diego, se hicieron incluso más hinchas del club que ella (risas)”, exclamó un desenvuelto Oscar, con cierta picardía.

De allí surgió una anécdota relatada solo como él puede hacerlo: “Mi gran amigo Daniel Cappelletti, que fue político y delegado municipal de Las Villas, me propuso que anote a mi hijo más grande en Villa Mitre. Mi señora insistió y me convenció, pese a que en un principio tuve mis dudas”.

“Empecé como dirigente en la escuelita por intermedio de Carlitos Morresi que hizo fuerza para que forme parte de la Comisión del fútbol infantil. Hasta ese entonces, solo venía a los bailes del club, pero no conocía a la gente que estaba vinculada a la vida deportiva de la institución”, reconoció, promediando la conversación.

Sin embargo, no hubo escollos para que su tarea fuera un gol de media cancha: “Mis primeros pasos fueron dentro de la Escuelita con ‘Chin’ Bermejo, Eduardo Villar y ‘Titi’ Santanafessa. A éste último lo conocía de su etapa como arquero y a los primeros dos solo por nombre, razón por la cual era todo un desafío personal”.

“Éramos un grupo de entre 10 y 15 personas y los dirigentes más veteranos entre los que estaban Jorge Copita y Alfonso Rodríguez, entre otros, me convocaron a una reunión en la que me informaron que querían formar una subcomisión y yo debía ser parte de la misma”, aseveró el entrevistado.

Claro está que Villa Mitre tenía sus falencias y no le sobraba nada: “Eran tiempos en los que a nivel de infraestructura no había prácticamente nada, solo una luz en la tribuna oficial de la cancha donde ‘Titi’ entrenaba con los chicos. Ni siquiera había camisetas para los niños, por eso el desafío era grande y el trabajo por delante arduo”.

“Mi idea y la del equipo de trabajo del que me tocaba ser parte era hacernos cargo de las categorías infantiles, sin embargo fue el propio Morresi el que nos alentó a hacernos cargo también de las menores”, comentó Manganaro.

Con las limitaciones del caso, lograban sobreponerse a la adversidad: “Se entrenaba donde se podía: enfrente de una gomería que está sobre calle Drago y en el club El Puma. Las esposas de cada uno de nosotros también se incorporaron y entre todos le dimos impulso a las formativas de Villa Mitre”.

“Siempre digo que llegué a ser dirigente en la Liga del Sur gracias al club. Cuando empezamos teníamos a cargo las categorías 1971 (donde jugaba Motrico), 72 (de ‘Pelusa’ Martínez), 73 (de Pablo Gilardi, Alejandro Hidalgo y Daniel Paz), hasta la 76”, enumeró con orgullo y el pecho inflado.

Más allá de que por momentos se hacía cuesta arriba, hubo personas que se pusieron al hombro el desafío: “Villa Mitre es una ciudad en la que todos ayudan desinteresadamente. En eso de colaborar, creo que el que más contribuyó con el fútbol infantil fue Juan Carlos Hernández, a quien deberían hacerle un monumento”.

“Hoy la institución tiene un predio que es una maravilla. Ver ese lugar me hace recordar lo que nos costaba poder acondicionar un espacio para entrenar es una sensación de felicidad. Ojalá el club siga avanzando en tal sentido”, lanzó ilusionado “Manga”, ingresando al tramo final del ida y vuelta..

Su llegada a la casa madre del fútbol bahiense fue la frutilla del postre: “En la Liga del Sur me enrolé a partir de lo que por entonces era la Lifiba, cuyo presidente fue Carlitos Francani, una persona extraordinaria, un fuera de serie del que aprendí muchísimo y que aún está vigente”.

“Los clubes tienen que trabajar incorporando a su staff a entrenadores idóneos y recibidos, que den herramientas para que los chicos sean buenas personas en la vida. Hoy, muchos chicos no van a la escuela, ni comen y viven en un entorno duro con padres separados”, recalcó un respetado obrero de las divisiones inferiores. 

Conociendo el paño como pocos, trazó objetivos: “Es necesario que desde la institución se haga docencia, pero no resulta nada fácil porque cuesta encontrar colaboración, un escollo que no resultaba tan complicado como en lo que fueron mis primeros años como dirigente”. 

“Siempre existió eso de que un papá va a la cancha a ver a su hijo y grita desde afuera como si estuviera mirando la final del mundo, pero antes era más fácil mantenerlos callados, haciéndoles entender que ante un incidente, el que paga las consecuencias es el club”, aclaró. 

El diagnóstico que hace del presente es concreto: “Si bien ya estoy definitivamente alejado de la labor dirigencial en el fútbol menor e infantil, escucho y hablo con mis conocidos de tantos años e incluso desde mi lugar en el Colegio de Árbitros, percibo que la situación no es fácil”.

“Me alejé del trabajo en las formativas en el momento que consideraba pertinente porque considero que siempre es importante, en todo orden de la vida, darle el lugar que necesita a la gente joven que llega con ideas nuevas”, mencionó con una indisimulable humildad.

En ese sentido, se quejó porque “lo más difícil dentro de las categorías formativas es educar a los padres, que no crean que el hijo va a ser Maradona. Eso va a existir siempre, pero si a un chico se lo deja trabajar con su entrenador, preparador físico y hasta con nutricionista, va a poder desarrollarse”.

“Los mayores son los que presionan para que sus hijos triunfen, de lo contrario amenazan con llevarlos a otro club. Mi postura es darles el pase y que no regresen más, recién ahí los padres entienden que el deporte a esa edad es un juego, en el cual el objetivo es divertirse, cerró Oscar.

Apasionado y frontal, pero siempre poniendo por encima la calidez humana de quien está acostumbrado a tratar con niños. Manganaro cuenta sobre su lomo miles de batallas, está curtido y lo manifiesta en cada historia que relata. Lo que nadie no podrá mancillar es su buen nombre y honor, en tiempos donde la tarea de docencia y el trato con chicos (y sus padres) está constantemente en tela de juicio.

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