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La muerte de Iorio: el enigmático mensaje en su última visita a Cura Malal

“Tal vez sea la última vez que nos veamos”, dijo el cantante al dejar una remera sobre el mostrador de la pulpería La Tranca, de esa localidad del distrito suarense.

La psicología seguramente dirá que la conciencia de las personas ocupa una pequeña parte en cada ser humano si se la compara con el inconsciente. El cantante metalero Ricardo Iorio -quien murió a los 61 años– no fue consciente de que llegaba la hora de su muerte. La prueba más cercana estuvo en un video que le había mandado la noche anterior a uno de sus colegas, el cantante de los Pericos, Juanchi Baleirón. Pero el inconsciente de ese espíritu indomable se había despedido, sin avisarle a nadie, en una pulpería de un pequeño poblado de suroeste de la provincia de Buenos Aires, como aquel condenado que exhala su último deseo.

Mediante un posteo en Facebook, Mercedes Resch, la impulsora de las actividades culturales de esta la pulpería, escribió sobre el último paso de Iorio por allí. Y de su despedida.

Cura Malal es una localidad ubicada a poco más de 20 kilómetros de Coronel Suárez. Su nombre no viene de un sacerdote sino de un término araucano, “curumalal”, que significa corral de piedra. Seguramente allí hubo hace un par de siglos un corral. Hoy hay un pequeño poblado que se enciende cada viernes cuando la peña de La Tranca comienza a sonar. Por allí pasaba Iorio, para acodarse a una mesa y compartir unos tragos con los parroquianos. Por allí pasó uno de esos viernes y este es el recuerdo que dejó, imborrable, en los lugareños.

“El último viernes se sacó la remera que traía puesta y la dejó sobre el mostrador y me dijo: ‘Tal vez sea la última vez que nos veamos’ -escribió Mercedes Resch-. Luego fue a la camioneta y trajo una foto de él, una virgen de Luján para que proteja a La Tranca y un nuevo testamento. Y nos dijo que había que leer una página al azar, vivir el día y al finalizar la jornada reflexionar. Y como era rebelde se fumó un cigarrillo que apagó con su pie descalzo. Luego escuchamos su música durante dos largas horas, lloró en cada tema hasta conmovernos profundamente. Así era él de apasionado e intenso”, indicó.

Esos recuerdos que no se olvidan

Mercedes también escribió un largo posteo sobre la historia de amistad de Iorio con Mingo Silvera.

“Sentados los dos a la mesa de la entrada en la pulpería. Dos extremos de la vida que se juntan. Dos imposibles. El más viejo con sus ropas gauchas, bombacha de corderoy marrón oscura, alpargatas, camisa blanca recién planchada, gorra vasca, pañuelo a rayas rojas al cuello y un poncho que al paso de los otros parroquianos era codiciado con la mirada o la palabra. Él cruzaba la calle todos los viernes a la nochecita como un acto religioso, mordiendo entre sus labios un armado de papel y tabaco que le podía durar un par de horas sin ser encendido. Había dejado de fumar infinitas veces cuando corrió peligro y tuvo miedo de marcharse así tan de sopetón. Pero la mente olvida y los placeres ganan. Fue la ley que manejó toda su vida desde los catorce años cuando salió a crotear por el mundo. Desde esos tiempos no dejó de montar caballos de reconocida bravura. Los golpes del terreno duro y de los matungos le dieron una mirada pícara, que le permitió jugarse la vida y la muerte con el mismo mazo. Del otro lado su contrincante, una persona robusta, vestida de negro con la cabeza casi rapada y una cresta que rajaba como una línea de pelos puntiagudos hasta llegar a la frente. Su voz ronca era inconfundible. Cada tanto aparecía por el pueblo a buscar las bendiciones del viejo. Era sabido que el viejo tenía poderes para sanar y se le solicitaba por todos los medios alguna curación de empacho, insolación. Hasta a los males de amor se enfrentaba”.

“Ya desde el vestuario se notaba que venían de dos mundos muy diferentes, pero en esa mesa había comunión, algo los igualaba, un hilo invisible los unía. Tal vez sería el coraje que cada uno supo cultivar y entregar a multitudes. Eso se notaba a simple vista, esa mesa era diferente al resto, una energía superior la cubría e iluminaba. Tenían un gusto compartido, cada uno apretaba entre sus manos un vaso de ginebra. (…) ¿De qué hablaban? Algo unía a estos dos hombres, una pasión o una quimera.(…) Pidieron unas empanadas recién horneadas y otro trago que consumieron de un saque. La charla continuó hasta muy tarde y bebieron como cosacos. De toda la conversación que logré escuchar quedó una frase que desde ese día repito como un mantra: ‘uno se mata para vivir’”.

Y no exageraba, porque Iorio admiraba a su amigo: Esto escribió el cantante en 2017, en su cuenta de Twitter: “Hombre muy groso de Cura Malal y se llama Mingo Silvera. Cuando vino Lanusse le hizo poner el caballo de rodillas. Es un grande y es mi amigo”.

Con información de La Nación

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