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DE AYER A HOY

“Celebro que ya no exista el prejuicio de mezclar la música clásica con la popular”

El maestro D’ Alessandro lleva la guitarra en la piel. Lejos del marketing, se ganó el reconocimiento de sus pares. El Contador Público que no fue. El proyecto de freestyle. Y una definición: “El respeto está ante todo”.

Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/Twitter: @leandrogrecco

En los remotos confines de una pintoresca zona rural, nació un hombre cuyo destino estaba íntimamente ligado a las seis cuerdas de una guitarra. Desde temprana edad, su vida estuvo marcada por el influjo de la música, y las notas se convirtieron en la banda sonora de su existencia. A partir de sus primeros años, este hombre encontró en el instrumento su confianza y compañera inseparable.

Cada acorde, cada rasgueo, son una extensión de su alma, una forma de expresar lo que las palabras no podían. Pero su amor por la música no se detiene en la mera interpretación. Con el tiempo, este talentoso guitarrista se convirtió en un apasionado maestro, dispuesto a compartir sus conocimientos y su pasión con aquellos que deseaban aprender.

Lejos del bullicio y la vorágine del marketing musical, encontró la verdadera esencia de la música. Para él, no se trata de cifras en ventas o seguidores en redes sociales, sino de la capacidad de tocar los corazones de quienes lo escuchaban. Alberto D’ Alessandro ocupa un lugar de privilegio entre los artistas que se afincaron en la ciudad, recorrió el mundo con su obra y tiene una bella historia para contar en LA BRÚJULA 24.

“Soy nacido en Coronel Pringles. Mi papá tenía ascendencia italiana, incluso mi abuela llegó a Argentina desde Europa y el apellido de mi mamá era Delón, pero no tengo en claro sus raíces. Ella cantaba muy bien mientras hacía las labores de la casa, seguramente fue algo que se impregnó en mi durante la niñez”, esbozó D’ Alessandro, desde su acogedora vivienda ubicada a metros de la estación de trenes de pasajeros bahiense.

De inmediato, lanzó: “Rápidamente pedí estudiar guitarra, que era el instrumento más accesible que mi familia muy humilde me podía brindar, porque las otras opciones eran el acordeón y el piano, los cuales eran más onerosos económicamente”.

“Mi primer maestro en el instrumento fue Carlos Allú, un fuera de serie con el que aprendí mucho más que los primeros acordes. Asistí a sus clases hasta que terminé la secundaria en el pueblo. Mi hermano tiene ocho años menos y se dedicaba a cantar y con el cual hemos hecho algunas presentaciones”, resaltó, comenzando a entusiasmarse con el rumbo que iba a tomando la charla.

Consultado por la génesis de su fructífero camino, al artista opinó: “Desde la infancia que tengo una obsesión con la guitarra, me la pasaba todo el día tocando, tal es así que coincido con una apreciación de Raffaella Carrá en una entrevista. A ella le preguntaban cómo era su vínculo con lo que fue su medio de vida y contestó que no tenía en claro de haber elegido la música, la tomó porque estaba ahí, a su alcance”.

“Con eso me sentí identificado, porque llegaba a estudiar más de diez horas diarias de guitarra. A los 17 años vine a Bahía Blanca para estudiar Contador Público en la Universidad Nacional del Sur porque si me quedaba en el lugar donde era oriundo no iba a poder continuar con la música”, afirmó, mientras su mirada se ubicaba en un punto fijo, como buscando inspiración.

No obstante, hubo varios golpes de timón en su derrotero: “Me anoté porque todo mi entorno también cursaba esa carrera y rápidamente me contacté con una banda de rock en la que tocaba la guitarra eléctrica, sin púa para no estropear la técnica de la música que ejecuta un artista clásico”.

“Con las presentaciones y los bailes en los que tocábamos y que teníamos los fines de semana solventaba económicamente los estudios en la UNS. Hacíamos temas de Creedence Clearwater Revival y, en mi caso también cantaba temas lentos de Los Beatles y de Sandro”, evocó, con la nostalgia de quien no reniega de su pasado.

Lo que para alguno podría ser una cuenta pendiente, para D’ Alessandro fue un peldaño más en la escalera hacia la meta: “La carrera de Contador la terminé de cursar, pero me quedaron algunos finales porque me dediqué a hacer cursos variados de música, lo que me permitió luego empezar a dar clases de guitarra. Descubrí que me apasionaba enseñar, algo que no es usual porque normalmente a mucha gente le gusta solo tocar el instrumento sin transferir sus conocimientos”.

“Tuve la suerte de formar varios grupos, uno llamado Troverías con el cual ganamos concursos nacionales de folklore y que era formado por un cuarteto de música instrumental contemporánea. Luego me tocó armar otro llamado Guitarras del Sur, el cual se hizo acreedor de un premio a nivel internacional, dándole la posibilidad de hacer giras”, sintetizó, promediando el ida y vuelta.

El tránsito hacia lo que es hoy contó con varios guiños del destino: “Hace ocho años, el Instituto Cultural de Bahía Blanca aceptó la propuesta de hacer una orquesta de guitarras a la que dimos en llamar Los Escoberos, en honor a la forma en la que Gardel llamaba a los músicos que lo acompañaban tocando detrás de él en cada tema. Era habitual en otros tiempos que la escoba simulara ser una guitarra, de ahí es que seguramente viene esa acepción”.

“Toda mi vida me dediqué a la música, ya sea ejecutando el instrumento o enseñando. He tenido muy buenos alumnos, por caso Franco La Ferraro que fue distinguido hace poco tiempo, lo mismo que Julián Martínez y Mariano Ortiz que dirige junto a mí la orquesta que recién mencionaba. También quiero sumar a Maximiliano Molina, un compañero de ruta de tantos años”, agregó el guitarrista.

Dando muestras de su versatilidad, comentó que “toda mi vida estuve en contacto con jóvenes, creo que me voy actualizando, por eso es que ahora estoy preparando un tema con un chico que hace freestyle. En mi caso particular, siempre he ido a contramano de lo que está de moda, es ahí donde el sistema crea una especie de microclimas y la necesidad de la gente de escuchar otro tipo de canciones”.

“La guitarra como tal tiene un espacio en Argentina, hay un público que disfruta de escucharla y artista que la ejecutan de muy buena manera. Soy creador del Festival de Guitarras del Sur en Bahía Blanca y uno similar en Sierra de la Ventana, una forma de presentar artistas internacionales, nacionales y locales”, aseguró.

Consciente de sus potencialidades y limitaciones, admitió que “he incursionado muy poco en la composición por la simple razón de que mi especialidad es interpretar, tengo algo archivado, pero es algo muy accesorio. Mi posición ideológica es muy fuerte, algo que descubrí con el tiempo, a partir del tipo de música que hago, sea clásica, popular o tangos”.

“El denominador común es que mis canciones no son comerciales, esa es una forma de pararme ante el mundo, algo que también intento replicar en los festivales que me ha tocado organizar. El respeto por el oficio está ante todo, esta es una actividad que te permite una cercanía con la gente que se toma el trabajo de escuchar”, resumió, ya entregado por completo a la introspección.

Y lo graficó: “Por eso, la premisa es ser honesto con lo que uno hace, brindar un producto sincero, sentido y franco para la gente, conceptos lejanos del marketing y el mercado que dicta un camino a recorrer, aunque ese no es el único y lo trato de demostrar a diario”.

“Muchos años de mi vida toqué música clásica y lo mezclaba con canciones populares, algo que en otras épocas no estaba bien visto. Hoy, gracias a Dios ese prejuicio desapareció. Incluir un rasguido en un tema con tintes solemnes era pecaminoso, por fortuna eso es algo totalmente anacrónico”, agregó, ya en la recta final de la entrevista.

Con humildad y tono sereno, explicó que “con el tiempo descubrí que haciendo temas de un autor paraguayo llamado Agustín Barrios me sentía muy a gusto porque mezclaba los dos aspectos y le sumaba un tinte romántico. Su repertorio data de principios del Siglo XX y apela mucho al nacionalismo en su propuesta, por lo que eso fue lo que me hizo dar cuenta que me reflejaba a partir de mi sentimiento más profundo”.

“Transcurrieron los años y descubrí a un compositor porteño llamado Máximo Pujol, para luego mutar hacia la obra de Astor Piazzolla. Últimamente, me he volcado a hacer tangos más tradicionales y contemporáneos, por lo que salgo al ruedo con ese programa que al público le gusta mucho”, finalizó el virtuoso artista.

En un mundo a menudo dominado por las luces brillantes y el reconocimiento efímero, Alberto D’ Alessandro se ha convertido en mucho más que un talentoso artista, es un recordatorio de que la virtuosidad debe estar por encima de cualquier instinto de supervivencia. Hoy, podríamos estar en presencia de una persona que relegaba su sueño por cumplir con un mandato social, por fortuna, abrazó la guitarra y nos regaló toda su obra, la cual aún no está concluida.

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