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La receta del bahiense para llegar a ser historiador: “Amalgamé mis tres pasiones”

César Puliafito estudió a los aborígenes y halló el modo de ligarlo con el mundo militar y los rasgos de la cultura italiana: “Me considero afortunado gracias a la religión que me ayudó a encontrar un camino de paz”.

Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/Twitter: @leandrogrecco

En un mundo diverso y repleto de pasiones, hay individuos cuya devoción y admiración se entrelazan en una amalgama única de intereses. Tal es el caso de un hombre cuya pasión desborda fronteras y se sumerge en tres mundos aparentemente dispares: Italia, los aborígenes argentinos y los militares. Su fascinación por la rica y milenaria cultura italiana lo ha llevado a explorar cada rincón de este país mediterráneo. La historia, el arte, la gastronomía y la música de aquel país son para él un eterno motivo de estudio y admiración.

Sin embargo, su corazón también late al ritmo de las tradiciones y la historia de los aborígenes argentinos. Ha dedicado incontables horas a investigar las culturas originarias de su país, sumergiéndose en las lenguas, costumbres y mitologías de estos pueblos ancestrales. Su compromiso con la preservación de esta herencia cultural lo ha llevado a colaborar en proyectos de conservación y educación en comunidades indígenas, donde ha aprendido a apreciar la profunda sabiduría de estas culturas.

Además de estas dos pasiones aparentemente dispares, este hombre también siente un profundo respeto por los militares y su papel en la historia de su nación. A través de la investigación histórica y el contacto directo con la actividad en la propia fuerza, ha desarrollado un profundo entendimiento de la importancia de la defensa de la soberanía y la protección de la libertad. Su admiración por aquellos que han servido al Ejército se manifiesta en su constante apoyo a quienes honran su sacrificio. César Puliafito es protagonista del artículo, un bahiense que abraza la historia como capital rico y transferible. En La Brújula 24, conoceremos la razón de esa rica mixtura de pasiones.

“Me llamo Etelberto, somos dos en el padrón nacional, mi primo y yo. Me honra mucho porque me pusieron así por un tío abuelo al que recuerdo con cariño. Mi círculo más cercano me dice ‘Etel’, pero para la mayoría soy César, mi segundo nombre. Nací en el Hospital Italiano y no es poca cosa porque ya me marcó lo que luego iba a ser materia de mi estudio”, planteó al inicio, a modo de paradoja.

Luego, comentó que “mi papá se llamó Eduardo César Puliafito Severini, era letrista y había tenido una infancia muy dura porque había sido abandonado de niño, más allá de que tuvo la bendición de contar con tíos muy queridos. Mi mamá es de apellido Albarracín, nacida y criada en el campo, ejerció como maestra, ambos con un carácter diferente. Ella era absolutamente paciente y él más áspero, a punto tal que, en mi etapa de la adolescencia, se separaron”.

“Soy el mayor de cuatro hermanos a los que amo profundamente y, si bien tuve una niñez muy difícil, me preparó para la vida porque ninguno de nosotros repetimos lo negativo de la experiencia. A los 16 años me puse el saco de acompañante de mi mamá para llevar adelante los tiempos difíciles, me quedaba enorme decir que era el hombre de la casa porque ella fue una leona que luchó para sacarnos adelante”, estableció, en su oficina, una suerte de atelier repleto de elementos que decoran ese espacio físico de su domicilio y definen sus pasiones.

En simultáneo, lanzó: “Me crié en Holdich al 400, a una cuadra del Club Atlético Argentino, donde el gimnasio de básquet lleva el nombre de Ardubilio Severini, pese a que soy hincha de Liniers y de River. Crecí en un barrio donde el 90% fueron italianos y en un sector que cuando mis ascendientes llegaron hace 120 años era de quintas”.

“En calle Sixto Laspiur estaban los talleres del ferrocarril y gran parte de los inmigrantes que se habían radicado en las adyacencias trabajaban allí, entre ellos mi familia, que era de extracción socialista del senador Alfredo Palacios. Todos hacían un culto al trabajo y la solidaridad, a tal punto que mi tío-abuelo, por defender la biblioteca del club falleció a los 20 años en un tiroteo. Vinieron unos fascistas en 1937 y por cuatro libros terminó falleciendo por la bala perdida de un policía, un hecho que marcó a la familia”, lamentó, con un nudo en la garganta.

Puliafito se recuperó rápidamente y aseveró: “Con orgullo también debo mencionar a mi tío Atilio Severini, que fue fundador de la Cooperativa Obrera. Fui a la Escuela Nº 3 de calle Terrada en la primaria y luego cursé la secundaria en la Media Nº3 de Tiro Federal, a la que asistí solo un año hasta que pasé a las Escuelas Medias de la UNS, haciendo hasta sexto año en Agricultura y Ganadería”.

“Ahí se armó un lindo grupo de compañeros divinos con los cuales aún nos seguimos reuniendo, en tiempos en los que se utilizaban los sobrenombres que hoy rozan el bullying. Recuerdo que en medio de una hora libre y durante la Guerra de Malvinas, era de noche y estábamos impactados, salimos a festejar, entramos por calle Colón y cruzamos a una persona con un redoblante y nos adentramos a la Plaza Rivadavia”, explicó, a modo de anécdota.

Sin detenerse, prosiguió con la crónica de aquella secuencia: “Había gente colocando escarapelas, para nosotros que éramos chicos lo vivimos como una gesta, más allá del dolor y los errores garrafales que llevaron a una locura como fue el conflicto bélico. En determinado momento, los 13 varones del curso nos planteamos el desafío de ir a anotarnos en el Comando para ser voluntarios del Ejército. Los directivos nos atajaron, a fuerza de echarnos de la escuela, era parte de la rebeldía e inconsciencia de la adolescencia, una anécdota que me marcó luego con el paso de los años”.

“Siempre me apasionó la historia y en especial a todo lo vinculado con lo militar porque desde primer grado me cautivó conocer sobre los granaderos y el pasado de Bahía Blanca, algo inusual para un chico tan pequeño. Para el Día del Niño, a mis siete años, recibí de parte de mis padres un libro sobre San Martín. Era raro por mis raíces socialistas, por eso valoro que me hayan respetado tanto seguir mis ideales”, añadió “El Negro”, como lo conocen sus íntimos.

La conducta fue algo que en el seno de su hogar no se había negociado jamás: “El primer día que entré a la colimba, allá por 1984, me preguntaron en qué instituto militar había estado previamente y mi único aprendizaje fue a partir de una infancia que me curtió. Además, mi bisabuelo había sido carabinero, lo mismo que uno de mis primos que hace poco tiempo murió por una operación que se atrasó por efecto del Covid. En la genética encontré lo que no podía explicar, más allá de que de chico me dejaban dibujar uniformes y jugar a los soldaditos”.

“En mi paso por el Ejército tuve medalla de plata y me ascendieron con honores, pero no seguí la carrera militar. Es que tiempo antes me había convertido al cristianismo, siendo evangélico-bautista, más allá de que mi mamá es muy católica. Otra libertad que me dieron en el seno de mi hogar, independientemente de que ella fue detrás de un cura a preguntarle por la religión que había elegido para mi vida y recibió una respuesta positiva del sacerdote en cuestión. Ese fue otro lugar donde hallé gente buena, motivo por el cual me considero un bendecido”, dijo Puliafito.

Inició un camino que debió abortar, pero en eso de recalcular la elección fue la correcta: “Estudié tres años Historia en la UNS, hasta que por motivos ligados a la necesidad de colaborar con mi mamá que trabajaba mucho para mantenernos, tuve que dejar de cursar y rendir porque de noche repartía diarios para dar una mano en casa. Aprendí mucho del oficio de mi padre, sumado a los conocimientos en dibujo técnico que traía de la secundaria, por lo que salí del servicio militar y conseguí trabajo en La Voz del Campo que luego fue Rex, con un por entonces muy joven Oscar Marbella”.

“Antes estuve con Nicolás Ljutek en la agencia Publitek, donde me dio un espacio como aprendiz y tuve un prócer al lado como ‘Chiche’ Labatalla que era historietista en La Nueva Provincia, además de haber trabajado mucho en Canal 7. Combinaba todo eso con el ciclismo, que ya para ese entonces era una de mis pasiones”, advirtió, ya totalmente ensimismado con la recopilación de datos.

Asimismo, reflejó: “Luego, con dos amigos más formamos nuestra agencia de publicidad, pero la hiperinflación del 89 nos bajó de un cachetazo, por lo que volví con Ljutek que me comentó que Coca Cola estaba en la búsqueda de alguien que se dedicara a la publicidad. Allí me desempeñé por nueve años, llegando a ser subgerente de marketing, en un lugar de primer nivel, donde aprendí muchísimo. En paralelo empecé a estudiar sobre esa materia”.

“Me casé en 1995 con Corina Inés, una compañera fantástica, que es contadora e hizo un gran esfuerzo con la cual tuvimos dos hijos: Giuliano y Santino, que gracias a Dios salieron a ella (risas). Después de realizar el servicio militar quedé impactado por la Guerra de Malvinas, por eso empecé a hacer deportes de aventura y vivir las experiencias de lo que había sido la historia”, contó quien reside en la segunda cuadra de calle Corrientes.

No vaciló y fue en busca de su sueño: “Me fui a andar en bicicleta a la Cordillera, donde vi todos los lugares y las rastrilladas por las que venían los Araucanos o nuestros Tehuelches. Elegí emular aquellos hechos del pasado andando a caballo, caminando y hasta me di el lujo de cruzar los Andes en mula con el Ejército, siempre buscando el hecho histórico para conocer las sensaciones de lo que había leído”.

“El Colegio Militar, en 1984, estaba en ciernes con la reciente llegada de la democracia, por eso no hice la carrera en el Ejército, sumado a que no quería dejar tan desamparada a mi mamá con sus hijos menores. Junto con Oscar Sampietro, un amigo compinche con el que nos habíamos quedado con ganas de más, hablamos con un general, le pedimos que nos de instrucción ante un posible conflicto con Chile en la previa a la década del 90”, comentó, repasando cierta tozudez.

Ambos alcanzaron el cometido: “Logramos convencerlo y se formó una compañía de reserva, la cual integramos, totalmente apolítica porque el Ejército estaba tomando un buen camino a partir de los cascos azules. Dejaban atrás los golpes de Estado para convertirse en profesionales, realizando tareas humanitarias con las Naciones Unidas, las cuales aún continúan en Haití”.

“Todo eso me acercó a la historia militar, por eso en 2001 quedamos afuera de Coca Cola y me prometí no entrar nunca más en una multinacional, proponiéndome trabajar por la identidad del pasado de Bahía Blanca. Pasé mucho tiempo en el Archivo General de la Nación, edité mis primeros libros desde mi pequeña agencia y comencé a trabajar en la publicación de la historia de los Tehuelches, con el respaldo de profesores de la Universidad que me dieron una mano enorme”, disparó a modo de agradecimiento.

Un hito lo visibilizó fuertemente hacia la sociedad local: “Publiqué mi primer libro sobre la legión agrícola militar que fue un gran suceso al descubrir el proyecto del porqué se afincó la rama italiana en Bahía Blanca. Para ello me puse en contacto con la Universidad de Téramo, aprovechando mi programa de radio que ya tiene 23 años al aire y se llama Ciao Italia”.

“Fue algo tan desinteresado como se sumaron los italianos que me causó una enorme satisfacción, conocí a Celia Nancy Priegue, una extraordinaria investigadora de la Universidad Nacional del Sur. Ella trabajó con lengua araucana y me alentaba a seguir en todas las formas posible, más allá de que no me redituaba desde el punto de vista económico. Me brindó una gran colección de libros, una ayuda inconmensurable”, señaló sobre el epílogo de su alocución.

“Soy un agradecido porque no soy el mejor cristiano, pero la religión me bajó los decibeles para encontrar un camino de paz y bendición”

Con el pecho inflado, se enorgulleció: “Amalgamé a los italianos que querían a la Argentina, los paisanos y lo militar que me fue llevando a conocer el mundo aborigen. En 2012 pude ir con toda mi familia a Italia y con la Embajada Argentina y el Consulado pude presentar el libro de la legión en Roma y en la Universidad de Téramo. Allí recibí piropos que me emocionaron mucho porque mi trabajo vino a demostrar que se podían hacer publicaciones creativas”.

“Desde los 12 años leía libros de los descendientes y empecé a mixturar la pasión por la italianidad y los aborígenes, lo que despertó mi curiosidad por el mundo militar. De esa conjunción salió esto que soy hoy, no alcanza con lo que uno pueda poner de sí mismo para lograr lo propuesto, ahí está la confluencia de mi esposa y mis hijos que me han tenido mucha paciencia para entender mis pasiones”, finalizó Puliafito.

César es un apasionado que teje un vínculo único entre Italia, la mística aborigen y todo aquel uniformado que sirvió a la Patria (solo por citar algunas, dejando de lado antojadizamente el ciclismo y su familia) demostrando que las pasiones pueden fluir sin límites cuando se abrazan con un corazón abierto y curioso.

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