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DE AYER A HOY

Marcela Sainz, las claves detrás de una referente en armar espectáculos artísticos

Versátil como pocas y rebelde como nadie. Dejó la geología por su pasión por la música. Descubrió la adrenalina en el detrás de escena de los principales eventos. Además, las anécdotas con figuras de primer nivel.

Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/Twitter: @leandrogrecco

En la vida hay que intentarlo todo, mientras se pueda y las ganas de zambullirse sean genuinas. En el vertiginoso día a día, donde resulta todo un desafío encontrar los tiempos para darse todos los gustos, abriéndose caminos hacia el disfrute y la adrenalina de incursionar en todo aquello que provoca el mismo nivel de incertidumbre y goce.

Si se plantea el desafío de encontrar alguien más versátil que la protagonista de este artículo, será sumamente difícil hallar un ser humano que la supere, al menos en la ciudad. En sus redes sociales se define como ex geóloga, pero del mismo modo indica su experiencia como artesana, deportista, fotógrafa, además de cantante, gestora cultural y, lo que quizás la hizo más popularmente conocida en su rol de productora.

Marcela Sainz le entrega a la ciudad una camaleónica forma de aportar valor agregado a cada uno de los proyectos en los que afianza una impronta tan propia como loable. En La Brújula 24, vamos a procurar desentrañar qué pasa por la mente de una de las bahienses más proactivas que ha dado la historia moderna de este sector del globo terráqueo, con la certeza de que todavía tiene mucho más por brindarle a la comunidad.

“Nací en esta ciudad y pasé mi infancia cerca del club Estudiantes, mis dos abuelas vivían en calle 9 de Julio al 100, una enfrente de la otra. Tenía la placita muy cerca y disfruté mucho de mi niñez en ese sector de la ciudad. Mi mamá falleció hace no mucho tiempo y mi papá aún vive con 97 años. Ambos muy cancheros que se bancaron tener una hija como yo”, apuntó, al comienzo de una conversación que prometía ser apasionante.

Apelando a su buena memoria, rememoró: “La primaria y la secundaria las hice en el Colegio María Auxiliadora, fui la alumna rebelde que logró que permitan el uso de pantalones de gimnasia cuando solo estaba permitida la pollera. Mi gran ventaja era que cantaba en la misa, guitarra en mano, que me salvaba de cualquier reprimenda. Además, mi mamá era muy piola y me defendía cuando la llamaban los directivos de la escuela”.

“Tanto a mi como a mi hermana nos educaron para que nunca nos pasemos de la raya, respetando la institución familiar. En la Universidad Nacional del Sur me recibí de geóloga, una carrera que me encantaba, más allá de que mi sueño era graduarme en Oceanografía. Obtuve una beca y me radiqué en Buenos Aires, para trabajar en la Comisión Nacional de Energía Atómica, enfrente a la ESMA”, expresó, sobre el momento de su formación.

Fue una experiencia movilizadora: “Corría el año 1983 y aún era un lugar áspero por así decirlo, más allá de que en ese momento no tomaba dimensión de dónde estaba. Nunca vi algo raro, lo único extraño era que en la CONEA había mucha presencia militar rodeada de científicos y empleados. Esa fue mi única experiencia profesional porque luego ya no tomaron más gente, pese a que la beca me hubiese habilitado a ingresar de forma definitiva”.

“Quería dedicarme a la gestión cultural y complementarlo con un empleo de siete horas de geóloga. No tuve más opción que volver a Bahía Blanca para dedicarme a cantar, aprovechando el boom de la música que se daba con el regreso de la democracia, con los bares como un lugar para disfrutar de conciertos en vivo. Formé parte de un grupo que hacía tres pubs por noche y al que le pagaban muy bien por cada una de las presentaciones”, aclaró, en lo que respecta a un momento que jamás podrá olvidar.

Y aseveró: “Igualmente, ingresé a la Universidad Nacional del Sur con un cargo de administrativa, sabiendo que tenía 30 años y la música podía interrumpirse como medio de vida en cualquier momento. En la UNS pasé todo el resto de mi vida porque me jubilé, cubriendo inicialmente un puesto no docente en Economía y Finanzas”.

Los Piojos, una banda que recién comenzaba a emerger.

“En paralelo había empezado a trabajar como productora para distintos managers de artistas, teniendo a mi cargo los estadios, el personal de carga y descarga y los agentes de seguridad privada. La tarea se resumía a montar el show, dándole soporte al productor que traía el espectáculo y nos encargaba que se busque una fecha para determinado evento”, puntualizó, con la minuciosidad de quien disfruta esa labor.

En su dossier cuenta con antecedentes irrepetibles: “Me tocó trabajar en los conciertos de Fito Páez en más de una ocasión, Divididos, Fabiana Cantilo, Joaquín Sabina, La Fura del Baus, entre otros. La mayoría de ellos en Estudiantes, que humildemente creo que es el mejor lugar por su acústica, una institución que conozco y quiero, como a la figura emblemática de alguien muy identificado con el club como ‘Bebe’ Storti. Además, fui jugadora de vóley de la institución durante los años de adolescencia, llegando a integrar seleccionados de Bahía Blanca”.

“La anécdota que más me marcó fue durante una presentación de Andrés Calamaro que, en el tercer tema le dijo al público que no se sentía bien, que iba a cantar una canción más y se iba. En la previa él venía anticipando que le dolía la garganta, pero nada hacía suponer esa decisión, por lo que lo primero que hice fue llamar a mi contacto en la Policía para reforzar la calle. Le comenté que teníamos un problema y que iba a necesitar dos patrulleros más porque el artista no quería continuar con el show”, comentó con su verborragia única.

Y prosiguió con la evocación de un momento tragicómico: “A todo esto, la gente comenzó a silbar porque Calamaro se había ido para adentro de su camarín, lugar al que ingresamos junto con el productor que era de Buenos Aires. Le pregunto qué le pasaba y me dice que no podía seguir, le sugiero que se aplique un Duodecadrón, razón por la cual llamé a SEM, pero no nos podían mandar un enfermero. Me subí a mi auto particular y fui por calle O´Higgins hasta la esquina de Beruti y Colón, donde el servicio de emergencias médicas tenía su sede”.

“Tuve la suerte que apenas ingreso me encuentro con una amiga que es médica, por lo que fui atrás de la ambulancia en contramano e ingresé con la asistencia nuevamente a Estudiantes. Le conocí la cola a Calamaro (risas), pero cuando estaban a punto de aplicarle el inyectable se plantó y dijo que ya no era necesario, que se sentía mejor. Volvió al escenario y completó el espectáculo, pero debo decir que fue un guitarrista español que lo acompañaba quien nos salvó porque cubrió parte del bache en el recital, calmando a la gente”, enfatizó, mientras peinaba su rubio cabello.

El momento de quiebre llegó cuando menos lo esperaba: “Un hito importante en mi vida fueron Los Piojos, cuando vinieron a tocar al Club Universitario, antes de sacar su primer disco. Se juntaron energías a favor y fue mi primera producción, la cual contó con colaboración de todos los actores intervinientes, principalmente mi amistad con Ramiro Murguía, que era muy cercano al manager de la banda. Él me insistía que los conozca, incluso fui a Buenos Aires y cuando estaba a punto de entrar al recital, me decidí por cambiar el plan inicial”.

“Por eso, a Los Piojos los terminé conociendo en esa primera visita a la ciudad, más allá de que el abrazo que nos dimos con todos miembros del grupo era una señal como si nos conociéramos de toda la vida. Pese a ser una banda de barrio, en Universitario metieron una gran cantidad de gente porque las canciones eran conocidas por los bahienses gracias a los casetes grabados de manera clandestina que traían los estudiantes que estudiaban en Buenos Aires o La Plata”, ponderó Sainz.

El furor fue inexplicable, aunque trató de ponerlo en palabras: “Vinieron por un día y se quedaron cuatro porque se fueron concatenando una serie de situaciones en las que me sentí muy ayudada por la comunidad en general. Es muy fuerte ahora haberlos visto crecer, desde la humildad de conocer sus comienzos, tal es así que lo primero que hacen cuando vienen a Bahía es almorzar conmigo o cuando voy a Buenos Aires los visito en el estudio de grabación”.

“Nunca me pesó levantarme a las 6 de la mañana para ir a trabajar a la oficina de la UNS de Rondeau 29 y compatibilizarlo con el armado de un show. También disfruté mucho de haber preparado las presentaciones de Maximiliano Guerra porque considero que el ballet es algo increíble. Luego de eso me desempeñé en boliches, primero con Fernando Rabbione en Faccia, que trajimos a los Illya Kuriaki and The Valderramas. Debo decir que ‘El Tero’ fue un divino conmigo porque me daba absoluta libertad para lo que eran las presentaciones de la matiné que aún son muy recordadas, en una época en la que todavía no había ocurrido lo de Cromagnon”, advirtió, ingresando en el segmento final del ida y vuelta.

Y punteó más momentos imborrables: “Otro hito muy importante en mi carrera fue el evento de los diez años de Chocolate, que se transmitió en vivo por TV por cable, con el camión de exteriores en la puerta sobre Fuerte Argentino. La gente votaba para elegir a la reina, distinción que una vez se la llevó Rocío Marengo. Recuerdo que, en el evento aniversario, el premio era el peso de la chica elegida como ganadora en chocolate comestible, una cosa fantástica”.

“Mi llegada a la función pública se dio mucho después de todos los rumores que venían circulando en cada uno de los cambios de gobierno municipal. Nunca faltaba el periodista que me llamara por el rumor de que iba a sumarme a un gabinete del Ejecutivo, hasta que un día en la oficina sonó el teléfono y del otro lado estaba Martín Laplace, a quien conocía de haber trabajado juntos en proyectos en la UNS”, aseguró sobre una situación del pasado más moderno de su vida.

Y señaló que “me preguntó si podía reunirse conmigo, nos encontramos y me propuso asumir en el Instituto Cultural, a lo que le respondí que me diera 72 horas para pensarlo. Nunca pertenecí a un partido político, por eso sentía que era difícil porque sabía dónde me metía y un día antes de que se cumpla el plazo que había pedido me dicen que el Intendente me quería conocer”.

“Fui a su despacho con un papel que decía que no era peronista ni cantaba la marcha, sabiendo además que corría el mes de septiembre y el presupuesto para mi área iba a ser muy escueto. Por lo que negocié un 0,2% del monto que estaba estipulado y, así, conté con dinero para poder llevar adelante mi tarea. A los dos días ya estaba trabajando para la Municipalidad y en cuestión de horas me vi trabajando para el armado de los festejos por la primavera”, contó, ya no tan aterrada como en aquella ocasión.

El contexto ameritaba una rápida determinación: “Ahí conocí a Federico Montero, que me parece un fenómeno, que me dijo que había un recital previsto, pero que el Parque de Mayo no estaba habilitado. Les dije que ese lugar era inviable por respeto a lo que había sido la muerte de Daiana Herlein, vi el Parque Boronat y no lo dudé como alternativa. Esa es una de mis mayores satisfacciones porque al día de hoy lo adoptó la comunidad como un punto de encuentro”.

“El tema de tener que dejar mi trabajo no era un inconveniente porque me otorgaban una licencia por cargo de mayor jerarquía. La gestión pública, si la hacés bien, es como un tren bala, no podés detenerte porque todo el mundo quiere hablar con vos y no parás de planificar, teniendo en cuenta a tu cargo museos, teatros, subsidios y premios. Fue una etapa que disfruté, que se prolongó durante un año y cuatro meses, hasta que finalizó la gestión de (Gustavo) Bevilacqua en la comuna”, resumió Marcela.

Ella debió reinventarse: “Me considero una resiliente total, apareció la oportunidad de Bahía Basket para montar el espectáculo, luego de un llamado de “Pepe” (Sánchez) que sabía que había estado de gerente del Club Estudiantes representando al Scotia Bank. Luego pude sacar mi propio disco, producido por Pedro Giorlandini con quien había tocado por primera vez en 1983 e hice 12 temas de autores bahienses”.

“Disfruto más produciendo que cantando frente al público sobre un escenario, a diferencia de lo que ocurre habitualmente, porque el poder que te da el armado del show no lo tiene el artista. No es algo que esté tan tomado en cuenta, a diferencia de lo que pasa en otros países donde se les da mucho más valor a quienes llevan adelante la tarea que intento imponer. Hace falta más productores para que no se sobrecargue esa tarea en los músicos y si a eso se le suma que en Bahía Blanca se complejiza porque cuesta que las empresas y el periodismo te acompañen”, lanzó, a modo de queja.

Al epílogo, relató otra experiencia puntual vivida: “Trabajando el año pasado en el recital de Ismael Serrano y este año en la obra de Gerardo Romano, en ambos casos con la escenografía, costó muchísimo conseguir los muebles. Son los amigos los que te terminan prestando el material que ellos requieren, pero luego de las presentaciones me terminaron felicitando por el esfuerzo para montar la ambientación, lo que termina haciendo más gratificante el trabajo”.

Joven de espíritu, mucho abarca y aprieta lo suficiente como para no dejar nada a medias. Así se puede definir a quien irradia energía permanentemente en cada palabra porque su postura ante la vida. Marcela Sainz cuenta con el aval del cariño de quienes la conocen, que no son pocos, porque donde hay algo para aportar desde el punto de vista organizativo, ella está.

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