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DE AYER A HOY

Elsa Calzetta se enamoró de la poesía y brindó toda su vida a los talleres literarios

Transparente y espiritual, la bahiense capitalizó sin rencor los golpes del destino con el fervor por la palabra. Madre de cinco hijas, supo luchar sin ceder contra la adversidad. “La clave es nunca dejar de jugar”, expresó.

Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/Twitter: @leandrogrecco

Los hogares en los que los libros no son una mera figura decorativa en un mueble que solo ocupa un espacio sin otra razón más que ostentar la presunta lectura, merecen respeto y admiración. Algo que parece simplista y apenas un detalle, resulta imprescindible para una sociedad que pide a gritos de opíparas dosis de cultura.

En tiempos en los que solo se acumula polvo entre las tapas y las hojas, resulta una actitud más que loable el hecho de fomentar el hábito vetusto de zambullirse en el maravilloso mundo de la literatura, prescindiendo de las pantallas y dispositivos modernos, los cuales se apoderaron de las infancias y adolescencias.

Elsa Calzetta aún sigue haciendo su aporte, ese granito de arena en una gesta desigual, donde es sabido que los hábitos conspiran contra lo que ella pregona. Con sus talleres literarios imprime una forma de comprender las vicisitudes de la vida, a partir de la oralidad. En LA BRÚJULA 24, reflejó la manera en la que forjó su destino, fortalecida por una coraza que la protegió del dolor.

“Nací en Bahía Blanca y mi árbol genealógico dice que soy parte de una familia muy tradicional en estos pagos. Es que Sixto Laspiur y Ciríaca Palau, la primera maestra de la ciudad, fueron abuelos de mi abuelo”, destacó, mientras convidaba a este cronista con un café y galletitas.

Luego, sostuvo que “mi primera infancia la viví en casa de mis padres, ubicada en Vicente López al 800. Después me fui a vivir a San Martín al 200, a casa de mis abuelos. Tengo un hermano mellizo fallecido al nacer, eso fue lo que afectó la relación de mis padres conmigo, razón por la cual me mudé siendo muy chica, con apenas 8 años. Luego nació mi hermana, pero para ese entonces yo ya no vivía con mis papás”.

“Fue una niñez teñida de mucho dolor, dejé de comer, por eso mi abuela me llevó con ellos. Rita Pizarro, una psiquiatra que fue mi salvación, luego de tres años de tratamiento me dijo que mis primeros años de vida fueron como pasar por un campo de concentración”, aseveró Calzetta, con un tono pausado y reflexivo.

Inmediatamente, consideró: “Pude ir a la escuela, soy disléxica hasta el día de hoy, por todo aquel difícil trance que padecí, por razones obvias hice una primaria espantosa en la Escuela Nº 6 y ya con más herramientas para prosperar, un secundario maravilloso en la Escuela Normal que estaba en calle Brown”.

“Luego cursé Letras en la Universidad del Sur, recibiéndome de grande porque en el medio me casé muy joven y me instalé en General Roca. A mi regreso desde el Alto Valle retomé y logré el título de licenciada”, recalcó, en otro segmento de su testimonio.

“Visto en perspectiva, con humildad considero que siento algo de orgullo por haber podido superar tantos escollos y haber dejado de lado el rencor”

No obstante, rememoró: “En Roca viví con mi marido y con 18 años llegó al mundo mi primera hija. Tuve la suerte de conseguir rápidamente mi primer trabajo, con mi nena recién nacida. Se trataba de un jardín de infantes que estaba adentro de la escuela, donde estuve a cargo de la sala de cinco”.

“Fue una experiencia maravillosa, una de las mejores cosas que hice. Sentía que era una beca, disfrutaba y tenía el honor de que a fin de mes me pagaran. Nunca me pesó, fueron nueve años en los que se tejieron vínculos hermosos con los padres y los chicos”, evocó, desde la tranquilidad de haber dejado una huella imborrable.

Consultada en relación a cómo fue ese volver a empezar, contó: “Después de eso regresé a Bahía Blanca y me pude comprar la casa donde actualmente resido. Corría mediados de la década del 70 y me costaba mucho conseguir trabajo. Eran tiempos muy convulsionados, con un contexto desfavorable, sumado a que ya tenía a cuatro de mis cinco hijas”.

“Pasamos hambre porque estábamos prácticamente solas. Mis padres no eran parte de nuestra vida, mi abuelo había fallecido y mi abuela era muy mayor. Hasta que un tío que trabajaba en Gas del Estado me consiguió un empleo”, advirtió Calzetta.

Y prosiguió con énfasis: “Fue como tocar el cielo con las manos, más allá de que el cargo en sí era muy malo, pero no tenía otra opción. Eran casi nueve horas diarias en un lugar en el que me sentía sapo de otro pozo en todos los sentidos. Luego pasé al sector médico y ahí logré establecerme de manera más positiva”.

“Mi hija más grande tenía tan solo nueve años y era la que, al comienzo, quedaba a cargo de sus hermanitas. Meses después pude pagarle a una persona que las cuidara a las cuatro, ya que aún no había nacido la menor”, expuso, en referencia a uno de los momentos más delicados que le tocó atravesar en la crianza.

Transcurrida la tempestad, llegarían aires de cambio y positivos: “Mi amor por el arte literario nació en medio de esa niñez tan convulsionada, hacía dibujitos como si fueran comics los cuales después tiraba a la basura para que nadie viera porque en esa expresión gráfica se reflejaba lo que estaba sufriendo”.

“Hasta que después me lancé a escribir pequeños poemas, ya en la adolescencia fui una suerte de sonetista, incentivada por mi abuelo que tenía una biblioteca muy grande. Él me leía mucho en voz alta desde muy pequeña y recitaba de memoria. Hasta hacíamos payadas, lo que me llevó a jugar mucho con la palabra”, rescató, ingresando en la porción final del mano a mano.

Casi sin pensarlo, volvió a rebobinar: “No recuerdo un momento de mi vida en el que no haya escrito y después roto la hoja (risas). Eso me condujo a participar en los primeros talleres porque mis hijas respetaron muchísimo mis tiempos. Ellas iban a dormir a las diez de la noche y yo me quedaba con la máquina de escribir”.

“El primer taller fue Amalia Jamilis, luego vino Mecha Tuma, Pocha Predan, hasta que luego llegó el de Nicolás Bratosevich que viajaba a General Roca, un centro cultural muy fuerte y me permitió desplazarme de Bahía al Alto Valle, un lugar que me había costado mucho dejar”, añoró.

Elsa estaba preparada para dar un paso más: “Luego, a raíz de todo esto, empecé a sentir la necesidad de decir mis propias poesías, por lo que organizamos las presentaciones en las que me acompañaban unas guitarras y hasta mi hija mayor cantaba”.

“Fue algo muy divertido porque, si bien yo no me consideraba una declamadora, decía los textos de memoria y hasta me obligó a tomar algunas clases de teatro para aprender a pararme bien en un escenario”, comentó, a sabiendas de haber establecido un golpe de efecto que iba a modificar el rumbo de su vida.

El círculo fue cerrando de manera prolija y armoniosa: “Paralelamente, terminé la carrera de Letras en la UNS y dicté clases en colegios privados de nivel secundario y hasta en educación terciaria, pero en ambos casos no sentí que estaba en la misma sintonía que quienes recibían mis saberes”.

“Luego, retomé los talleres literarios con todas las ínfulas, actualmente puedo decir que nado como pez en el agua en este ámbito que tanto amo. Son 30 años en los que pude también encontrar la forma de generar mi propio sustento”, aseguró Calzetta.

Cuando se le preguntó sobre las sensaciones que experimenta actualmente, no vaciló en referir: “Hoy, siento la misma emoción con el taller que cuando estaba empezando a entender cómo se dictaba. Experimento los mismos nervios que en mis inicios cada vez que llega gente nueva y busco contenidos innovadores para no aburrirme”.

“Tengo cinco nietos y como abuela creo que cuento con todas las condiciones para hacerlos felices porque uno los puede malcriar con total libertad (risas). Nunca dejé de jugar y cuando veo un nene con un celular lo lamento mucho, pero no juzgo a sus papás. En ese caso, rápidamente hago algo para que el chico deje el teléfono y comparta más tiempo conmigo”, agregó.

Al epílogo, subrayó: “Respecto de la mirada hacia la mujer, de muy joven y, sin saber que estaba luchando, me enfrenté a todo un paradigma que me molestaba, fui una rebelde. Quedan muchas batallas por dar, respeto muchísimo al hombre y a las mujeres que saben pasar de la pollera al pantalón, sin dejar la esencia y pueden ponerse codo a codo caminando juntos”.

“Tuve dos divorcios, los cuales no considero un fracaso, sino un acto de resiliencia. Me encantaría volver a estar en pareja, pero tampoco lo busco, más allá de que estoy empezando a percibir una sensación de soledad que no tiene que ver con la mesa larga de los domingos, porque todos los días encuentro la forma de divertirme jugando. Me gustaría hallar a alguien que me quiera”, cerró.

La confesión con el corazón en la mano ameritaba dar por cerrada la charla. Nada se podía agregar, ya estaba todo dicho. Nunca estará sola porque las personas de buen corazón siempre hallan el afecto en sus diferentes formas. Por su manera de ser, le sobran amigos y gente que la quiere, pero además puede echar mano a esos incondicionales que la acompañan desde siempre: los libros.

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