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DE AYER A HOY

Alfredo Bernetti: de autodidacta a especialista en fabricar instrumentos musicales

Luthier de excelencia, mantiene encendida la llama del arte barroco. Los años en Europa. El primer clavicembalo. Su vida entre cuerdas, teclado y madera. Y una frase: “Nadie entiende esta pasión”.

Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/Twitter: @leandrogrecco

Caminar por los senderos de lo antipopular implica un esfuerzo doble para logar visibilizar no solo el trayecto, sino también el final del recorrido. Sin embargo, la satisfacción de remar contra la corriente solo la puede poner en palabras aquel que evita naufragar en las aguas de todo aquello que por designio popular termina imponiéndose, ya sea por moda o masividad.

Las manos (y en especial la mente brillante) de Alfredo Bernetti tienen a su cargo la confección artesanal de instumentos musicales barrocos. Estos demandan no solo una erogación muy elevada de dinero, sino también de la dedicación de meses de ardua labor para alcanzar la real excelencia, apoyándose en la teoría que proviene del Siglo XVI, cuando el arte vivía un apogeo inigualable.

En La Brújula 24 nos adentramos a su maravilloso mundo, único en Bahía Blanca y poco explorado hasta hoy. Cómo piensa una mente brillante, capaz de hacer realidad lo que parece imposible, desde la maqueta hasta el resultado final. Un talento local venerado en el mundo. Sus orígenes y el recorrido para transformarse en un ícono de la cultura. Su testimonio demuestra que todos los sueños se pueden hacer realidad. Solo es necesario animarse y empezar.

“Soy nacido en Bahía Blanca. A los 19 años me fui a La Plata, a los 20 a España, después estuve en Italia, Bélgica y París. Regresé hace unos 15 años. Me crié en esta casa que vivo actualmente, en el Barrio Napostá. El bisabuelo de mi mamá fue Santos Cicchini, fundador del barrio Villa Mitre”, consideró Bernetti, en el comienzo de la charla en el comedor de su vivienda, la cual tiene una impronta muy particular.

Luego, continuó con el repaso de aquellos recuerdos más lejanos: “Fui a la Escuela Fábrica, que estaba en frente de la plaza, que después se fue a calle Florida, me brindó lo que creo que fue la mejor enseñanza que existía en esa época. Te enseñaban de todo y eso me sirvió para la construcción de instrumentos, aprendí tornería, herrería, carpintería, más allá de que mi padre tenía este último oficio y terminé egresando como electromecánico”.

“Después viví en La Plata, estudié Diseño Gráfico, en tiempos en los que no tenía en claro a dónde quería rumbear y donde la inflación golpeaba fuerte. Decidí irme a España, pese a que no conocía a nadie, alquilé en la casa de una chelista, algo que considero que fue una casualidad porque la posibilidad de arrendar ese lugar surgió a partir de un bar que permitía pegar anuncios en una de sus paredes. La habitación era un lujo, un palacio”, destacó Bernetti, en otro segmento de un testimonio cargado de evocación.

La aventura en el Viejo Continente tuvo aristas de todo tipo: “En España trabajé en una imprenta, a partir de la experiencia adquirida en la Dirección de Impresiones del Estado y Boletín Oficial, en La Plata. En el año 1986 había pocas máquinas Mcintosh, una de ellas estaba en ese organismo donde inicié mi recorrido laboral. Las otras las tenía Femeba y el Colegio de Escribanos. Como la mayoría no tenían conocimientos de este tipo de tecnología, el puesto me lo quedé yo”.

“Estando en aquel país, mientras buscaba una casa donde vivir, conocí a un clavicentista y flautista, cuya esposa era violinista. Ambos tenían un problema con un instrumento musical llamado clave. Llevarlo a reparar implicaba ir a Madrid en barco. Como yo vivía en Mallorca, les dije que me animaba a hacer el traslado. Lo investigué, estudié el tema y me explicaron cómo funcionaba”, sentenció, mientras observaba un punto fijo intentando no dejar ningún detalle librado al azar.

Y agregó: “Entendí todo y observe todo en detalle, eran tiempos en los que no había Internet, menos aún celular que saque fotos ni nada por el estilo. Tenías que memorizar o dibujar. Lo desarmé y reparé y ahí me enloquecí. Ese instrumento me dejó alucinado y creo que les pasa a todos los que lo ven por primera vez”.

“Al poco tiempo fabriqué mi primer instrumento, el cual debo admitir que no salió del todo bien. Era una espineta, de la misma familia del clavicémbalo. Si bien no quedé 100% satisfecho, esa experiencia me sirvió para entender cómo funcionaba, más allá de que ya había reparado un instrumento. Fue el inicio para comprender por qué utilizar tal o cual madera”, afirmó Bernetti.

Consultado respecto a cómo siguió su derrotero europeo, refirió: “Luego me mudé a Italia, donde las posibilidades de desarrollarme en este oficio eran nulas, teniendo en cuenta que vivía en un hotel. Trabajé de cocinero, pero me pude dedicar a otra rama de la lutería, haciendo laud, que son una especie de guitarras grandes barrocas”.

“Para esta actividad, no necesitaba de tanto espacio físico para construir el instrumento. Allí fue donde hice mi primer dinero dentro de este rubro, sin saber sobre precios, pero como los compradores eran amigos, pasaba a ser algo secundario”, apuntó, con una sonrisa, a sabiendas de que no hizo el mejor de los negocios, aunque eso poco importara.

Los días en el continente extranjero estaban contados: “Antes de regresar a Argentina, estuve un tiempo en Bélgica y un lapso más breve aún en París. Ya en Bahía Blanca, construí un taller en casa y empecé a dedicarme al oficio. En nuestro país solo hay tres personas que hacemos estos instrumentos, yo soy uno de ellos y de los restantes, uno vive en Capital Federal y el otro en el Gran Buenos Aires”.

“Fue un desafío porque después de tantos años en el exterior, tuve que empezar a conocer dónde consigo las cuerdas y las maderas de la calidad acorde para esta labor. Además, nadie te da un plano porque es un secreto y lo tuve que hacer a mano gracias a mis conocimientos de la formación en la secundaria y la Facultad, aplicando el dibujo técnico”, sacó pecho orgulloso Alfredo.

Claro que la tarea no era nada sencilla: “Tomaba como referencia una foto, calculaba las proporciones y a partir de allí realizaba la maqueta a escala, hasta poder llegar a confeccionar el verdadero instrumento. Desde el inicio del proceso hasta el trabajo terminado, llevan dos años y medio. Si fuera algo más sencillo, todos los carpinteros se dedicarían a confeccionar instrumentos”.

“Es una labor artesanal hacer los jacks, que son los elementos que hacen que la cuerda suene como una guitarra acústica, lo propio ocurre con las clavijas, todo se ejecuta a mano valiéndose de un martillo y otras herramientas, de manera artesanal. A eso había que sumarle que no soy un especialista en ventas, un don que tiene poca gente, por eso solo tenía que generar contactos y un efecto contagio entre alguien que te compró y un potencial cliente”, señaló.

Luego, se le preguntó si sabía la cantidad de instrumentos que elaboró: “No es algo que me interese llevar la cuenta de cuántos pude crear, hacerlos es muy costoso porque las cuerdas se compran en Estados Unidos, a lo que hay que sumar lo que cobra la Aduana. Lo propio ocurre con la madera que, en algunos casos, es importada. Lo que no se ve del teclado, la tecla propiamente dicha, se confecciona con una madera llamada taulí, que no se tala más”.

“Uso palo blanco que solo se consigue a un valor muy elevado en el mercado y la mano de obra, en la que soy meticuloso porque la curva del instrumento debe estar trabajada de forma tal que la madera no vuelva a su estado original. Demanda muchos meses que el material no tenga problemas de contracción e hidratación”, advirtió, con lo metódico de un ser prolijo y detallista.

Un mural dibujado por el propio Alfredo Bernetti.

La perseverancia de Bernetti es la virtud fundamental: “Admito que hay momentos en los que querés tirar todo, porque la decoración y pulido del tramo final de la obra lleva su tiempo. Tengo algunos conocimientos básicos de música, pero creo que no es una condición excluyente, lo que require es 90% de transpiración y 10% de sudor, como decía (Thomas Alva) Edison”.

“Mucha paciencia para que cada jack, donde lleva la púa, tenga la misma tensión que los demás, una especie de resorte que se hace a mano y de los cuales hay que aplicar 120 en total. Involucrar alguna tecnología para esta tarea tan artesanal sería un insulto, más allá de que hay instrumentos que se hacen industrialmente y se reemplaza la madera por el plástico. Otros involucran el láser para una parte del proceso, pero no es lo mismo”, diferenció, en lo que se refiere a una forma de acortar camino, bajando la calidad del producto final.

La requisitoria se imponía, al querer saber cómo se sentía catalogado por el resto de la sociedad: “Nadie entiende esta pasión, no comprenden por qué hago algo que lleva mucho tiempo, más allá de que luego tanto esfuerzo da sus frutos. Sin embargo, tomando en cuenta los materiales y la mano de obra, sumado al tiempo que lleva finalizar el producto, la rentabilidad es muy baja. Me gusta, le doy vida al instrumento desde el momento que tengo la primera madera”.

“Es una pena, lamentablemente, que el Teatro Municipal no tenga un instrumento de estos. Pienso y no lo dudo que pueda haber algún privado que ame Bahía Blanca y quiera hacer la donación. Es una idea que se me ocurrió hace muy poco tiempo”

“Para comprender el barroco hay que remontarse al año 1600 y en la ciudad está muy poco difundido entre los músicos, ellos apuntan hacia otros compositores. Si viniera algún artista destacado y tiene intenciones de llevar adelante un concierto con un instrumento como la clave, no lo encontrará. Eso me provoca tristeza”, se sinceró.

Por último, pese a que la primera impresión es la de una persona ermitaña y que nunca formó su propia familia, aseguró que “me gusta recibir visitas. A los amigos que vienen a tomar un café a casa siempre les pregunto qué torta les gustaría comer, es una manera de agasajarlos. No soy de salir mucho a la calle, me enfoco en metas personales”.

“Actualmente estoy encarando un proyecto de una espineta chiquita para estudiantes porque pienso que algunos quisieran comprar uno grande y no les alcanza la plata. Me focalicé en crear algo simple y económico. Estoy tan consustanciado que el sábado tenía un concierto y a las 6 de la tarde todavía estaba en el taller trabajando”, contó, entre risas.

Al cierre compartió la logística para armar el concierto barroco donde presentó el clavicembalo flamenco: “Llevar el instrumento a la Biblioteca Rivadavia no fue nada sencillo, contratamos un flete y con todos los cuidados lo bajamos y entramos a la sala. Es mejor que utilizar un ascensor porque estos suelen ser muy estrechos y con los movimientos se puede romper algo”.

“Mi otro hobbie es el de coleccionar llaves antiguas, algo a lo que también le dedico buena parte de mi tiempo y me apasiona. De chico me gustaba desarmar todo lo que encontraba a mi alcance y replicarlo, creo que a partir de ahí nació mi pasión por crear”, finalizó, con la certeza de aquel que sabe a qué vino a este mundo.

Sin ostentar, con la humildad de los grandes, disfruta de la vida desde un lugar diferente al común de la sociedad. En apariencia introvertido, elige mantener firmes sus convicciones, sin importarle lo que puedan opinar de él. En definitiva, todo su esmero es un aporte a la cultura, porque esos valores que enarbola lo colman de satisfacción, son el combustible de un luthier fuera de serie.

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