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DE AYER A HOY

Cheiles: “Por no tener teléfono me perdí de jugar en la Selección Argentina”

“El Negro” es querido por el ambiente del fútbol. Su arribo a Bahía casi sin planearlo. Qué significó el taxi en su vida. Y un pensamiento: “Depietri fue un gran jugador y una excelente persona”.

Por Leandro Grecco
Faceboook Leandro Carlos Grecco/Instagram @leandro.grecco/Twitter @leandrogrecco

Carisma, una cualidad de la que solo unos pocos tienen el privilegio de ostentar. Se trata de un don que abre puertas y genera una buena sensación en los que rodean a aquel que puede hacer uso de ese beneficiio. La trascendencia llega, luego, por distintos golpes de suerte, que deben ser acompañados de buenas decisiones, para que el resultado final sea acorde al objetivo establecido.

En distintos ámbitos de la vida, el reconocimiento que es una resultante de las variables expuestas en el párrafo anterior, permite transitar por el camino de la vida con la frente en alto, mirando a los ojos a cada uno de los que se presentan en ese trayecto. Claro que en ese caso es indispensable la honestidad, por sobre el talento. Un buen nombre no se compra, es el fruto de una conducta intachable.

Manuel Alberto Cheiles, o simplemente “El Negro”, se ganó el amor incondicional del ambiente del fútbol. Obviamente que para los hinchas de los clubes donde defendió los colores ese fervor es indescriptible (más aún para quienes pasan los 45 años). Pero el hecho de ser respetado por los simpatizantes de los rivales de turno, es un aspecto del que solo un reducido grupo de ex futbolistas pueden hacer gala.

“Soy nacido en Magdalena, provincia de Buenos Aires, a 40 kilómetros de La Plata. Fui el único varón y el menor de cinco hermanos y junto con mis padres formamos una muy linda familia. Mi papá era policía y mi mamá, costurera, por eso si bien nunca nos faltó nada, éramos muy humildes y costaba mucho hacer rendir el dinero que entraba a casa. Cuando llegué al mundo, se cerró la fábrica con la satisfacción de que por fin vino el tan esperado nene (risas)”, así comenzó Cheiles a evocar aquellos años donde se valoraban las pequeñas cosas.

Además, trajo al presente aquella infancia: “Mi niñez en el pueblo se repartía entre la escuela y la pelota con amigos, en tiempos en los que no había escuelita de fútbol. Hoy es una localidad con cierta autonomía porque cuenta con una cárcel, el Regimiento de Caballería y una fábrica muy grande de lácteos. Allá jugué en el club Unión y Fuerza, luego pasé por Boca donde permanecí dos años en las formativas y con edad de Quinta División pasé a Gimnasia de La Plata, institución en la que pude jugar en Primera de AFA. En 1977 quedo libre y es ahí donde surge la posibilidad de venir a Olimpo”.

“Lo que es una paradoja es que no tenía previsto radicarme en Bahía Blanca porque la primera opción era Deportivo Roca. El técnico del Deportivo me había ido a buscar a mi casa para convencerme, pero casi de pasada estuve un fin de semana acá y sin proponérmelo me terminé quedando hasta el día de hoy. Cuando estuve en Boca, club del que soy hincha, viajaba todos los días en colectivo, con un sacrificio enorme porque el tren no llegaba, donde estaba el predio La Candela, con escala en La Plata. Como centro de entrenamiento para ese momento era un lujo”, admitió “El Negro”, en otro tramo de una charla que aún tenía mucho por entregar.

Sobre aquel sueño que comenzaba a hacerse realidad, describió: “Llegué gracias a un preparador físico que me había ido a ver a un partido amistoso en Atalaya, un pueblito con playa en el que él veraneaba y está pegadito a Magdalena. Ni siquiera tuve que hacer una prueba cuando me incorporé al Xeneize, quedé a órdenes de Ernesto Grillo y el “Nano” Gandulla. Tuve la suerte de salir campeón, compartiendo equipo con (José Luis) Tesare, “Quique” Vidallé, (Marcelo) Trobiani y (Alberto) Tarantini, aunque ellos dos eran un año más chicos y reforzaban en mi categoría. Fue una experiencia muy linda, crecí un montón como jugador y persona, pese a que me dolió tener que irme”.

“Mi familia no tenía la posibilidad de poder bancar los viajes diarios y la opción de entrar a la pensión implicaba tener que dejar de estudiar. Siempre tuve en claro que el fútbol era algo efímero, por eso prioricé terminar la secundaria, ya estando en Gimnasia de La Plata porque el director de la escuela era hincha del “Lobo” y me permitía ir a entrenamiento. Allí alcancé a jugar en la máxima categoría del fútbol argentino, alrededor de 15 partidos, pese a que en mi puesto, en ese entonces de wing izquierdo, el club había incorporado a tres jugadores, por eso me costó mucho ganarme un lugar”, aseguró uno de los ídolos de la historia en el ámbito de la Liga del Sur.

El grupo era de elite: “En ese plantel estaba “El Loco” Gatti y (Carlos) Della Savia, entre otros y el DT era Juan Eulogio Urriolabeitía. También tuve a Miguel Ignomiriello, quien había sido mi entrenador en las juveniles. A los cinco años quedé libre, con la suerte de que un director técnico (Roberto Iturrieta) me conocía de cuando lo enfrenté jugando en la Tercera. Ese día le hice dos goles a Temperley y él me había recomendado a los dirigentes que me compren, pero llegaron tarde porque una semana antes había arreglado en Olimpo”.

Una paradoja del destino pudo haber cambiado el rumbo para siempre: “Si él se adelantaba y no se iba de vacaciones, hoy seguramente no estaría tomando este café ni dando esta entrevista, son las vueltas de la vida y el fútbol. Por intermedio de un periodista del diario Clarín, allá por febrero de 1977, me van a buscar desde Bahía Blanca para sumarme al “Aurinegro”. En realidad llamaron a mi papá a la comisaría porque en mi casa no había teléfono y le preguntan si podían hablar conmigo. Mi primera respuesta fue negativa porque tenía todo arreglado para ir a General Roca, pero en el camino al Alto Valle me quedo acá”.

“Vine a jugar el primer Regional y, no nos fue tan bien porque quedamos eliminados contra Santamarina de Tandil, pero luego vinieron campañas inolvidables y 400 partidos vistiendo la camiseta ‘Aurinegra’. En 1979 conozco a quien al día de hoy es mi esposa (Adriana Moretto), nos ponemos de novios y me quedo. Me gustó tanto la idea de arraigarme en esta ciudad que hasta le vendí el pase definitivo a Olimpo, club al que había llegado arreglando de palabra con (Jorge) Ledo que estaba en la Subcomisión de Fútbol”, indicó, con relación a las raíces que se fueron haciendo cada vez más sólidas.

Las opciones brotaban: “A los dos días me entero que me querían no solo Temperley y Deportivo Roca, sino además de un club de Brasil. Con el tiempo también aparecería una posibilidad de ir a Chile, pero en Olimpo nunca hubo una intención de venderme. También es cierto que no hice mucha fuerza para emigrar porque se formó un grupo fantástico, con compañeros con los que compartimos casi diez años, algo muy raro”.

“El otro día, (Arnaldo) Sialle, actual DT de Olimpo, recordaba cuando jugando para Newell´s nos enfrentó a mediados de los 80 por el Nacional y remarcaba que teníamos un equipazo. Le dije a ‘Cacho’ que ese era un gran plantel, pero el que se formó dos o tres años después fue aún mejor. Varios de esos futbolistas: “El Ruso” (Schmidt), “El Gallego” (Palacio), Florit, hoy se hubiesen ido a seguir con sus carreras fronteras afuera”, no vaciló Cheiles al momento analizar la proyección de sus compañeros.

La razón por la cual pudo extender su carrera es obvia: “Jugué hasta los 42 años porque considero que tuve una buena conducta, no fumé ni tomé, la responsabilidad ante todo. Me retiré jugando en La Pampa porque empezaban a aparecer los dolores en una rodilla y, apenas cuelgo los botines, me fui a dirigir a Peñarol de Pigüé. Eso hizo que la transición sea rápida, porque disfruté un montón del fútbol, desde muy chico y jugando contra muchachos que eran más grandes de edad”.

“No padecí lesiones graves, el único momento en el que tuve que estar alejado de las canchas fue en 1980. Me agarró tuberculosis, en tiempos en los que era mucho más común y, gracias a mi conducta sana, a los seis meses estaba para jugar. El médico me había aclarado que gracias debido a mi estado físico, volví mucho antes a pisar una cancha. En general demandaba hasta dos años de recuperación”, añadió “El Negro”.

En un rapto de sinceridad, exclamó: “Me hice hincha de Olimpo y considero que mi camada fue la que sembró para que los que vinieran luego lograran la gloria de llevar al club en Primera. Lo mismo pasó con quienes estuvieron antes que nosotros, a fuerza de títulos nos fueron allanando el camino en la historia grande. Personalmente puedo decir con orgullo que en 1986 logramos disputar una Liguilla Pre-Libertadores contra Boca, algo inédito y sin precedentes. Casi le hago un gol a Gatti y jugamos de igual a igual, empatando los primeros dos juegos y perdiendo en el tercero en suplementario por un error nuestro”.

“Por no tener teléfono me perdí de jugar en la Selección Argentina porque en 1973, en Gimnasia de La Plata nos daban vacaciones, un mes para pasar en casa, tiempo que aprovechaba para mantenerme óptimo desde el punto de vista físico. Un día llego a la playa y un amigo me dice que estaba en la lista de la Selección Juvenil, que había escuchado mi nombre en Radio Rivadavia”, reveló, a modo de anécdota.

Y continuó con la crónica de los hechos: “Cuando llego a mi casa le pido a mi papá que le pregunte al delegado del club si había alguna notificación, pero esta persona estaba de vacaciones. Gimnasia y Estudiantes habían mandado diez jugadores cada uno y como mi casa estaba en el medio del campo, no me enteré. Recién fui a los últimos dos entrenamientos, en las canchas de River y Huracán”.

“Cuando el técnico me preguntó por qué no había comenzado antes a practicar con ellos le dije que no tenía teléfono para que me citen. Me sumé al plantel y los chicos me decían que si hubiese arrancado con ellos seguro iba a tener continuidad, mis compañeros ya tenían hasta la ropa de vestir que les daba la AFA para viajar con la Selección. En esos pocos entrenamientos que hice con el grupo metí un gol en el Monumental que en mi vida pude repetir. En ese selectivo estaban jugadores de la talla de (Ricardo) Bochini y (Mario) Kempes, entre otros”, aportó el histórico “3” del “Aurinegro”.

Además del deporte, dedicó muchísimas horas a otra profesión: “Cuando estábamos por entrar por primera vez con Olimpo al Nacional B, allá por 1988, Daniel Florit me hizo comprar un legajo de taxi para acompañarlo a él. Primero me mostré algo reacio, pero luego cuando me interioricé del precio en aquel entonces, con un premio me alcanzaba para adquirirlo. Había poco trabajo, era pararse en O`Higgins para ver pasar a la gente caminando. En los ratos libres que me dejaba el fútbol, manejaba el auto de alquiler”.

“Logramos clasificar un año después a la segunda división de Argentina y era imposible hacer ambas cosas, por eso me dediqué de lleno al deporte. Dejé el legajo de lado y con el tiempo me olvidé por completo de la existencia de ese documento, el cual cuando no lo usás tenés que pedir prórroga para que la Municipalidad no lo dé de baja. Pasaron seis años y el legajo en 1995 elevó su costo de $2 a $500, hasta que un día viene Carlitos Quintero para avisarme que mi legajo aún estaba disponible. Me sugería que le pida a Jaime (Linares) que me lo devuelva”, apuntó Manuel.

Fueron horas de incertidumbre, hasta que dio el paso: “En mi interior me daba vergüenza ir, tenía que juntar coraje y decirle a ‘Bily’ Sagasti que era su secretario privado, para que interceda. Una semana antes de todo eso, me hicieron una nota como referente de Olimpo y la pregunta era a quién iba a votar para Intendente. Mi respuesta fue que iba a volver a elegir a Linares porque me parecía que estaba haciendo las cosas bien, además de ser buena persona. Días después, Jaime agradeció mis palabras, pero no le dije nada del legajo porque esa gestión para recuperarlo iba a ocurrir un mes después.

“Me animé y pedí una reunión, me la concedió para un lunes a primera hora y me devolvió la licencia de mi taxi. Empecé a trabajar de manera más constante arriba del auto, salvo cuando me fui a Pigüé a dirigir que lo alquilé. Fueron diez años en total hasta que tomaron la posta los mellizos (dos de sus tres hijos) y ahora el vehículo volvió a estar rentado. En mi época era más difícil trabajar con el taxi, más aún en mi caso que lo hacía 12 horas de noche, porque ahora tienen el GPS y el botón antipánico. Fue una buena entrada de dinero, pese a que era muy sacrificado”, reconoció, en el tramo final de la nota.

Por último, bebiendo el último sorbo de jugo natural en una conocida estación de servicio del Barrio Universitario, evaluó el pasado más reciente: “Con el título de la Selección en Qatar siento un placer enorme y una alegría tremenda, sobre todo por (Lionel) Messi que se lo merecía más que nadie. Esta vez, jugaron todos bien, antes era él solo y dependíamos exclusivamente de lo que pudiera hacer nuestra figura. ‘Dibu’ Martínez y (Alexis) Mc Allister fueron pilares fundamentales para sostener el objetivo final, jugando en equipo. El equipo en su conjunto mereció tanto el título de la Copa América como lo logrado en el Mundial”.

“Creo que por mi forma de juego hubiese podido adaptarme al fútbol actual, las canchas de hoy son más amigables que las de mi época y hasta la tecnología aplicada al deporte me hubiera ayudado. El papá de Rodrigo Palacio hubiese sido un crack de la actualidad porque era hasta mejor de lo que fue su hijo recientemente retirado. El mejor jugador con el que compartí un campo de juego fue Roberto Depietri, una gran persona y un amigo como pocos, un jugador fuera de serie que lamentablemente perdimos hace poco tiempo y se lo extraña mucho”, finalizó, con cierta melancolía.

Cheiles es auténtico. Sin caretas ni poses, mantiene la misma postura que aquel que hace algo más de 45 años llegó a la ciudad con un bolsito cargado de sueños. Amigo de sus amigos, respetuoso de sus contrincantes y agradecido con todos los que aún lo requieren en la calle y le recuerdan alguna alegría del pasado. Manuel, o simplemente, “El Negro”, un símbolo de una época que marcó el deporte de Bahía Blanca.

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