DE AYER A HOY
El médico con mayor presencia en los barrios explicó por qué dejó la política
Guillermo Quevedo desmenuzó una niñez marcada por el desarraigo. La muerte de su padre. Su paso por el Concejo y Región Sanitaria. Y una frase: “El hospital se extraña un montón”.

Por Leandro Grecco
Faceboook Leandro Carlos Grecco/Instagram @leandro.grecco/Twitter @leandrogrecco
Las oscilaciones de la vida retiran de la monotonía a cualquier persona. Por elección, para evitar caer en la rutina y el hastío, se producen picos y mesetas en los cuales el estrés y la vertiginosa existencia del día a día ponen a prueba a todo aquel que deba asumir las responsabilidades. Lograr salir airoso de las instancias en las que el bienestar físico y mental se manifiesta en riesgo es todo un desafío en sí mismo.
Nuestro “actor principal” en el intimista artículo de La Brújula 24 de hoy es un profesional con décadas de trayectoria, un antecedente de una infancia con muchas mudanzas y una juventud en la que una pérdida familiar lo marcó. No obstante, esa pendular situación de estar en boca de muchos bahienses durante un tiempo le enseñó la verdadera importancia de las pequeñas cosas. Y actualmente disfruta de ellas.

“Mi primer nombre es Alberto, pero como mi papá se llamaba igual, utilicé el segundo (Guillermo). Soy bahiense, nací el 12 de diciembre de 1955 en lo que antes se llamaba Maternidad del Sur, por cesárea de urgencia post-accidente automovilístico de mi madre. Aún conservo la cicatriz en la espalda de unos diez centímetros de aquella cirugía. Tenía 38 semanas de gestación cuando llegué al mundo, no tuve ningún estigma de prematuro y mi mamá no tuvo ninguna consecuencia física del hecho de tránsito. Rompió bolsa, se analizó el cordón umbilical y dio a luz”, destacó, como una paradoja del destino porque algo más de 20 años después su vida estaría marcada por este tipo de situaciones.
Apelando a las primeras imágenes que aún conserva, indicó que “la primera casa en la que viví con mis papás y mi hermana cinco años menor estaba en Belgrano 68, ese edificio que debe haber sido uno de los primeros de Bahía Blanca, al lado de la entrada trasera del municipio. Mi papá era marino, por eso el grupo familiar tuvo muchas migraciones: dos veces a Buenos Aires allá por 1966 y 1970, también nos afincamos un lapso en Estados Unidos. Ese desarraigo se sentía en lo que respecta a los amigos que uno hacía en cada lugar, a algunos no los vi nunca más. Los que hoy persisten son aquellos con los que cursé cuarto y quinto año de la secundaria en el ex Colegio Nacional de Bahía Blanca”.
“En paralelo jugué al voley con mis compañeros de la escuela y con mis amigos al rugby en el club Argentino, donde nunca me destaqué. Incluso cuando me fui a estudiar a Buenos Aires lo practiqué seis meses más, pero como terminaba de entrenar a las dos de la mañana, era incompatible con mis horarios de estudio. Ya de grande, me vinculé con el golf. Mis amigos Nicolás Saveanu cuyo papá era economista de la UNS. Otras amistades entrañables son las del flaco Aristarán que es el papá de Soy Rada, los hermanos Milena y Michelle Basic, entre otros”, detalló Quevedo, quien se preparaba para ingerir un cortado en una transitada esquina de Bahía Blanca.

Cuando se lo consultó sobre la figura familiar que pudo haber influido en su vocación, se animó a señalar que “mi tío-abuelo era muy conocido en la ciudad, dueño de una clínica muy grande que se llamaba Sanatorio Medús, en Brown al 1000. Se llamaba Alberto y era una persona con mucha participación en la comunidad de Bahía Blanca y siempre recuerdo su condición de médico, algo que creo que me llevó a estudiar la misma carrera. De entrada mis papás no me habían puesto muchas fichas y me alojaron en una pensión bastante triste”.
“Hice la carrera en la UBA y me fue muy bien porque en dos años tenía metidas el 80% de las materias, hasta que el 20 de enero de 1978 mi papá tuvo un accidente en el sur, allá en la época del conflicto por las Islas Picton, Nueva y Lennox. Tanto él como su secretario de apellido Alcaraz fallecieron en un siniestro de aviación que nunca nadie explicó. La nave se estrelló, mi padre fue el único sobreviviente en principio pero luego el ala explotó y eso provocó su muerte por las quemaduras”, agregó, en relación a uno de los momentos más traumáticos vividos.
Lejos de evitar hablar al respecto, enfatizó que “aquel día fue tremendo, porque yo estaba viviendo en Buenos Aires y me pidió que lleve el auto de la familia a Río Gallegos, donde él tenía su residencia por ese entonces. Me fui con un conscripto al que le decían ‘El Pony’, habíamos hecho escala en Puerto Madryn porque siempre fui fanático del buceo. Fue allí donde me comunicaron la noticia en parte porque me citaron a la Base Aérea de Trelew, sin saber por qué me estaban convocando, más allá de que las emisoras radiales estaban informando la noticia de accidente aéreo”.

“Eran tiempos en los que obviamente no había Internet ni celular y ese día tanto mi mamá como mi hermana viajaban desde Río Gallegos a Río Grande y cuando escuché la noticia pensé que se trataba del vuelo en el que iban ellas. Recuerdo que me hicieron pasar a una habitación, eran como las seis o siete de la tarde, no me decían nada, era el atardecer y de golpe me subieron a un avión”, manifestó, en la continuidad de la crónica de lo ocurrido.
Y dijo: “Aparecí en Espora; mi auto quedó en Trelew y el pobre hombre que iba de acompañante también. Me sentaron en un gran living, rodeado de oficiales que cuchicheaban, hasta que de golpe irrumpen tres señores con uniformes impecables para comunicarme que mi papá había tenido un accidente y había muerto. También me anoticiaron de que lo estaban trayendo de Buenos Aires porque había fallecido en el Instituto del Quemado”.
“Luego de aquel trance, en 1981 me recibo de Médico y realicé una especialidad en el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez, porque aún no existía el Garrahan, y solo estaba éste y el Casa Cuna. En 1986 me anoté para una beca de asistencia pública francesa, la misma consistía en que le pagaban al estudiante o al profesional tanto la residencia como el alimento. A cambio trabajaba para el hospital que tenía que aceptarte. Escribí la carta para una clínica de Marsella, me aceptaron y viajé, junto a mi hijo mayor y mi esposa, la cual es oriunda de Sierra de la Ventana, me acompaña hace 40 años y con quien había contraído enlace tres años antes”, resumió “Guille”, en lo que fue su última incursión lejos de la ciudad.

Asimismo, afirmó que “en Francia permanecimos casi dos años, hasta que regresamos definitivamente a Bahía Blanca. Me establecí acá de casualidad porque vine a saludar a familiares de mi mujer y la oferta que tenía era para ir a trabajar a un hospital de Ushuaia que estaba generando su servicio de neonatología. Cuando llegué, veníamos con pocos ahorros y noté que acá llovía el trabajo. Rendí concurso para entrar al Hospital Municipal, pese a que todos mis amigos médicos me decían que no iba a lograr ingresar porque la idea era que entraran los que eran concurrentes y llevaban cuatro o hasta cinco años en esa condición”.
“Yo venía de afuera y me tomó el examen el doctor Carlos Fernández Campaña. Entré al servicio de pediatría y, al mismo tiempo se generó un espacio en neonatología del Hospital Español al cual me presenté a un jefe bastante bravo. Eran tres profesionales que compartían la guardia de los domingos, la cual me ofrecieron y acepté gustoso porque nadie quería hacerla. A la semana tenía también la de los sábados en pediatría y al mes tenía trabajo para tirar manteca al techo”, aseveró, cuando iniciaba una carrera en la que el crecimiento no iba a tener escalas.
Sin embargo, aún había un paso más a nivel profesional: “Tuve alguna discrepancia con uno de los jefes del área en la que me desempeñaba en el Hospital Municipal y, al año y medio, me alejé porque, además tenía mucho trabajo afuera. Y una gran persona, alguien notable de Bahía Blanca, Leandro Piñeiro, quien luego fue homenajeado decretando su nombre en la Unidad Sanitaria que está en calle Adrián Veres, se comunicó conmigo y me preguntó por qué había renunciado. Me pidieron que revea la posibilidad porque era una locura que me haya ido y que tenían la posibilidad de darme trabajo en el sistema de atención primaria de la salud. Y terminé haciendo toda mi carrera en las unidades sanitarias de Bahía Blanca”.

“Respecto de mi ingreso a la política, no vengo de la militancia partidaria, siempre tuve afinidad con el Partido Justicialista por rebeldía. Toda mi familia era de origen antiperonista, incluso a veces sin sentido. Mi papá vivió fuera del país en el 55, fue un revolucionario que se tuvo que ir porque sino terminaba preso. Me crié en un ámbito donde era imposible no tener una visión social de la realidad porque cuando trabajás en el sistema público y en la periferia, estás metido en el problema de la gente y no solo sanitario, sino también más profundo. La gente en estos casos te viene a ver a la unidad sanitaria porque el hijo se enfermó tres veces seguidas por falta de calefacción, mala alimentación y familias disfuncionales”, recalcó Quevedo, con énfasis y sin vacilar.
Abrazó la doctrina peronista por la siguiente razón: “Considero que hay que dar oportunidades a los más vulnerables y los que tienen una plataforma más vinculada con ello es el PJ, más allá de sus diferentes ramas dentro del espacio. Inicialmente fui a reuniones en los barrios que tenían como objetivo la intervención social por sobre la política. En 2002 hice una Maestría en Sistemas de Salud y Seguridad Social, también rendí concurso para espacios de gestión. Bahía Blanca estaba dividida en ocho áreas programáticas, cada una con sus unidades sanitarias y un jefe que tenía que concursar cada cuatro años”.
“El sistema en la Municipalidad es poco grato porque toma en cuenta la antigüedad, los antecedentes y el examen propiamente dicho. Cada elemento otorgaba 30 puntos por cada ítem y la primera vez competí con pesos pesados de la medicina que superaban esa cantidad de unidades y me pasaban por arriba. Había ocho cargos disponibles y quedé noveno. Justo ese año (1992) se reglamentó la Ley de Incompatibilidad Horaria en la que no podías tener más de un cargo público. Entonces varios médicos renunciaban a uno para quedarse con otro, dos dimitieron y se abrió la puerta. A los cuatro años volví a concursar y para ese entonces ya tenía muchos más puntos, por eso hice toda mi carrera como Coordinador de Área Programática”, sumó, en el segmento final de la nota.

Pero claro, aún faltaba analizar el momento donde su rostro y su voz era moneda corriente en la ciudad: “En 2006, Christian Breitenstein, cuando aún era intendente interino, había tenido algunos problemas con quien era su referente de Salud en su momento y me convocaron para hacerme cargo de la Subsecretaría. Antes de responder a ese ofrecimiento hablé con los demás coordinadores, con los cuales habíamos logrado conformar un bloque férreo. Era la primera vez que un médico surgido del sistema de atención primaria iba a ocupar un cargo de los superiores”.
“Siempre la elección, según mi punto de vista, era inadecuada porque se optaba por alguien que venía del hospital, un profesional que no tiene ni idea de cómo funcionan las unidades sanitarias. Acepté, al tiempo me convertí en Secretario, tras la victoria de Breitenstein en 2007 donde reemplazo a Gustavo Mena y cuando me fui, ingresaron Susana Elliker y Gisel Ghigliani”, infirió, con respecto a una ascendente carrera política.
El reto más fuerte estaba por llegar: “Dos meses antes de que comience la campaña electoral en 2009 se produjo la pandemia de la Gripe A, que fueron 45 días de verle la cara a los periodistas, más que a mi familia. Eran dos informes públicos diarios: a las 8 y a las 19 y la verdad que fuimos espejo de lo que sucedía en Mar del Plata porque lo que tenían allá, acá se replicaba 15 días después. Y salió todo bien, es ahí donde me dicen que mi trabajo había sido satisfactorio y la exposición mediática me ponía en carrera para encabezar la lista para concejales. Debo admitir que fue algo que me sorprendió”.

“Nos tocó ganar los comicios de medio término, con Raúl Woscoff como el opositor que quedó más cerca y en el segundo lugar. Ocupar una banca en el HCD fue una experiencia maravillosa, cumplí con mi función como ciudadano y encaré el trabajo con la mayor dignidad posible. De hecho, un contador me felicitó porque ocupé espacios que no eran tan afines a mi profesión, estuve en la Comisión de Presupuesto, en la de Hacienda, además de la de Salud. Durante todo el proceso seguí haciendo guardia en el Hospital Español y atendiendo en mi consultorio, nada de ello era incompatible con la función pública”, aclaró, para que no haya falsas interpretaciones en tal sentido.
Luego, el momento de regresar al llano: “En diciembre de 2013 terminé mi mandato y en abril de 2014 ingresé a Región Sanitaria hasta fines del año siguiente, cuando cambió el signo político. La ministra de Salud de la gobernadora María Eugenia Vidal, Zulma Ortíz y con experiencia en Bahía Blanca, me pidió que me quedara en Región hasta que consiguieran un nuevo referente. Le agradecí, pero le manifesté mi negativa a la propuesta porque no coincidía con su ideal político y me puse a disposición para no ser un estorbo e indicarle quién podría hacerse cargo”.
“Volví a mi actividad particular y pasé de una escalada de ascenso en cuanto a la exposición pública, la cual tuvo un pico muy alto, a volver a bajar el perfil como antes de entrar en política. Participé de una lista en una interna en 2015 que encabezaba Iván Budassi y competía con la que proponía a Marcelo Feliú, pero me terminé bajando. Después de eso dije que no quería participar más en política. La pérdida de tu condición de persona con una familia y una vida, cuando integrás algo de esta naturaleza la dañás por completo. Te sentís observado, criticado o ponderado al máximo”, evidenció, con la naturalidad propia de quien sabe de qué se trata por haber estado adentro de ese sistema.

Con un dejo de emoción, postuló: “A Bahía Blanca le agradezco muchísimo porque pude desarrollarme laboralmente, formé una familia, mis hijos se criaron y son fanáticos de la ciudad, dos viven acá y el que está en el extranjero quiere volver. Y he tenido situaciones complejas y desagradables, pero la comunidad me recepcionó con los brazos abiertos”.
“La debacle de 2001 y 2002 no fue solo económica, afectó de lleno a sistema de salud y seguí trabajando en el Hospital Español, haciendo la misma cantidad de guardias, pero estando hasta nueve meses sin cobrar el sueldo. Los médicos tenemos una especie de ventaja por sobre otras profesiones, más allá de que no es bueno trabajar en tantos lugares porque lucrativamente no es tan beneficioso. Tenía pequeños empleos en lugares diversos que hacían que si perdía uno, siempre tenía el sostén de otro”, evocó.
Su retiro de la especialidad se vio algo forzado por el devenir de los años: “La neonatología se ha complejizado enormemente, requiere de tener buena vista, buen oído y buen pulso, independientemente de los conocimientos aggiornados. Cuando empecé se hablaba de la viabilidad del recién nacido a los 1500 grados y las 30 semanas y cuando dejé eran 500 gramos y 25 semanas. No es lo mismo colocar un cañito en un bebé tan chiquito, por eso necesitás estar físicamente pleno, más allá de que mentalmente uno esté óptimo”.

“El hospital se extraña un montón, fue mi segunda casa, estuve durante 30 años trabajando más de 60 horas semanales y quedarme sin eso fue una pérdida importante. Desde el 31 de marzo de 2021 me jubilé por edad avanzada, mi actividad profesional individual continúo desarrollándola y el resto de mi tiempo lo reparto con mi esposa, mis hijos y nietos”, cerró.
Quevedo puede presumir, aunque seguro no lo haría, de su compromiso con los sectores periféricos. También supo alejarse a tiempo, cuando la función o un cargo público ya no le generaban satisfacción. Valores que no abundan y ejemplos que muchos en la actualidad deberían tomar.
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