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DE AYER A HOY

Carlos Horvath, el periodista “de colección” que supo reinventarse a tiempo

Dejó el automovilismo por el hobby que derivó en programa de TV. Su niñez y los años de visitador médico. “La pandemia me hizo bien porque me permitió revincularme con mi hogar”, sostuvo.

Por Leandro Grecco
[email protected] – Instagram: @leandro.grecco – Twitter: @leandrogrecco

Convertir la pasión en un medio de vida es un privilegio exclusivo para unos pocos. Las contingencias en el camino pueden invalidar aquellos sueños que se forjan a partir de la niñez y hallan tierra fértil en movimientos casi ajedrecísticos, en ocasiones influidos por obra y gracia del destino, la coyuntura del momento y la pizca necesaria para concretar aquel proyecto que alguna vez fue desvelo.

Conocer todas las historias de vida permite desentrañar los aspectos desconocidos de los protagonistas. Porque, en definitiva, quién mejor que el entrevistado para explicar todos los pormenores de ese derrotero que lo convirtió en una personalidad con predicamento en el ámbito donde desarrolló su actividad.

La Brújula 24 propone en esta oportunidad observar con atención cómo fue el proceso que experimentó Carlos Horvath. Popularmente conocido por su tarea como periodista en el mundo del automovilismo, pero además su labor como visitador médico y cómo capitalizó una actividad que lo entusiasma, al punto que la convirtió en un programa de TV que lleva un largo trecho en la pantalla chica bahiense.

“Nací en Bahía Blanca el 24 de marzo de 1947 y crecí prácticamente en el mismo sector de la ciudad, primero en una casa de Pedro Pico y Saavedra, luego en Ingeniero Luiggi al 200, al lado de lo que era el Comando y ahora resido en Italia al 300”, contó Horvath, desde la comodidad del living de su domicilio

Su infancia tuvo algunas peculiaridades, aunque nada diferente a lo que puede vivir cualquier chico a esa edad: “Fui a la Escuela Tomás Espora de Pedro Pico y Thompson y luego pasé a la Escuela de Comercio, una etapa de mi vida en la que me costó aquella adaptación porque en la primaria fui mejor promedio y abanderado y en primer año del secundario hasta terminé repitiendo”.

“Esa etapa la terminé en el Colegio Goyena, porque mis padres me habían dicho que tenía que agarrar los libros o trabajar. En la adolescencia jugué al softbol, pero fue un paso algo esporádico porque mi pasión por el automovilismo pudo más. Es que mi papá fue dirigente del Bahía Blanca Automóvil Club, además en su taller chapista se respiraba midgets porque allí se atendía el auto de Eduardo Mendivil”, exclamó, con un indisimulable suspiro de pasión.

Consultado respecto a la composición de su familia, detalló: “Mi mamá era ama de casa y tengo un hermano dos años menor y en esa niñez uno de los recuerdos más fuertes es que me gustaba escuchar radio. Como vivíamos en una planta alta no llegaba la señal al receptor, por eso fabriqué una especie de antena para llegar a recibir las emisoras de Buenos Aires”.

“Decidí hacer el curso en el Círculo de Periodistas Deportivos de Bahía Blanca, en calle Martín Fierro. Fui parte de esa primera camada que en realidad apuntó a adaptar los conocimientos de un profesional de la comunicación, en tiempos en los que cursábamos unos 40 alumnos”, consideró, mientras observaba hacia el exterior desde su ventana.

No pasaría mucho tiempo hasta su primer desafío profesional: “Valentín Pitiot estaba al frente de la dirección del establecimiento y detectó en mí al único que pretendía vincularse con el automovilismo, por lo que me sugirió que me presente en Olimpia Deportiva porque estaban buscando gente para transmitir carreras”.

“Corría el final de la década del 60 y se dio todo muy rápido porque tras la primera entrevista me tomaron y al domingo siguiente ya estaba en el ruedo. Era tal el entusiasmo que en una oportunidad me preguntaron cuándo iba a ir a cobrar mi sueldo; no entendía nada porque para mi era maravilloso que a uno le paguen llevando adelante una profesión que amaba”, mencionó, con cierta satisfacción.

Para Horvath vinieron tiempos de toma de decisiones: “En ese interín, me contactaron del municipio para que sea el Secretario de Prensa. Allí mi función era redactar en máquina de escribir diez copias sobre la comunicación que surgía desde la comuna. Fueron tres años, hasta que me tocó el Servicio Militar y tuve que abandonar ese puesto, sin embargo ya no iba a volver porque al tiempo me vinieron a buscar para ser visitador médico, aunque no prosperó”.

“Casi al mismo tiempo surge la posibilidad de incorporarme a Ojo en la Ruta, a partir de un llamado de Heber Ochoa, siendo incluso socio gerente por espacio de tres años, lugar donde no solo ejercí el periodismo sino también me dediqué a la publicidad. Fueron tiempos duros, por lo que decidí emprender oficialmente mi camino como visitador médico, especializándome con un curso en Buenos Aires”, recalcó.

Fue un momento en el cual pudo hacer cierta diferencia económica: “Trabajé para el laboratorio Dexter, luego pasé a Kasdorf donde fui casi pionero en una determinada leche maternizada que venía a ser una alternativa de la Nido de Nestlé y, allá por 1974 incursioné en Química Hoeschst, una firma de origen alemán”.

“El periodismo había quedado un tanto relegado en mi vida, aunque surgió una posibilidad en LU3, para formar parte del equipo periodístico junto a (Rafael Emilio) Santiago, (Oscar Enrique) Castro, entre otros. Muchos de ellos pasaron a LU2 y yo me quedé en la emisora”, aclaró, a sabiendas de que la vida le preparaba una segunda oportunidad en el medio.

Y prosiguió con la crónica de los hechos: “Un llamado de Oscar Coleffi, que había asumido luego de la muerte de Pablo Serrat, fue clave. Me convocó para armar un plantel de periodistas frente a tantas bajas que se habían registrado. Me dio total libertad y, aprovechando la ocasión, me dediqué de lleno a lo periodístico y publicitario en automovilismo, comenzando con programas en los estudios, luego vinieron las transmisiones desde exteriores”.

“Seguía todas las categorías y, en determinado momento, estábamos en contacto con Radio Nacional donde se le informaba lo que ocurría en cada pista. Viendo que todo iba en franco crecimiento me animé a transmitir todas las temporadas de midgets y speedway, además de las carreras que se hacían en el autódromo de Bahía Blanca”, refirió, admitiendo que el ritmo de trabajo era vertiginoso.

No obstante, reconoció que “dejar de ser visitador médico fue una decisión que no me costó tanto porque los viajes me tenían un tanto saturado. Semana por medio debía hacer toda la zona desde acá hasta Bariloche y en una oportunidad, estuve a punto de sufrir un accidente en la ruta porque debía llegar a un determinado lugar e iba a fondo con mi vehículo. Ahí dije basta”.

“En 1974 me casé con María Olga Larreguy, a los dos años nació mi hijo Martín Eduardo que fue jugador de rugby durante muchos años. Luego vino María Emilia quien estudió en Mar del Plata para ser diseñadora y actualmente se especializó en moda y ambos viven en Bahía”, declaró Horvath.

Luego, volvió a la línea de tiempo estrictamente laboral: “En determinada ocasión me dieron la idea de llevar el automovilismo a Canal 7, un proyecto que tenía como objetivo realizar micros en el noticiero del mediodía. El medio estaba inmerso en una crisis bastante profunda, venía a los tumbos y mi idea gustó, por lo cual rápidamente comencé, ayudando a sumar desde lo publicitario”.

“Fueron 20 años allí, hasta que se hizo cargo de la programación una persona a la que no le gustaba el automovilismo, recortando los cinco minutos que tenía cada lunes, miércoles y viernes. Primero fueron cuatro, después solo tres, lo que complicaba mi relación comercial con mis clientes, motivo por el cual decidí dar un paso al costado, sin generar ningún tipo de controversia”, sintetizó, sin entrar en polémicas.

Paralelamente un emprendimiento familiar ocupaba parte de su tiempo: “Tenía mi oficina, donde mi esposa además vendía pasajes terrestres, como si fuera una sucursal de la Terminal de Ómnibus en el centro, gracias a un empresario de La Puntual que creía que estaba loco por semejante emprendimiento. Este negocio se extendió por espacio de 30 años”.

“En 2009, gracias a una sugerencia de mi esposa, inicié un programa de TV sobre distintos elementos que venía recolectando desde hace mucho tiempo, me picó el bichito y nació El Coleccionista. Fui a Cablevisión, les propuse comprar el espacio y permanecí en esa señal unos cinco años, hasta que recibí una oferta de BVC y hasta el día de hoy continúo allí. Ya son 14 años y cada vez que entrevisto a alguien me doy más manija para seguir conociendo la pasión de la gente y es casi imposible no contagiarse”, dijo, contento por la decisión tomada.

Y relató su experiencia personal en el rubro: “En mi caso, comencé coleccionando latas de bebida, tuve la suerte de ir a Estados Unidos y traje un montón vacías y hoy debo tener cerca de 5 mil. Luego seguí con corchos, encendedores, lapiceras, servilletas comerciales, todo prolijo y ordenado. Inclusive cuento con casi dos mil llaveros que podía recolectar de carreras a las que viajaba donde era muy frecuente que se repartieran en conferencias de prensa”.

“Hoy percibo que Argentina se está atrasando, no avanza al ritmo de los países europeos y Estados Unidos, se cae de a poco, no hay organización y menos aún rumbo. Se votan leyes y hasta que se implementan pasa mucho tiempo. Pese a lo angustiante que fue, la pandemia me hizo bien porque estando encerrado en mi casa pude pasar más tiempo en mi patio y el quincho”, consideró sobre el epílogo de la entrevista.

Ya en el final, resaltó que “mi esposa es profesora de tejido a máquina y solía decirme en broma si me acordaba la parte trasera de casa porque hasta que llegó el Covid me la pasaba en la calle. Descubrí rincones del hogar inexplorados, me volqué a las artesanías y algo en madera en un taller chico, gracias a los restos que desecha el hijo de un amigo en su carpintería. Puedo decir que tengo una vida tranquila y que la pandemia me ayudó a reinventarme”.

Resultó francamente imposible no recorrer las diferentes dependencias del domicilio de Carlos, donde las reliquias afloran por cada recóndito sector. Para el lugar donde se pose la mirada, el asombro se apodera de quien lo percibe. En silencio y con humildad, hace su aporte a la cultura, con un acervo digno de destacar.

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