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DE AYER A HOY

El perfil del contador que fue músico, empresario y se animó a la política

Hugo Borelli repasó una infancia rodeada de instrumentos. Sus emprendimientos. Y los desafíos en la esfera pública y privada. “Es hora de que los dirigentes dejen de lado las ambiciones personales”, sentenció.

Por Leandro Grecco
[email protected] – Instagram: @leandro.grecco – Twitter: @leandrogrecco

Una de las condiciones más ponderables en un ser humano es la determinación, sostener esa potencialidad que remite a no quedarse quieto y buscar nuevos desafíos, en virtud de las cualidades y competencias de cada persona. En otras palabras, no guardarse nada y perseguir cada uno de los objetivos planteados, incluso si se trata de navegar contra viento o marea para alcanzarlos.

Porque como reza el popular dicho acuñado por tantos: no pierde el que fracasa, sino el que deja de intentarlo. No son pocos los que obtienen el regocijo de concretar cada anhelo y es ahí donde las claves, más allá del talento innato, son la perseverancia y la decisión para no caer, aunque siempre en caso de un tropiezo, la vida otorga nuevas oportunidades y da revancha.

Hugo Borelli es un alma inquieta, que desde muy joven se animó a plantear todo tipo de retos para trascender. Primero con la música, pasando por su actividad profesional en el ámbito privado como contador y, casi en simultáneo, la capacidad para convertirse en un empresario, para luego encontrar notoriedad en la función pública y llegar a la actualidad, donde aún mantiene una agenda cargada, aunque sin el trajín de antaño. En La Brújula 24, desandamos junto a él todo el recorrido.

“Nací en Ingeniero White en 1951. Allí vivía la familia de mi madre, en Avenente casi Cabral. Sin embargo, al poco tiempo mis padres se pudieron hacer su casa propia en el barrio La Falda, donde transcurrí toda mi infancia. Fui a la Escuela Nº 29. Tengo un hermano nueve años menor. Aún conservo amistades de aquella época, como es el caso de Eduardo Ritter, Daniel Fonti, Agapito Lamonega, entre otros”, mencionó Borelli, al inicio de la conversación con este medio.

Cómodamente sentado en la mesa de un local gastronómico del Barrio Universitario, recordó que “si bien la pelota y el potrero nunca faltaron en mi infancia, también estuvo presente la música. Integré de muy chico un conjunto folklórico que se presentaba en los actos escolares, lo que me motivó a estudiar y recibirme de profesor de acordeón a piano. Pero por una frustración, mi papá que era fanático del jazz me enseñó a amar ese género, razón por la cual fui al Conservatorio que en aquel entonces funcionaba en el Teatro Municipal”.

“Allí estudié clarinete, hasta que me colocaron la ortodoncia típica de los adolescentes, por eso dejé el instrumento de viento y comencé a tocar la guitarra, sumado al canto que era algo que me gustaba mucho. Luego vino el momento de sumarme a otra banda, en tiempos donde concurría al Ciclo Básico y posteriormente en la Escuela de Comercio para recibirme de perito mercantil”, postuló, respecto a aquellos momentos donde combinaba el arte con los libros.

Tal es así que hubo alguien que se transformó en un pilar fundamental para desarrollar sus aptitudes: “Nuestra profesora de música fue una especie de conductora de un conjunto que tuvo cierta trascendencia llamado Los Charabones, hasta que apareció un concurso en la fonoplatea de Canal 9 y LU2, conducido por “el Negro” Matoso. Era el año 1967, nos inscribimos y ganamos en el género folklore, lo que nos permitió viajar por diferentes lugares en una especie de gira”.

“Cuando estaba por cumplir 18 años, pasé a una banda que se llamaba Fruta Madura y hacía temas de pop y rock, la cual me permitió convertirme en cantante. También conocimos distintas ciudades del país a partir de las presentaciones en las que nos tocó ser parte, además se ganaba buen dinero. Paralelamente había iniciado la carrera de Contador Público en la UNS y, si bien me recibí a los cinco años de haberla comenzado, durante la semana cursaba y los fines de semana me la pasaba viajando”, enfatizó, mientras la fresca tarde le daba paso a una seguidilla de jornadas ventosas en la ciudad.

Y puntualizó que “sin embargo, recuerdo que en una ocasión estábamos tocando en la confitería de calle Chiclana llamada Savoy que los domingos a la tardecita hacía una tertulia y nos escuchó un manager de Buenos Aires. Nos ofreció un contrato y salir de gira, una propuesta que fue como un puñal que terminó por disgregar al grupo, porque tanto mi obsesión como la del guitarrista eran nuestras carreras universitarias”.

“El resto de los miembros, que no estaban aún estudiando una carrera, tenía intenciones de irse de la ciudad, por lo que un año y medio después la banda se disolvió. A partir de allí seguí cantando como hobby, a punto tal de que al día de hoy tengo mis pistas para despuntar el vicio en las reuniones de amigos”, añoró, nostálgico y reflexivo.

Luego, Borelli se detuvo en su trayecto dentro de la etapa productiva: “Me considero un emprendedor nato que encaró diferentes rubros, además del ejercicio de la profesión por más de 30 años. Fui accionista de una entidad financiera, presidente de una concesionaria automotor, tuve una de las primeras cadenas de videoclub de la ciudad como consecuencia de mi interés por el cine. Se llamaba Gran Video Color, su casa central estaba en calle Soler y llegamos a tener varias sucursales, en el pináculo de lo que era esa industria, teniendo la visión allá por los inicios de la década del 90”.

“También tuve la primera licencia de televisión por cable otorgada oficialmente cuando aún no existían las empresas que hoy brindan el servicio. Fue un proyecto que no se concretó porque recibí una presión externa para que no haga uso de ese derecho, no tuve la inteligencia de superar esa advertencia. La gente de TV Cable se encontraba haciendo el mismo intento que yo, comenzaron en una casita sobre calle Agustín de Arrieta tirando cables por arriba de los techos, ajustándose a la normativa”, apuntó Hugo.

Asimismo, añadió: “En mi caso había visualizado que el negocio no tenía sentido si se incursionaba en el sector más cercano a la Plaza Rivadavia, donde por ordenanza se establecía que desde el cinturón ferroviario hacia el macrocentro, el tendido debía ser subterráneo, que de hecho fue así y el costo se duplicaba. Pese a ello, no me arrepiento ni lo considero una cuenta pendiente”.

“Me interesé por la función pública después de cumplir 50 años y no fue producto de militancia política dentro del peronismo, tampoco afiliado al partido, mi perfil fue más bien técnico. Cuando me convocaron para formar parte del gobierno de Rodolfo Lopes, a partir de un llamado de Luis Botazzi, fue porque pensaba que podía servir para esa función, independientemente de mi afinidad con el espacio que gobernaba la ciudad”, reveló el entrevistado, abriendo un nuevo capítulo en su vida.

Consultado respecto a cómo asimiló el cambio, dijo: “Acepté porque la convocatoria llegó en un momento justo, donde me preguntaba qué más iba a hacer en la vida, quería saber qué se sentía al gestionar más allá de la idea que me había acompañado toda la vida, la de si me iba mal pagaba el precio y si por el contrario el emprendimiento salía bien recogía el fruto”.

“Busqué trascender, dejar algo para afuera, no salí a golpear puertas, por eso fue obra del destino ese llamado, más allá de que al comienzo sentí que me miraban de reojo porque ocupaba la Dirección de Tránsito y muchos descreían de mis conocimientos en la materia. No obstante, me puse a aprender rápidamente sobre legislación y el manejo de personal”, sentenció, con el entusiasmo de quien ya para ese entonces se había relajado por completo y dejaba fluir la charla.

Tuvo que hacer una suerte de curso intensivo: “Al poco tiempo de haber asumido reformé las líneas del transporte público, lo cual desató un gran revuelo porque no se puede dejar satisfecho a todos los usuarios. Tenía a cargo los inspectores de tránsito, lo propio con los taxis, remises y colectivos y, por si fuera poco, también el espacio que otorgaba las licencias de conducir, tres áreas que hoy funcionan de manera independiente una de la otra”.

“Luego, en 2005, se produjo un episodio que me convirtió en interventor en el Juzgado de Faltas por un auto mal entregado y, como consecuencia de ese paso, (Rodolfo) Lopes me convoca para una Secretaría que es lo que hoy se asemeja a una Jefatura de Gabinete en un momento previo a lo que fue la destitución del Intendente. Allí oficié como una suerte de vocero, en esa circunstancia de crisis daba conferencias de prensa diarias en un atril de la Sala Estomba”, enunció, a raíz de uno de los episodios que lo puso en la palestra como nunca.

Es así que no ahorró en detalles: “El día que se hizo el allanamiento que derivó en el final de la gestión del jefe comunal quedé solo como loco malo, no había ni un funcionario. El operativo comenzó a las 8 de la mañana, terminó a las 10 de la noche y me tocó vivirlo en soledad, sin ningún otro integrante del gabinete al lado del Juez y la Policía Federal”.

“La prensa me pedía explicaciones y yo no sabía qué pasaba, dándose un hecho inédito en mí, que siempre tenía respuestas para todo y pese a mi fama de hablar más que lo necesario. Me paré enfrente a los periodistas y les dije ‘no tengo idea de lo que está pasando’. Ese episodio no me llevó a querer alejarme de la gestión pública, sentía que mi objetivo no estaba cumplido, que justo cuando le estaba tomando la mano a la labor, pasó ese hecho ajeno a mí”, agregó Borelli.

Pese a lo que muchos podían pensar, su aporte dentro de la política local iba a continuar: “Breitenstein terminó con el interinato hasta que se cumplió el mandato anterior, ganó las elecciones y me convoca para la Secretaría de Economía y Hacienda en esa primera etapa, una de las experiencias más maravillosas en la gestión pública. Luego fui secretario de Gobierno, un lugar que tiene bemoles más complicados, sobre todo por lo que fue el conflicto con el transporte público de pasajeros”.

“Y en 2011, Christian me confió la Secretaría de Planificación, la cual tiene un perfil más bajo y poca gente la tiene presente. Sin embargo, desde allí hicimos un plan de desarrollo para Bahía Blanca, cuando aún se sigue diciendo que la ciudad no tiene una planificación desde el Plan Director del año 90. Plasmamos una mirada tanto en sectores urbanos como los periféricos, el desarrollo industrial y portuario, el frente costero que apenas comenzó, nunca fue vuelto a revisar para saber si había algo que sirviera”, destacó con cierto dejo de resignación.

Pero no se guardó nada: “Con todo ese material, publiqué un libro que estaba orientado a la gestión del Intendente en funciones, se tomó como un texto de propaganda de la autoridad de turno. Por eso siempre digo que la historia no comienza ni termina con nosotros. Si hay una cosa que me enseñó mi experiencia en la función pública y en especial con la política es que sigue sin existir una dirigencia que tenga la grandeza de tomar lo bueno que deja el que estuvo antes y enriquecerlo o modificarlo para tomarlo como punto de partida para ir hacia algo mejor”.

“Todo lo positivo del antecesor se guarda en un cajón como si no existiera, porque sino se considera destacar el mérito de quien estuvo antes. La pavimentación de calle 14 de Julio está en ese libro, como también la alineación de los parques formando el cuadrado completo alrededor de la ciudad y lo propio la unión de las calles Belgrano y Parchappe, costeando la vía que insinuó empezar pero nunca se hizo para descomprimir el tránsito es algo que consta en esa publicación”, machacó con convicción y sin temor a sonar reiterativo.

“Posteriormente sobrevino el episodio en el que Breitenstein gana la reelección y no asume, un hecho que desde el punto de vista de la reputación personal le costó carísimo. No obstante, nunca vi en los últimos 40 años la obra pública que se hizo durante la gestión de Christian y no fue superada hasta el día de hoy”, sacó pecho el entrevistado.

Obviamente, puso sobre la mesa muchas de las obras concretadas: “La primera fue el boulevard sobre la avenida Alem frente a la Universidad Nacional de Sur, luego vinieron otras de mayor envergadura como la de la Terminal de Ómnibus, la remodelación de la Estación Sud, el colector Patagonia y los desagües pluviales, son otras obras de magnitud para aquellos seis años”.

“Breitenstein se tentó con el ofrecimiento de convertirse en Ministro, ganó una elección cómodamente y se produjo este fenómeno. La gente imaginó que en esos próximos años podría hacer mucho más por la ciudad, por eso al irse dejó una gran decepción. Ese factor destruyó la reputación de quien fue un gran Intendente”, evaluó, sobre otro cimbronazo que lo encontró como algo más que un protagonista de reparto.

Casi sin proponérselo, se iba a encontrar frente a uno de los momentos que más disfrutó en su recorrido adulto: “No obstante, Christian me ofrece estar al frente de la Subsecretaría de Actividades Portuarias, dependiente de su ministerio de la Producción bonaerense. Si bien inicialmente me convocó para estar al frente de la cartera de Pymes en la Provincia, me termina ofreciendo quedar a cargo del Consorcio de Gestión del Puerto de Bahía Blanca, lugar donde había sido uno de los postulantes a suceder a José Egidio Conte en los años 90 durante la intendencia de Jaime Linares, a sabiendas de mi idea de permanecer en Bahía”.

“Ese fue un paso fascinante y no era un improvisado, traía un bagaje de conocimiento en la materia porque había sido presidente durante cinco años del Consejo Consultivo del Puerto, formado por una serie de instituciones que no tienen silla en el Consorcio de Gestión, representando a la Unión Industrial, institución que integré como tesorero durante las gestiones de Edgardo Levantesi y Gustavo Damiani”, estableció Borelli.

Y exclamó a viva voz: “Al Puerto lo quiero, no me importa quién esté al frente, sea del partido que sea, quiero que le vaya bien. Desde el año pasado soy presidente del Club de Golf Palihue, habiendo dejado de lado definitivamente mi actividad privada, pese a que en esta institución de la cual fui 15 años tesorero, me encargo de desempeñar una tarea similar porque tengo a cargo la administración y los números”.

Hugo está casado, tiene una hija (Carolina) de 45 años, con su primera esposa con la que compartió la vida durante casi dos décadas antes de divorciarse para luego volver a contraer matrimonio, esta vez con Diana, la mujer con la que ya vive hace 26 años: “No volvería a incursionar en cargos o funciones políticas, pero no puedo evitar opinar cuando veo que falta grandeza en la dirigencia o una exacerbación de los egos personales, algo tan natural en la actualidad”.

“Entiendo la lógica de la ambición de poder, ganar una elección y buscar una posición de liderazgo, pero una vez que se conquista por las reglas naturales de la democracia, sería bueno dejar de lado las mezquindades, por las generaciones que vienen. Una de las cosas que me desesperan es ver los 13 ceros que le sacamos a la moneda en 21 años, entre 1970 y 1991, y ahora llevamos 31 con la misma moneda, pero si uno compara el poder de compra de un peso actual comparado con lo que rendía en aquella época, genera desazón”, lamentó, en el segmento final de la conversación.

Y no vaciló en lanzar un reclamo imperioso: “Le pido por favor al sistema educativo, empezando por los gobernantes, un cambio porque la juventud tiene un nivel de preparación que no se acerca ni a un 10% de lo que se enseñaba hace 60 años. Con los adelantos tecnológicos y la inteligencia artificial es una locura este escenario, algo evidentemente no funciona. Esas son las cosas que a mi edad me llevan a plantear qué se debe hacer. Los dirigentes hablan de que se deben coordinar diez políticas de Estado y quedan en el intento”.

“Siempre fui liberal, de los de Alberdi, de los de la Constitución de 1853, no de lo que tendenciosamente se denominó neoliberalismo y capitalismo salvaje. No niego eso, creo en la iniciativa privada, en la vocación de progreso de las personas por propio mérito y en una inteligente y mesurada intervención del Estado para regular los excesos del sector privado, al cual no se lo puede dejar solo, más allá de que los gobiernos han dado muestras de que administran muy mal el dinero que no es de ellos”, concluyó.

Con tono parsimonioso y reflexivo, Hugo Borelli le puso punto final a la charla que, como es habitual, dejó conceptos interesantes una vez que se apagó el grabador. Igualmente, lo más sustancial de la conversación quedó plasmado en estas líneas y, seguramente hasta su círculo más íntimo, haya descubierto rasgos que desconocía hasta el día de hoy.

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