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DE AYER A HOY

“Es un orgullo que Emanuel me considere alguien trascendente en su vida”

“Huevo” Sánchez reveló su amor por la familia Ginóbili. Su devoción por Bahía. Y una confesión: “Con el ‘Ché’ García somos el agua y el aceite, pero siento enorme tristeza por lo que le pasa”.

Por Leandro Grecco
[email protected] – Instagram: @leandro.grecco – Twitter: @leandrogrecco

La capacidad de convertir en realidad aquellos sueños que, cuando niños, tan solo son casi una utopía es una condición reservada para unos pocos, capaces de disfrutar de lo que en la edad temprana parecía un simple juego y, con el transcurrir de la vida, logran convertirlo en un medio de vida.

Abrazar la pasión y creer que nada es imposible, dicen, es el primer paso. El apoyo del entorno resulta fundamental, como también lo es el sacrificio y la coraza para soportar las críticas del mundo exterior por no optar por el camino usual. Sin embargo, cuando la convicción se robustece y se conjuga con talento, nada puede fallar, es el destino el que ubica las cosas en su lugar.

Oscar Sánchez, o simplemente “Huevo” dentro del ambiente donde se ganó el respeto por su rigor al momento de encarar cada desafío. La conducta y autoconvencimiento lo llevaron a desarrollar una carrera en el básquet, la cual se solidificó a partir de sus campos para perfeccionar fundamentos, más allá del hito que significó catapultar a “Manu” Ginóbili al profesionalismo, el mismo que acaba de entrar al Salón de la Fama. Sobre eso y mucho más, conversó desde Mar del Plata con La Brújula 24.

“Puedo decir que afortunadamente nací en Bahía Blanca, más específicamente en la esquina de General Paz y Corrientes, a la altura del paso a nivel y en la zona de influencia del barrio Bella Vista y el club Leandro N. Alem. En ese radio uno disfrutaba de lo que toda mi generación hacía, que era jugar a la bolita en la vereda, tirar al aro o jugar un picado dos contra dos”, fueron sus primeras palabras en el diálogo a través de una videollamada que rápidamente lo catapultó a la nostalgia.

Los recuerdos siguieron aflorando: “Ir al club acompañando a mi padre para que, mientras él jugaba a las bochas, yo saltara el paredón para robarle la pelota a ‘Pucho’ que era el canchero de Alem o esperara que “el Mudo” de la esquina abra el gimnasio para hacer un partidito de básquet por la Canda Dry para el que ganara el duelo mano a mano”.

“Mi papá fue empleado de comercio en Gath y Chaves, solo faltó al trabajo el día que falleció de un infarto, con tan solo 54 años. Y mi mamá murió hace siete años. Tengo un hermano que vive en Olavarría, es Ingeniero Agrónomo, fue director del INTA y se jubiló hace poco tiempo”, detalló respeto a la conformación de su familia, ese pilar fundamental que lo dotó de valores para sortear cada uno de los escollos.

Orgulloso, aseguró que “conservo aún amigos de la infancia, pese a la distancia por no vivir en la ciudad y, sobre todas las cosas, el recuerdo de cada lugar por el cual transitaba, sea el camino de calle 12 de Octubre, el Comahue y los clubes como Liniers, Bahiense del Norte y por sobre todo Estudiantes que fue parte de una etapa maravillosa de mi crecimiento como persona”.

“Fui a la Escuela Nº 18, del cual guardo recuerdos divinos pese a que casi no iba al aula porque permanentemente me mandaban con el director que tenía una cara de bulldog increíble (risas), fumaba en pipa e imponía miedo. Después, en la secundaria, recorrí todos los colegios de la ciudad porque mi objetivo era jugar al básquet, fui a la ENET Nº 3, donde debía aprender un oficio cursando de mañana y de tarde, lo que me aburría pero, por sobre todas las cosas no me permitía entrenar”, dijo “Huevo”, reconociéndose un tanto díscolo en su adolescencia.

A tal punto que las primeras señales le iban indicando el rumbo: “Fui al Goyena, junto con otros vagos y atorrantes que no estudiábamos para dedicarnos al deporte. Recuerdo que en un partido clave jugando un Intercolegial y enfrentando a Emuns le pegué una trompada al árbitro, “Pancho” Commegna. A raíz de ese incidente quedé libre del Colegio y me dediqué de lleno al básquet, incorporándome a Estudiantes, en tiempos de Cabrera, justo cuando “Beto” logró el título en un Campeonato Argentino y decidió operarse”.

“Recuerdo fui a verlo y me entregó la camiseta de su club, aunque me prohibió usarla hasta que él me diga para que nadie pensara mal sobre mi pase. Me dio una división de minibásquet, la cual dirigí once años consecutivos y luego terminé siendo el entrenador de esos chicos y de Cabrera en Primera, allá por 1982, cuando salimos campeones a nivel bonaerense”, aseveró, en otro tramo de una amena charla que todavía tenía mucho para entregar.

La experiencia que fue recolectando lo llevó a trabajar en varios clubes: “También estuve en San Lorenzo, Independiente, Bahiense del Norte con el que logré mi primer título, Villa Mitre que fue una experiencia impagable y ya entre 1984 y 1986 me tocó ser el director técnico de los planteles de Liga Nacional, en tiempos en los que la cancha en la ciudad se llenaba de verdad, primero la de Pacífico y luego la del propio Estudiantes”.

“Luego apareció Quilmes de Mar del Plata, club en el cual permanecí por espacio de diez temporadas. Más tarde vino la etapa de Andino, Deportivo Roca, Atenas, Conarpesa y Deportivo –ambos de Puerto Madryn–, Boca, Libertad y Quimsa, aunque de manera intercalada siempre volvía a “La Feliz”. Por mi cabeza solo pasaba, y aún sigue pasando, una pelota de básquet, con un total convencimiento, lo que me llevó a sacrificarme, viajar por el mundo y, por sobre todo, aposté a este deporte sin que existiera un escalón profesional en el país”, agregó.

Sánchez también conoció desde adentro la transformación al profesionalismo: “En mi primera época de trabajo en torno a esta actividad se entrenaba apenas tres veces por semana y dirigía hasta el tránsito para ganarme un sueldo y poder pagarme un pasaje a Estados Unidos con el objetivo de seguir perfeccionándome. Hacía horas extras en Nobleza Picardo, con el papá de Emanuel (Ginóbili) bajando cajones a las cinco de la mañana. Tuve un empleo en el almacén Campos Hermanos, cuyo dueño fue quien me bancó cuando murió mi papá, porque mi idea era ir a Estados Unidos y no tuvo ningún reparo en prestarme el dinero. Vendía jabones, productos de cosmética, indumentaria, todo lo que me dejara un resto para poder viajar a Norteamérica”.

“Cuando me preguntan por qué no estoy más al frente de planteles de la Liga Nacional hay un factor primordial que tiene que ver con el hecho de haber empezado con los campamentos de básquetbol. En 1988 desarrollé el primero en Latinoamérica y en poco tiempo cumplimos 35 años. Paralelamente a eso, mi hijo comenzó como entrenador y cada vez tenemos más trabajo, por lo cual resulta imposible pensar en la posibilidad de estar al frente de un equipo profesional, pero a mis casi 64 años, no puedo asumir esa responsabilidad”, se sinceró quien ingresó en la historia grande de la Liga siendo campeón con Atenas.

Su intensidad en el banco de suplentes como entrenador fue una marca registrada: “Siempre sentí cada partido como si lo que estuviera en juego fuera la vida y no quiero restarle energía a la organización de los campamentos, necesito que los padres que confían en mí, sientan que estoy presente, no me interesa poner solo mi apellido. Disfruto de supervisar si entrenan bien, si se alimentan de manera correcta o si tienen frío. Todo eso produce un desgaste, sumado a que estoy definiendo junto a mi médico si me opero o no del corazón por una válvula calcificada”.

“Me ayudó el destino porque estoy convencido de que si seguía dirigiendo, caía infartado en una cancha. Tampoco me interesa dirigir la Liga Nacional como existe hoy, siento que se me pasó la edad para liderar un proyecto, solo me mantengo actualizado, disfruto de escribir textos analizando el juego”, mencionó, con la tranquilidad de quien encontró la forma de seguir canalizando su pasión.

Tanto que sembró en todas estas décadas le permiten cosechar halagos: “Este año pude presenciar las finales de la Euroliga, de la NBA y estoy acompañando a Emanuel (Ginóbili) en su ingreso al Salón de la Fama, cosas que me llenan el alma, disfrutar una cena y hablar de básquet es algo impagable en esta instancia de mi vida. Soy una persona nostálgica, afectiva y sentimental, por eso me llega lo que sucede y soy reiterativo frente a la familia de Manu en el hecho de que no se puede creer lo que pasa con él”.

“Que me considere una persona trascendente en su carrera al ser invitado al evento en el que será homenajeado me llena de orgullo. Yo solamente lo que hice, con la familia Ginóbili, fue asesorarlos respecto de dónde estaba lo mejor, a Emanuel poniéndole el mejor representante, a sus hermanos mayores mostrándoles el camino profesional que luego siguió él”, estableció “Huevo”, con absoluta humildad.

Y no vaciló al confesar sus sentimientos: “Amo a sus padres, con ambos hablo a diario y son parte de mi vida, una familia muy especial, austera, clase media al cien por cien, que siempre tuvo la misma pava o ventilador de techo, lejos de cualquier ostentación. Creo que por eso Emanuel soportó diferentes niveles de juego y llegó a lo máximo, como el mejor de Europa y una pieza clave en la NBA, adaptándose a la exigencia de su entrenador Greg Popovich que, ante una pérdida de pelota, te sentaba en el banco”.

“Puedo decir que vivo en Mar del Plata desde 1987 gracias a un bahiense como Oscar Rígano que me llevó a Quilmes y al poco tiempo comencé los campus. Tengo mi casa y mi trabajo acá, pero me considero un enfermo de Bahía Blanca, a muerte con la ciudad en la que nací. Me dio todo, al igual que a la gente del básquet. Somos agradecidos de los monstruos que surgieron allí cuando éramos chicos y a la prensa especializada”, indicó, ingresando en el segmento final de la conversación a través de la cámara de su teléfono celular.

Pero fue aún más allá en lo que respecta a la gratitud: “Nos dieron de comer a cada uno de los que hizo una carrera en este bello deporte, y no solo a Emanuel, sino también a personas como “El Oveja” (Hernández), “El Ché” (García), Coleffi, “El Trompo” Allende, a todos. No me olvido de mis raíces y en cada ocasión que encuentro, me hago una escapada”.

“Respecto de lo que pasó con la salida de Néstor (García) de la Selección Argentina siento mucha tristeza, hoy estuve a punto de escribirle, pese a que con él somos el agua y el aceite. Estuvimos dos décadas peleándonos mal porque él dirigía Peñarol y yo Quilmes, cada uno con su estilo. Yo sabía que los representantes y jugadores querían jugar para “El Ché” y no conmigo por mi disciplina”, analizó, con tono pausado y respetuoso porque lo acontecido aún está fresco en la memoria del ambiente.

La vida los acercó a quienes compartían la pasión de haber nacido en la Capital del Básquet: “Ya de grandes, por suerte, mejoró muchísimo la relación. Tengo una anécdota muy graciosa porque tanto su mamá como la mía iban a la misma curandera antes de cada enfrentamiento entre su equipo y el mío para que nos de suerte. Una caradura que atendía en calle Roca porque se quedaba con el dinero ambas (risas)”.

“Siempre lo valoricé y un día escribí un texto sobre su vida y la mía como entrenadores y llegué a la conclusión de que es el entrenador con más talento de todos, pero para un fin de semana, no es para un proceso prolongado. Sin embargo, hace 30 años que trabaja de igual manera y mal no le ha ido, por eso no creo que sea menester crucificarlo y matarlo porque me gustaría saber que ahora sus hijos lo están ayudando para que él pueda salir adelante. Lo digo con total sentimiento, sin falsedad”, exclamó Sánchez sin vacilar.

Tal es así que se mostró contemplativo con su colega: “Muchos le dan la espalda porque le enrostran que estuvo en la joda, en mi caso no lo veo de ese modo, más allá de cualquier rivalidad que haya existido. El día de su último partido al frente de la Selección lo jugó en Mar del Plata, le chiflé y me saludó a la distancia, después pasó lo que pasó y ya está. Ahora, así como Néstor siempre estuvo con los jugadores, ahora es al revés, son ellos los que lo limpiaron a él”.

“En 2004 estaba trabajando en Puerto Madryn y recuerdo que tenía el móvil de TN y un periodista de La Nación en la puerta de mi casa para hacerme una nota porque yo ya era el entrenador de la Selección. Sin embargo, llamó un representante poderoso que dijo ‘si va El Huevo, no van mis jugadores’”, rememoró, sobre la gran chance que tuvo de dar un gran salto.

Ese nuevo apego por la redacción, valiéndose de sus redes sociales, lo llevó a plasmar en un artículo un pensamiento que venía rondando en su cabeza: “Días atrás escribí un texto en el que plasmé un pensamiento sobre que no existe la meritocracia, porque lo mío ya fue, pero considero que desde Borro (Presidente de la Confereración Argentina) para abajo son unos irrespetuosos porque cuando una persona tiene 72 viajes a Estados Unidos y Europa para ver básquet, nueve Copas de Europa, 35 años de campus y 1300 partidos dirigidos, no se la puede dejar de lado para consultarla sobre el básquet formativo y un proyecto a largo plazo”.

“Hoy no puedo dirigir ni el tránsito, estoy feliz de tomar sol y prepararme un cortado para charlar con quien me convoque, tengo la suerte de contar con un trabajo en el que se abre la inscripción al campamento y se llena automáticamente. Pero me fastidia que los jóvenes que se rompen el alma para tener los estudios de entrenador, se encuentren con un jugador que se retira y ocupe un puesto en el cuerpo técnico de la Selección, con qué criterio”, se quejó “Huevo”, sin ahorrar expresividad en su rostro.

En paralelo, analizó lo que implica el recambio post Generación Dorada: “Si bien no estuve de acuerdo con la designación de Néstor porque era a corto plazo, pero Argentina necesita un método de trabajo. Venimos de tener un grupo de fenómenos que le ganó dos veces a Estados Unidos y ahora tenemos a Laprovittola y Campazzo como sustento en un puesto, a Delfino con 40 años tirando de tres puntos y abajo del cesto a D´Elía y Galizzi, es imprescindible formar jugadores porque el primer mundo se terminó”.

“A esta Americup fueron todos con equipos B, pero cuando te toquen Eslovenia o Grecia vas a percibir las diferencias. No estoy en contra de Prigioni, pero nadie puede pensar que va a dejar la NBA para hacer un proceso de seis años para, por ejemplo, reemplazar a Scola o buscar un tirador confiable, con dirigentes que no te firman un contrato”, sintetizó Sánchez.

Consultado respecto a qué espera para los próximos años, se propuso, “en lo particular, aspiro vivir de cerca el progreso como entrenador de mi hijo Mariano que tiene como aspiración llegar a Europa, no me veo volviendo a dirigir, incluso por prescripción médica, por eso disfruto de ser analista, pero tengo que estar metido porque me hace bien y preciso ver para hablar con propiedad, por más pergaminos que pueda tener, ayudando a los jóvenes”.

“Respecto de la partida de Bahía Basket de la pirámide, me hubiese gustado que ‘Pepe’ (Sánchez) mantenga un poco más a los jóvenes y los pueda rodear de dos americanos para que esos chicos se identifiquen con la ciudad, a partir de una infraestructura de primer nivel que montó porque para nosotros es tierra fértil. Pero de nada servía que todos los años cambiara el equipo y profundice la progresión de mayor a menor, luego de un primer tramo ascendente en cuanto a los objetivos deportivos”, evaluó.

Asimismo, recalcó que “hoy, hay cuatro chicos en la Selección que pasaron por Bahía Basket, pero eso no significa que se hayan formado en la institución porque fueron parte del reclutamiento cuando eran jugadores prometedores, en el básquet, formar es lo contrario a robar e implica entrenarlos durante ocho años. Teniendo la intelectualidad de “Pepe”, me di cuenta que el proyecto fue bajando cuando vi que la academia, que es sinónimo de profesores, fue sacando a los mejores”.

“En algo tenés que apostar, a sabiendas de que la Liga es negocio para todos, menos para los dirigentes, es sustentada por los gobiernos y la factura del IVA. Es muy grato afrontar un desafío con jóvenes, pero no alcanza con tenerlos diez meses y después venderlos, porque lo que nació como un proyecto deportivo termina siendo un negocio”, finalizó, sin pelos en la lengua.

Siempre con una sonrisa en su rostro, haciendo más llevadera la conversación, “Huevo” se dispone a continuar con sus múltiples obligaciones. Porque si bien pueda parecer que está un tanto al margen de los primeros planos, no se detiene un instante. Parte del ADN de un bahiense que se abrió paso a base de tesón y aún mantiene la llama encendida para seguir aportando, desde el lugar que él mismo elija.

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