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PROHIBIDO OLVIDAR

Voluntarias que atendieron a combatientes de Malvinas: las reconocen 40 años después

Silvia Sánchez, Silvia Del Río, Andrea Carbonara y Marcela González recibieron al equipo de La Brújula 24.

Por Augusto Meyer / Redacción de La Brújula 24

Lamentablemente a la sociedad le llevó varios años reconocer la valentía de argentinos que lucharon y el heroicismo de quienes perdieron la vida en Malvinas.

Tarde, pero el reconocimiento llegó y es una sana costumbre que se transmite por generaciones rendirle tributo a los veteranos y recordar a los caídos.

En el marco del mismo conflicto bélico, quedaron otras historias de compromiso y lucha que pocos conocen.

Es el caso de nueve mujeres de entre 18 y 24 años, estudiantes de la carrera Instrumentista Quirúrgica en la Base Naval Puerto Belgrano que quedaron marcadas de por vida por el trabajo realizado.

“Recuerdo sus entregas sin condiciones. Eran tan jovencitas que sorprendía su dedicación asociada a sus ganas de aprender y ayudar”, escribió Mario Enrique Del Castillo, exdocente de la carrera, sobre la labor de las voluntarias.

Merecido reconocimiento

En el marco del Día Internacional de la Mujer, el Consorcio de Gestión del Puerto de Bahía Blanca distinguió a mujeres destacadas en diferentes ámbitos del pasado y presente de la ciudad.

Cuatro de las reconocidas formaron parte de ese grupo de nueve voluntarias, que en Puerto Belgrano recibieron a combatientes de Malvinas y a tripulantes del Crucero ARA General Belgrano hundido en la zona de exclusión. Llegaban heridos, amputados, quemados y psicológicamente agobiados.

Marcela González, Silvia Sánchez, Silvia del Río y Andrea Carbonara tuvieron en sus vidas un antes y un después del 2 de abril de 1982, y merecen un reconocimiento de toda la sociedad por la entrega que tuvieron.

“Nos dijeron que la escuela se cerraba y que el hospital debía prepararse para atender a heridos. Nueve de las diez decidimos quedarnos y acondicionar el material, la sala y los quirófanos”, expresó Silvia Sánchez a modo de introducción.

Hablar después de 40 años

Es la primera entrevista que dan las cuatro juntas. Silvia Sánchez, Silvia Del Río, Andrea Carbonara y Marcela González recibieron a La Brújula 24 a poco de cumplirse cuatro décadas del conflicto bélico.

Ellas fueron esenciales para una mejor atención de combatientes, entre abril y julio del 82’. Para esos días, según el cronograma de estudios, tenían que estar cursando la materia de Traumatología. Pero la guerra cambió todo, hasta sus vidas. Hicieron un valioso aporte ad honorem. Sólo percibían una beca para viáticos, ya que la mayoría se domiciliaba en Bahía Blanca.

“Nosotras maduramos de golpe. Volvíamos en el colectivo de La Acción llorando de pensar en los soldados amputados”, dijo Del Río y añadió: “La gente tomó con algarabía el principio de la guerra ‘porque íbamos a recuperar las islas’ y nosotras le pusimos el hombro”.

“Tuvimos una decisión humana; éramos contemporáneas a ellos y no nos hicimos replanteos”, apuntó Carbonara.

“En 40 años es la primera vez que esta tarea sale a la luz; muy pocos la conocen. Cuando vamos a los actos en homenaje a los tripulantes del crucero pensamos: ‘a más de uno lo atendimos nosotras y ellos no lo saben…’”, dijo Sánchez.

Estas voluntarias sintieron como propio el desaire que la sociedad le hizo a los veteranos por años. “Al igual que los excombatientes, también nosotras volveríamos a hacer lo que hicimos”, agregó.

El buque hospital en el que no zarparon

La Armada preparó al “Bahía Paraíso” (destinado al abastecimiento de las bases antárticas) como buque hospital. Lo equipó con 240 camas de internación, cuatro quirófanos, dos centros de recepción y clasificación de heridos, un laboratorio, dos salas de rayos, dos salas de internación con 120 camas, diez camarotes, un puesto de descontaminación química y una terapia con diez camas. El 27 de abril zarpó de Puerto Belgrano y el 4 de mayo rescató a 79 náufragos del crucero General Belgrano.

“Después dijeron que civiles no, pero todas estábamos consustanciadas y dispuestas a embarcarnos. Yo decía a mis padres que, como estaba la Cruz Roja, no nos iba a pasar nada. Nos tocó una guerra y había que ayudar”, afirmó González.

El arribo de los náufragos

Sánchez habló de uno de los momentos más difíciles que tuvo que sobrellevar: el arribo de los náufragos del crucero.

“Era la 1 de la madrugada y estábamos de guardia. Yo tenía que anotar nombre, grado y fuerza a la que pertenecían y en qué lugar del crucero estaban cuando se produjo el ataque. Los médicos los clasificaban según las lesiones. Fue algo terrible…”, recordó.

El pie de trinchera

Pies entumecidos, congelados y engangrenados. Así llegaban buena parte de los combatientes a Puerto Belgrano. Muchos de ellos tenían lo que se conoce como “pie de trinchera” donde “la solución” era amputar. Eran chicos de 18 o 20 años…

Las voluntarias solían quedarse después de hora y también los fines de semana para darle contención a los heridos, que lloraban y se lamentaban porque no iban a poder volver a jugar al fútbol.

“De noche, a los pacientes había que colocarle inyectables. Como el mobiliario era de hierro, si movíamos la mesa de luz el sobresalto de todos era notable. Tenían hipersensibilidad al ruido y estaban permanentemente en tensión”, dijo Del Río.

El denominador común era que todos estaban dispuestos a volver a la guerra. No se escuchaba a uno que dijera que no.

La “veterana” del grupo

Silvia Del Río era la más experimentada del grupo de voluntarias. Además de estudiante de Instrumentista Quirúrgica, teniendo 24 años llevaba un año recibida como Enfermera Profesional.

“Estaba en el hospital de 7 a 22 y recibía en sala de recuperación a casos complejos, con heridas de mortero o de columna en chicos que no iban a volver a caminar”, explicó.

Las voluntarias realizaron una tarea que excedió lo sanitario. Fueron “psicólogas” y un nexo clave con las familias de los excombatientes, muchos de ellos analfabetos.

“Las cartas las escribíamos nosotras en base a lo que ellos nos decían”, dijo Sánchez y agregó: “Me tocó recibir a quienes buscaban a su familiar; fue un momento terrible, duro y triste; lloré mucho”.

Los padres de las voluntarias acompañaban a sus hijas en esa tarea de contención, a punto tal que invitaban a almorzar a los soldados una vez que les daban el alta. De sobremesa, el tema de charla no podía ser otro que el horror de la guerra; de una guerra tan desigual como innecesaria.

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