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De Ayer a Hoy

Blanca Sobisch: “El buen enfermero tiene la mente fría y el corazón ardiente”

La ex Directora de la Escuela que forma a un recurso humano indispensable en salud se entregó a una nota única. La relación con su hermano, ex gobernador neuquino. Y el recuerdo del conflicto con Lopes.

Leandro Grecco / [email protected]
Instagram: @leandro.grecco – Twitter: @leandrogrecco

La vocación de servicio se demuestra desde distintas manifestaciones que ofrece la vida. Expresiones íntimamente emparentadas con la solidaridad, el voluntariado y la ayuda social son solo algunos ejemplos en los que el otro bienestar ajeno se ubica por encima de cualquier interés propio.

Blanca Ruth Sobisch acredita una dilatada trayectoria como docente y enfermera de la ciudad que la adoptó como una habitante más. De una niñez complicada, a una historia de superación permanente, se supo ganar el cariño de todos.

Hoy, transita una etapa de la vida mucho más sosegada, aunque inquieta y activa, que la lleva a sentarse cara a cara con La Brújula 24 para sobrevolar sus 75 años de existencia, donde cosechó el afecto generalizado de la comunidad.

Blanca Sobisch, a sus 20 años.

“Soy neuquina, de origen suizo-alemán, pero mi vida se divide en partes iguales con Bahía Blanca porque desde muy pequeña vine a vivir aquí (Las Heras 511) con mis abuelos maternos porque soy hija de padres separados. Somos tres hermanos, el mayor Carlos --más conocido como “Buby”-- ya fallecido, Jorge que fue tres veces gobernador de la provincia de Neuquén y yo, la menor”, destacó Sobisch, en el living de su casa del barrio Universitario, con un ventilador cerca para mitigar el calor abrasador de la tarde.

Entrando aún más en confianza y con la soltura que la caracteriza, recordó: “Mi infancia estuvo marcada por una crianza muy nómade, por eso cursé mis estudios primarios en diferentes escuelas, incluso del partido bonaerense de San Miguel donde tomé la comunión. En medio de todos esos vaivenes, continué en la Escuela de Adultos Nº 55 de calle Almafuerte, con el objetivo de terminar esa primera etapa de la educación pero me quedaba muy lejos de casa, decidí anotarme en el ex Colegio Nacional”.

“Allí había una secretaria que era divina y recuerdo que estuve como una hora parada en la esquina, juntando coraje para inscribirme hasta que me permitieron entrar a primer año, pese a no haber presentado el certificado de egreso de séptimo grado. Cada vez que me lo pedían les decía ‘todavía no me lo dieron’ y al día de hoy aún están esperando que se lo lleve (risas)”, destacó “Blanquita”, como la conocen en su círculo más íntimo.

Respecto a esa etapa de su vida, no vaciló en aseverar: “Califico mi niñez y juventud como muy dura porque en aquel entonces, ser hijo de padres separados era algo mal visto, una suerte de farsa porque muchas parejas se llevaban mal y seguían juntas para evitar la discriminación, de la que fui víctima”.

“Me hacían bullying sin saber lo que era, a tal punto que no me invitaban a los cumpleaños, con el paso del tiempo sufrí lo mismo por ser gorda o enfermera y yo aprendí a reírme de todo y de todos. No obstante, la maestra que más recuerdo fue Blanca P. de Ganuza, de la Escuela Nº11, ella fue mi docente en tercer grado, vivía en la esquina de Holdich y Tucumán y los fines de semana nos invitaba a tomar el chocolate a su casa”, sostuvo, con el cariño de toda persona agradecida y memoriosa.

Su vocación se despertó desde sus primeros años: “Como mi abuela Ema vivía a dos cuadras de la Estación Sud, venían mis parientes de Río Colorado, Algarrobo, Médanos y Pedro Luro y decían ‘mañana tenemos que ir al hospital’, a lo que ella les contestaba ‘no te hagas problema, la Blanquita te acompaña’. Por eso desde muy pequeña fui muy afín a eso de ir de la mano de un paciente, algo que se potenció cuando mi amado abuelo se enfermó de cáncer”.

“Para ser enfermero debés tener manos hábiles, artísticas, laboriosas, generosas y trabajadoras, la cabeza pensante, bien fría y un corazón ardiente. Personalmente cumplía con esos requisitos, porque fui la primera instrumentadota de neurocirugía en Bahía, una serie de logros más que terminaron con el nombramiento como jefa de quirófano del doctor Juan Carlos Cafasso”, aclaró, en otro segmento de una charla tan entretenida que hizo que el tiempo transcurriera casi sin notarlo”.

Instrumentando un cerebro con el primer neurocirujano bahiense, doctor Armando Costales.

En paralelo, Sobisch lanzó una comparación: “La medicina es una profesión muy técnica que debe ejercerse con humanidad y la enfermería es humanista. Yo no digo ‘qué hermoso tumor que extirpé’, yo hablo de lo hermoso que es mi paciente. Para mí, los pacientes nunca fueron el número de habitación en la que se encontraban internados, tenían nombre y apellido y les hablaba con mucho amor, dándole la tranquilidad de que lo íbamos a atender para que se recupere”.

“En esta profesión y en la vida es fundamental ponerse en el lugar del otro, me tocó fundar varias escuelas de enfermería, una de ellas en Neuquén con una currícula de vanguardia, además de la municipal bahiense. Si bien los hijos se aman de manera diferente, como ocurre también con los nietos, el cariño por estos centros de formación es difícil de describir”, advirtió, mientras se acomodaba en su sillón.

Obviamente que no fue fácil dejar atrás tantos años de servicio: “Hace unos seis años me jubilé, cuando la escuela pasó a depender de Dipregep, lo cual implica llenar planillas que nadie lee, porque los docentes escribimos hojas sin saber si alguien les va a prestar atención. El director del hospital era Roberto Santiago, recuerdo que volvía de una reunión y le dije a Carmen Monte --por entonces vicedirectora-- que estaba agotada y quería dar un paso al costado, más allá de que iba a extrañar mucho”.

“Es cierto que tiempo atrás ya me habían jubilado, cuando Rodolfo Lopes en su rol de intendente me echó para llevarse la Escuela de Enfermería al Hospital Penna y me reincorporó Cristian Breitenstein. Visto en perspectiva, de aquella situación rescato la bellísima imagen, sentada en el Concejo Deliberante exponiendo y en el piso de arriba los abanderados y todos los alumnos con el uniforme, lo cual me dio el vigor de pelear hasta las últimas consecuencias, así somos los precursores”, recalcó Blanca.

Consultada respecto al por qué de aquella intempestiva decisión que fue noticia en la ciudad, consideró: “La Escuela tenía todo, por eso se la querían llevar, una planta física de primer nivel, tal es así que hasta se enseñaba inglés e informática. Esa fuerza y poder de lucha afloró como una reminiscencia de mi niñez, cuando no tenés para comer o tu mamá recibe una pequeña dádiva, los niños salimos a la calle, el lugar que me enseñó a vivir”.

“El conflicto se suscita a partir de una visita de Jorge Gabbarini, responsable del área de Salud municipal, a la Dirección mientras yo estaba en el salón de actos rindiendo un examen para mi maestría. Cuando llego al lugar, Jorge Pietracatella que por entonces estaba al frente del Hospital Municipal, me informa que Gabbarini quería hablar conmigo para notificarme que se querían llevar la Escuela. A lo que respondí con firmeza que solo lo iban a hacer sobre mi cadáver”, lanzó, con el mismo rigor que en aquel tiempo.

Y fue aún más allá con la crónica de lo acontecido, en momentos convulsionados desde el punto de vista institucional para la ciudad: “Testigos cuentan que mi voz se escuchaba desde el pasillo y no me quedé callada, advirtiéndole al funcionario que lo íbamos a dirimir públicamente. Luego me enteré que cuando Gabbarini llegó al despacho de Rodolfo Lopes, el Intendente le cuestionó que haya accedido a mi pedido de resolver el conflicto del modo que propuse”.

“Si bien logran jubilarme, me mandaron el expediente para firmar y en la parte de abajo de la hoja donde estaba la cruz, escribí ‘totalmente en desacuerdo’ e hice una firma bien grande. El 12 de febrero de ese año había cumplido 60 años y mucha gente me saludó, Lopes lo leyó y aprovechó para pasarme a retiro”, disparó, entendiendo que el jefe comunal tomó una oportunidad inesperada para lograr su cometido.

Sin embargo, aquella cesantía fue momentánea: “Me dieron de baja en un momento en el que tenía mucho para dar, pero cuando fui a la Municipalidad a borrarme de la obra social, me cruzo con Juan Pedro Tunessi que me lleva a hablar con Cristian Breitenstein, quien recién había asumido como jefe comunal, con el expediente en la mano exclama ‘esto es una basura’ y me reincorpora inmediatamente mediante un decreto”.

Primera Promoción de la Escuela Municipal de Enfermería con autoridades, profesores y autoridades del hospital.

“Esperé a que termine el semestre para que quien me reemplazó (Carmen Montes) pueda desarrollar su proyecto, mientras yo permanecía en la Cooperadora. Gracias a hechos como este aprendí a adorar a los periodistas porque me mimaron y ayudaron siempre”, ponderando la labor de los comunicadores de la ciudad, quienes fueron en general empáticos con el dolor que le ocasionaba aquella medida.

Para cerrar el tema, trajo al presente una anécdota: “En una nota radial que nos estaba haciendo Héctor Gay, Lopes dice ‘qué tanto lío por una simple empleada’, mientras que yo, desde el otro lado de la línea le contesto ‘es verdad, pero usted también lo es, la diferencia es que llevo 40 años y en su caso no sé si va a llegar a cumplir los cuatro’. Aquello fue lapidario, porque quería minimizar lo mío y no pudo”.

Sobre el gen político que cruzaba transversalmente a su familia, planteó un origen: “Mi papá se llamaba Carlos y fue un hombre público a partir de su función como diputado y concejal. Tenía una retórica brillante, a punto tal que fue Presidente del Círculo de Poetas de su provincia. Él era peronista de los de antes, con ideales, tenía un solo traje y murió muy pobre. Cuando su líder pedía por el voto en blanco, él tenía totalmente decidido crear un partido que representara al pueblo”.

Jorge Sobisch, ex gobernador neuquino y uno de los hermanos de Blanca.

“En una ocasión, en la cocina de mi casa de Neuquén, estaban él y dos dirigentes más con la vieja máquina de escribir Olivetti. Pasaban las horas y la reunión se extendía, tomaron mate, almorzaron, merendaron y cenaron. A la una de la mañana mi padre anunció en la intimidad de la familia que en ese encuentro se había formado el Movimiento Popular Neuquino, un partido que hace 46 años gana las elecciones”, aclaró, con el orgullo de haber presenciado aquella génesis.

Blanca es consciente que su fortaleza proviene de aquella raíz: “Valoro lo que me inculcó mi padre, esa militancia en la que salíamos a la calle a pintar con brocha y pintura porque no existía el aerosol. Mi hermano Jorge siguió sus pasos, aún hoy es un líder nato; en Neuquén nacieron los piquetes, algo con lo que él terminó tropezando a partir de la muerte del docente Carlos Fuentealba”.

“Ese día, había arreglado con todas las partes, pidió que los manifestantes se corran un poquito porque era Semana Santa y la gente pasaba para Bariloche. Una semana antes, ya se mencionaba que desde El Calafate pedían bajar a Sobisch porque iba como candidato a presidente. Lograron su cometido porque el policía que asesinó a Fuentealba no era de ahí y eligieron al mejor maestro que a su vez era medalla de oro”, sobre una de las páginas más oscuras de la provincia en la era moderna.

“No soy peronista ni radical, me defino universalista y me ubico en el centro, no comulgo con el populismo, tampoco con los extremos en ningún aspecto de la vida, por eso me gustan el otoño y la primavera”

blanca sobisch

Con los pies sobre la tierra y en el presente, Blanca --la enfermera más popular y querida de la región-- afirmó: “Sería muy desagradecida si no admitiera lo maravilloso de mi vida, pese a que tengo a mi esposo viviendo en un hogar geriátrico, luego de un accidente ocurrido hace tres años que le dejó secuelas físicas y mentales”.

“Llevó el auto al taller mecánico y cuando volvía a casa en bicicleta, lo atacó un perro muy grande y con bozal que lo tiró al piso, ocasionándole fractura de cadera y obligándolo a permanecer dos meses en un hospital internado”, destacó, sobre una de las situaciones más traumáticas que debió atravesar en el seno más íntimo de sus seres queridos y que aún hoy la tiene muy afectada, al tiempo que puntualizó: “ Lo visito, lo atiendo para que no le falte nada porque gana una jubilación de 25 mil pesos. Hubo momentos difíciles como los del confinamiento por la pandemia donde no podía verlo”.

Pero la vida a Sobisch también le da satisfacciones: “La parte linda de mi vida son mis tres hijos maravillosos, Bruno al que tuve a mis 32 años, tras diez años de matrimonio y que me dio dos nietos (Valentino y Faustina), al año y medio llegó Gilda que es psicóloga especializada en pacientes que provienen de catástrofes, vive en Buenos Aires y es mamá de Simonetta y el tercero es Enzo que llegó a nuestra vida sin haberlo programado y es el papá de Agostina”.

Sus últimos días en la Escuela Municipal de Enfermería, con las secretarias y la preceptora.

“Doy clases ad honorem y a través de Google Meet, como ayudante de las cátedras de Comunicación y Salud Mental. En esta última me interesé en mis inicios, en tiempos en los que en Bahía no había psicólogos, entrevistaba a los pacientes, anotaba todo y le entregaba al doctor Mata los resultados del Test de Apercepción Temática y del de Relaciones Objetales que les tomaba, una inconsciente total porque el médico me pedía que entre paréntesis le agregue mi opinión a cada uno de ellos. Cuando llegó la primera profesional a la ciudad, me felicitó por el trabajo realizado y nos hicimos muy amigas, hasta que regresó a Buenos Aires para trabajar en el Borda”, señaló.

Para el cierre, dejó una crítica a la situación en la que nos ubica la pandemia: “Enseñar desde la virtualidad, detrás de una pantalla de computadora me permite aggiornarme a los tiempos que corren y adquirir una experiencia que no tenía, aunque no es lo ideal. Debemos tender a una educación más profunda porque los que se gradúan obtienen un título sin cursar en las aulas y eso nos hará mucho daño en un corto plazo”.

“Es necesario regresar a los hospitales, a los campos de práctica; hoy existen muchas dificultades y somos el resultado de habernos abandonado, profundizando los métodos tradicionales de enseñanza”, finalizó, con la certeza que le dan los años y la sabiduría adquirida con el paso del tiempo.

Son días de balance, de reflexión y cierto recogimiento, donde afloran emociones y los más profundos sentimientos de esperanza. La calidez de su voz y el amor que trasunta ante cada semblanza del pasado, la transforman en un ser de luz, esas personas que de manera inevitable logran que quien está frente a ella baje las revoluciones y entienda el verdadero valor de las pequeñas cosas. Así es Blanca Sobisch, o simplemente Blanquita.

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