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DE AYER A HOY

Alejandra Boileau abre su corazón en una charla “A Puertas Abiertas”

La creadora del programa con 25 años al aire aclaró por qué no está en TV. Las prematuras pérdidas familiares. Los días en Sierra de la Ventana. Y una sentencia: “Ahora, en los medios abundan la soberbia y la violencia”.

Por Leandro Grecco / [email protected]
Instagram: @leandro.grecco – Twitter: @leandrogrecco

El de Alejandra Boileau es un fenómeno tan inusual como digno de destacar. Dueña de un magnetismo casi único, logró imponer una marca registrada en la televisión bahiense a partir de su creación más preciada: A Puertas Abiertas, un programa que se mantuvo en el aire de manera ininterrumpida por 25 años, convirtiéndose en un clásico que tuvo como principal mérito ser transversal a las generaciones.

Claro que nada es casual en la vida, como tampoco es necesario buscar explicaciones para encontrar las razones de un éxito sin precedentes. Saber reinventarse fue una de las claves para perdurar, sumado a una virtuosa producción artesanal de los contenidos, un camino condenado al éxito que superó toda turbulencia que pudo haber aparecido en el vertiginoso trayecto que comenzó en 1994.

En esta ocasión, La Brújula 24 rinde un merecido homenaje a quien hasta la llegada de la pandemia brindaba un espacio de calidad, entrevistando a profesionales de fuste que entregaban respuesta a los interrogantes cotidianos, casualmente en muchos casos, los más invisibilizados por los medios de comunicación. Un recorrido introspectivo por la vida de quien lleva casi diez años radicada en Sierra de la Ventana, donde saca a relucir una bohemia con glamour, la misma que se reflejaba en la pantalla.

Junto a su hija Guillermina, años en los que no imaginaba su éxito en la TV.

“Mi apellido es de origen francés y mantuvo la raíz en cuanto a su forma de escribirlo correctamente, sin haber sido castellanizado al momento de ser anotado en el registro civil. Por eso es frecuente que cuando alguien lo pronuncie lo haga de manera incorrecta”, fue lo primero que Ale mencionó en una charla virtual que se extendió por espacio de 40 minutos, comentando lo complejo que fue hacer entender que, si se deletrea, no suena como el de, por ejemplo, la popular familia local del rubro fotografía.

Su infancia no fue nada sencilla, estuvo signada por dolorosas pérdidas: “Mi papá partió cuando yo era muy chica (11 años), su familia no era para nada numerosa, a tal punto que eso no me privó de poder rastrear mis orígenes. También tuve la desgracia de haber perdido a mi hermana. Ella emigró de la ciudad a los 17, una aventurera total que se fue cuando yo solo tenía cuatro. Mi mamá, en tanto, era española y la tuve conmigo hasta hace poco tiempo, con 96 años. Por eso podría decir que resulté ser prácticamente hija única”.

“Me crié en una casa ubicada en Ingeniero Luiggi y Darregueira, fui al jardín de infantes 903 que está a cuatro cuadras de allí. Posteriormente cursé la primaria en la Escuela Normal, cuando su edificio estaba donde hoy hay un estacionamiento, algo que aún lamento por lo que significó haber demolido un edificio de esa naturaleza. Y luego fui al Ciclo Básico y Agricultura y Ganadería, ambas dependientes de la UNS”, describió evocando aquellos tiempos felices, quien por entonces no imaginaba lo que le deparaba el destino.

Pero claro, en su ADN llevaba una carga muy clara para comprender sus motivaciones a futuro: “Por lo que me cuenta mi círculo más íntimo, era curiosa al extremo. En tiempos en los que un niño podía sentarse en el cordón de la vereda para ver pasar la gente, a la cual le preguntaba qué llevaban adentro de la bolsa o qué tenían en la mano, siempre con una sonrisa en mi rostro, irradiando alegría por lo que dicen quienes me conocieron en aquel entonces. También valoraban mi creatividad, es por eso que creo que esta cualidad continuó con el paso del tiempo, para ingeniármelos y realizar tareas de la casa y ayudar a mi mamá”.

“En la escuela no era una alumna brillante, me gustaba jugar apelando a la imaginación. Desparramaba papas en el patio que hacían las veces de alumnos, mi papá me había hecho una bandera que subía y bajaba en una suerte de mástil. Eran épocas en los que no había muñecas ni juguetes en abundancia”, indicó, al tiempo que añadió: “Una vez que terminé la secundaria, me anoté en la carrera de Biología, la cual cursé dos años y coincidiendo con el nacimiento de mi hija, allá por 1975, interrumpí los estudios y me dediqué a ser mamá. Más tarde, me separé y automáticamente empecé a hacer radio”.

Consultada sobre los inicios, fue agradecida particularmente con un par de compañeros: “Quien me dio una gran mano en mis inicios fue Walter Spaggiari en FM Identidad, que tenía un programa muy escuchado. Luego me largué sola, incursionando por otras emisoras, como De la Bahía, hasta que llegué a Radio Nacional, en los inicios de la década del 90, donde se cruzó en mi camino Martín Allica, a quien le tenía pánico porque imponía respeto. Una mañana me falló un invitado y lo senté enfrente de mí. Fue una corazonada e intuición pura, una regla que nunca me falló. Cuando comenzamos a hablar de la infancia, lo desarmé, ese porte de hombre recio se convirtió en un caramelo de dulce de leche”.

Feliz con su premio Santa Clara de Asís.

“No estudié periodismo y el tiempo me demostró que en este oficio uno se hace camino al andar, más allá de que estamos hablando de una ciudad relativamente chica donde el rótulo y el título son preponderantes. No obstante, rendí para ser locutora, con la voz que tengo desde que nací, más allá de que Allica me enseñó algunas pequeñas cositas que hacen a un buen comunicador, como el manejo de los silencios”, rememoró uno de los rostros más reconocidos de la TV bahiense, aunque para esa etapa todavía falta una escala más en el medio donde hizo sus primeras armas.

“Nunca me pagaron por hacer radio, contrataba los espacios y me financiaba mediante publicidad. Mi última incursión en ese maravilloso medio fue en FM 2, cuando los domingos a la noche hacíamos un programa llamado Café para Dos, junto a Graciela Vaquero, con la cual logré conformar un gran equipo”, rememoró, con relación a su última incursión oficial, antes de pararse frente a una cámara donde logró la popularidad que aún conserva.

Y lo detalló, minuciosamente: “La televisión en mi vida aparece de una manera no planeada. Raúl Cantarelli me convocó para trabajar en Chocolate organizando fiestas destinada a padres de los alumnos con la intención de que se recaude dinero para las distintas instituciones educativas. Pasaba muchas horas rodeada de jóvenes de las escuelas que por la tarde hacían las veces de tarjeteros del boliche. Les hacía muchas preguntas y se me ocurrió hacer una encuesta. Pedí permiso en el Consejo Escolar para llegar a distintos establecimientos, sean céntricos o periféricos”.

Un joven Agustín “Soy Rada” Aristarán, sentado en la tribuna, hoy brilla en El Trece.

“Al recopilar todo el material, en Radio Nacional me ofrecían el auditorio, pero a mi se me había metido en la cabeza que de eso tenía que surgir un producto audiovisual, porque los chicos iban a querer verse las caras. Una amiga me ayudó a escribir el proyecto porque ese no era mi fuerte y me fui a las oficinas de lo que era TV Cable, les pedí si me dejaban estar atrás de escena a Rubén González y Carlos Quiroga, que tenían su espacio en esa señal, para aprender cómo se hacía un programa de televisión, pese a que me había jurado no pararme nunca frente a una cámara”, sintetizó Boileau, con una pícara sonrisa, a sabiendas de que la vida le deparaba una sorpresa.

Rápidamente, volvió sobre sus pasos y explicó ese golpe de timón: “Esa mirada cambió radicalmente porque se trataba de un hijo que estaba naciendo, un proyecto propio que en nada se parecía a un proyecto que te imponía una productora o agencia. No obstante, siempre tuve respeto y la adrenalina que recorrió mi cuerpo hasta el último programa que hice en mi vida. En 1994 nace A Puertas Abiertas, estaba acompañada de un psiquiatra amigo que hizo las veces de co-conductor y una tribuna de chicos, un programa en vivo que salía muy bien porque además eran los inicios del cable y te ofrecían todo”.

“Permanecí en los estudios de calle Parchappe hasta el 2000, cuando pasé a Canal 7. Ese cambio se produjo a partir de recorrer los barrios y encontrarme con nenes que no tenían cable, lo cual me partía el alma y me hizo pensar de qué manera saltar a una canal abierto. Me tocó inaugurar la cocina del Instituto Goyena y fue allí donde grabé una serie de micros. El programa fue evolucionando de acuerdo a necesidades, en esa etapa tuve un auspiciante muy generoso que me permitió tener una escenografía divina, recibía flores, prestaba mucha atención a que la vajilla sea muy colorida. Fue un verdadero lujo”, agregó Alejandra, respecto a esos primeros años, previos a lo que la llevó a su consolidación definitiva.

No obstante, tuvo que encontrar su lugar en la grilla, como le ocurre a casi todos los productos audiovisuales de la ciudad: “En un principio salíamos al aire los jueves, después como estaba (Marcelo) Tinelli modificamos el día y horario para tratar de escapar de su programa. Hasta que encontramos un lugar los sábados a las 14, donde no nos movimos nunca más, porque me daba la sensación de que era cómodo para el televidente. La gran ventaja llegó a partir de empezar a subir cada entrega a Youtube, gracias a la ayuda de un chico que me daba una mano, porque en mi caso, cero tecnología”.

“Nunca imaginé que iba a estar 25 años sin interrupciones, sobre todo porque me gusta vivir el presente. Elegía los temas en el momento, jamás me falló un invitado en el piso, fue tal el entusiasmo que logré comprar mi propia cámara para viajar a Buenos Aires a registrar material para el programa, con notas exclusivas. Hubo períodos en los que trabajé con camarógrafo, pero los costos en determinados momentos fueron muy onerosos. Hasta he grabado en mi casa de Sierra de la Ventana, donde resido desde hace nueve años, aprovechando al máximo el ojo fotográfico que gracias a Dios tengo y me permitía adaptarme”, describió sobre el sinuoso camino, donde no todas fueron rosas.

En esa memoria emotiva, si bien no puntualizó un envío en particular, trajo al presente un capítulo especial: “Por el programa pasó muchísima gente valiosa. Cantó Abel Pintos cuando era niño, en un programa al que también fueron como invitados Jaime y Virginia Linares, pero soy de las que piensan que todos los que me visitaron dejaron una huella, me enseñaron y solo una o dos veces en un cuarto de siglo me pasó de tener que remar para sacar adelante la nota”.

A su lado, el poeta y compositor Aldo Ferrer.

“Una vez me ocurrió que una chica se descompuso y yo sabía que la entrevista tenía que salir sí o sí. Lo que hice fue hablar y hablar sin parar, le dije que se quede tranquila, que la iba a ayudar, aunque no faltaron las críticas porque me comparaban con Mirtha Legrand por no dejar opinar a la invitada, pero era gente que no sabía lo que había pasado”, reveló con alivio de una anécdota que por aquel entonces le demostró que podía pilotear un momento difícil, salvando una situación impensada.

En retrospectiva, Boileau reconoció que “siempre le puse muchísimo amor y dedicación a todo lo que hice. En los últimos 20 años grababa en el estudio de Mauro Vegli, con él y su mujer somos grandes amigos que nos hemos ayudado mutuamente. La primera señal que recibí para darle un punto final a A Puertas Abiertas fue la rotura de mi cámara. Mauro me prestaba la suya que era igualita. Al poco tiempo compré en Estados Unidos una chiquitita, que no era lo mismo”.

“El segundo indicio estuvo vinculado con los auspiciantes que, si bien seguían apoyando, los valores de la publicidad habían caído y, si bien sobreviví a crisis como la de 2001, esta vez no pude hacer pie. No trabajaba con las compañías del Polo, ni con el municipio, es decir que mis sponsors eran empresarios locales. El canal siempre me decía que yo les cobraba poco y me retaba, pero no podía aumentarles el valor del segundo. Me estaba empezando a cansar de ir a cobrar y que me dijeran que regrese al día siguiente”, sostuvo, con la misma delicadeza con la que trataba cada tema en la TV durante un cuarto de siglo.

Pero faltaba la gota que rebalsaría el vaso: “Luego vino la pandemia, lo que faltaba para decidir que arrimaba las puertas, haciendo una suerte de juego de palabras con el nombre del programa, porque nunca las cerré y uno no sabe qué puede pasar. La gente me expresó su cariño cuando comuniqué la decisión de discontinuar el programa. Con algunos invitados llegué a recibir hasta 200 llamados en un rato. El servicio que uno ofrece no tiene precio, he llegado a no ganar dinero, pero decidía seguir adelante porque para la gente era indispensable seguir al aire”.

“Me mudé a Sierra a partir de una propuesta de mi hija, en un momento que coincidió con la partida de mi mamá. Nunca la intención fue reemplazar la tristeza que generaba esa situación, pero desde algún lugar se estaba generando un nacimiento que era esta casa que dibujé e imaginé. Viajaba a Bahía casi permanentemente mientras aún estaba en la televisión, aunque en el último tiempo grababa una vez por mes los programas en el estudio de Vegli para no tener que movilizarme tan seguido”, añadió, ingresando a los minutos finales del café compartido vía videollamada.

No obstante, Alejandra no se olvida de su tierra: “Regreso a la ciudad en la que nací y me desarrollé para visitar a grandes amigos, a los que denomino mi metro cuadrado. La pandemia, en mi caso, fue muy positiva, porque aprendí a encontrar la empatía, el respeto y el amor, que es un ida y vuelta. Nunca tuve miedo, seguí viajando a Buenos Aires para visitar a mi hija y mis nietas, subía al auto y salía para allá, aún en los peores momentos del coronavirus”.

Tres generaciones: Alejandra, su hija y sus nietas.

“Si tuviera que hacerle una crítica a los medios es el exceso de violencia, soberbia, dos cosas que nunca me gustaron y que estuvieron en la antítesis de lo que hice en mi paso por el rubro. A mi mamá, toda la vida la rotularon como depresiva, pese a que era una persona muy creativa a la que le encaba cocinar, tejer y bordar. Me creí ese cuento unos años hasta que en esa intuición empecé a creer que detrás había un comercio de por medio y lo comprobé cuando ya ella era adicta a los psicofármacos. Es como si fuera más fácil colocarle un sello a ese paciente para ganar dinero, habiendo otros caminos para explorar”, disparó con énfasis, poniendo el acento en lo vivido.

Y lo ejemplificó: “Muchísimos de los programas me dediqué a ver qué situaciones diferentes existían detrás de esa persona que era considerada con depresión. Lo mismo me ocurre cuando veo que a los chicos los diagnostican con una discapacidad, a tal punto que te quieren hacer creer que es más contagioso que el Covid. Nadie piensa en que los estás marginando, discriminando y lo aprendí con un foro de Buenos Aires, compuesto por neurólogos infantiles a los que solía entrevistar”.

“Quizás por eso, había psicólogos que no compartían mi forma de pensar un tanto holística y cuando venía al programa una terapeuta con una mirada más integral, me han mandado cartas documento y hasta censurado. He llevado al programa a un amigo HIV positivo y hasta he tomado mate con él frente a cámara. Mi mirada siempre intentó alejarse de la tragedia y el drama, buscando ser amorosa con cada situación que se presentaba. Se trata de educar sobre cada tema, de brindar una mirada diferente, sin naturalizar”, teorizó, a partir de su experiencia personal.

Para el final, habló sobre su rutina y dejó una máxima: “Sigo aprendiendo, tengo una membresía con un amigo al que le he hecho varias notas y en la que hago yoga y meditación consciente. Mi lema en la vida, tal vez influenciado por el pasado ligado a lo de mi mamá es ‘yo me quiero morir sana’, cuando me toque, pero lo más alegre posible”.

Con una sonrisa en su rostro y satisfecha con lo introspectivo del diálogo, Boileau mira a la cámara de su teléfono celular para despedirse de este cronista, del mismo modo que lo hacía cada vez que se encendía la luz roja del estudio de grabación donde fue feliz y útil para sus fieles televidentes, a los que siempre recibía “A Puertas Abiertas”.

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