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Dios los cría y Netflix los amontona

El Reino: Breve radiografía para una sorprendente serie argentina

El cruce, a veces fatal, entre fe y política y una trepidante sensación de incomodidad, definen a la excelente realización de Marcelo Piñeyro para el Gigante de Streaming.

Por Fernando Quiroga
Especial para La Brújula 24
Miami, Florida, Estados Unidos.

El director de la ya mítica Tango Feroz siempre libró batallas con la convencionalidad. Lo impredecible, lo no habitual por lo menos en nuestro cine, en nuestro abordaje del Séptimo Arte, siempre definió sus realizaciones.

El crossover entre política y religión, es algo que incomoda pero que en Argentina no es ajeno a las boletas de campaña. La perspicacia de la clase dirigente ante la revelación de la marea de fieles de los cultos evangélicos, empezó como una curiosidad de las operaciones políticas; una rareza de algunos pocos que terminó asentándose en cada rincón de las plataformas y de las participaciones. A nivel latinoamericano, la relación entre Bolsonaro y la iglesia brasilera, por ejemplo, no es una excepción; sino una muestra más que concreta de lo enunciado.

Desde 2015 en adelante, en nuestro país, no hubo lista que no incluyese líderes religiosos; como si la convoca divina fuese vital para la sumatoria de votos. Y no se han equivocado; realmente; para quienes la fe es un camino, la inclusión de sus referentes en el plan de gobierno, no sólo es un principio de legitimidad inextinguible, es un designio sobrenatural; un faro de luz, un punto de partida hacia la credibilidad perdida; ya no como fieles, sino como argentinos defraudados por la dirigencia.

La fe restaura lo que a veces es imposible de redimir, incluso la esperanza de obtener al menos dignidad, en un mundo azotado por la barbarie y las apariencias que encubren fuertes mentiras programáticas.

De todo esto habla El Reino en Netflix. Más allá de las tramas principales y las que la circundan, El Reino es un canto a la certera narrativa conjunta de varios personajes que, en perfecto equilibrio, cuentan una historia llena de Judas de diferentes tamaños y sabores, y ningún Jesús.

Debo decir que, en ciertos pasajes, el subrayado de diálogos puede parecer sobreactuación, como si cierta teatralidad rancia intentase usurpar la calidad de la realización, pero es solo un espejismo; nuestro cine está plagado de esas formas a la antigua, ya caducas en los metrajes americanos o europeos. Lo enuncio y lo marco, pero al mismo tiempo sugiero no quedarse aprehendido, empantanado en esa sensación; es inherente a nuestro cine, recuérdenlo.

En lo que si me encantaría que reparen, es en la dinámica protagónica. Particularmente, pareciera que el protagonista es el personaje de Diego Peretti, sin embargo, el equilibrio de primeras figuras, sugiere que el ex Simuladores carga con el peso de liderar la trama; error, esta condición se reparte por partes iguales entre Mercedes Morán (brillante villana minimalista), el Chino Darín, Joaquín Furriel y (más alejada pero no menos importante) Nancy Duplaá.

A partir del asesinato en un cierre de campaña de un candidato a presidente (Fugaz y certeramente interpretado por Kuszniecka), su compañero de fórmula, un pastor (Diego Peretti) tiene la posibilidad de transformarse en presidente de la Nación. A partir de esos instantes, en la serie de ocho capítulos, se teje todo un proceso oscuro e impredecible que se conforma minuto a minuto para hacer posible esta maquiavélica realidad, la que con solidas estrategias, oculta escándalos a granel.

Véanla, recuerden que Marcelo Piñeyro, no defrauda jamás.

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