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DE AYER A HOY

Moral rompe el silencio: “En la calle la gente me saluda porque nunca me escondí”

El ex comisario que cumplió la condena por enriquecimiento ilícito repasó su vida. Los comienzos como policía. El hecho delictivo que más lo traumó. Y el presente, lejos del ruido público.

Por Leandro Grecco / [email protected]
Instagram: @leandro.grecco – Twitter: @leandrogrecco

La Policía es una de las instituciones que más admiración y desencanto ha despertado en el transcurrir del tiempo. Mientras más nos acercamos a la etapa contemporánea, el primero de los sentimientos expuestos pierde preponderancia por situaciones irregulares (por utilizar un término benévolo) que han colocado a la fuerza en el ojo de la tormenta, abriendo la discusión con respecto a la necesidad de plantear reformas estructurales, las cuales en alguna oportunidad se han intentado, sin mayor éxito.

En Bahía Blanca, uno de los nombres que los mayores de 40 años más recuerdan por las crónicas periodísticas de la década del 80 hacia atrás es el de Gustavo Moral, agente de una exitosa carrera que alcanzó las altas esferas de la cúpula pero, en el camino sorteó obstáculos como la desafectación masiva de distintos funcionarios y cumplió una condena a cuatro años de prisión por enriquecimiento ilícito –junto con su colega Juan Manuel Caruso–, en un hecho que conmocionó a toda la ciudad.

Desde su infancia hasta la actualidad, una charla en la que Moral rompe el silencio y habla de absolutamente todo. Fiel a su estilo, sin eludir ninguna de las preguntas, el ex comisario que pondera salir a la calle sin tener que agachar la cabeza. Y lo hace en LA BRÚJULA 24, en el espacio que todos los sábados revela “qué fue de la vida de…” aquellas personalidades que por alguna razón fueron notorias y actualmente bajaron su perfil, disfrutando de las pequeñas cosas que otorga la vida, pese a la pandemia.

Moral, acompañado de sus padres en el acto de egreso de la Vucetich.

“Nací en 1953 y soy producto de un matrimonio en el cual mi mamá era maestra, más allá de que luego finalizó como directora de escuela y mi papá, si bien tuvo durante la segunda etapa de su vida un emprendimiento propio, trabajó en la CAP en General Cerri, empresa en la que se conocieron antes de que ella ingresara en la docencia. Mi madre dejó este mundo hace tres años cuando tenía 94 y la extraño siempre. Mi viejo falleció mucho tiempo antes. Ambos eran hijos de inmigrantes españoles y no tuve hermanos. Llevo 44 años de casado y la paradoja es que mi esposa tampoco tuvo hermanos”, comenzó Moral su testimonio, mientras el mozo de la cafetería llegaba con su bandeja y dos cortados.

Consultado respecto a las influencias que lo pudieron haber llevado a tomar el camino profesional, teorizó: “Tenía un tío que llegó a comisario en la provincia de Río Negro, quizás esa pudo haber sido mi influencia, siempre me interesó y me llamaba la atención que me contara sus experiencias en la Policía de Bariloche donde terminó su carrera, cuando la estructura de la fuerza era más pequeña. De todas maneras, cuando terminé mis estudios secundarios que comenzaron en el Ciclo Básico y finalizaron en la Escuela Normal, ingresé en la Universidad Nacional del Sur porque aspiraba ser ingeniero agrónomo. En 1973 me incorporé al servicio militar en la Prefectura Naval Argentina. Hice una colimba espectacular porque tenía la posibilidad de regresar desde Moreno al 200 todos los días a mi casa”.

“En ese momento empecé a gestar mi idea de ingresar a la Policía. Entré como cadete en la escuela Juan Vucetich días después del examen que rendí en febrero de 1974 y al tener estudios universitarios me permitieron hacer la carrera en nueve meses. En diciembre de ese año me recibí de oficial ayudante. Empecé en el Operativo Sol en Monte Hermoso, posteriormente me desempeñé en la Comisaría Primera de calle Berutti al 600, pasé por el viejo Comando Radioeléctrico, en la secretaría de la Unidad Regional. En paralelo, en 1976 dejé Agronomía y me anoté para estudiar Derecho en la Universidad Nacional de La Plata que tenía su sede local en el Instituto Juan XXIII”, prosiguió con la crónica de su vida.

Sus primeras imágenes en la fuerza.

No obstante, se detuvo en un detalle: “Lo que más me costó siempre fue viajar a La Plata, cubrir esos 700 kilómetros durante 31 años lo sentí como una carga muy grande. Siendo jefe de la Policía en Bahía llegué a viajar dos veces por semana. Mi familia siempre entendió cuando no pude estar en un cumpleaños, una fiesta de egresados o comunión”, al tiempo que sumó una anécdota: “Llegué tarde a los 15 años de mi hija mayor porque ese día se produjo un homicidio, en tiempos donde era jefe de una dependencia local. Aquel día arribé a mi casa a las 20 y no pude estar en los primeros minutos de ese acontecimiento familiar. Elegí esa vida y nunca me quejé”.

“El primer momento de quiebre en mi carrera se da a los dos años de haber ingresado a la Policía, cuando ascendí a la segunda jerarquía, la de oficial subinspector. Pasé a ser segundo jefe de lo que hoy se conoce como Policía Vial, luego en la Brigada de Investigaciones, hasta que fui designado jefe de la seccional Quinta, posteriormente en la Segunda. Y en 1997, la institución sufre una intervención, decretada por el gobierno de aquel entonces y eliminaron todos los cargos de comisario inspector para arriba. Yo me salvé porque era comisario y aparezco nombrado por el ministro (León) Arslanián como subjefe en la Departamental. Pasé de manejar un Fiat 600 a una Ferrari”, recalcó en otro tramo de la charla.

El primer golpe de efecto en su vida profesional

La carrera de Moral venía sin sobresaltos, sin embargo, llegó la noche del 31 de mayo de 1998 y todo cambió en un abrir y cerrar de ojos: “Me echaron junto a otros 300 miembros de la fuerza. Me tomó por sorpresa porque no había hecho nada para que me aparten. La comunidad comenzó a moverse, pedía que me restituyan, en especial el fiscal federal Hugo Omar Cañón al cual le estoy muy agradecido. Me alcanzaban los años justos para irme con los 25 años, pero yo me sentía en la plenitud de mi carrera. De la mano del intendente Jaime Linares tenía un ofrecimiento para desempeñarme en el área de Seguridad de la Municipalidad”.

“Tres meses después, luego de largas tratativas, me citó el doctor Arslanián y me comunica que había resuelto restituirme, después de revisar mi caso en particular. Y me informa que el 1 de septiembre iba a quedar a cargo de la jefatura Departamental. Creo que el hecho de que varios actores hayan intercedido influyó para que me reincorporen. Los primeros días fueron difíciles porque yo no podía explicar qué había ocurrido, más allá de los pedidos formales que luego me enteré que se hicieron para que pueda volver a la fuerza”, clarificó el hombre nacido el 17 de noviembre de 1953.

“Soy de los que piensan que el Código de Procedimiento que vino a reformar el ministro fracasó porque está a la vista lo que ocurre en la calle”

A partir de aquello, continuó el recorrido por la línea de tiempo, poniendo el foco en un suceso que dejó una huella indeleble en su memoria: “Fueron cuatro años al frente de la Departamental. Desde el punto de vista penal, tuve que tomar intervención en el hecho que más me traumó en mi carrera: el doble crimen de María Victoria y Horacio. El papá de él fue compañero mío de toda la vida en la policía y con ‘el Indio’ como le decíamos en la jerga interna fuimos cadetes juntos. Aquel caso fue el que me dejó la huella más dolorosa de mi vida. Me tocó encontrar el auto abandonado y los cuerpos en mi jurisdicción”.

“Nosotros no hicimos la investigación porque estaba a cargo de DDI con directivas exclusivas del fiscal en ese momento. Hay varias hipótesis que confluyen en ese caso, pero mi corazonada es que los mataron cuando descubren que Horacio era hijo de un policía. Unos terribles delincuentes que ejecutaron a dos criaturas inocentes. Sentí que asesinaron al hijo de un compañero que podría haber sido el mío tranquilamente y son sensaciones amargas que nos quedaron. Creo que nunca se va a saber toda la verdad de lo ocurrido”, agregó, con un dejo de resignación.

Gustavo Moral, en el año 2004.

Y describió una sensación bastante particular: “Llegó un punto en que me sentí agobiado porque por el hecho de ser local, aquel vecino que no me encontraba en mi despacho, me tocaba el timbre de mi casa, era una doble responsabilidad para mí. Después de tantos años, sentía que necesitaba oxigenar mi carrera y surge una posibilidad, por intermedio de Juan Pablo Cafiero, a quien considero un caballero y era jefe de Policía y ministro de Seguridad, para trabajar como Director General de Personal en la Jefatura. Al mismo tiempo ascendí a la última jerarquía, la de mayor. Estuve un año en esa función y pasé por una Departamental en Pergamino y San Nicolás con mi familia viviendo en Bahía. Por problemas de salud de dos de mis hijos no podía moverlos de la ciudad”.

El punto de inflexión en su carrera

Como mencionábamos al comienzo, Moral fue condenado y pasó por la prisión, en una circunstancia que provocó un vuelco de 180º en su rutina: “Cuando se me imputa el delito por el que luego fui declarado culpable estaba finalizando mi carrera policial, fue un momento muy duro de mi vida. Tenía los 30 años de servicio y estaba desempeñándome en el norte de la provincia de Buenos Aires. Arslanián, otra vez coincide en mi vida y me pasa a retiro activo hasta que se dilucidara la cuestión judicial. Eso duró varios años pero siempre lo asumí como algo a lo que tenía que darle un corte. Apelé el veredicto hasta la última instancia y siempre me puse a disposición de la Justicia. Cuando llegó el momento agarré mi valijita y me presenté en la avenida Alem para entregarme. Yo no quería que fueran a buscarme. Nunca se me pasó por la cabeza profugarme. Solo pedí que me avisaran antes, algo que finalmente cumplieron”.

“Creo que hubo mucha política institucional en lo que concierne a mi caso, una vez que estaba declarado el problema, las lupas se pusieron sobre mi causa. Estoy agradecido a la Policía, al Poder Judicial, al servicio penitenciario. Todos me contuvieron y me tuvieron entre algodones, no puedo hablar de que haya existido alguna traición, pero cuando se desarrolló la etapa previa al juicio el tema era noticia y se machacaba demasiado en cuestiones personales que fueron descartándose con el transcurrir de la investigación porque no tenían nada que ver con el hecho en sí mismo”, entendió el otrora comisario bahiense.

Los tiempos como jefe Departamental en Bahía.

Lejos de evitar ahondar en el tema, sostuvo que “no sé si el tiempo me dio la razón, pero cumplí con lo mío, sabía que iba a estar unos meses fuera del circuito, lo asumí. Pedí estar en Saavedra y pasé ese tiempo en un lugar muy cómodo, no privilegiado, pero con dos personas más. Retomé mi carrera de Derecho y me dieron los beneficios que correspondían, ni más ni menos. Los momentos más difíciles de mi vida fueron los vinculados con los problemas de salud de mis hijos, incluso por encima de esta situación que acabo de relatar, porque de eso no se vuelve. Estar preso no es un lecho de rosas, pero no se compara con aquella situación familiar. Mi entorno me ayudó mucho, sufrió la situación, siendo mi madre la que más dolor sintió, pero hubo parte de la comunidad a la cual uno se había brindado en su momento, que se comunicó para hacer sentir el respaldo”.

“Al día de hoy camino por el centro y me saluda todo el mundo. Nadie me da vuelta la cara y yo no me escondo. Desde el primer día que recuperé la libertad hice una vida normal porque sabía que no había matado a nadie, no hice nada extraño, más allá de lo que marcó el expediente. Estoy absolutamente seguro que si esto hubiera ocurrido en otro departamento judicial que no sea Bahía Blanca me absolvían. Con Caruso por la pandemia no nos vemos pero hemos estado en contacto. Incluso, el Ministerio nos restituyó el aspecto previsional y todos los embargos me fueron devueltos. Me hubiese gustado retirarme de la fuerza de otra manera”, finalizó, respecto a esta situación.

Su vida lejos del uniforme y el patrullero

A sabiendas de que no podía continuar con su ascendente carrera en la fuerza, Moral incursionó laboralmente en otro rubro: “Entre 2008 y hasta casi 2013 me dediqué a la actividad privada, si bien me costó convencer a mi esposa, estuve siendo parte de la empresa Plaza durante los años que brindó servicios en Bahía Blanca. Allí hice toda la procuración judicial y policial. Me convocó un amigo que estaba con ellos en Buenos Aires y soy consciente que en el transporte local hizo un papel desastroso en la ciudad, pero no era mi responsabilidad. Ese trabajo me sirvió para mantenerme activo porque, pese a ser joven, ya estaba jubilado”.

Junto a su madre, poco tiempo antes de fallecer a los 94 años.

“Hoy mis días transcurren entre la actividad física, saliendo a andar en bicicleta y soy la rueda de auxilio de mis hijos en el acompañamiento de mis nietos. El contexto de pandemia tampoco ayuda mucho a proyectar salidas o viajes. Sigo vinculado al Centro de los Retirados de Policía y si comparo la fuerza de los años en los que ingresé con la actualidad noto grandes diferencias: era una institución totalmente distinta, había mucha disciplina, orgullo de formar parte, a nadie se le ocurría enrolarse por ser una fuente de trabajo y si lo hacía era por vocación como en mi caso que mi padre era un empresario que hubiera podido bancarme los estudios si hubiese querido”, reflejó el hombre que reside hace muchos años en el macrocentro bahiense.

Más allá de no estar en el día a día de la fuerza, observa que, sin generalizar, “muchos agentes ingresan por una necesidad laboral y eso se paga con el tiempo. Hoy los ves en las esquinas vistiendo el uniforme pero atentos a sus teléfonos celulares o cumpliendo el horario a rajatabla sin esperar a sus relevos. Cuando toma estado público algún caso de mal desempeño me da mucha lástima, lo sigo por los medios de comunicación y no puedo evitar sentir disgusto. Antes, el que llegaba a la cúspide de la pirámide tenía capacidad y hoy hay casos de funcionarios que escalan porque son amigos del poder. A mi me consta que de los últimos 10.000 aspirantes que ingresaron a la fuerza, muchos tenían distintos grados de problemas psicológicos”.

“Lo ideal sería que no existiera la desconfianza entre el Poder Judicial y la Policía. Iba con el expediente bajo el brazo a hablar directamente con el magistrado y le planteaba que no liberen a determinado sujeto porque era un peligro para el efectivo que se había arriesgado y para la sociedad. Salvo alguna excepción, nos sentíamos escuchados y apoyados al punto de que si nos solicitaba alguna otra medida de prueba salíamos corriendo a buscarla. Tampoco nos percibíamos como enemigos al Poder Judicial y si cometíamos un error, más allá del reto, podíamos recomenzar de cero”, diferenció.

Reconociendo a Fernando Duarte, herido en servicio.

Por último, volvió a aquellos sucesos negativos de sus tres décadas como miembro de la seguridad pública: En mi memoria tengo dos suboficiales fallecidos durante mi gestión como jefe policial, pero el caso más emblemático fue cuando hirieron de gravedad al comisario Adrián Deon en mi jurisdicción cuando yo estaba al frente de la seccional Quinta. Se produjo un tiroteo y otro suboficial de apellido Peralta también fue alcanzado por una bala a la altura de la mandíbula en el marco de una investigación por el robo a una armería de Alsina al 500. Entramos sin chalecos y con una orden de allanamiento de emergencia”.

“Ambos sobrevivieron y el delincuente fue abatido minutos más tarde. Deon, que tiempo después murió en un siniestro vial, era un chico muy querido en la institución, sin necesidad de tener que acompañar al allanamiento, entró junto a nosotros y sufrió la triple perforación del duodeno que determinó su derivación al Hospital Churruca. Se salvó porque Dios es grande, recuerdo de ir a verlo a su internación y estaba amarillo como un papel. Me ha pasado de llegar a mi casa a la noche y temblar por lo que había vivido en alguna jornada difícil desde la intervención policial”.

La calle comenzó a ser ganada por el grupo de personas que salían a festejar el 20 de julio, en su mayoria gente que llevaba mucho tiempo sin verse por la pandemia. Más allá de las vicisitudes, Moral cuenta con valiosas amistades que lo acompañan en las buenas y en las malas. La Justicia dictaminó y el tiempo generalmente pone las cosas en su lugar. Las conclusiones quedan a criterio de cada lector que, en este caso, cuenta con la posibilidad de leer una de las campanas, la que para el periodismo suele ser la más difícil de conseguir.

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