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masacre de patagones

Un adolescente a los tiros, muerte en el aula y el estremecedor relato de los sobrevivientes

El 28 de septiembre de 2004, Rafael Juniors Solich, de 15 años, mató a tres de sus compañeros e hirió a cinco. Fue declarado inimputable y hoy se convirtió en un fantasma.

Rafael Solich, conocido como "Juniors", autor de la masacre.

Rodrigo Torres recuerda aquella mañana del 28 de septiembre de 2004 como fragmentos confusos de una película de terror.

Juniors parado frente al aula, con la pistola Browning nueve milímetros que le había sacado a su padre prefecto del ropero de su habitación, disparando de izquierda a derecha. Al principio, antes del primer disparo, sus compañeros pensaron que era un arma de juguete y hasta algunos se rieron. Pero Juniors estaba serio y callado.

“Inexpresivo”, recuerda Rodrigo, hoy de 31 años, que terminó herido de dos balazos.

A tres de sus compañeros del 1° B de la Escuela de Enseñanza Media Número 202 Islas Malvinas de Carmen de Patagones, el inesperado tirador los mató a sangre fría.

Se trató de Federico Ponce, Sandra Núñez y Evangelina Miranda, que murieron en el aula. Rodrigo resultó herido junto a Nicolás Leonardi, Pablo Saldías, Natalia Salomón y Cintia Casaso.

Rafael Juniors Solich hubiese seguido disparando si el cargador no se le hubiera trabado. Cuando terminó todo, y la escuela era un caos inexplicable, su amigo Dante se le abalanzó, lo tiró y le sacó el arma. Juniors lloró sin consuelo.

A todos les quedaron secuelas, pesadillas, traumas. Pasaron 15 años y Rodrigo no guarda rencores. A diferencia de lo que creen los padres del asesino, que por entonces tenía 15 años, no busca venganza. Pero le gustaría reencontrarse con Juniors, cuyo paradero sigue siendo un misterio.

Hoy, como todos los años, en el Parque Piedra Buena de Patagones se recordará a las víctimas en el monumento “De los ojos”, bajo el lema “Por la vida y la Memoria”.

-¿Por qué querrías verlo? – le preguntó a Torres.

-Tomaría unos mates con él. Charlaría. Yo tuve una infancia feliz, sé que él no.

-Es raro que una víctima sienta compasión por el asesino. ¿Cómo llegaste a procesar todo esto?

-Cuando pasó todo, sentí odio por él. Sus padres querían esfumarse de la faz de la tierra porque temían venganza. Yo nunca pensé eso. Pero con los años, el hecho de haber sobrevivido, me hicieron pensar en Juniors. Yo tuve una infancia feliz y él no.

-¿Crees que él al matar se mató a sí mismo?

-A él lo mataron. Llegó a la masacre muerto.

-¿Cómo superaste el odio?

-No fue fácil. Estuve un mes internado. Ese día quise faltar a la escuela, pero mi madre me dijo que guardara la falta para otro día. Fue todo tan rápido y sorpresivo que quedaron flashes.

-¿Qué recordás del momento del ataque?

-Que me tiré al piso.

-¿Por qué necesitás encontrarte con él?

-Para cerrar la historia. Para entenderlo. Sé que algún día lo volveré a ver.

-¿Tenías relación antes de la matanza?

-No. Era muy solitario. Muchas veces me pregunté si le hacíamos bullying, pero no. El se excluía. Pero ahora doy clases de handball ante un grupo y me fijo esas cosas, que nadie se sienta mal o esté sufriendo. Ya no me queda odio. A Juniors hasta le daría un abrazo si él lo siente. Quizá un abrazo que nunca recibió. Podría ser una manera de cerrar la historia para los dos. Pero, por sobre todas las cosas, le preguntaría por qué lo hizo.

Pero Juniors nunca encontró el por qué. “No me di cuenta lo que pasó y por qué. Se me nubló la vista y tiré…pensé que…todo Fue muy rápido…no me pude frenar no era yo, era como como si no fuera yo”, declaró según el exhaustivo y notable libro Juniors (La historia silenciada del autor de la primera masacre escolar de Latinoamérica), de Miguel Braillard y Pablo Morosi.

En una crónica sobre Patagones publicada en la revista Wacho, Verónica Liso, que vivió en esa ciudad, narra: “En 2004 en Patagones vivían 18 mil personas. No había shoppings, terapias intensivas, palomas, McDonald’s, ni universidades. Sí había un par de semáforos que no andaban, un cine que no sabía de estrenos, calles de tierra, bicicletas en la vereda y dos ambulancias. A las horas de la siesta sólo las profanaban el viento, los cardos rusos que rodaban sin rumbo por la calle y los que nos rebelábamos contra la imposición de dormir de tres a cinco”.

Pero la masacre cambió todo.

Los casos policiales que quedaron en la historia terminan por rebautizar, o refundar, al lugar donde ocurrieron, como si el hecho trágico imprimiera un sello maldito en el nombre del lugar. A Carmen de Patagones le quedó el estigma de ser mencionada en días como hoy como escenario de la masacre de Patagones.

Este año se cumplieron 85 años de la visita de Roberto Arlt al pueblo. También estuvo Saint-Exupéry. Pero Arlt definió en su aguafuerte el halo trágico que pareciera impregnado al lugar. “En Patagones se puede escribir una novela de amor tan amoroso, que después de leerla, los amantes no escojan sino entre el suicidio o la felicidad. Patagones es un pueblo donde se puede morir de muerte romántica”.

Fuente: Infobae


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